– De modo -dijo él-, que tengo desatendidos a los míos.
Ella se sonrojó hasta la raíz del cabello. No podía decir, ciertamente, que a ella la tuviese desatendida.
– ¿Podrías explicarme eso mejor? -preguntó él.
En un primer momento, no entendió, pero luego recordó las amargas palabras que le escupió durante la discusión que la llevó a solicitar una celda. Desvió la mirada.
– Tu madre debería casarse de nuevo.
Kyle alzó las cejas.
– ¿Casarse? Ni siquiera parece interesarle seguir viviendo la mayoría de las veces… Salvo hoy. Estaba diferente y hermosa.
– Sin embargo, hay un hombre con el que no le importaría compartir un nuevo matrimonio -él volvió a elevar las cejas, con gesto sarcástico, lo que la irritó-. Serman Dooley.
– ¡Serman!
– No grites -le tapó la boca-. Les he visto. Bueno… lo cierto es que apañé un encuentro entre los dos con una excusa tonta. Y les espié.
Kyle se olvidó de la fruta que bajara a robar de las cocinas y se recostó en el cabecero.
– ¿Y…?
– Se aman. Si no escuché mal, Serman va a pedirte la mano de tu madre, como laird del clan que eres.
Se quedó callado. Un largo minuto. Y luego se rió con ganas.
– Es una idea estupenda. ¿Cómo es que no me di cuenta?
– Porque todos pensáis que tu madre es una mujer mayor, viuda y sin ganas de rehacer su vida. Yo creo -dijo Josleen, soñadora-, que Serman la ama desde siempre. No se ha casado nunca ¿no es verdad? -él negó-. Ahí lo tienes. La mira de un modo… ¿Darás tu consentimiento?
– Si mi madre le acepta por esposo, nada he de objetar. Dooley es un buen hombre. Y un inmejorable guerrero al que debo mucho.
Josleen se inclinó y le besó en los labios, que sabían a fruta y a deseo.
– Gracias.
– ¿Qué pasa en cuanto a Malcom?
Ella jugueteó un momento con el borde de la sábana. No era igual decirle que su madre deseaba volver a casarse, que recriminarle tener abandonado a su hijo. Pero se lo debía al pequeño, al que había llegado a querer.
– Tu hijo quiere ser como tú. Un guerrero. Para eso necesita que se le enseñe, que se le dedique tiempo y se le expliquen las cosas.
– ¡Por el infierno, es aún un bebé!
– No, Kyle. Ya no es un bebé. Tiene edad suficiente para que se le empiecen a dar oportunidades -tragó saliva al verle fruncir el ceño-. Si salieras con él alguna vez de caza…
– Podría herirse. Puede que dé la impresión de que no le quiero, porque mis obligaciones apenas me dejan tiempo para él. Sin embargo, es mi hijo y no deseo que le suceda nada malo. Tal vez cuando tenga un par de años más…
– Debe ser ahora, Kyle. Ahora, en que el muchacho te admira como a un dios, en silencio, tratando de imitarte. ¡Por Dios! Si hasta los más mínimos gestos son tuyos. ¿No te has dado cuenta? Te copia el modo de comer, de caminar, de fruncir el entrecejo. Eres tú en miniatura -le acarició el rostro para dar más énfasis a su ruego-. Si dejas que el muchacho pierda eso, no podrás recuperarlo cuando creas que ha llegado el momento.
Kyle la miró largamente, pero no abrió la boca. Se levantó del lecho y comenzó a vestirse. Josleen se lo comió con los ojos, admirando de nuevo su varonil dejadez.
– He de encargarme de un par de cosas -dijo Kyle, enfundándose una daga corta en la bota derecha-. Te veré en la cena.
Josleen ahogó un sollozo al verle dirigirse hacia la puerta. El intento de alegrar la vida del pequeño Malcom había fracasado. La baza ganada con el asunto de Elaine sabía a poco ante aquella derrota. Como siempre que no conseguía lo que se proponía, el caballo de la cólera volvió a golpearla y su voz fue casi estridente al preguntar:
– ¿Una de esas cosas no será pedir de una puñetera vez el rescate a mi hermano?
