El recién liberado vio su fotografía en Amanecer. El texto decía: Magnanimidad del Caudillo. Seis mil reclusos vuelven a sus casas. Y se le veía a él en Alcalá de Henares, trabajando en la imprenta. Quién sacó aquella foto? Mateo era el censor, el "dueño" de Amanecer. Él podría explicárselo. Pero Mateo no sentía la menor necesidad de saludar a Alfonso Reyes, pese a que el camarada Montaraz le había dicho: "La medida tomada por Franco no podía ser más oportuna".
Nada era verdad o mentira. Todo era oportuno o inoportuno. Como decía Manolo: "Todo está prohibido, excepto lo que está específicamente prohibido". Se jugaba con la clemencia como los crios jugarían con los trastulos que los Reyes Magos les traerían a no tardar, previo desfile de farolillos.
– No comprendo nada -le decía Ignacio al recién llegado-. No veo en ti ni un asomo de rencor…
– Rencor? Por qué? Todos estamos hechos de la misma pasta. Crees que no me acuerdo de Teo, de Porvenir, de Cosme Vila y demás bichos del comienzo de la guerra? Crees que no me acuerdo de tu hermano César? Ahora gano, ahora pierdo, así es la vida…
– Pero qué habías hecho tú?
– Era rojo. Deseaba que ganaran los rojos. Te parece poco? Esto, visto por un camisa azul, es un crimen… He reflexionado mucho. Quiero vivir en paz. No quiero cotizar ni por el Socorro Rojo ni por cualquier otro color…
– Nada de espíritu de revancha?
– Nada. Cuando cambie la tortilla, yo acompañaré a mi hijo a pintar las casas del río…
Todos los "rojillos" de la ciudad invitaban a Alfonso Reyes, incluidos los hermanos Costa. Él declinaba cualquier invitación. "Quiero ser independiente. Dejadme en paz".
Su postura inspiraba respeto. Pensando en Félix quería casarse. "Todo se andará". Todo el mundo le preguntaba detalles sobre la construcción del Valle. "No os mováis de aquí. Un día veréis la cruz asomando allá en lo alto…" Mateo palpaba el vientre abultado de Pilar. "Qué serás tú, monín? Tu alma será roja o azul?". Pilar se reclinaba en su hombro. "Yo sólo sé que será niña y que se llamará Carmen".
* * *
Agustín Lago estaba muy contento. Había conseguido para el Opus Dei el ingreso de Sebastián Estrada, quien había empezado a estudiar magisterio. El hermano de éste, Alfonso, que acababa de casarse con la maestra Asunción, no creía lo que veían sus ojos. El Opus Dei estaba enfrentado con los jesuítas: en Barcelona, el padre Vergés, en Gerona, los padres Forteza y Jaraíz. Este último, falangista, siempre decía: "Van a por los ricos. Cometen el mismo error que cometió la Compañía de Jesús, y así andamos, sin vocaciones y salvándonos sólo por la valentía de los misioneros".
Agustín Lago no discutía con el padre Jaraiz, inabordable por su fanatismo, pero sí con el padre Forteza.
– Nada que ver con los jesuítas, mi querido padre. No buscamos al rico sino almas que, estén donde estén, quieran entregarse a Dios. Ustedes no tienen laicado y en el Opus somos la gran mayoría. Sólo tres ingenieros van a ser ordenados sacerdotes dentro de poco, lo cual demuestra que la jerarquía nos ha otorgado su confianza. Resulta infantil e injusto que nos enfrentemos unos a otros, dejando la puerta abierta a las críticas del adversario…
– No podrás convencerme nunca -objetaba el padre Forteza, mientras en su cuarto se lavaba un par de calcetines-. Sé lo que está ocurriendo en Barcelona, en Valencia y en Madrid. Ricos e intelectuales. A través del beneplácito del Ministerio de Educación vais al copo de las cátedras. Uno de los slogans de tu venerado padre Escrivá es: tenemos que conquistar a las locomotoras porque son las que tiran de los vagones. Sebastián Estrada es una locomotora, desde luego: grandes propiedades en la zona de Cadaqués, que está dispuesto a ceder a la Obra, pese a que su hermano, Alfonso, ha puesto el grito en el cielo.
