Javier Marías - Tu rostro mañana - 3 Veneno y sombra y adiós
Здесь есть возможность читать онлайн «Javier Marías - Tu rostro mañana - 3 Veneno y sombra y adiós» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Tu rostro mañana: 3 Veneno y sombra y adiós
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:5 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 100
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Tu rostro mañana: 3 Veneno y sombra y adiós: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Tu rostro mañana: 3 Veneno y sombra y adiós»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Así arranca `Veneno y sombra y adiós`, el tercer y último volumen de `Tu rostro mañana`, la grandiosa novela de Javier Marías que, por fin completa, y como ya ha anticipado la crítica extranjera, se revela como una de las cumbres literarias de nuestro tiempo. El narrador y protagonista, Jacques o Jaime o Jacobo Deza, acaba por conocer aquí los inesperados rostros de quienes lo rodean y también el suyo propio, y descubre que, bajo el mundo más o menos apaciguado en que vivimos los occidentales, siempre late una necesidad de traición y violencia que se nos inocula como un veneno. Con sus nuevos y cruciales episodios en Londres, Madrid y Oxford, con su desenlace sobrecogedor, se cierra aquí una historia que es mucho más que una historia apasionante, contada con la maestría de uno de los mejores novelistas contemporáneos, y tal vez el más profundo y arriesgado.
Tu rostro mañana: 3 Veneno y sombra y adiós — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Tu rostro mañana: 3 Veneno y sombra y adiós», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Durante los días siguientes visité o saqué por ahí a los niños lo más que pude, cruzándome en alguna ocasión con Luisa, al recogerlos o devolverlos, y en la mayoría no, sólo con la canguro polaca. Evité remolonear, como había hecho la primera noche; evité preguntarle a Luisa más por su golpe, o a lo más que me atrevía era a comentarios laterales y neutros: 'Veo que eso ya va mejor, a ver si tienes más cuidado'. Tampoco insistí en que quedáramos a solas un día, en que saliéramos a cenar y a charlar con tranquilidad, era preferible no verla apenas durante aquella estancia y lograr arrancarla de la relación siniestra en que se había metido, aunque ella no la considerara así o la atrajera, aún peor. Y en el caso de que llegara a extrañarse por mi falta de insistencia, siempre podría decirle con caballerosidad: 'Eres tú la más ocupada aquí. Yo estoy sólo de paso, soy casi un turista. He juzgado lo más correcto dejarte la iniciativa a ti. Además voy a ver a menudo a mi padre, que no está bien. Te envía sus saludos, pregunta por ti'. Así que procuré apartarme, no coincidir más que cuando en verdad coincidiera, no hacerme muy visible ni el encontradizo, como habría sido mi tentación y tendencia de no haberme sentido con aquella tarea imprevista, concreta, urgente, vital, nada más llegar a Madrid. No es que me resultara fácil guardar una actitud tan discreta, sobre todo porque pasaron los días de la primera semana sin que Luisa pareciera lamentar desaprovecharme ni -lo más hiriente- mostrara curiosidad por mi vida en Londres ni por el que yo era allí, por saber a quién trataba ni si me había convertido en otro, aunque fuera superficialmente, ni por mi actual trabajo del que por teléfono le había contado tan poco, hasta el punto de más bien rehuir sus ocasionales preguntas, quizá hechas perfunctoriamente y por educación, pero preguntas al fin. Ahora no había ninguna de ninguna clase, ni buscaba la oportunidad de formulármelas: durante aquella primera semana no partió de ella nada, ni vernos ni encontrarnos ni salir a almorzar, ni invitarme a quedarme un rato en la casa, a cenar o a tomar una copa en su compañía, cuando yo traía a Guillermo y Marina al atardecer tras haberlos llevado al cine o al Retiro o a cualquier otro lugar. Era como si no tuviera casi espacio mental para ocuparse de nada que no fuera su relación con Custardoy, o eso era lo que yo suponía que se lo llenaría entero, qué otra cosa podía ser. La veía embebida, enfrascada. Pero no era el enfrascamiento propio de la mera ilusión, ni de la plenitud. Tampoco el de la simple zozobra o el tormento o la angustia, sino el de quien está esforzándose por comprender, o por desentrañar.
