El inspector jefe empezó a dar palmaditas en el brazo de la butaca con la mano derecha, mientras Patel continuaba.
– Malik dijo que tenéis un expediente que demuestra que yo fui investigado por blanqueo de dinero.
– Así fue, H. H. -dijo el inspector jefe con su habitual sinceridad-. Después del 11-S el ministro del Interior me ordenó que investigara cualquier organización que manejara grandes cantidades de dinero en efectivo. Eso incluía casinos, hipódromos y, en tu caso, el Banco de Mumbai. Un miembro de mi equipo interrogó a tu jefe de caja y le explicó a qué debía estar atento, y yo mismo firmé el certificado de que todo estaba en regla.
– Recuerdo que me informaste en su momento -dijo Patel-, pero tu colega Malik…
– No es mi colega.
– … dijo que podía encargarse de la destrucción de mi expediente. -Hizo una pausa-. A cambio de una pequeña cantidad.
– ¿Qué dices que dijo? -preguntó Kumar, a punto de levantarse de un salto de la butaca.
– ¿De qué pequeña cantidad estamos hablando? -inquirió el subinspector con calma.
– Diez millones de rupias -contestó Patel.
– No sé qué decir, H. H. -murmuró el inspector jefe.
– No has de decir nada -repuso Patel-, porque en ningún momento pasó por mi mente que pudieras estar implica do en semejante estupidez, y así se lo expresé a Malik.
– Te lo agradezco -dijo el inspector jefe.
– No hace falta -repuso Patel-, pero pensé que otras personas, menos benévolas… -Hizo una pausa-. Sobre todo porque la visita de Malik se produjo cuando falta muy poco para tu jubilación… -Vaciló de nuevo-.Y si la prensa se enterara de la historia, podría dar lugar a malentendidos.
– Te agradezco tu preocupación, y la celeridad con la que has actuado -dijo Kumar-. Estaré en deuda contigo eterna mente.
– Solo quiero asegurarme de que esta ciudad estará en deuda contigo eternamente, y con toda la razón -dijo Patel-, para que cuando abandones el cargo lo hagas resplandeciente de gloria, en lugar de con interrogantes pendiendo sobre tu cabeza, los cuales, como sabemos, se mantendrían mucho después de tu jubilación.
El subinspector asintió, mientras Patel se levantaba.
– ¿Sabes una cosa, Naresh? -dijo Patel volviéndose hacia el inspector jefe-.Jamás habría accedido a ver a ese maldito hombre, si tú no le hubieras cubierto de alabanzas en el discurso que pronunciaste en el Rotary Club el mes pasado. Hasta me enseñó el artículo del Mumbai Times. En consecuencia, supuse que el sujeto había venido con tu beneplácito.-El señor Patel se volvió hacia Jan-. Le deseo suerte en su futuro cargo de inspector jefe -añadió, y le estrechó la mano-. No envidio el que tenga que sustituir a un hombre de tales excelencias.
Kumar sonrió por primera vez aquella mañana.
– Vuelvo enseguida -dijo el inspector jefe a su segundo, cuando salió del despacho para acompañar a Patel hasta la puerta.
El subinspector miró por la ventana mientras esperaba a su jefe. Comió una galleta en tanto reflexionaba sobre las posibles opciones. Cuando el inspector jefe regresó Jan sabía exactamente qué debían hacer. Pero ¿conseguiría convencer a su jefe en esta ocasión?
– Tendré a Malik detenido y encerrado dentro de una hora -dijo el inspector jefe, mientras descolgaba el teléfono de su escritorio.
– Me pregunto, señor -murmuró el subinspector Jan-, si es la mejor decisión, teniendo en cuenta las circunstancias…
– No tengo muchas opciones -aseguró el inspector jefe, mientras empezaba a marcar.
– Puede que tenga razón -dijo Jan-, pero antes de tomar una decisión tan irrevocable tal vez deberíamos pensar en cómo lo va a enfocar… -hizo una pausa- la prensa.
