– Claro que no, tienes razón. De hecho, no paró de hablar acerca de todas las chicas que iba a ver, de las que lo iban a visitar… También esperaba recibir a su agente y a su representante, y a varios supuestos amigos, a los que había pagado el billete. Me pareció un poco patético, pero pensé que quizá me equivocara y que tal vez a él le gustaba todo ese tinglado. A muchos tipos les habría gustado. Pero entonces se puso a beber, siguió bebiendo, y cuando estábamos en medio del Atlántico, se le empezaron a caer las lágrimas (literalmente, se puso a llorar) y me contó lo mucho que echa de menos a su ex, a su familia y a los amigos del barrio. Me dijo que nadie de los que lo rodean lo conoce desde hace más de dos años y que todos están con él por algún tipo de interés. Está destrozado, Brooke. Es un auténtico desastre. Oyéndolo, lo único que podía pensar era: «Yo no quiero ser como este tipo.»
Brooke finalmente soltó el aire. No se había dado cuenta, pero había estado conteniendo el aliento, y no era la primera vez que lo hacía desde que había empezado la conversación.
«No quiere ser como ese tipo.»
Eran unas pocas palabras sencillas, pero hacía muchísimo tiempo que estaba esperando oírlas.
Se volvió para mirarlo a los ojos.
– Yo tampoco quiero que seas como ese tipo, pero no quiero ser la mujer que te controla y que constantemente refunfuña, te amenaza y te pregunta cuándo volverás a casa.
Julian la miró y arqueó las cejas.
– ¿Cómo que no? ¡Si te encanta!
Brooke fingió reflexionar al respecto.
– Hum, sí. Tienes razón. Me encanta.
Los dos rieron.
– Mira, Rook. No hago más que darle vueltas en la cabeza. Sé que te llevará un tiempo volver a confiar en mí, pero haré todo lo que sea preciso. Esta extraña tierra de nadie donde estamos… es un infierno. Si sólo vas a prestarme atención a una cosa de lo que diga esta noche, por favor, presta atención a esto: no voy a renunciar a lo nuestro. Ni ahora, ni nunca.
– Julian…
Él se acercó un poco más.
– No, escúchame. Te mataste trabajando en dos empleos durante muchísimo tiempo. Yo no… no me daba cuenta de que era muy duro para ti…
Ella lo cogió de la mano.
– No, no digas eso: Lo hice porque quise, por ti y por nosotros. Pero no debí insistir tanto en conservar los dos trabajos cuando tu carrera empezó a despegar. No sé por qué lo hice. Empecé a sentir que yo ya no contaba, que todo se descontrolaba e intenté mantener cierta normalidad. Pero he pensado mucho al respecto y creo que al menos debí dejar el empleo en Huntley cuando salió tu álbum. Probablemente, también debí pedir una reducción de horario en el hospital. Quizá de ese modo habríamos tenido cierta flexibilidad para vernos. Pero incluso si ahora vuelvo a trabajar media jornada, o si algún día tengo suerte y abro mi propia consulta, no sé si conseguiremos que funcione…
– ¡Tiene que funcionar! -dijo él, con una urgencia que Brooke no le notaba desde hacía mucho tiempo.
Metió la mano en el bolsillo del pantalón y sacó un fajo de papeles doblados.
– ¿Son los…?
Brooke estuvo a punto de decir «los papeles del divorcio», pero logró contenerse. Se preguntó si parecería tan irracional como se estaba sintiendo.
– Es nuestra estrategia, Rook.
– ¿Nuestra estrategia?
Brooke veía su aliento en al aire y estaba empezando a temblar incontrolablemente.
Julian asintió.
– No es más que el principio -dijo, recogiéndose el pelo detrás de las orejas-. Vamos a deshacernos de una vez para siempre de las influencias venenosas. ¿El primero de todos? Leo.
Sólo el sonido de su nombre hizo que Brooke se estremeciera.
– ¿Qué tiene que ver él con todo esto?
