– Íbamos ganando por unos cuatrocientos votos -dijo Chris-; supusimos que ya estaba definido el resultado, cuando aparecieron dos urnas como surgidas de la nada.
– ¿Qué quieres decir con surgidas de la nada? -le preguntó Tom.
– Verás, las descubrieron debajo de una mesa, pero no estaban incluidas en el recuento original. En una de las urnas -añadió Chris, después de consultar la planilla- había trescientos diecinueve votos para Elliot contra cuarenta y ocho de Nat y en la otra, trescientos veintidós y cuarenta y uno respectivamente, cosa que le dio la vuelta al resultado y lo situó como ganador por un puñado de votos.
– Dime los resultados de las otras urnas -le pidió Su Ling.
– En general respondían a las estimaciones -respondió Chris, que consultó de nuevo la planilla-. En la que obtuvimos más votos, había doscientos nueve para Nat, frente a ciento setenta y seis para Elliot. De hecho, Elliot solo nos superó en una urna: doscientos uno a ciento noventa y seis.
– Los votos de las dos últimas urnas son estadísticamente imposibles -afirmó Su Ling- si los comparas con las diez que ya han contabilizado. Alguien ha tenido que llenarlas con las papeletas de Elliot para conseguir cambiar el resultado.
– ¿Cómo pudieron hacer tal cosa? -preguntó Tom.
– Es algo muy sencillo si consigues hacerte con las papeletas en blanco -dijo Su Ling.
– Cosa que seguramente no les planteó ningún problema -señaló Joe.
– ¿Cómo puedes estar seguro de que fue así? -le preguntó Nat.
– Porque cuando voté en mi residencia durante la hora de la comida, solo había una persona para controlar la votación y estaba redactando un trabajo de clase. Podría haberme llevado un puñado de papeletas sin que se diera cuenta.
– Eso no explica la súbita aparición de las dos urnas -declaró Tom.
– No necesitas ser un genio para resolver el misterio -intervino Chris-, porque una vez acabada la votación, todo lo que tuvieron que hacer fue retener dos urnas y llenarlas con sus votos.
– No tenemos manera de probarlo -opinó Nat.
– Las estadísticas lo prueban -señaló Su Ling-. Nunca mienten, aunque reconozco que no tenemos ninguna prueba de primera mano.
– ¿Qué podemos hacer para desenmascarar el fraude? -preguntó Joe, mientras miraba a Elliot, que mantenía la misma expresión satisfecha.
– No hay mucho que podamos hacer aparte de comunicar nuestras sospechas a Chester Davies. Después de todo, es el funcionario a cargo de la junta electoral.
– De acuerdo, Joe. Ve y díselo; después esperaremos a ver qué decide.
Joe se marchó para hablar con el decano. Vieron cómo la expresión del señor Davies se hacía cada vez más seria. En cuanto Joe acabó su exposición, el decano llamó inmediatamente al jefe de campaña de Elliot, quien no hizo más que encogerse de hombros y señalar que todos los votos eran válidos.
Nat observó con desconfianza mientras el señor Davies interrogaba a los dos jóvenes; vio cómo Joe asentía, antes de que cada jefe de campaña se dirigiera a informar a sus respectivos equipos.
– El decano convocará ahora mismo una reunión urgente de la junta electoral en su despacho; nos comunicará la decisión dentro de una media hora.
– El señor Davies es un hombre bueno y justo -dijo Su Ling, que cogió a Nat de la mano-. Puedes estar seguro de que llegará a la conclusión correcta.
– Puede que llegue a la conclusión correcta -replicó Nat-, pero al final no podrá hacer otra cosa que aplicar las normas electorales con independencia de sus opiniones personales.
– Estoy de acuerdo -afirmó una voz detrás de ellos. Nat se volvió rápidamente y se encontró con Elliot, que le sonreía-. No necesitarán mirar en el reglamento para dictaminar que la persona con más votos es el ganador -añadió Elliot, con un tono de desdén.
