Emily seguía describiendo por teléfono su encuentro con el cantante melenudo.
– Iría, te aseguro que iría, pero quedé en salir con mi novio esta noche antes de Navidad -expliqué-. Hace semanas que queremos salir solos a cenar y la última vez tuve que anular la cita.
– ¡Pues queda con él después! Venga ya, no todos los días tienes la oportunidad de conocer al especialista en tintes con más talento del mundo civilizado. Y habrá un montón de gente famosa y todos estarán guapísimos y… ¡en fin, solo sé que será la fiesta más glamourosa de la semana! La organización corre a cargo de Harrison y Shriftman, ¿qué más quieres? Di que sí.
Puso ojitos de cachorro y me eché a reír.
– James, me encantaría ir, de veras, ¡si nunca he estado en el Plaza! Pero no puedo cambiar mis planes. Alex ha hecho una reserva en un pequeño restaurante italiano cerca de su casa y es imposible cambiarla.
Sabía que no podía anular la cita y tampoco quería. Deseaba pasar la velada a solas con Alex y enterarme de cómo le iba con su nuevo programa extraescolar, aunque lamentaba que coincidiera con la noche de la fiesta. Llevaba toda la semana leyendo sobre ella en los periódicos; por lo visto todo Manhattan esperaba con impaciencia que Marshall Madden, extraordinario especialista en tintes capilares, celebrara su acostumbrada superfiesta post-Año Nuevo. Aseguraban que ese año sería aún más sonora porque acababa de publicar un nuevo libro, Tíñeme, Marshall. Yo no iba a dejar plantado a mi novio por una fiesta de famosos.
– Muy bien, pero luego no digas que nunca te invito a ningún sitio. Y mañana no me vengas llorando cuando leas en Page Six que me vieron con Mariah o J-Lo.
Se alejó resoplando, fingiendo indignación, aunque siempre parecía estar amoscado.
Hasta el momento, la semana posterior a Año Nuevo había transcurrido con tranquilidad. Seguíamos abriendo y clasificando regalos -esa mañana me había tocado desenvolver unos impresionantes Jimmy Choo de tacón de aguja con incrustaciones de Swarovski-, pero ya no quedaba ninguno por enviar y los teléfonos permanecían silenciosos porque todavía había mucha gente fuera de la ciudad. Miranda tenía previsto regresar de París a finales de semana, pero no aparecería por la oficina hasta el lunes. Emily opinaba que yo ya estaba preparada para tratarla, y yo también. Habíamos repasado hasta el último detalle y yo tenía un bloc entero lleno de notas. Le eché otra ojeada confiando en recordarlo todo. Café: solo Starbucks, grande y con leche, dos terrones de azúcar sin refinar, dos servilletas, un agitador. Desayuno: de Mangia, 555-3948, un brioche con queso cremoso, cuatro lonjas de beicon y dos salchichas. Periódicos: quiosco del vestíbulo, New York Times, Daily News, New York Post, The Financial Times, The Washington Post, USA Today, The Wall Street Journal, Women's Wear Daily y, los miércoles, New York Observer. Semanarios, disponibles los lunes: Time, Newsweek, U.S. News, The New Yorker (!), Time Out New York, New York Magazine, The Economist. Y así todo. Las flores que adoraba y las que detestaba; el nombre, la dirección y el teléfono personal de sus médicos y servicio doméstico; sus tentempiés favoritos; su agua mineral favorita; sus tallas en todas las prendas de vestir, desde la ropa interior hasta las botas de esquiar. Hice una lista de la gente con la que quería hablar siempre, y otra con las personas con quienes no quería hablar nunca. Yo escribía, escribía y escribía mientras Emily desvelaba información a lo largo de nuestras semanas juntas, y cuando terminamos tuve la sensación de que no había nada que no supiera de Miranda Priestly. Salvo, naturalmente, qué era eso que la hacía tan importante como para que yo hubiera llenado un bloc entero con sus gustos y aversiones. ¿Por qué debía importarme todo eso?
– Es un tipo increíble -aseguró Emily con un suspiro retorciendo el cable del teléfono con el dedo índice-. Ha sido el fin de semana más romántico de mi vida.
