Francois Mauriac - Nudo De Viboras
Здесь есть возможность читать онлайн «Francois Mauriac - Nudo De Viboras» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Классическая проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Nudo De Viboras
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:4 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 80
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Nudo De Viboras: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Nudo De Viboras»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Nudo De Viboras — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Nudo De Viboras», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Ni siquiera me quedaba el horrible placer de combinar planes para desheredar a los que no me querían. Roberto les había avisado; no tardarían en descubrir mis cajas, incluso aquellas que no estaban a mi nombre. ¿Inventar otra cosa? ¡Ah! Vivir aún, vivir el tiempo necesario para gastarlo todo… Morir y que no hallaran el dinero suficiente para pagar un entierro de tercera. Pero después de toda una vida de economía, y cuando he satisfecho esta pasión del ahorro durante tantos años, ¿cómo aprender, a mi edad, los rasgos de los generosos? Y, por otra parte, pensaba que los hijos me vigilarían. No podría hacer nada en este sentido sin poner en sus manos un arma terrible… Era necesario arruinarme en la sombra, lentamente…
¡Ay! ¡No sabría arruinarme! Jamás llegaría a perder mi dinero. Si fuese posible hundirme en mi sepultura, volver a la tierra, estrechando entre mis brazos el oro, los billetes, las acciones… Si yo pudiera desmentir a aquellos que dicen que los bienes de este mundo no nos acompañan en la muerte…
Están las "obras"; las buenas obras son los escotillones que todo lo hacen desaparecer. Donativos anónimos que enviaría a Beneficencia, a las Hermanitas de los Pobres. ¿No podría, al fin, pensar en otros que no fueran mis enemigos? Pero el horror a la vejez es que ésta es el total de una vida, un total en el que no sabríamos cambiar una cifra. He tardado sesenta años en convertirme en este anciano muerto de odio. Soy lo que soy; sería necesario convertirme en otro… ¡Oh, Dios, Dios, si Tú existieras!…
Al anochecer entró una muchacha para arreglarme la cama. No cerró los postigos y me acosté en la sombra. Los ruidos de la calle y la luz de los faroles no me impedían dormitar. Me despertaba brevemente, como cuando, de viaje, se detiene el tren, pero volvía a adormecerme. A pesar de que no me sentía enfermo, me parecía que debía permanecer asi y esperar pacientemente a que mi sueño se hiciera eterno.
Tenía aún que disponer lo de la renta de Roberto, y quería también pasar por el apartado, puesto que ya nadie me entregaba mi correspondencia. Desde hacía tres días no había leído mi correo. Esta espera de la carta desconocida y que sobrevive a todo, ¡qué signo es de que la esperanza no se ha perdido y de que queda siempre en nosotros esa semilla!
La preocupación por el correo me dio fuerzas para levantarme al día siguiente, a mediodía, y marchar al apartado. Llovía; como no tenía paraguas, caminaba pegado a las paredes. Mi proceder despertaba la curiosidad y la gente se volvía. Yo sentía deseos de gritarles:
– ¿Qué tengo de extraordinario? ¿Creéis que estoy loco? No hay que decir que mis hijos se aprovecharían de esto. No me miréis así. Soy como los demás, salvo que mis hijos me odian y que tengo que defenderme de ellos. Pero esto no es estar loco. Algunas veces estoy bajo los efectos de todas las drogas que me obliga a ingerir mi angina de pecho. Si hablo solo es porque siempre estoy solo. Al hombre le es necesario el diálogo. ¿Qué hay de particular en los ademanes y en las palabras de un hombre solo?
El paquete que recogí contenía impresos, algunas cartas de Bancos y tres telegramas. Sin duda se trataba de alguna orden bursátil que no había podido ser ejecutada. Esperé para abrirlas a estar sentado en una taberna. En largas mesas, unos albañiles, especie de payasos de todas las edades, comían lentamente su pitanza y bebían su litro de vino sin pronunciar palabra. Habían trabajado toda la mañana bajo la lluvia. Volverían a la una y media. Era a fines de julio. La gente llenaba las estaciones. ¿Comprenderían ellos mi tormento? ¡Sin duda! Y ¿cómo lo había de ignorar un viejo abogado?
