Lauren Weisberger - La última noche en Los Ángeles

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La última noche en Los Ángeles: краткое содержание, описание и аннотация

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A Brooke le encantaba leer revistas de cotilleos hasta que fue su matrimonio el que empezó a ocupar los titulares semanales…
Casados desde hace más de cinco años, Brooke y Julian forman una pareja feliz y comprometida. Él es un gran músico que toca en pequeños bares a la espera de una oportunidad y ella, a fin de ayudar a su marido a hacerse un hueco en el competitivo mundo de la música, tiene dos empleos para sufragar la economía familiar. Brooke cree en Julian y está dispuesta a sacrificar su carrera para que él haga realidad su sueño. Todo cambia el día en el que reciben una llamada de teléfono y Julian se convierte, de la noche a la mañana, en una estrella.
Al principio la fama resulta divertida, ¿quién no querría dormir en hoteles de cinco estrellas, conocer a los famosos y vivir rodeado de lujo? Pero la fama tiene un precio, Julian está cada vez más ausente, más ocupado y constantemente de viaje… Cuando aparecen en las revistas los primeros rumores sobre una posible crisis entre ellos, Brooke empezará a cuestionar la verdad de su matrimonio y deberá aprender a distinguir entre lo que cree desear y lo que de verdad necesita.

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– Me parece simplemente asombroso que más de la mitad de los matrimonios acaben fracasando, y sin embargo, ninguna pareja va hacia el altar pensando que les va a pasar a ellos.

– Hum -murmuró Brooke-. ¿A que es fantástico estar hablando de los índices de divorcio en una boda?

Era probablemente lo menos amable que le había dicho a su suegra desde que la conocía, pero ella ni se inmutó. El doctor Alter levantó la vista de su BlackBerry, donde estaba siguiendo la cotización de unas acciones, pero cuando vio que su mujer no reaccionaba, volvió a concentrarse en la pantalla.

Por fortuna, empezó la música y todo el recinto guardó silencio. Trent y sus padres fueron los primeros en entrar en la carpa, y Brooke sonrió cuando vio que su amigo parecía auténticamente feliz y nada nervioso. Uno a uno, los padrinos, las damas de honor y las niñas del cortejo entraron detrás del novio, y después le llegó el turno a Fern, flanqueada por sus padres, resplandeciente como suelen estarlo las novias. La ceremonia fue una perfecta combinación de las tradiciones judía y cristiana, y pese a la tristeza que sentía Brooke, fue un placer ver a Fern y a Trent mirándose de aquella manera tan especial.

Sólo cuando el rabino empezó a explicar por qué un toldo cubre a los novios durante la ceremonia judía, diciendo que simboliza el nuevo hogar que construirá la pareja, que los protegerá del mundo exterior, pero a la vez estará abierto a los cuatro vientos para recibir a la familia y a los amigos, Brooke empezó a derramar lágrimas. Había sido la parte que más le había gustado de su propia boda y era el momento en que Julian y ella solían cogerse de la mano en todas las bodas a las que habían asistido desde entonces. En ese instante, se miraban de la misma manera en que lo estaban haciendo Trent y Fern. Pero en aquella boda, además de estar sola, era imposible no reconocer lo evidente: que su apartamento hacía mucho tiempo que no parecía un hogar, y que Julian y ella estaban a punto de convertirse en un número más de las estadísticas de su suegra.

Durante la fiesta, una de las amigas de Fern se inclinó hacia su marido y le susurró algo al oído, que hizo que la mirase de una manera que parecía decir: «¿En serio?» La chica asintió con la cabeza y Brooke se preguntó de qué estaría hablando, hasta que el hombre se materializó a su lado, le tendió la mano y le preguntó si quería bailar. Era el baile de la compasión. Lo sabía bien, porque muchas veces, en las bodas a las que habían asistido, le había pedido a Julian que invitara a bailar a las mujeres solas, pensando que estaba haciendo una buena obra. Ahora que sabía cómo se sentía la beneficiaria de ese tipo de caridad, se prometió no volver a hacerlo nunca. Agradeció profusamente la invitación, pero la rechazó, aduciendo que necesitaba ir a buscar una aspirina para el dolor de cabeza. Esta vez, cuando se dirigió hacia sus lavabos preferidos, en el pasillo, no sabía con certeza si iba a poder reunir fuerzas para salir de nuevo.

