– Cállate -dijo Mopso-. Está recordando lo que los hombres de Milón hicieron a Halicor y al capataz. No es así como el ama castiga a los guardias borrachos, estúpido. Sólo les dará unos cuantos latigazos. No les cortará ningún miembro.
– ¿Cómo lo sabes? -preguntó el niño.
– Porque no soy un estúpido como tú.
– A mí no me parece que Androcles sea estúpido -dijo Eco, poniéndose en jarras-. A él no se le ocurrió tirar una flecha a tres forasteros pacíficos. -Típico de Eco ponerse de parte del más desvalido. ¿Sería así como ponía paz entre los gemelos? Yo pensaba que la riña entre los dos hermanos era una forma de sortear el feo tema de Halicor y su destino, aunque siguieran sacándolo a colación una y otra vez. ¿Qué habrían visto exactamente?
– Así que el día de la batalla estabais aquí. ¿La recordáis bien?
– Claro que estábamos aquí, cuidando de la cuadra como siempre -dijo Mopso-. Fue un día de mucho ajetreo, ya que el amo y sus hombres se estaban preparando para irse.
– ¿Qué hora era cuando tu amo y sus hombres salieron para Roma?
– Por la tarde.
– ¿A qué hora?
El chico se encogió de hombros.
– ¿Cerca de la hora nona, o más tarde, alrededor de la hora undécima?
Androcles me tiró de la mano.
– La hora nona.
– ¿Estás seguro?
– Hay un reloj de sol detrás de la cuadra. Cuando el amo se fue, fui a mirarlo porque tenía hambre y quería saber cuánto faltaba para la cena.
– ¿Os dio la impresión de que vuestro amo tenía previsto de antemano salir a esa hora?
– No del todo -dijo Mopso antes de que su hermano se le adelantara-. Tenía previsto quedarse un día o dos más. Se fue porque vino un mensajero.
– ¿Qué noticias traía?
– Algo sobre el viejo arquitecto, Ciro. Había muerto y el ama quería que el amo volviera a Roma.
– Parece que sabes mucho de los negocios de tu amo para ser el mozo de cuadra -dijo Eco, que parecía dispuesto a pincharle.
– Tengo ojos y oídos. Además, ¿cuál es la primera persona que ve un mensajero a caballo cuando llega a la villa? Yo, porque soy el que se encarga del caballo.
Eco parecía escéptico.
– Y el mensajero se sintió obligado a compartir sus noticias contigo antes incluso de contárselas a Clodio?
– Dijo: «Será mejor que prepares caballos para tu amo y sus amigos»; yo le pregunté por qué y me dijo: «Porque el ama quiere que vuelva a Roma», y yo dije…
– Está bien, creo que ya lo hemos entendido -dijo Eco.
– Así pues, tu amo recibió el mensaje -dije-y decidió volver a Roma junto con su séquito. Pero ¿no estaba su hijo Publio Clodio con él? Me parece que debe de rondar tu edad, Androcles.
– Claro que Publio estaba aquí -dijo Androcles-. Con su tutor, Halicor. Halicor le mantiene ocupado casi todo el tiempo, pero a veces Publio consigue escaparse y viene a buscarnos a Mopso y a mí. Le decimos que tenemos trabajo pero dice que, mientras estemos con él, podemos dejarlo. Así que nos vamos a jugar al bosque o a las ruinas de la casa de las brujas.
– ¿Brujas?
– Creo que se refiere a las vestales, Eco. Aquel día, después de llegar el mensajero, ¿Publio se puso en camino junto con su padre?
– No, se quedó con Halicor. Mopso y yo nos alegramos porque eso significaba que querría jugar con nosotros y por lo tanto no tendríamos que trabajar mucho; Halicor y el capataz probablemente se enfadarían porque Publio siempre estaba metiéndose en problemas y luego saliendo de ellos.
– Sale a su padre -dijo Eco en voz baja.
– En cuanto el amo y sus hombres salieron, Publio vino a buscar nos a la cuadra…
– Teníamos un montón de trabajo -dijo Mopso, teníamos que limpiarlo todo después de su marcha. Varios hombres habían dormido allí, y los hombres suelen ensuciarlo todo bastante más que los animales.
