Matilde Asensi - El Salón De Ámbar

Здесь есть возможность читать онлайн «Matilde Asensi - El Salón De Ámbar» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Историческая проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

El Salón De Ámbar: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El Salón De Ámbar»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

En 1941, durante la segunda guerra mundial, el ejército nazi saqueó los antiguos palacios zaristas y los museos de la joven unión soviética llevándose consigo a Alemania obras de arte de un valor incalculable. Matilde Asensi nos propone con El salón de Ámbar una nueva vuelta de tuerca a las historias de aventuras, donde los piratas navegan por la red informática a la busca y captura de tesoros imposibles.

El Salón De Ámbar — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El Salón De Ámbar», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

El largo viaje hasta Weimar, el descenso a las alcantarillas y las muchas horas de caminata nos habían agotado. El saco de dormir me pareció tan maravillosamente cálido como mi propia cama. La pena era que, para conseguir mayor aislamiento contra el frío y la humedad, no habíamos podido llevar sacos con cremallera que se pudieran unir para dar cabida a dos personas. Con todo, nos tumbamos tan juntos que pude respirar el aliento de José hasta que me quedé dormida.

Nos despertamos seis horas después, con los cuerpos magullados. Hacía un frío estremecedor. El termómetro indicaba que estábamos a cinco grados bajo cero. Aunque las ropas nos protegían, no resultaba agradable respirar ese aire pestilente y helado que se colaba a través de los filtros de las mascarillas.

Reanudamos el camino a buena marcha y alcanzamos de nuevo el entronque de galerías que habíamos dejado atrás por la mañana. Esta vez elegimos el camino que quedaba a nuestra izquierda, que empezaba trazando un semicírculo hacia la derecha, interrumpido bruscamente por un largo túnel que volvía a tomar la dirección contraria. Nos costó cuatro horas recorrer aquel monótono carril hasta encontrar una especie de amplio hueco en la pared donde nos detuvimos para tomar algo y descansar. Para nuestra sorpresa, al examinar el hueco poco antes de partir, descubrimos dos viejos y oxidados portillos de madera hinchada y agrietada de los que partían dos nuevos túneles. El primero de ellos nos llevó, tres días después, hasta el enlace de galerías por el que ya habíamos pasado en dos ocasiones… Volvimos a empezar.

Poco a poco, conforme iban pasando las jornadas, nos fuimos volviendo, por cansancio, más descuidados en el registro de los recintos que íbamos descubriendo a los lados o en los extremos de aquellos largos corredores encharcados. Era un entramado incoherente, sin pies ni cabeza, que acabó desquiciándonos los nervios y agotando nuestra paciencia. Las hojas reticuladas en las que iba trazando nuestra ruta habían formado ya un cuadernillo de cierto grosor sin que por ello hubiéramos encontrado nada que valiera la pena. Topamos, efectivamente, con planchas metálicas detrás de las cuales no encontramos otra cosa que la misma continuación absurda del pasadizo por el que veníamos avanzando. Un par de veces tuvimos que retroceder de nuevo al anterior cruce de colectores después de haber descendido, en el primero de los casos, hasta el fondo de una enorme y vacía cisterna, y de haber atravesado, en el segundo, un paso de agua pluvial que nos dejó frente a uno de tantos túneles ciegos con los que ya nos habíamos encontrado. Aquel lugar me recordaba mucho al cuadro pintado por Koch, el Jeremías, con el profeta saliendo de un pozo lleno de lodo, como si el gauleiter se hubiera inspirado en aquel entorno para situar a su personaje.

La barba de José nos servía de triste indicativo del tiempo que pasaba sin que lográramos cumplir nuestro objetivo. Todavía nos quedaban suficientes alimentos y agua para seguir algún tiempo más en aquel endiablado dédalo, pero lo que se nos estaba agotando de manera alarmante era el deseo de continuar con la búsqueda. Roi nos animaba cada vez con mayor entusiasmo. Decía que, en el pliego de hojas reticuladas -que él iba pegando unas con otras para ver el croquis general-, podía observarse cómo habíamos ido agotando la red de distribución en dirección norte y este, lo que reducía bastante los kilómetros que debían faltar para dar por concluido el recorrido. Pero aquella noticia, tras nueve días de permanecer bajo tierra, no nos animó mucho. Nos sentíamos agotados, sucios y frustrados, y no podíamos pensar en otra cosa que no fuera volver a casa cuanto antes. Teníamos la sensación de haber pasado una eternidad sin ver la luz del sol, y ni los estímulos de Roi ni la vivacidad de Amalia conseguían arrancarnos de la apatía. La misión estaba resultando una pesadilla interminable.