¡Ping! «Tiene un mensaje de Alexander Fineman. Para abrirlo, haga clic aquí.» Oooh, genial. Elias-Clark había anulado el mensajero instantáneo, pero por alguna razón yo todavía recibía al instante la notificación de que me había llegado un nuevo correo electrónico.
Hola, nena, ¿cómo te va el día? Por aquí, una locura, como siempre. ¿Recuerdas que te conté que Jeremiah había amenazado a todas las niñas con un cúter que trajo de su casa? Pues bien, no bromeaba, porque hoy ha traído otro, y ha hecho un corte en el brazo a una niña y la ha llamado zorra. La herida no era profunda, pero cuando el profesor le preguntó por qué lo había hecho, dijo que había visto al novio de su mamá hacerle lo mismo a esta. Tiene seis años, Andy, ¿puedes creerlo? El caso es que el director ha convocado una reunión extraordinaria esta noche y me temo que no podré cenar contigo. ¡Lo siento muchísimo! De todos modos, debo confesar que me alegro de que estén reaccionando, es más de lo que esperaba. Lo comprendes, ¿verdad? No te enfades, te lo ruego. Te llamaré más tarde y prometo compensarte. Te quiero, A.
¿No te enfades, te lo ruego? ¿Espero que lo comprendas? ¿Uno de sus alumnos de segundo había acuchillado a otro y esperaba que no me enfadara porque anulara la cena? Yo, que una noche le había plantado porque pensaba que todo un día dando vueltas en una limusina y envolviendo regalos era demasiado agotador. Quería echarme a llorar, telefonearle y decirle que no solo no estaba enfadada, sino orgullosa de él por preocuparse por esos chicos, por dar prioridad a su trabajo. Pulsé «responder» y me dispuse a escribir todo eso cuando oí mi nombre.
– ¡Andrea, viene hacia aquí! Llegará dentro de diez minutos -anunció Emily en voz alta, esforzándose por no perder la calma.
– ¿Eh? Lo siento, no he oído lo que…
– Miranda viene hacia aquí. Tenemos que prepararnos.
– ¿Que viene hacia aquí? Pensaba que ni siquiera tenía pensado regresar al país antes del sábado…
– Pues está claro que ha cambiado de parecer. ¡Y ahora muévete! Ve al quiosco, recoge sus periódicos y colócalos exactamente como te he enseñado. Cuando hayas terminado, pasa un trapo por la mesa y deja un vaso de Pellegrino con hielo y lima en el lado izquierdo. Y asegúrate de que no falte nada en el cuarto de baño, ¿entendido? ¡Venga! Ya está en el coche, así que llegará en menos de diez minutos dependiendo del tráfico.
Mientras salía de la oficina oí a Emily marcar extensiones como una posesa y exclamar: «Viene hacia aquí, avisa a todo el mundo». Apenas tardé tres segundos en salvar los pasillos y cruzar el departamento de moda, pero ya oía gritos de pánico: «Emily dice que viene hacia aquí», «¡Miranda está a punto de llegar!», además de un chillido especialmente espeluznante de «¡Ha vueeelto!». Los ayudantes corrían a enderezar la ropa de los percheros que flanqueaban los pasillos y las redactoras entraban a toda prisa en sus despachos. Vi a una cambiarse los zapatos bajos por unos de tacón de aguja de diez centímetros, mientras otra se pintaba los labios, se rizaba las pestañas y se ajustaba la tira del sujetador sin detenerse a respirar. Cuando un editor salió del lavabo de caballeros, divisé detrás de él a James, que comprobaba muy nervioso si su jersey de cachemir negro tenía pelusa mientras se metía un Altoids en la boca. Ignoraba cómo se había enterado de que Miranda estaba en camino, a menos que el lavabo de caballeros contara con altavoces para esa clase de emergencias.
Me habría encantado detenerme a observar el desarrollo de la escena, pero disponía de menos de diez minutos para causar una impresión impecable a esa mujer y no tenía intención de estropearlo. Hasta ese momento había tratado de aparentar sosiego pero, en vista de la falta de dignidad de que hacían gala todos los demás, eché a correr.
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