– A menos que revisen la norma que dice: una persona, un voto -dijo Nat.
– ¿Me estás acusando de tramposo? -le espetó Elliot, en un tono de voz que llamó de inmediato la atención de sus partidarios, los cuales se apresuraron a rodearlo.
– Digámoslo de otra manera. Si ganas estas elecciones, puedes ir a Chicago y pedir el empleo de cajero en Cook County, porque el alcalde Daly no tiene nada que enseñarte.
Elliot ya había dado un paso adelante y levantado el puño cuando el decano entró en la sala, con una hoja de papel en la mano. Subió al estrado.
– Te acabas de librar de una buena zurra -susurró Elliot.
– Pues lo mismo digo -replicó Nat.
Los dos jóvenes se volvieron hacia el estrado.
Se apagaron todas las conversaciones mientras el señor Davies ajustaba la altura del micrófono y miraba a todos aquellos que se habían dado cita para escuchar el resultado. El decano leyó con voz pausada el texto de la nota.
– Se me ha comunicado un incidente en las elecciones para representante del claustro de estudiantes. Al parecer, se encontraron dos urnas después de acabado el recuento. Cuando se procedió a la apertura de las mismas y se contaron los votos, resultó que se invirtió el resultado de la votación. Por tanto, como miembros de la junta electoral, nos correspondió consultar el reglamento de las elecciones. Por mucho que buscamos, no encontramos ninguna referencia a la aparición de urnas no contabilizadas, ni las acciones que hay que emprender en el caso de que se advirtiera un número de votos absolutamente anormal en una urna determinada.
– Porque en el pasado nunca se le ocurrió a nadie cometer un fraude -gritó Joe desde el fondo de la sala.
– Tampoco se ha hecho ahora -le respondieron de inmediato-. Lo que pasa es que no sabéis perder.
– ¿Cuántas urnas más teníais preparadas por si…?
– No necesitamos más.
– Silencio -ordenó el decano-. Estos comentarios no favorecen a ninguna de las partes. -Esperó a que se hiciera silencio antes de proseguir con la lectura de la nota-. Así y todo, conscientes de nuestra responsabilidad como miembros de la junta electoral, hemos llegado a la conclusión de dar por válido el resultado.
Los partidarios de Elliot estallaron en una estruendosa ovación.
Elliot miró a Nat.
– Creo que acabas de saber quién ha recibido una paliza.
– Esto aún no se ha acabado -le advirtió Nat, sin desviar la mirada del señor Davies.
Pasaron unos minutos antes de que el decano pudiera continuar, porque la mayoría había supuesto que había acabado su intervención.
– Como se han cometido varias irregularidades en el proceso electoral, una de las cuales en nuestra opinión sigue sin aclararse, he decidido que de acuerdo con el artículo siete b del reglamento del claustro de estudiantes, el candidato derrotado tiene la oportunidad de apelar. Si lo hace, el comité podrá optar entre tres decisiones. -Abrió el libro del reglamento y leyó-: a ) confirmar el resultado original; b ) no dar por válido el resultado original, y c ) convocar nuevas elecciones que se celebrarán durante la primera semana del próximo semestre. Por tanto, damos al señor Cartwright un plazo de veinticuatro horas para presentar su apelación.
– No necesitamos veinticuatro horas -gritó Joe-. Apelamos.
– Es preciso que el candidato presente la apelación por escrito -aclaró el decano.
Tom miró a Nat, que solo tenía ojos para Su Ling.
– ¿Recuerdas lo que acordamos en el caso de que no ganara?
Nat se volvió para mirar a Su Ling, que caminaba lentamente hacia él, y recordó el día que se conocieron. Él la persiguió colina abajo y cuando ella se dio la vuelta, Nat se quedó sin respiración.
– ¿Tienes idea de lo afortunado que eres? -le susurró Tom.
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