Мигель Сервантес Сааведра - Хитроумный идальго Дон Кихот Ламанчский / Don Quijote de la Mancha

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Хитроумный идальго Дон Кихот Ламанчский / Don Quijote de la Mancha: краткое содержание, описание и аннотация

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«Хитроумный идальго Дон Кихот Ламанчский» – знаменитый роман Мигеля де Сервантеса, написанный в начале XVII века. Без сомнения, приключения Рыцаря печального образа и его верного оруженосца Санчо Пансы известны каждому, кто заинтересован в испанском языке и культуре. Данное издание позволит читателю познакомиться с обеими частями великого произведения в оригинале.
Книга сокращена и адаптирована в соответствии с нормами современного испанского языка; в тексте сохранена сюжетная линия и все особенности яркого языка автора. Cноски поясняют сложные моменты, пословицы и реалии, а в конце книги вы найдете краткий словарь.
Предназначается для продолжающих изучать испанский язык (уровень 4 – для продолжающих верхней ступени).

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Sólo me queda avisarte, querido lector, de que esta segunda parte de Don Quijote está escrita por el mismo autor que la primera, y que en ella te doy a don Quijote metido en más aventuras y, finalmente, muerto y sepultado, para que ninguno se atreva a escribir nuevos sucesos de su vida.

Capítulo I

El cura y el barbero visitan a don Quijote enfermo

El cura y el barbero estuvieron casi un mes sin visitar a don Quijote para no traerle a la memoria las cosas pasadas. Pero sí veían a su sobrina y a su ama para pedirles que le dieran de comer cosas buenas y apropiadas para el corazón y el cerebro. Y así lo hacían ellas, porque notaban que iba recuperando el juicio.

Por fin, el cura y el barbero visitaron a don Quijote y lo hallaron sentado en la cama, con un camisón verde y un gorro de dormir. Estaba tan seco [126] seco – (зд.) слабый que parecía un muerto. Don Quijote los recibió muy bien y mostró tanta prudencia que sus dos amigos creyeron que estaba totalmente curado. Sin embargo, el cura quiso asegurarse y dijo que, según las noticias que llegaban de la Corte, los turcos amenazaban con su poderosa armada, aunque no sabían su destino. Al oírlo, don Quijote dijo:

–Si su majestad oyera mi consejo le diría que tomara una precaución que seguramente no ha tenido en cuenta.

Cuando el cura oyó esto, pensó para sí mismo: «Dios te proteja, pobre don Quijote; pues me parece que pasas de la locura a la simplicidad». El barbero preguntó a don Quijote cuál era esa precaución que debía tomar su majestad, a lo cual respondió don Quijote:

–¿Hay algo mejor que mandar que se junten en la Corte todos los caballeros andantes que hay por España? Pues aunque solo viniese media docena, bastaría para destruir al Turco [127] Turco – турецкий султан . ¿No es verdad que un solo caballero andante puede vencer a un ejército de doscientos mil hombres? ¿Cuántas historias están llenas de estas maravillas? Si hoy viviera algún descendiente de Amadís de Gaula y se enfrentara con el Turco, seguro que lo vencería. Pero Dios protegerá a su pueblo y mandará a alguno tan valiente como los antiguos caballeros andantes. Y no digo más.

–¡Ay! ―dijo la sobrina―. ¡Que me maten si no quiere mi señor volver a ser caballero andante!

A lo que respondió don Quijote:

–Caballero andante he de morir, y venga el Turco cuando quiera.

–Yo apenas he hablado ―dijo el cura― y no quisiera quedarme con una duda. Y es que no sé si todos los caballeros andantes que vuestra merced dice han sido verdaderamente personas de carne y hueso; pues yo más bien creo que todo es cuento y mentira, sueños contados por hombres despiertos, o más bien medio dormidos.

–Es un error ―respondió don Quijote― no creer que haya habido tales caballeros, porque es tan cierto que estoy por decir que con mis propios ojos vi a Amadís de Gaula, un hombre alto de cuerpo, blanco de rostro, de buena barba y de buen carácter. Y así como he descrito a Amadís pudiera describir a todos los demás, pues por sus hazañas se puede conocer qué aspecto físico tenían.

–¿Cómo de grande le parece a vuestra merced que debía de ser el gigante Morgante? ―preguntó el barbero.

–En esto de gigantes ―respondió don Quijote― hay diferentes opiniones. Hay quien piensa que ha habido y quien cree que no; aunque hay algunas noticias de ellos, como aquel Goliat de la Santa Escritura. Pero no sé decir exactamente qué tamaño tendría Morgante, aunque si dormía bajo techo no debía de ser muy grande.