– La cesión, si se consuma, será voluntaria… -replicó Agustín Lago-. El muchacho llegó del mar desorientado, sin saber qué hacer. Le faltaba un asidero y un asidero, además, que comprendiera el problema catalán: el Opus se lo ha proporcionado. La primera vez que fue a verme no creía yo, ni remotamente, que aquello tuviera un final feliz. A partir de aquel momento, se lo puse muy duro. Ser de la Obra no es fácil. Supongo que sabe usted los sacrificios diarios que tenemos que hacer, desde que nos levantamos hasta que a la noche rociamos la cama con agua bendita. No es un camino de rosas…
– Sí, estoy al corriente, aunque algunas cosas se me escapan. Por ejemplo, tu propia elección. No obedeces al tipo ideal diseñado por el padre Escrivá: soltero, de aspecto físico irreprochable… a ti te falta un brazo, y con estudios superiores o su equivalente en dinero… O bien con buenas relaciones sociales. Cómo te las arreglaste para que te admitiera?
– Se para usted, padre Forteza, en la pura anécdota… Los proyectos de monseñor son tan vastos que es lógico que quiera conquistar lo antes posible locomotoras. Pero ya lo ve, usted mismo ha citado mi ejemplo. Yo fui a Madrid falto de un brazo y con lo que llevaba puesto y el padre me admitió. Claro que me conocía desde antes de la guerra y no podía dudar de mi fidelidad.
El padre Forteza colgó ahora de una cuerda los calcetines que acababa de lavar.
– Centrémonos en el caso de Sebastián Estrada… Llega del mar con una sirena tatuada en el brazo, introvertido, sin más estudios que el bachillerato. Le hubiera admitido monseñor de no andar de por medio la herencia que mencioné? Estoy seguro de que le hubiera dicho: ponte a la cola y espera…
– Ya se lo dijo. Pero el muchacho se volcó -Agustín Lago hablaba en voz baja, muy sereno-. Tanta fue su insistencia que no hubo más remedio que acelerar los trámites. La ceremonia de admisión fue muy sencilla: leyó la jaculatoria que le asignaron y lo hizo ante una cruz negra, vacía, sin crucificado. Porque los crucificados debemos de ser nosotros, Jesús ya nos precedió; luego, Sebastián, con el semblante feliz, hizo sus votos de pobreza, castidad y obediencia, porque aspira a ser numerario…
– Numerario?
– Sí, porque quiere mantenerse célibe, como usted. Los supernumerarios son los que desean casarse.
El padre Forteza sonrió.
– Un parvulillo… Un pajarito que cayó en la trampa como ese canario que ves aquí en mi jaula. Yo tuve que hacer todo el noviciado y luego estudiar más aún a lo largo de varios años. Aprovecharse del estado emocional de un muchacho roto por la guerra o por lo que sea me parece feo, farisaico… Pregúntale a Alfonso y te lo dirá: le ha sentado como un tiro.
– A muchas familias les sienta como un tiro que uno de sus miembros renuncie a todo y se vaya a un convento…
– Llevo años con la sotana a cuestas, Agustín. Habrá casos como el tuyo, de honradez a toda prueba; pero cuando la Obra haya demostrado que sirve de trampolín para conseguir un buen nivel dentro de la sociedad, necesitaréis poner el letrero: se agotaron las localidades…
Agustín Lago sufría. Aquello era un frontón. El padre Forteza le demostró que conocía al dedillo la biografía del Fundador, de monseñor Escrivá y que por ahí, y por el librito Camino, la cosa fallaba, a su entender. El padre Escrivá tenía cuarenta y un años y estaba en la plenitud de sus facultades. Ex compañeros suyos del seminario lo consideraban vanidosillo: usaba calcetines de seda y todos llevaban el pelo rapado, menos él. Iba a ser el cura más guapo del mundo, como su madre, Dolores, la mujer más guapa de Barbastro. Le gustaban los títulos de nobleza e iba a por ellos. "Sí, sí, ya lo verás, el tiempo me dará la razón!". De temperamento rígido y ardiente, con raptos coléricos. Pudo huir de los rojos por el camino de Andorra y se quedó en un hotel de Burgos, donde escribió Camino, "que huele a azufre y a cañonazos". Magnetismo personal? Innegable. Luchador nato? Innegable. Tal vez por eso hacía poco tiempo soltó una frase casi irrepetible: en caso de otra persecución de sacerdotes en España, él no podría permanecer pasivo y saldría a la calle con metralleta…
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