– Mucho. Ha sido tóxico para nosotros de todas las maneras imaginables. Probablemente tú ya te diste cuenta desde el principio, pero yo he sido demasiado tonto para verlo. Filtró un montón de información a la prensa y, aquella noche, metió al fotógrafo de LastNight en el Chateau. Además, puso a aquella chica en mi mesa, con la ridícula idea de que siempre es bueno que la prensa hable, aunque sea por un escándalo. Él lo preparó todo. Yo tuve la culpa, no digo que no, pero Leo…
– ¡Qué asco! -dijo ella, meneando la cabeza.
– Lo he despedido.
Brooke dio un respingo y vio que Julian estaba sonriendo.
– ¿De verdad?
– ¡Claro! -Le dio a Brooke una de las hojas dobladas-. Mira, aquí tienes el segundo paso.
La hoja parecía impresa de una página web. Se veía la cara de un señor mayor de aspecto amable, llamado Howard Liu, su información de contacto y un resumen de los pisos que había vendido en los últimos años.
– ¿Conozco a Howard? -preguntó Brooke.
– Pronto lo conocerás -respondió Julian, sonriendo-. Howard es nuestro nuevo agente inmobiliario. Y si te parece bien, tenemos una cita con él, el lunes a primera hora de la mañana.
– ¿Vamos a comprar un piso?
Julian le dio varios papeles más.
– Éstos son los que vamos a ver. Y si tú quieres ver alguno más, también lo veremos, claro.
Brooke lo miró un momento, desplegó las hojas y se quedó boquiabierta. Eran más páginas impresas, pero esta vez de preciosos edificios antiguos de Brooklyn, quizá unos seis o siete, y en cada página había fotos, planos y listas de las características y las comodidades de cada vivienda. Sus ojos se congelaron en la última hoja, donde se veía un edificio de cuatro pisos con la escalera exterior tradicional y un pequeño jardincito vallado, delante del cual Julian y ella habían pasado cientos de veces.
– Es tu preferido, ¿verdad? -preguntó él, señalándolo.
Ella asintió.
– Ya me lo parecía. Será el último que veamos, y si te gusta, haremos una oferta de compra allí mismo.
– ¡Dios mío!
Eran demasiadas cosas que asimilar. Se habían acabado los elegantes lofts de Tribeca y los apartamentos ultramodernos en un rascacielos. Ahora Julian quería un hogar (un hogar de verdad), y lo quería tanto como ella.
– Mira -dijo, mientras le pasaba otra hoja.
– ¿Hay más?
– Ábrela.
Era otra página impresa. En ésta se veía la cara sonriente de un hombre llamado Richard Goldberg, que aparentaba unos cuarenta y cinco años, y trabajaba para la firma Original Artist Management.
– ¿Y ese simpático caballero? -preguntó Brooke, con una sonrisa.
– Mi nuevo representante -dijo Julian-. Hice un par de llamadas y encontré a una persona que entiende cuáles son mis aspiraciones.
– ¿Me permites que te pregunte cuáles son? -dijo ella.
– Lograr el éxito en mi carrera, sin perder lo que más me importa en la vida: tú -respondió él en voz baja. Después, señalando la foto de Richard, añadió-: Hablé con él y lo entendió a la primera. No necesito maximizar mi potencial económico. Te necesito a ti.
– Pero aun así podremos comprar esa casa en Brooklyn, ¿no? -dijo ella, con una sonrisa.
– ¡Claro que sí! Aparentemente, si estoy dispuesto a renunciar a algunas ganancias, puedo salir de gira solamente una vez al año, e incluso por un período limitado: entre seis y ocho semanas, como máximo.
– ¿Y tú qué piensas al respecto?
– Me parece muy bien. Tú no eres la única que detesta las giras. Ésa no es vida para mí. Pero creo que los dos podremos soportarlo unas seis u ocho semanas al año, si de ese modo podemos tener más libertad en otros sentidos. ¿No te parece?
Brooke asintió.
– Sí, creo que es una buena solución, mientras tú no sientas que te estás engañando a ti mismo…
– No es perfecto (nada puede serlo), pero creo que es una buena idea, para empezar. Has de saber, además, que no espero que lo dejes todo para venirte conmigo. Ya sé que para entonces tendrás otro trabajo que te encantará y tal vez un bebé… -Julian la miró, arqueando las cejas, y ella se echó a reír-. Puedo instalar un estudio de grabación en el sótano, para estar en casa con la familia. He mirado y he comprobado que todas las casas que vamos a ver tienen sótano.
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