– Lo explotarán a fondo -dijo Kumar, que colgó el auricular y empezó a pasear por la habitación-. Les costará decidir si han de ahorcarme por ser un corrupto capaz de aceptar sobornos, o si me han de despedir por ser el ingenuo más rematado que jamás haya ocupado el cargo de inspector jefe. No quiero ni pensar en ninguna de ambas posibilidades.
– Pues ha de pensar en ellas -insistió Jan-, porque sus enemigos (y hasta los hombres buenos tienen enemigos) despellejarán con alegría a alguien capaz de aceptar sobornos, y sus amigos serán incapaces de negar la acusación de ingenuidad.
– Después de cuarenta años de servicios, sin duda la gente creerá…
– La gente cree lo que quiere creer -dijo Jan, confirmando así los peores temores del inspector jefe-, y usted no podrá enviar a la cárcel a Malik hasta que este haya tenido la oportunidad de aparecer ante un tribunal y contar al mundo su versión de la historia.
– ¿Quién va a creer a ese…?
– Cuando el río suena, agua lleva, susurrarán en los pasillos de los palacios de justicia, y eso no será nada comparado con los titulares de los periódicos de la mañana cuando Malik haya pasado un par de días en el estrado, interrogado por un aboga do cordial que le considera a usted un simple trampolín en su carrera.
Kumar siguió paseando por la habitación, sin decir nada.
– Permita que intente adivinar los titulares que seguirán a su interrogatorio.-Jan hizo una pausa-. «Inspector jefe acepta sobornos para destruir expedientes de sus amistades», sería el titular de The Times. Los tabloides serían un poco más gráficos: «Dinero de sobornos depositado en despacho del inspector jefe por un mensajero». O tal vez: «El inspector jefe Kumar emplea a ex presidiario para que le haga el trabajo sucio».
– Creo que ya me he hecho una idea -dijo el inspector jefe, mientras se dejaba caer en su butaca al lado dejan-. ¿Qué demonios debo hacer?
– Lo que siempre ha hecho en el pasado -respondió Jan-. Atenerse a las normas.
El inspector jefe miró a su segundo con expresión interrogante.
– ¿Qué ha pensado?
– Malik -gritó el supervisor a pleno pulmón, incluso antes de colgar el teléfono-. El inspector jefe Kumar quiere ver- te de inmediato.
– ¿Ha dicho por qué? -preguntó Malik nervioso.
– No. No suele hacerme confidencias -respondió el supervisor-, pero no te entretengas, porque es un hombre al que no le gusta esperar.
– Sí, señor -repuso Malik.
Cerró el expediente en el que había estado trabajando y lo dejó sobre el escritorio de su supervisor. Se encaminó hacia su taquilla, cogió las pinzas para los pantalones y abandonó el edificio sin pronunciar palabra. No empezó a temblar hasta que llegó a la acera. ¿Habían descubierto su último timo? Y eso que ni siquiera había salido bien. Retiró la cadena de la barandilla y empezó a pensar en sus posibilidades. ¿Debía huir o simplemente echarle cara al asunto? No le quedaban muchas opciones. Al fin y al cabo, ¿adónde huiría? Y, aunque decidiera escapar, le detendrían en cuestión de días, quizá de horas.
Malik se ciñó los bajos del pantalón con las pinzas, montó en su Raleigh Lenton de tercera mano y empezó a pedalear con parsimonia hacia el centro de la ciudad. Las calles estaban cubiertas de polvo marrón y atestadas de bicicletas, coches e innumerables personas que avanzaban en direcciones diferentes. Los incesantes bocinazos, la multitud de olores, el sol abrasador y el bullicio de la vida cotidiana atestiguaban que Mumbai era una ciudad distinta de todas las demás. Los vendedores callejeros extendían los brazos cuando Malik pasaba, con la intención de endosarle sus productos, mientras mendigos sin brazos corrían a su lado, lo cual no le ayudaba a avanzar. ¿Debía ser sincero y admitir lo que había hecho?
Pedaleó unos cuantos metros más. No, jamás hay que admitir nada; era una regla de oro que había aprendido después de largos años en la cárcel. Dio un bandazo para esquivar a una vaca y estuvo a punto de caer.
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