A Kyle le dolió. Encajó los dientes y reprimió un taco. Entendía que ella deseara regresar a su casa, pero después de aquella noche, después de todas las noches pasadas junto a él, los celos le abrasaban viendo que quería dejarle y olvidarle. Tampoco él pudo frenar su enojo y contestó:
– Es muy posible, señora.
Cuando la puerta se cerró con estruendo tras sus anchas espaldas, Josleen se echó a llorar. Debatirse entre el deseo de volver con los suyos y el de permanece al lado de Kyle, la estaban destrozando.
Aprovechó la mañana para pasear y pensar y aduciendo dolor de cabeza comió a solas en el cuarto de Kyle, al que habían vuelto a llevar sus pertenencias. Pero para la cena dejó de lamentarse y bajó al salón dispuesta a presentar batalla. Exigiría, de una vez por todas, que Wain fuese informado de su rapto. No podía batallar por más tiempo o acabaría loca. Era necesario escapar de allí, aunque durante el resto de su vida lo lamentaría.
Sonrió a James y a Duncan, guiñó un ojo a Elaine y acarició el cabello dorado y sedoso de Malcom cuando el niño pasó junto a ella para ocupar su lugar. Ni siquiera miró a Kyle, aparentemente ocupado en hablar con uno de sus hombres. Cuando comenzaron a servir las viandas, Josleen se fijó en el modo en que Elaine miraba a Serman, en el extremo más alejado de la mesa. Se alegró por ellos. Al menos el condenado McFersson había cedido en ese punto.
– ¡Serman!
El vozarrón del Kyle hizo levantar la mirada a todos. El aludido le miró de frente, esperando seguramente una orden, dejó de comer y medio se incorporó. El laird le indicó con la mano que volviera a sentarse.
– Creo que tienes algo que decirme.
El corazón de Josleen saltó en el pecho. A pesar de lo grande que era, Serman le pareció en ese instante un niño asustado. Rogó para que Kyle no le intimidase lo suficiente como para callar.
Por fortuna, el guerrero no era de los que se dejaban amedrentar. Ahora sí, se puso en pie y su voz sonó tan fuerte como la Kyle.
– En efecto, señor. Solicito la mano de lady Elaine.
Un murmullo de asombro recorrió el salón.
Kyle tomó un trozo de ganso, le dio un mordisco y lo masticó, manteniendo el suspense entre los presentes. Josleen empezó a golpear el suelo con el pie.
– ¿A qué estabas esperando? ¿A que llegaran las lluvias? -sonrió de repente-. Madre, ¿tú estás de acuerdo?
– Sí -la mujer se levantó también, mientras su rostro se volvía del tono del melocotón y se estrujaba las manos-. Sí, hijo.
– Sea, entonces -accedió el joven-. La boda se celebrará de aquí en un mes.
Las felicitaciones y los gritos de guerra de James y Duncan atronaron a todos. Algunos bromearon con Serman, que acogió las burlas con una sonrisa de oreja a oreja, olvidando su habitual ceño fruncido. Las miradas de Josleen y Kyle se cruzaron y él se encogió de hombros, con un brillo pícaro en los ojos.
Pero si creía que Kyle había acabado, estaba equivocada. Él esperó a que las chanzas y felicitaciones se aplacaran y luego elevó la voz para decir:
– Mañana saldremos de caza, caballeros -se dirigía a sus hombres-. La despensa empieza a resentirse de vuestra glotonería -el comentario fue acogido con risas y frases de aceptación.
Josleen volvió a clavar los ojos en aquellas lagunas doradas y alzó el mentón, rebelde, dando a entender que seguía manteniendo el estandarte del muchacho en alto.
– Y tú, Malcom -Kyle se dirigió a su hijo pero no dejaba de mirarla a ella-, ¿te encuentras en condiciones de acompañarme?
El niño casi derramó su cuenco de sopa al escucharle. Le miró arrobado, como si acabasen de decirle que acababa de bajar un ángel del cielo. Se atragantó, tosió y acabó por asentir, rojo como la grana.
– Estoy dispuesto, padre.
– Estupendo -le sonrió Kyle-. Espero que puedas cazar un buen ciervo – Josleen puso los ojos en blanco-, o un jabalí.
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