Francois Mauriac - Nudo De Viboras

Здесь есть возможность читать онлайн «Francois Mauriac - Nudo De Viboras» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Классическая проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Nudo De Viboras: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Nudo De Viboras»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Nudo De Viboras — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Nudo De Viboras», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Alfredo quería dejarme ante la casa, ya enlutada, y continuar su camino bajo el pretexto de que apenas tenía tiempo de vestirse para la ceremonia. Pero hubo de resignarse a ayudarme a bajar del coche. Me ayudó también a subir los primeros peldaños. No reconocí el vestíbulo. Entre las obscuras paredes ardían unos cirios en torno a un montón de flores. Parpadeé. La extrañeza que experimentaba se parecía a la de ciertos sueños. Con lo demás, habían sido facilitadas dos religiosas inmóviles. Entre aquella aglomeración de crespones, flores y luces, la escalera habitual, con su gastada alfombra, llevaba hacia la vida diaria.

Bajó Huberto por ella. Estaba vestido muy correctamente. Me tendió la mano y me habló, pero su voz llegaba a mí de muy lejos. Quise responder y ningún sonido llegó a mis labios. Su cara se acercó a la mía, se hizo enorme; después me desmayé. Supe más tarde que aquel desvanecimiento no había durado ni tres minutos. Volví en mí en una pequeña habitación que había sido la sala de espera antes de renunciar al Foro. Las sales me escocían en las mucosas. Reconocí la voz de Genoveva:

– Ya se reanima.

Mis ojos se abrieron. Todos se habían inclinado sobre mí. Sus caras me parecían diferentes, rojas, alteradas y algunas verduscas. Janine, más fuerte que su madre, parecía tener la misma edad. Las lágrimas corrían por la cara de Huberto. Tenía esa expresión fea y conmovedora a la vez de cuando era niño, de la época en que Isa lo cogía sobre sus rodillas y le decía:

– Este chiquillo mío es un picarón.

Sólo Phili, con el traje que había paseado por todas las boites de París y Berlín, volvía hacia mí su bello rostro indiferente y enojado, tal como debía de mostrarlo cuando iba a una fiesta o, sobre todo, cuando volvía de ella desaliñado y ebrio, porque aun no se había anudado la corbata. Tras él distinguí a unas mujeres con manto que debían ser Olimpia y sus hijas. Otras pecheras blancas lucían en la penumbra.

Genoveva acercó a mí un vaso del que bebí unos cuantos sorbos. Le dije que me sentía mejor. Me preguntó con voz dulce y amable si quería acostarme en seguida. Y pronuncié la primera frase que acudió a mi mente:

– Hubiese querido acompañarla hasta el final, puesto que no he podido despedirme de ella. -Y repetí como un actor que busca el tono preciso:- Puesto que no he podido despedirme de ella.

Y estas triviales palabras, que querían cubrir las apariencias y que se me habían ocurrido porque formaban parte de mi papel en la fúnebre ceremonia, despertaron en mí, con una brusca potencia, el sentimiento del cual eran ellas su expresión. No he podido discernir aún la forma en que me di cuenta de esto: no volvería a ver a mi mujer; no se produciría jamás ninguna explicación entre nosotros; no leería ella estas páginas. Las cosas quedarían para siempre en el lugar en que las había dejado al salir de Cálese. No podríamos empezar de nuevo, discutir sobre nuevos gastos; ella había muerto sin conocerme, sin saber que yo no era solamente un monstruo, un verdugo, y que existía en mí otro hombre. Incluso si hubiera llegado en el último minuto, y aun sin decir nada, ella hubiera visto las lágrimas que entonces resbalaban por mis mejillas; se hubiera ido llevándose la visión de mi desesperación.

Sólo mis hijos, mudos de estupor, contemplaban el espectáculo. Tal vez no me hubiesen visto llorar en toda su vida. Esta vieja cara huraña y tremenda, esta cabeza de Medusa cuya mirada ninguno había podido sostener, se metamorfoseaba, haciéndose humana, sencillamente. Oí decir a alguien, creo que fue a Janine:

– Si usted no se hubiera ido… ¿Por qué se fue?

Sí, ¿por qué me había ido? Pero, ¿hubiera podido llegar a tiempo? Si los telegramas no me hubiesen sido dirigidos al apartado, los hubiera recibido en la calle Bréa… Huberto cometió la imprudencia de añadir:

– Partiste sin dejar dirección… No podíamos adivinarla…

Una idea, hasta entonces confusa en mí, se aclaró de pronto. Con las manos apoyadas en los dos brazos de la butaca, me incorporé, temblando de cólera, y le grité en pleno rostro:

– ¡Embustero!

