Arthur Golden - Memorias De Una Geisha

Здесь есть возможность читать онлайн «Arthur Golden - Memorias De Una Geisha» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Memorias De Una Geisha: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Memorias De Una Geisha»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

En esta maravillosa novela escuchamos las confesiones de Sayuri, una de las más hermosas geishas del Japón de entreguerras, un país en el que aún resonaban los ecos feudales y donde las tradiciones ancestrales empezaban a convivir con los modos occidentales. De la mano de Sayuri entraremos un mundo secreto dominando por las pasiones y sostenido por las apariencias, donde sensualidad y belleza no pueden separarse de la degradación y el sometimiento: un mundo en el que las jóvenes aspirantes a geishas son duramente adiestradas en el arte de la seducción, en el que su virginidad se venderá al mejor postor y donde tendrán que convencerse de que, para ellas, el amor no es más que un espejismo. Apasionante y sorprendente, Memorias de una geisha ha batido récords de permanencia en las listas de superventas de todo el mundo y conquistado a lectores en más de veintiséis idiomas. Su publicación en Suma coincide con el estreno en España de la superproducción basada en esta novela.

Memorias De Una Geisha — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Memorias De Una Geisha», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

La adversidad es semejante a un vendaval. Y no me refiero sólo a que nos impida ir a lugares a los que de no ser por ella habríamos ido. También se lleva de nosotros todo salvo aquello que no se puede arrancar, de modo que cuando ha pasado nos vemos cómo realmente somos, y no cómo nos habría gustado ser. La hija del Señor Arashino, por ejemplo, sufrió la muerte de su marido durante la guerra, y tras ello se entregó a dos cosas: cuidar a su pequeño y coser paracaídas para los soldados. Parecía no importarle nada más. Conforme adelgazaba, sabía adonde iba cada gramo que perdía. Hacia el final de la guerra, se aferró a aquel niño, como si estuviera al borde de un precipicio y sólo él pudiera impedirle caer.

Como yo ya había pasado antes por la adversidad, lo que aprendí de mí misma entonces fue como un recordatorio de algo que supe en su día y que casi había olvidado, es decir, que bajo las ropas elegantes y el dominio de las artes de la danza, que bajo mi amena y sagaz conversación, mi vida no tenía ninguna complejidad, sino que era tan simple como una piedra que cae por su propio peso. Mi único objetivo durante los últimos diez años había sido ganarme el afecto del Presidente. Un día tras otro contemplaba los bajíos del río Kamo, que pasaba justo debajo del taller; y a veces echaba al agua un pétalo o una pajita, sabiendo que la corriente lo llevaría hasta Osaka antes de desaparecer en el mar. Me decía que tal vez el Presidente podría asomarse una tarde a la ventana de su despacho y ver aquel pétalo o aquella pajita y, tal vez, pensar en mí. Pero no tardó en pasárseme una perturbadora idea por la cabeza: aunque era bastante poco probable, podría suceder que efectivamente el Presidente lo viera; pero aun así, aun cuando viendo pasar un pétalo por el río se reclinara en su asiento para pensar en las mil cosas que éste le evocaba, yo no sería una de ellas. Cierto era que había sido amable conmigo en muchas ocasiones; pero él era en general un hombre amable. Nunca había dado la más mínima señal de reconocer en mí a la niña que había consolado en el pasado o de percibir mi cariño o mi preocupación por él.

Un día llegue a una conclusión al respecto, más dolorosa aún en muchos sentidos que mi súbita comprensión de que no era muy probable que Satsu y yo volviéramos a encontrarnos. Había pasado la noche anterior dando rienda suelta a un perturbador pensamiento: por primera vez me atrevía a preguntarme qué pasaría si llegaba al final de mi vida y el Presidente seguía sin fijarse especialmente en mí. A la mañana siguiente estudié detenidamente mi horóscopo esperando encontrar algún signo de que no estaba viviendo una vida carente de todo sentido. Me sentía tan desanimada que incluso el Señor Arashino pareció darse cuenta y me envió a buscar agujas a la ferretería, que estaba a una media hora a pie. Cuando volvía andando a un lado de la carretera a la luz del sol poniente, por poco me atropella un camión del ejército. Fue lo más cerca que he estado nunca de morir. Sólo a la manaría siguiente reparé en que el horóscopo me había advertido en contra de viajar en esa dirección, la de la Rata, que era en la que estaba la ferretería; sólo buscaba signos relativos al Presidente y por eso no me había fijado en la advertencia. A partir de esa experiencia comprendí el peligro de centrarse sólo en lo que no está. ¿Qué pasaría si llegaba al final de mi vida y comprendía que la había pasado, día tras día, esperando a un hombre que nunca se me acercaría? Qué pena tan insufrible sería darme cuenta de que apenas había paladeado las cosas que había comido o visto los lugares en lo que había estado porque sólo podía pensar en él, incluso cuando la vida se me estaba escapando de las manos. Y, sin embargo, si dejaba de pensar en él, ¿qué vida me quedaría? Sería como una bailarina que se ha pasado ensayando desde la infancia una representación que nunca llegará a tener lugar.