Y en efecto vi a mi padre, y a mis hermanos y a unos pocos amigos, y fui a librerías de viejo y paseé. A uno de aquellos libreros le compré un regalo para Sir Peter, un gran libro de carteles propagandísticos de nuestra Guerra Civil, vi que se reproducían unos cuantos con el mismo motivo de lo que en su país se llamó 'careless talk' o 'conversación imprudente', con advertencias muy similares, a mí me sonaba haber visto algunos españoles con anterioridad y a él no, le gustaría conocer el precedente y a la señora Berry también. Tenía que ir a visitarlo sin falta, nada más regresar. Y volví por aquella zona, por la de Custardoy, y miré el portal de su casa o estudio de la calle Mayor desde la acera de enfrente una mañana. El portal seguía cerrado, luego era posible que no hubiera portero o que tuviera horarios breves o perezosos o excéntricos. Finalmente había decidido no preguntarle en todo caso, si coincidía con él: más valía que nadie me viera ni me pudiera identificar, menos aún asociar con Custardoy. Si me interesaba a cara descubierta por aquel copista y falsificador, podía quedar ya vendido según lo que después se diera entre él y yo, nunca se sabe cuando dos hombres se encaran y además discuten, cuando uno intenta sacarle algo al otro, o exigírselo, u obligarlo o convencerlo o disuadirlo o ahuyentarlo. Desde el lateral de la abominable Almudena miré hacia arriba, hacia los balcones, en la peregrina idea de tener la gran suerte de que mientras yo estaba allí Custardoy fuera a asomarse al suyo, lo reconocería por la coleta y por la desganada descripción de Cristina, y sabría entonces, sin más esfuerzo ni indagación, en qué piso trabajaba o vivía. Había balcones en los tres primeros pisos y en el cuarto sólo ventanas, parecía un poco abuhardillado. Los balcones del que quedaba sobre el enorme portón eran de piedra, con columnitas, los de los dos siguientes de hierro forjado con filigranas, todos con contraventanas de tablillas que estaban abiertas, señal de que todo estaba habitado y ningún vecino ausente o de viaje, Custardoy en la ciudad. Observé cada balcón y cada ventana, tratando de asimilar -más que de imaginar, eso me parecía un ejercicio desagradable y superfluo- que tras alguno de ellos Luisa y Custardoy se encontraban y se acostaban, reían y hablaban, se relataban su día, quizá discutían y él le soltaba un guantazo en la mejilla con la mano abierta o un puñetazo en el ojo con la mano cerrada. Tenía que ser iracundo aquel individuo, o tal vez no, tal vez era frío y lo hacía con cálculo, para advertirle pronto, y para recordarle, de qué y de cuánto era capaz. Y podía ser que alguna noche mi mujer saliera por aquel historiado portal que tenía enfrente, tiritando de miedo y de excitación, espantada y a la vez cautiva. No, no me gustaba aquel tipo, cuanto sabía de él y cuanto imaginaba.
También me dio por acercarme por las mañanas al Museo del Prado, antes de cualquier otro paso y nada más desayunar, no tenía más que cruzar una calle desde mi hotel. No era sólo que lo disfrutara y que ahora llevara mucho tiempo sin asomarme al lugar. También tenía presente la frase de mi cuñada Cristina relativa a Custardoy: '…a veces le encargan cuadros del Prado y se pasa allí las horas muertas, estudiando y copiando'. De modo que lo primero que hice, el primer día que entré en el Museo y antes de dirigir mi vista hacia pintura alguna, fue recorrerlo de arriba abajo y de punta a punta fijándome en cuantos copistas trabajaban allí, buscando a un hombre de unos cincuenta años, con coleta en el pelo y éste echado hacia atrás, dispuesto a pasarse las horas muertas delante de algún cuadro por él no elegido, bueno, regular o malo. No hace falta dedique no vi a ninguno de esas características, sino que aún es más, la mayoría eran mujeres bastante jóvenes, aunque no todas tanto como para ser estudiantes de Bellas Artes sin excepción. Quizá sea uno más de los oficios de los que la población femenina se ha apropiado y hace bien, el de copista como el de restaurador. Tampoco el segundo día vi a nadie así. Hice el mismo recorrido previo, aunque ya con menos fe o superstición: esa tarea es tan lenta que lo más probable era que allí siguieran sólo los de la jornada anterior, como así me pareció; habría sido una casualidad extraordinaria que Custardoy diera comienzo a una de sus copias o falsificaciones entonces, justo en aquella fecha en la que yo estaba allí, y tan alerta. Eso no me fue obstáculo, sin embargo, para mantener la costumbre en mis posteriores visitas, y antes de nada recorría siempre a buen paso todas las salas, mirando con detenimiento a las personas -no muchas- que, sentadas ante sus caballetes o alguna de pie, se afanaban en reproducir lo que tenían ante sus ojos, lo ya existente, y por lo general mejor pintado varios siglos atrás.
