Array Array - Cuentos de mujeres infieles
Здесь есть возможность читать онлайн «Array Array - Cuentos de mujeres infieles» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Детская проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Cuentos de mujeres infieles
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Cuentos de mujeres infieles: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Cuentos de mujeres infieles»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Cuentos de mujeres infieles — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Cuentos de mujeres infieles», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Habían vuelto de Saint Paúl y habían entrado un momento al Club Universitario para tomar el té, desafiando juntos la nieve que cubría la calle y atrancaba la puerta. Era una puerta giratoria; un joven acababa de cruzarla, y, al ocupar el espacio que el joven acababa de abandonar, percibieron un olor a cebolla y a whisky. La puerta volvió a girar a sus espaldas, y el joven volvió a entrar. Estaba frente a ellos.
Era Randy Cambell; tenía roja la cara, la mirada perdida, embrutecida. — Hola, preciosidad–dijo, acercándose a Annie.
— No te acerques–protestó ella en voz baja-. Hueles a cebolla. — ¿Te has vuelto delicada de pronto?
— Siempre. Siempre he sido delicada–Annie hizo ademán de retroceder hacia donde estaba Tom.
— Siempre, no —dijo Randy con voz de pocos amigos. Y añadió con mayor énfasis, después de mirar de reojo a Tom — : Siempre, no–con estas palabras pareció volver al mundo hostil de la calle-. Sólo quería avisarte–continuó-: tu madre está dentro.
Los celos mal controlados de otra generación apenas afectaban a Tom, como si fueran la queja de un niño, pero aquella impertinente advertencia lo irritó profundamente.
— Vamos, Annie —dijo bruscamente-. Entremos. Preocupada, dejó de mirar a Randy y entró con Tom en el salón principal.
No había mucha gente; tres mujeres de mediana edad charlaban junto a la chimenea. Annie dio un paso atrás, pero inmediatamente se acercó.
— Hola, mamá… Señora Trumble… Tía Caroline… Las dos últimas respondieron; la señora Trumble incluso hizo un leve gesto de saludo a Tom. Pero la madre de Annie, con los labios apretados y una mirada glacial, se levantó sin pronunciar palabra. Clavó la mirada en su hija; luego, de repente, dio media vuelta y abandonó el salón.
Tom y Annie eligieron una mesa en el otro extremo del salón.
— ¿Cómo me puede tratar tan mal? — dijo Annie, respirando ruidosamente. Tom no contestó—. No me habla desde hace tres días. —Y de repente estalló-: ¿Cómo se puede ser tan mezquina? Iba a ser la cantante solista en el espectáculo de la Liga Juvenil, pero ayer la presidenta, Cousin Mary Betts, me dijo que yo no participaría en la función.
— ¿Por qué no?
— Porque una representante de la Liga Juvenil no puede desobedecer a su madre. ¡Como sí yo fuera una niña traviesa!
Tom se quedó mirando los trofeos que adornaban la repisa de la chimenea: dos o tres llevaban grabado su nombre.
— Quizá tenga razón tu madre–dijo de pronto-. Es hora de que lo dejemos, si he empezado a perjudicarte. — ¿Qué quieres decir?
Al oír la voz alterada, sorprendida, de Annie, el corazón derramó un líquido cálido en el cuerpo de Tom, que, sin embargo, respondió con tranquilidad.
— ¿Te acuerdas de que te dije que tenía que ir al Sur? Me voy mañana.
Discutieron, pero Tom ya había tomado una decisión. En la estación, la tarde siguiente, Annie se echó a llorar y lo abrazó.
— Gracias por el mes más feliz que he vivido en muchos años–dijo él.
— Pero tienes que volver, Tom.
— Pasaré dos meses en México; luego tengo que ir un par de semanas al Este.
Quería parecer contento, pero la ciudad helada que iba a abandonar estaba en todo su esplendor. La respiración helada de Annie era una flor en el aire, y, cuando comprendió que algún joven la estaría esperando para acompañarla a casa en un coche adornado con flores, se le rompió el corazón.
— Adiós, Annie. ¡Adiós, mi vida!
Dos días después, estaba pasando la mañana en Houston con Hal Meigs, un antiguo compañero de Yale.
— Tienes más suerte de la que mereces, tío–dijo Meigs mientras comían—: Te voy a presentar a la compañera de viaje más linda que hayas visto en tu vida. También va a México.