La guerra acabó para nosotros en agosto de 1945. Cualquier persona que haya vivido en Japón en ese periodo podrá decirte que fue el momento más desolador de una noche larga y oscura. Nuestro país no sólo había sido derrotado, sino que también fue destruido, y con esto no me refiero sólo a las bombas, por espantosas que fueran. Cuando tu país ha perdido una guerra y el ejército invasor entra en masa, te sientes continuamente como si estuvieras en un campo de ejecución, esperando de rodillas con las manos atadas a la espalda a que caiga el sable sobre ti. Durante más de un año no oí reírse a nadie, salvo al pequeño Juntaro, que no sabía lo que hacía. Y cuando Juntaro se reía, su abuelo nos hacía un gesto con la mano para que le hiciéramos callar. He observado a menudo que los hombres y mujeres que fueron niños durante esos años, son especialmente serios; no oyeron reír mucho en su infancia.

Hacia la primavera de 1946, todos habíamos llegado a la conclusión de que superaríamos la prueba de la derrota. Incluso había quienes pensaban que Japón se renovaría. Todas esas historias sobre las violaciones y las matanzas por parte de los soldados americanos que entraron en el país no eran ciertas; y, de hecho, poco a poco nos fuimos dando cuenta de que los americanos en conjunto eran francamente amables. Un día pasó por nuestra zona un convoy de camiones llenos de soldados americanos. Los observé junto al resto de las mujeres del vecindario. Durante los años que había pasado en Gion, había aprendido a considerarme habitante de un mundo especial que me separaba del resto de las mujeres; de hecho, me sentía tan separada que durante todos aquellos años apenas me preguntaba cómo vivían las otras mujeres, incluso las mujeres de los hombres a los que divertía. Y mírame ahora, vestida con un par de pantalones de trabajo todos rotos y con mi hirsuto pelo cayéndome por la espalda. Hacía varios días que no me bañaba porque no teníamos combustible para calentar el agua más de unas pocas veces a la semana. A los ojos de los soldados americanos que pasaban en los camiones, yo no era diferente del resto de las mujeres que había a mi alrededor; y, pensándolo bien, ¿por qué iba a serlo? Si dejas de tener hojas y corteza y raíces, ¿seguirás diciendo que eres un árbol? «Soy una campesina», me decía para mis adentros, «ya no soy geisha». Me asustaba ver lo ásperas que tenía las manos. Para pensar en otra cosa, centré mi atención en los camiones cargados de soldados. ¿No eran aquellos los mismos soldados americanos que nos habían enseñado a odiar? ¿No eran ellos los que habían bombardeado nuestras ciudades con unas armas tan espantosas? Ahora atravesaban en camiones nuestro vecindario repartiendo golosinas a los niños.

Un ano después de la rendición, al Señor Arashino habían conseguido animarlo para que volviera a hacer sus kimonos. Yo no sabía nada de kimonos, salvo cómo se llevan, de modo que me adjudicaron la tarea de atender las tinajas de los tintes que hervían en el sótano del anexo del taller, donde yo me pasaba los días. Era un trabajo espantoso, en parte porque todavía no podíamos permitirnos otro combustible que el tadon, que es un tipo de polvo de carbón aglutinado con alquitrán; no te puedes imaginar la peste que suelta al arder. Con el tiempo, la mujer del Señor Arashino me fue enseñando qué hojas, tallos y cortezas tenía que recoger para hacer yo misma los tintes, lo que era una especie de promoción laboral. Y lo podría haber sido, salvo que uno de esos materiales, nunca descubrí cuál, tenía la virtud de urticarme la piel. Mis delicadas manos de bailarina que yo había cuidado con las mejores cremas, empezaron a pelárseme como la cáscara marrón de una cebolla. Durante este tiempo, empujada probablemente por mi soledad, tuve un breve romance con un fabricante de tatamis llamado Inoue. Me parecía bastante guapo, con unas cejas que manchaban suavemente su delicada piel y una boca perfectamente regular. Todas las noches, durante varias semanas, yo salía furtivamente al anexo y le abría la puerta. No me había dado cuenta de lo espantosas que tenía las manos hasta una noche que el fuego de las cubetas ardía más vivo que nunca y nos vimos. Después de verme las manos, Inoue no me permitió volver a tocarle.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Memorias De Una Geisha»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Memorias De Una Geisha» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Memorias De Una Geisha»

Обсуждение, отзывы о книге «Memorias De Una Geisha» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x