Al quinto día me levanté a las tantas, tras una noche de relativa farra con viejos amigos de la ciudad, y sólo me acerqué al Prado, por tanto, hacia la una del mediodía, unas dos horas más tarde de lo habitual. Quería mirar algunas salas de italianos que hacía años que no veía, y como los responsables de ese Museo tienen la ridícula manía de cambiarlo todo de sitio cada poco tiempo -como si rigieran un supermercado- y preveía que me llevaría un rato dar con la actual ubicación de aquellos cuadros, prescindí de mi caminata preliminar o inspección de los copistas. Y fue allí y entonces, en una de aquellas salas grandes y alargadas del piso de abajo, cuando al pasar vi a un sujeto con breve coleta de piratería o taurina que no estaba copiando nada, pero que tomaba notas o hacía esbozos a lápiz delante de una pintura, en un cuaderno de apreciable tamaño, aunque no tanto como para no poder sujetarlo con la otra mano. El hombre estaba de pie, bastante cerca del óleo y por lo tanto de espaldas a mí o a cualquiera que no se hubiera puesto a su altura o hubiera decidido entorpecer su visión. Yo estaba en mi derecho práctico a ambas cosas, no son pocas las ocasiones en que hoy en día los turistas groseros -casi una redundancia- o los groseros nativos de cualquier ciudad se interponen sin la menor paciencia ni miramiento entre un cuadro y su espectador, y aun le dan a éste un par de codazos escasamente disimulados para que se aparte y ocupar su sitio más centrado, el estilo del mundo del que hablaba Tupra se ha hecho maleducado y en España más, aunque de hecho se trate de un fenómeno cuasi universal. Yo me mantuve a cierta distancia, y no sólo para no incurrir en eso. En principio lo observé desde detrás, pero así como a su derecha no había espacio sino un cordón y la pared lateral, a la izquierda del cuadro había una puerta alta y a la izquierda de ésta otro cuadro (eran los dos únicos de la pared del fondo), de modo que me desplacé precavidamente hacia aquel lado, para adquirir la mayor perspectiva posible de su perfil, procurando no entrar, eso sí, o lo mínimo, en su campo visual. En seguida comprendí que no debía preocuparme apenas por esto último, él estaba muy concentrado en el cuadro y en su cuaderno de dibujante, hacía oscilar los ojos del uno al otro con gran rapidez, sin atención para nada más, ni siquiera lo distraía el continuo tráfico de la turistada, eminentemente italiana allí (iban a admirar las obras de sus connacionales antiguos), la cual, curiosamente, no se empeñaba en agolparse donde estaba él y mirar lo que él miraba importunándolo, sino que, al verlo tan absorto y trabajador, seguía de largo sin detenerse ante aquel óleo, como si se sintiera intimidada por la figura inmóvil y tensa y estuviera dispuesta a cedérselo para su exclusivo y momentáneo usufructo. Vi que lucía bigote y patillas no muy largas, pero algo más de lo que hoy es normal, o quizá resultaban llamativas porque, así como su pelo era liso y rubiáceo en conjunto y sin visibles canas, esas patillas se veían rizadas y mucho más oscuras, casi negras pero también más entreveradas de blanco y gris, como si la vejez hubiera decidido empezar su tarea por los flancos, dejando la clara cúpula para después. Era bastante alto y delgado, quizá con un poco de acumulada cerveza en torno a la cintura, pero la impresión general era de un tipo enjuto y huesudo, y lo que lograba adivinar de los pómulos y la amplia frente acentuaba esa impresión, lo mismo que su mano derecha, la que mostraba activa y veloz, de dedos largos y fuertes como los de un pianista profesional; en realidad dedos como teclas que infunden temor. Al no poder mirarlo de frente, y no verle por tanto los ojos ni los labios ni la dentadura ni la expresión (la nariz sí, de perfil), me