La dama en cuestión se mostró verdaderamente complacida cuando se enteró en la estación de que no viajaría sola. Tom cenó con ella en el tren y luego jugaron al rummy una hora; pero, cuando, a las diez, a la puerta de su compartimento, ella lo miró de repente con unos ojos que no dejaban lugar a duda–y lo miró un rato largo—, Tom Squires sintió una emoción absolutamente distinta. Necesitaba desesperadamente ver a Annie, hablar por teléfono con ella un segundo, y entonces dormirse, sabiendo que Annie era joven y pura como una estrella y descansaba feliz en su cama.
— Buenas noches —dijo, intentando que no hubiera repulsión en su voz.
— Ah, buenas noches.
Al día siguiente llegó a El Paso y cruzó en coche la frontera, camino de Juárez. Era un día luminoso, de mucho calor, y, después de dejar las maletas en la estación, entró en un bar para tomar algo frío; mientras daba un sorbo, oyó a su espalda la voz apagada de una chica que lo interpelaba desde una mesa.
— ¿Norteamericano?
La había visto al entrar, apoyada pesadamente en los codos. Ahora, cuando se volvió, se encontró con una chica muy joven, de unos diecisiete años, evidentemente borracha, pero con cierta dignidad en la voz insegura y desmadejada. El camarero, un norteamericano, se acercó, confidencial, al oído de Tom.
— No sé qué hacer con ella —dijo—. Llegó a eso de las tres con dos tipos jóvenes. Uno era su novio, o algo así. Se pelearon y los tipos se fueron. Y ésa lleva ahí desde entonces.
Una punzada de repugnancia atravesó a Tom: las leyes de su generación habían sido violadas y vulneradas. Si una chica norteamericana podía estar borracha y sola, abandonada, en una inhóspita ciudad extranjera, si podían suceder cosas así, entonces también podían sucederle a Annie. Miró el reloj, titubeando.
—¿Debe algo? — preguntó. —Cinco ginebras… ¿Y si vuelven sus amigos?
—Dígales que está en el Hotel Rooseveit de El Paso. Se acercó y le puso la mano en el hombro. Ella lo miró.
—Eres como Papá Noel–dijo confusamente-. No puedes ser Papá Noel, ¿verdad? —Te voy a llevar a El Paso.
—Bueno —reflexionó—, creo que puedo fiarme de ti.
Era muy joven: una rosa pequeña y empapada. Tom sintió ganas de llorar: llorar por la lamentable inconsciencia de la chica ante las cosas de la vida, ante las eternas penalidades de la vida. Batirse por nada y ante nadie en un torneo con una lanza herrumbrosa. El taxi avanzaba lento, muy lento, por la noche repentinamente envenenada.
Después de explicarle la situación al desconfiado recepcionista nocturno, fue a Telégrafos.
«Suspendo viaje a México», telegrafió. «Salgo esta noche. Te ruego tomes mi tren en la estación de Saint Paúl para viajar conmigo a Minneapolis. No puedo estar sin ti. Muchos besos.»
Por lo menos podría estar pendiente de ella, aconsejarla, vigilar cómo vivía. ¡Con una madre tan estúpida!
En el tren, mientras las ardientes tierras tropicales y los campos verdes desaparecían, y el Norte volvía a extenderse entre manchas de nieve, campos nevados, fuertes vientos y granjas baldías y en hibernación, Tom recorría una y otra vez el pasillo con insoportable impaciencia. En cuanto entraron en la estación de Saint Paúl, colgado de la puerta del vagón como si fuera un muchacho, buscó con la mirada a Annie por el andén, pero no pudo encontrarla. Había contado con cada minuto de viaje entre Saint Paúl y Minneapolis: aquel espacio de tiempo había llegado a ser un símbolo de la fidelidad de Annie a la amistad que los unía, y, cuando el tren volvió a ponerse en marcha, Tom volvió a explorarlo desesperadamente, desde el último vagón hasta el salón de fumadores. Pero no la encontró, y entonces se dio cuenta de que estaba loco por ella; y, ante la idea de que hubiera seguido sus consejos y hubiera entablado relaciones con otros, le temblaron las piernas.
En Minneapolis le temblaban de tal manera las manos que tuvo que llamar a un mozo para que recogiera su equipaje. Y empezó entonces una interminable espera en el pasillo mientras bajaban el equipaje y a él lo empujaban contra una chica que vestía un abrigo con adornos de piel de ardilla.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Cuentos de mujeres infieles»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Cuentos de mujeres infieles» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Cuentos de mujeres infieles» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.