El undécimo día (jueves 12 de noviembre) me desperté con un poco de fiebre. Había cogido un buen catarro. A pesar del dolor de cabeza, me empeñé en seguir caminando pero, después de unas pocas horas, las piernas comenzaron a fallarme. Sencillamente, no podía con mi alma. José cargó con mi mochila y me sujetó por la cintura hasta que regresamos al último entronque de galerías por el que habíamos pasado, una especie de recinto oval bastante seco. Desenrolló mi saco, me acostó, me preparó un caldo muy caliente y me dio un par de pastillas de paracetamol con codeína.

– Te pondrás bien… -me decía mientras me acariciaba la mejilla y me miraba con los ojos tristes.

– No se lo digas a Roi -le pedí medio dormida-. A mí los catarros sólo me duran un día, de verdad. Ya lo verás… Déjame dormir y verás como mañana estoy perfecta.

Lo bueno de tener pareja es que, cuando estás enferma, recibes no sólo los cuidados higiénico-sanitarios que cualquier familiar (o cualquier vieja criada pesada y empalagosa) puede proporcionarte, sino los mimos y la ternura que te hacen sentir como una verdadera reina de Saba… José, apurado y preocupado por mí, estuvo cuidándome como si yo fuera el más apreciado y delicado de sus exquisitos juguetes mecánicos, y yo, por supuesto, me dejé cuidar sin oponer la menor resistencia. En varias ocasiones le oí trastear con el walkie y el ordena dor, y le escuché hablar con Roi y decirle que habíamos parado en aquel lugar para descansar y que nos quedaríamos hasta el día siguiente. Pero lo que percibí con mayor claridad fue la ruidosa exclamación que dejó escapar en el mismo momento en que yo soñaba que salíamos de aquella inmunda cloaca por una boca de alcantarilla que se encontraba en el centro de la plaza del Mercado Chico de mi ciudad:

– ¡Que perfeita inteligencia! -alborotaba contento-. ¡Quefacilidade, que simplicidade…!

¡Dios mío! -exclamé, girándome con dificultad dentro del saco para poder verle-. ¿Qué pasa…?

– ¡Cariño, cariño! -gritó. Su voz resonó en aquella cueva con el eco de las películas de terror-. ¡Amalia ha encontrado la entrada! ¡Mi hija ha resuelto el enigma! ¿No te dije que era terriblemente inteligente?

– Sí, sí me lo dijiste. -Los ojos le brillaban a la luz de la lámpara de gas y estaba tan contento, tan guapo y tan sonriente que, por un instante, olvidé lo enferma que estaba y sentí deseos de comérmelo con barba y todo. Es curioso lo que les ocurre a las hormonas en los momentos más absurdos.

Arrambló con el walkie y el ordenador portátil y se acercó precipitadamente hasta mí.

– ¡Mira! ¡Mira!

– No veo nada, cariño… Te recuerdo que…

– ¡El camino dibuja el sitio! ¡Este laberinto de galerías oculta una cruz gamada! Hemos pasado dqs veces por allí y no nos hemos dado cuenta.

– ¿Qué estás diciendo? ¿De qué demonios hablas? Por toda respuesta José comenzó a buscar en el mensaje de Amalia:

– ¡A ver…! ¿Dónde está…? ¡Aquí! Escucha: «… el quinto día por la tarde…» ¡Busca la hoja reticulada del quinto día por la tarde! «… el quinto día por la tarde, al comenzar el sexto kilómetro…». ¡Ana, por favor! ¿Por qué no tienes todavía la hoja?

– ¡Porque se supone que estoy enferma!

– protesté con toda energía.

– ¡Vaya, mi amor, es cierto! -repuso José muy sorprendido. Dejó el ordenador sobre mi estómago y, con una ágil pirueta, se puso rápidamente en pie y colocó su saco de dormir bajo mi cabeza, a modo de almohada, quitándome entonces el portátil de las manos y sustituyéndolo por la carpeta de notas-. Ya está.

Le miré como si fuera el bicho más raro que había visto en mi vida.

– ¡Venga, cariño, busca la hoja del quinto día!

– me apremió con una sonrisa encantadora en los labios.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El Salón De Ámbar»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El Salón De Ámbar» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «El Salón De Ámbar»

Обсуждение, отзывы о книге «El Salón De Ámbar» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x