En el primer asunto en que intervine en mi carrera pleiteaban unos hijos que no querían mantener a su padre. El desgraciado cambiaba cada tres meses de hogar; maldito siempre, estaba de acuerdo con sus hijos en llamar a gritos a la muerte que había de librarlos de él. ¡En cuántas alquerías había asistido yo al drama de ese viejo que, habiéndose negado durante mucho tiempo a hacer entrega de sus bienes, concluyó luego dejándose convencer, hasta que sus hijos le dejaban morir de trabajo y de hambre! Sí, aquel delgado y nudoso albañil, que a dos pasos de mí masticaba lentamente el pan entre sus encías desnudas, debía saber de esto.
Hoy día, un anciano bien vestido no asombra a nadie en una taberna. Despedazaba un blancuzco trozo de conejo y me entretenía contemplando las gotas de lluvia que se unían sobre el cristal. Descifré, al revés, el nombre del propietario de la taberna. Al buscar mi pañuelo tropezó mi mano con el paquete de cartas. Me puse los lentes y abrí al azar un telegrama: "Exequias mamá mañana veintitrés julio a las nueve iglesia San Luis". Estaba fechado aquella misma mañana. Los otros dos, expedidos la antevíspera, debían de haber sido puestos con algunas horas de intervalo. Uno decía: "Mamá peor, ven". El otro: "Mamá falleció". Los tres estaban firmados por Huberto.
Arrugué los telegramas y continué comiendo, preocupado porque era necesario hallar las fuerzas suficientes para tomar el tren de la noche. Durante algunos minutos no pensé más que en esto; luego, otro sentimiento se abrió paso en mí: el estupor de sobrevivir a Isa. Se daba por descontada mi muerte. El que yo muriera primero estaba fuera de duda para mí y para todos. Proyectos, estratagemas, conspiraciones: no tenían otro objeto que la proximidad de mi muerte. Lo mismo que mi familia, no poseía a ese respecto la menor duda. Había un aspecto de mi mujer que nunca había perdido de vista: sería mi viuda, aquella persona a quien habían de molestarle sus crespones cuando abriera el arca. Una perturbación en los astros no me hubiese causado mayor sorpresa, mayor malestar que aquella muerte. Contra mi voluntad, el hombre de negocios que había en mí comenzaba a examinar la situación y la ventaja que podría obtener sobre mis enemigos. Tales eran mis sentimientos en el instante en que el tren se ponía en marcha.
Entonces, mi imaginación entró en juego. Por primera vez vi a Isa tal como debía de haber estado en su lecho la víspera y la antevíspera. Imaginaba el cuadro, su habitación en Cálese -ignoraba que había muerto en Burdeos-. Murmuré:
– En un ataúd…
Y cedí a un ruin consuelo. ¿Cuál hubiera sido mi actitud? ¿Qué hubiera hecho bajo la mirada atenta y hostil de mis hijos? El problema estaba resuelto. Por lo demás, el lecho en el cual debería acostarme en cuanto llegara evitaría toda dificultad. Porque no había que pensar en que pudiese asistir a sus exequias: de momento, acababa de esforzarme en vano por llegar a los lavabos. No me asustaba esta impotencia. Habiendo muerto Isa, yo no tardaría en morir. Mi turno había pasado. Pero tenía miedo de un ataque, tanto más cuanto que estaba solo en mi departamento. Sin duda, Huberto me esperaría en la estación. Yo había telegrafiado…
No, no era él. ¡Qué alivio cuando vi aparecer la cara redonda de Alfredo, descompuesta por el insomnio! Pareció asustarse al verme. Me vi obligado a cogerme a su brazo y no pude subir solo al coche. Rodamos por el triste Burdeos una mañana lluviosa, a través de un barrio de mataderos y escuelas. No tenía ganas de hablar. Alfredo entraba en los más insignificantes pormenores: describía el lugar exacto del jardín público donde Isa se había desmayado: un poco antes de llegar a los invernaderos, ante el macizo de palmeras, y la farmacia adonde había sido llevada; la dificultad de conducir su cuerpo, tan pesado, para colocarlo en su cama del primer piso. La sangría, la punción… Había conservado el conocimiento durante toda la noche, a pesar de la hemorragia cerebral. Me había llamado por signos, insistentemente, y se había dormido después, en el momento en que un sacerdote llegaba con los Santos Óleos. "Pero ella había comulgado la víspera…"
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Nudo De Viboras»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Nudo De Viboras» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Nudo De Viboras» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.