Miró la hora. Eran las diez menos cuarto. Se prometió que si los Alter aún no se habían marchado a las once, pediría un taxi. Se adentró por el pasillo, que por ser bastante ventoso estaba desierto. Miró rápidamente el teléfono móvil y vio que no tenía llamadas perdidas ni mensajes de texto, aunque para entonces Julian ya habría tenido tiempo de llegar a casa. Se preguntó qué estaría haciendo, si ya habría ido a buscar a Walter a casa del chico que lo sacaba a pasear y si estaría arrellanado con el perro en el sofá. O quizá hubiera ido directamente al estudio. Brooke no quería volver todavía a la fiesta, de modo que se quedó un rato más en el pasillo, yendo y viniendo. Primero miró el Facebook en el teléfono y después buscó el número de una compañía local de taxis, por si acaso. Cuando se le acabaron las excusas y las distracciones, guardó el móvil en el bolso, se abrazó el torso con los brazos desnudos y se encaminó en dirección a la música.

En ese momento, sintió que una mano se apoyaba sobre su hombro, y antes de volverse o de que él dijera una sola palabra, supo que era Julian.

– ¿Rook?

Su tono era interrogante e incierto. No estaba seguro de la reacción de ella.

Brooke no se volvió en seguida (casi tenía miedo de equivocarse y que no fuera él), pero cuando lo hizo, el aluvión de emociones se precipitó sobre ella como un camión por la autopista. Allí estaba Julian, delante de ella, con su único traje formal, y una sonrisa tímida y nerviosa que parecía decirle: «Por favor, abrázame.» Y pese a todo lo que había pasado y a la distancia que los había separado durante las últimas semanas, Brooke no habría querido hacer ninguna otra cosa. No podía negarlo: por reflejo y por instinto, entraba en éxtasis cada vez que lo veía.

Tras caer rendida en sus brazos, no pudo hablar durante casi treinta segundos. Su tacto era tibio, su olor era perfecto y la abrazaba con tanta fuerza, que ella se puso a llorar.

– Espero que sean lágrimas de felicidad.

Brooke se las secó con las manos, sin importarle que se le corriera el rímel.

– De felicidad, de alivio y de un millón de cosas más -respondió.

Cuando finalmente se separaron, notó que Julian llevaba puestas las Converse con el traje. Él siguió su mirada hasta las zapatillas.

– Se me olvidó guardar zapatos formales en la maleta -dijo, encogiéndose de hombros. Después se señaló la cabeza, que tampoco llevaba la kipá propia de las ceremonias judías-. Y además, tengo el pelo hecho un desastre.

Brooke se le acercó y volvió a besarlo. ¡Era tan agradable y tan normal! Habría querido enfadarse, pero estaba tremendamente contenta de verlo.

– A nadie le importará. Todos se alegrarán de verte y nada más.

– Ven, vamos a buscar a Trent y Fern. Después, tú y yo hablaremos.

Había algo tranquilizador en la forma en que lo dijo. Había ido allí, había tomado el mando y ella se alegró de poder ir tras él. La condujo por el pasillo, donde varios invitados a la boda se quedaron boquiabiertos (entre ellos Isaac y su novia, como observó Brooke complacida) y, después, directamente a la carpa. La orquesta estaba haciendo una pausa, mientras los invitados tomaban el postre, por lo que era imposible que pasaran inadvertidos. Cuando entraron, el cambio en el recinto fue palpable. Todos se volvieron para mirarlos y se pusieron a cuchichear, y una niña de diez u once años incluso señaló a Julian con el dedo y le gritó su nombre a su madre. Brooke oyó a su suegra, antes de verla.

– ¡Julian! -exclamó Elizabeth, que pareció salir de pronto de la nada-. ¿Cómo vienes vestido así?

Brooke meneó la cabeza. Esa mujer nunca dejaría de sorprenderla.

– Hola, mamá. ¿Dónde están…?

El doctor Alter apareció sólo un segundo después que su esposa.

– Julian, ¿dónde demonios estabas? ¡Te has perdido la cena previa a la boda de tu primo, has dejado sola a la pobre Brooke durante todo el fin de semana y ahora te presentas así! ¿Qué diablos te pasa?

Brooke se preparó para una discusión, pero Julian simplemente contestó:

– Me alegro mucho de verte, papá. Y a ti también, mamá. Pero ahora tendréis que disculparme.

Y a continuación, se fue directamente hacia Trent y Fern, que estaban haciendo la ronda por todas las mesas. Brooke sintió que cientos de ojos se clavaban en ellos, mientras se acercaban a la feliz pareja.

– Trent -dijo Julian en voz baja, mientras apoyaba la mano en la espalda de su primo.

La expresión de Trent, cuando se volvió, fue primero de asombro y después de alegría. Los dos primos se abrazaron. Brooke vio que Fern le sonreía y supo que no era preciso preocuparse. Era evidente que no estaba enfadada por la repentina aparición de Julian.

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