– Pero vino Publio y quería jugar. Mopso le dijo que teníamos trabajo, pero Publio dijo que estaba escondiéndose de Halicor y que tenía los que ayudarle a buscar un buen escondite. Así que Mopso y yo fuimos a un rincón a hablar entre nosotros y decidimos enseñarle el pasadizo secreto. ¿Te imaginas? ¡Ni siquiera Publio, el hijo del amo, había oído hablar de él!
– ¿Un pasadizo secreto? -dijo Eco-. Creo que estos chicos se están inventando un cuento, papá.
– ¡No! ¡Es cierto! -insistió Androcles.
– Sí, es cierto -dijo Mopso, cruzándose de brazos y adoptando un fono de persona adulta-. Probablemente somos las dos únicas personas vivas que lo conocen, si exceptuamos a Publio, ahora que el amo y Ciro han desaparecido. Se supone que ellos dos eran los únicos que lo conocían. Y los esclavos que construyeron la casa pero ¿quién sabe donde estarán ahora? Ni siquiera Halicor y el capataz sabían nada de él. Apuesto a que el ama tampoco lo conoce.
Su hermano se burló, pero yo creía que Mopso tenía razón. Fulvia no había dicho nada de un pasadizo secreto ni había mencionado a esos dos chicos; sólo había dicho que su hijo se las había arreglado para escapar de los hombres de Milón cuando fueron a la villa y aterrorizaran a l os esclavos. Probablemente su hijo no había sido muy explícito en los detalles y ella no habría querido presionarle; o quizá el joven Publio era tat, bueno guardando secretos como su padre.
Así que llevasteis a Publio al pasadizo secreto para que se escondiera de Halicor. Me gustaría que me lo enseñarais. Claro que si la casa esta cerrada con llave…
– ¿Oh! Pero eso es lo mejor del pasadizo -dijo Androcles No hace falta entrar en la casa para utilizarlo. Se puede acceder a él desde fuera. Ven, te lo enseñaré. Me cogió de la mano. Su hermano mayor parecía recelar y miró de reojo a Eco, pero nos siguió, bien porque confiaba en nosotros, bien porque tenía miedo de ser cazado y sujetado de nuevo al suelo por un sonriente Davo.
Androcles nos hizo doblar la esquina y nos condujo hacia los bosques que había a los pies de la casa. Desde lejos, aquella parte del edificio parecía una estructura sólida, si exceptuamos el pórtico que rodeaba el piso superior. De cerca pude distinguir varias filas de aberturas, no tan grandes como para ser llamadas ventanas; más bien parecían hechas para dejar pasar el aire y la luz; estaban demasiado altas en la pared para llegar hasta ellas y eran tan pequeñas que ni siquiera un niño habría podido pasar. Los cimientos estaban ocultos por árboles y densos matorrales. Androcles nos señaló un sendero que cruzaba por medio; al final del sendero, en lo que a primera vista parecía una pared sólida, había una entrada oculta. Era un trozo de muro entre dos columnas que parecía imposible de mover pero que en realidad era un panel que podía deslizarse lo suficiente para permitir la entrada de un hombre. Había visto varias clases de entradas ocultas en mi vida, sobre todo en mis primeros viajes, pero ninguna tan bien disimulada como aquélla. Muchas entradas llamadas secretas en realidad no están escondidas; lo que es secreto es la forma de abrirlas. Aquella puerta era fácil de abrir, pero era casi imposible de descubrir a menos que se conociera su existencia.
La puerta daba a una escalera ascendente, al final de la cual había un estrecho y oscuro pasillo que debía de atravesar el centro del piso inferior, al menos la sección subterránea que había sido excavada en la ladera de la colina. El camino estaba iluminado solamente por estrechas aberturas que también servían para espiar en las distintas habitaciones por las que pasamos. La mayoría de los cuartos que vimos estaban sin decorar y sólo tenían algún que otro bulto sin desembalar y extraños muebles. Algunas eran como boca de lobo de lo oscuras que estaban. Otras todavía no habían sido terminadas por los carpinteros. Al igual que la casa de Clodio de la ciudad, la villa estaba en periodo de expansión cuando mataron al amo: llena de promesas grandiosas para el futuro.
Читать дальше