resultaba imposible interpretarlo, quiero decir de la manera en que lo hacía en el edificio sin nombre con tantos rostros famosos o desconocidos, a los que sin embargo casi siempre oía hablar, tanto en persona como en los vídeos. Por lo que alcanzaba a distinguir (lo más que se me ofrecía era el lado izquierdo, cuando fingía contemplar el otro cuadro separado del suyo por la elevada puerta y me atrevía a colocarme a su altura, protegido por la distancia), todo podía coincidir, o nada entraba en contradicción, con la perezosa pero a la postre precisa descripción que Cristina me había hecho de Custardoy. Le había preguntado por su aspecto sólo al final, cuando ella ya estaba cansada y con prisas por acabar. 'No sé', había contestado, 'un tipo huesudo o todo nervio, con una nariz larga como de cantante agitanado, ¿sabes Ketama?' (me sonaba que era un grupo musical semiflamenco), 'y unos ojos raros negros, no sé decirte en qué consiste, pero tienen algo raro, singular, poco grato para mí. A veces lleva bigote y a veces no, como que se lo afeita y se lo deja crecer o algo así, lo he visto con él y sin él.' '¿Y qué más? Dime más', la había instado yo, como me instaban a mí Tupra o Mulryan o Rendel o Pérez Nuix en las sesiones, uno más que los otros. 'Nada más. No sé. Ten en cuenta que lo conozco sólo de vista. Me lo he ido encontrando durante años aquí y allá, sé quién es y he oído hablar de él como de tanta otra gente (bueno, hasta lo de Luisa, ahora más). Pero nunca hemos sido presentados, que yo recuerde, jamás lo he tenido muy cerca ni he cruzado una palabra con él.' 'En algo más te habrás fijado', le había insistido yo, sabedor de que si uno estruja siempre acaba por salir eso, algo más. 'Bueno, ya te he dicho que siempre va con corbata, como si quisiera compensar la pinta algo bohemia que le dan la coleta y ese bigote a medio crecer con que lo he visto a veces : un contraste, una originalidad. Viste muy correcto, muy clásico, aspira a ser elegante, supongo, no llega a tanto. Quizá eso le sea incompatible con la cara tan salaz que tiene, no sé cómo explicártelo, una de esas caras que despiden sexualidad, una exageración, puede que sea por eso por lo que tiene éxito en parte, se le huele. Nada más verlo de lejos, uno ya sabe por dónde va. Al menos siendo mujer. Te mira con descaro, te mide. Te repasa en un santiamén, de la cabeza a los píes, deteniéndose sin disimulo en los pechos y en el culo, si estás sentada en los muslos. Se lo he visto hacer con muchas mujeres en Chicote y en el Cock, hace años, según entraban; y alguna vez, a distancia, me lo ha hecho también a mí, le da lo mismo que vayas acompañada o no. No debí de atraerlo mucho o vio que a mí su estilo no me va, nunca se me aproximó en ningún local. Según dice Ranz, él sabe en seguida dónde hay una presa y dónde no, y aún más rápido sabe si le interesa hincarle el diente o si le da completamente igual.' Me había molestado pensar que en Luisa sí había visto una presa y que la habría calado al instante, nada más echarle el ojo, vista la actual situación. Y a continuación no había podido evitar preguntarme si también habría percibido lo mismo de haberse producido su encuentro cuando ella y yo estábamos juntos. El siguiente pensamiento había sido aún peor: no era imposible que se hubieran conocido antes de mi salida de casa y de mi marcha a Londres, antes de nuestra separación. Ya no aguanté pensar más, ahí lo dejé.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Tu rostro mañana: 3 Veneno y sombra y adiós»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Tu rostro mañana: 3 Veneno y sombra y adiós» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Tu rostro mañana: 3 Veneno y sombra y adiós» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.