Mientras don Quijote, el barbero y el cura hablaban de caballeros y gigantes, se oyeron en el patio muchas voces. Acudieron todos y vieron que eran la sobrina y el ama, que discutían con Sancho Panza.

–¿Qué quiere este ignorante en esta casa? ―decía el ama―. Id a la vuestra, hermano, que vos sois quien distrae a mi señor y lo lleva por esos malos caminos.

–Ama de Satanás ―dijo Sancho―, él me llevó por esos mundos y me sacó de mi casa con engaños, prometiéndome una ínsula que aún estoy esperando.

–Malas te ahoguen ―respondió la sobrina―. Y ¿qué son ínsulas? ¿Es alguna cosa de comer, comilón?

–No es de comer ―contestó Sancho―, sino de gobernar. Que es mejor gobernar una ínsula que cuatro ciudades con sus cuatro alcaldes.

–De todas formas ―dijo el ama―, no entraréis, mal hombre. Id a gobernar vuestra casa y a labrar vuestras tierras y olvidaos de ínsulas.

Don Quijote mandó callar a las mujeres y les dijo que le dejaran entrar.

El cura y el barbero estaban maravillados de la locura del caballero y de la simplicidad del escudero, que se había creído lo de la ínsula, y pensaban que ambos volverían a sus viejas andanzas.

Don Quijote se encerró en su cuarto con Sancho y le dijo:

–Sancho, me apena oírte decir que fui yo quien te sacó de tus casillas [128] te sacó de tus casillas – выбил тебя из колеи , sabiendo que yo tampoco me quedé en mi casa: juntos salimos, juntos fuimos y juntos caminamos; misma suerte y la misma fortuna hemos tenido los dos. Si a ti te mantearon una vez, a mí me han golpeado cien, esto es lo que le llevo de ventaja.

–Eso era lo justo ―respondió Sancho― porque, según dice vuestra merced, los caballeros andantes están más expuestos a las desgracias que sus escuderos.

–Te engañas, Sancho, que cuando la cabeza duele, duelen todos los miembros del cuerpo. Y como soy tu amo y señor, yo soy tu cabeza y tú mi parte, pues eres mi criado. Por esta razón, el mal que a mí me toca te ha de doler a ti, y a mí el tuyo.

–Así había de ser ―dijo Sancho―; pero cuando a mí me manteaban como a miembro, mi cabeza se quedaba tras las paredes del corral, mirándome volar por los aires, sin sentir dolor alguno.

–¿Piensas, Sancho ―respondió don Quijote―, que a mí no me dolía cuando a ti te manteaban? Pues más dolor sentía yo entonces en mi espíritu que tú en tu cuerpo. Pero dejemos esto. Y ahora dime, Sancho amigo, ¿qué dicen de mí? ¿Qué opinión tienen de mí los caballeros y la gente del pueblo? ¿Qué dicen de mis hazañas y valentía? ¿Qué has oído sobre mi intención de resucitar la orden caballeresca? Dímelo sin añadir ni quitar nada, que si a los príncipes y reyes llegara la verdad desnuda, las cosas nos irían mejor.

–Eso haré, mi señor ―dijo Sancho―, con la condición de que no se enoje, pues quiere que no le oculte nada.

–De ninguna manera me enojaré ―respondió don Quijote.

–Pues lo primero ―dijo― es que la gente lo tiene a vuestra merced por grandísimo loco, y a mí por idiota. Los hidalgos dicen que, sin merecerlo, se ha puesto don y se ha hecho caballero teniendo sólo cuatro viñas y unas pequeñas tierras; y que es conocida la miseria en que vive.

–Eso ―dijo don Quijote― no tiene que ver conmigo, pues ando siempre bien vestido y jamás remendado [129] remendado – залатанный, в заплатках ; roto bien podría ser, pero más debido a las armas que al paso del tiempo.

–En cuanto a la valentía y hazañas ―siguió Sancho― hay diferentes opiniones: unos dicen que es loco, pero gracioso; otros, que valiente pero desgraciado; otros, cortés pero impertinente.

–Mira, Sancho ―dijo don Quijote―, la virtud siempre es perseguida. Pocos hombres famosos se han librado de ello. A Julio César, prudente y valiente capitán, lo criticaban de ambicioso; de Alejandro decían que era algo borracho, y así de otros muchos. Por tanto, si has acabado, dejemos pasar estas mentiras sobre mí.

–Ahí está el problema ―dijo Sancho.

–¿Aún hay más? ―preguntó don Quijote.

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