Y como balbuciera: "Papá, ¿te has vuelto loco?", repetí:

– Sí, sois unos embusteros. Sabíais mi dirección. ¿Os atrevéis a decir delante de mí que no la conocíais?

Huberto protestó débilmente, diciendo:

– ¿Cómo hubiésemos podido saberla?

– ¿No te has relacionado acaso con una persona que estaba conmigo? ¿Te atreves a negarlo? ¡Atrévete, entonces!

La familia, petrificada, me miraba en silencio. Huberto meneaba la cabeza como un niño obstinado en una mentira.

– Por otra parte, no habéis pagado demasiado cara su traición. No habéis sido demasiado generosos, hijos míos. Doce mil francos de renta a un muchacho que os restituye una fortuna, no es nada.

Reía con esa risa que me hacía toser. Mis hijos no sabían qué decir. Phili gruñó a media voz:

– Una cochinada…

Y continué, bajando la voz, ante un ademán suplicante de Huberto, que intentaba en vano hablar:

– Por vuestra causa no he vuelto a verla. Estabais al corriente de todos mis actos; pero era necesario que yo no pudiera sospechar. Si hubieseis telegrafiado a la calle Bréa, hubiera comprendido que me habían traicionado. Por nada del mundo lo hubieseis consentido, ni siquiera ante las súplicas de vuestra madre agonizante. Sin duda lo habréis lamentado, pero no deseabais moveros de la ruta que os habíais trazado…

Les dije aún cosas mucho más horribles. Huberto suplicó a su hermana con voz entrecortada:

– ¡Hazle callar! ¡Hazle callar! Van a oírlo… Genoveva me cogió de los hombros y me hizo sentar.

– No es éste el momento, papá. Volveremos a hablar de todo cuando estemos tranquilos, pero te ruego, en nombre de la que todavía está aquí…

Huberto, lívido, se llevó un dedo a los labios. Entraba el maestro de ceremonias con la lista de personas que habían de llevar una cinta. Di algunos pasos. Quería caminar sin ayuda de nadie. La familia se apartó ante mí, y avancé vacilando. Pude franquear el umbral de la capilla ardiente y dejarme caer en un reclinatorio.

Huberto y Genoveva fueron a buscarme. Cada uno me cogió de un brazo y los seguí dócilmente. Fue muy penosa la subida de la escalera. Una de las religiosas consintió en atenderme durante la ceremonia fúnebre. Huberto, antes de despedirse, fingió ignorar lo que había ocurrido entre nosotros momentos antes, y me preguntó si me parecía bien que el decano del Colegio de Abogados llevara una cinta. Me volví a la ventana, sin responder.

Oía ya el rumor de los pasos. Todo el pueblo acudiría a firmar. Por parte de los Fondaudége, ¿con quién no estábamos relacionados? Por mi parte, el Colegio de Abogados, los Bancos, el mundo de los negocios… Experimenté una sensación de bienestar, lo mismo que un hombre que se ha disculpado y cuya inocencia ha sido reconocida. Había convencido a mis hijos de su embuste; no habían negado su responsabilidad. Mientras la casa se hallaba en plena bulla, como un extraño baile sin música, me obligué a fijar mi atención en el crimen que habían cometido. Sólo ellos me habían impedido recibir el último adiós de Isa… Pero espoleé mi odio lo mismo que a un caballo extenuado. No se rendía. Ignoraba lo que me apaciguaba a pesar mío, si la lasitud física o la satisfacción de haber pronunciado la última palabra.

Nada llegaba a mí de las salmodias litúrgicas; el rumor fúnebre se alejaba paulatinamente, hasta que un silencio tan profundo como el de Cálese reinó en la vasta morada. Isa la había dejado sin moradores. Arrastraba tras su cadáver a toda la servidumbre. Nadie quedaba en la casa, excepto yo y aquella religiosa que concluía a mi cabecera el rosario que había empezado a rezar junto al ataúd…

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Nudo De Viboras»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Nudo De Viboras» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Francois Mauriac - El Desierto Del Amor
Francois Mauriac
Francois Mauriac - El Mico
Francois Mauriac
Francois Mauriac - El Cordero
Francois Mauriac
Francois-René de Chateaubriand - Ransė gyvenimas
Francois-René de Chateaubriand
libcat.ru: книга без обложки
Ted Mark
Francois Keyser - Amore E Giustizia
Francois Keyser
Francois Keyser - Dúvida
Francois Keyser
Francois Keyser - Receio
Francois Keyser
Francois Keyser - Cold Feet
Francois Keyser
Francois Keyser - The Tickle Tree
Francois Keyser
Francois-Xavier Meunier - Dual Innovation Systems
Francois-Xavier Meunier
Отзывы о книге «Nudo De Viboras»

Обсуждение, отзывы о книге «Nudo De Viboras» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x