1 ...7 8 9 11 12 13 ...41 Don Quijote preguntó a Sancho por qué lo llamaba así.
–Yo se lo diré ―respondió Sancho―. Le he estado mirando y tiene vuestra merced la más mala figura que he visto. Debe de ser por el cansancio de los combates o por la falta de las muelas dientes.
–No es eso ―respondió don Quijote―. Será que al sabio autor de esta historia le habrá parecido bien ponerme algún nombre que me describa, como sucedía con otros caballeros en el pasado: uno se llamaba el de la Ardiente Espada; otro, el del Unicornio; otro, el de las Doncellas… Y así, digo que el sabio te ha puesto en la lengua y en el pensamiento el nombre de Caballero de la Triste Figura , como pienso llamarme desde hoy. Y para que me reconozcan mejor, haré pintar en mi escudo una triste figura.
–Pues yo digo ―dijo Sancho― que tiene tan mala cara por el hambre y la falta de muelas.
Al poco tiempo, llegaron a un espacioso y tranquilo valle donde se pararon a descansar sobe la hierba. Lo que más lamentaba Sancho era no tener vino ni agua que llevarse a la boca. Viendo que el prado estaba lleno de hierba, Sancho dijo:
–No es posible, señor, que no haya por aquí cerca de una fuente o un arroyo que dé humedad a estas hierbas. Será mejor que vayamos a buscar el agua que calme esta sed que es peor que el hambre.
A don Quijote le pareció bien y comenzaron a caminar sin ver por dónde andaban, porque la noche era muy oscura. Al poco tiempo, oyeron un gran ruido de agua y unos terribles golpes de hierros y cadenas.
Quiso don Quijote ir solo a buscar la aventura, pero Sancho, que estaba muerto de miedo, ató las patas a Rocinante para que no pudiera andar.
Don Quijote, creyendo que su caballo estaba encantado, decidió esperar a que fuese de día.
Sancho sintió ganas de desocupar su vientro y lo hizo allí mismo. Como don Quijote tenía buen olfato, enseguida le llegó el mal olor.
–Me parece, Sancho, que tienes mucho miedo.
–Sí tengo ―respondió Sancho―. Pero ¿en qué lo ha notado vuestra merced?
–En que ahora hueles, y no a perfume precisamente ―dijo don Quijote.
–Bien podría ser ―dijo Sancho―; pero yo no tengo la culpa, sino vuestra merced, que me trae a oscuras por estos sitios desconocidos.
–Aléjate un poco, amigo ―dijo don Quijote―, y de ahora en adelante ten más cuidado con tu persona y más respeto hacia mí.
Con estas y otras cosas pasaron la noche. Al amanecer, cruzaron un bosquecillo de castaños y se encontraron una gran cascada de agua y, al lado de unas rocas, unas casas de donde salían los golpes que tanto los habían asustado.
Don Quijote se fue acercando y pensó con todo su corazón en su señora Dulcinea, suplicándole que le ayudara en la aventura que se acercaba. Se aproximó un poco más y descubrió la causa los ruidos: eran seis mazos de batán que con sus golpes alternativos producían aquel estruendo.
Cuando don Quijote vio lo que era, se quedó mudo y pasmado [78] pasmado – изумлённый
. Sancho empezó a reír con tantas ganas que contagió a don Quijote.
Esto animó a Sancho a seguir riendo, pero entonces don Quijote se enfadó y le dio unos buenos golpes en la espalda al escudero.
–Tranquilícese vuestra merced ―suplicó Sancho―, que no me estoy burlando.
–Ven aquí, señor alegre ―dijo don Quijote―, ¿crees que si en lugar de ser mazos de batán hubiera sido otra peligrosa aventura, yo no habría mostrado valor para llevarla a cabo? ¿Estoy yo obligado, siendo como soy caballero, a conocer y distinguir los ruidos y saber cuáles son de batán, o no? Y además, yo no los he visto en mi vida, y vos sí, como villano [79] villano – деревенщина, из простонародья
que sois, criado y nacido entre ellos. Si no, haced que estos seis mazos se convirtieran en seis gigantes y veréis cómo quedan cuando yo acabe con ellos.
–No hablemos más ―dijo Sancho―, que yo confieso que me he reído demasiado. Pero ¿verdad que ha sido cosa de risa, y de contar, el miedo que hemos pasado?
–No niego que no sea cosa de risa ―replicó don Quijote―, pero no de contarse, que muchas personas no saben ser discretas.
–En adelante ―dijo Sancho―, solo hablaré para manifestarle mi respeto como a mi amo y señor.
Capítulo XVII
La aventura del yelmo de Mambrino
[80] yelmo – шлем
[81] Mambrino – согласно рыцарским романам, мавританский царь Мамбрин потерял в сражении свой чудодейственный шлем
Comenzó a llover un poco y Sancho intentó resguardarse en el batán, pero don Quijote no quiso entrar para olvidar la pesada burla. Cogieron el camino que habían traído el día anterior y, al poco rato, descubrió don Quijote un hombre a caballo que traía en la cabeza una cosa que brillaba como si fuera de oro. Se volvió a Sancho y le dijo:
–Me parece, Sancho, que se va a cumplir aquel refrán que dice: «Donde una puerta se cierra, otra se abre». Digo esto porque, si no me engaño, viene hacia nosotros uno que trae en su cabeza el yelmo de Mambrino.
–Mire vuestra merced bien lo que dice y lo que hace ―dijo Sancho―, no se vaya a engañar.
–¿Cómo me puedo engañar? ―dijo don Quijote―. ¿No ves tú a aquel caballero sobre un caballo negro que trae en la cabeza un yelmo de oro?
–Lo que yo veo ―respondió Sancho― es un hombre sobre un asno que trae en la cabeza algo que brilla.
–Pues ese es el yelmo de Mambrino ―dijo don Quijote―. Apártate y déjame solo, y verás qué pronto termino esta aventura y hago mío el yelmo que tanto deseo.
Lo que veía don Quijote era en realidad un barbero sobre un asno, y, como estaba lloviendo, el barbero se había puesto en la cabeza la bacía de afeitar [82] bacía de afeitar – тазик для бритья
; pero él vio un caballero a caballo con yelmo de oro.
Cuando don Quijote vio que el caballero estaba cerca, se dirigió a él a galope con la intención de atravesarlo con la lanza.
–Defiéndete ―decía― o entrégame voluntariamente lo que me pertenece.
El barbero que vio venir a aquel fantasma con la lanza se bajó del asno, comenzó a correr más ligero que un gamo y abandonó la bacía, lo cual contentó mucho a don Quijote.
Mandó a Sancho que recogiera el yelmo y al tenerlo en sus manos este dijo:
–Ciertamente… la bacía es buena.
Se la dio a su amo, que se la puso en la cabeza, y como no le encajaba bien dijo:
–No hay duda de que el primero en hacerse a medida este famoso yelmo debía de tener una grandísima cabeza, y lo peor de ello es que le falta la mitad.
Cuando Sancho oyó llamar yelmo a la bacía, no pudo contener la risa, pero disimuló para no enfadar a don Quijote.
–¿De qué te ríes, Sancho? ―preguntó don Quijote.
–Me río ―dijo― de pensar en la cabeza tan grande que debía de tener el dueño de esta mitad de yelmo, que se parece mucho a una bacía de barbero.
–¿Sabes qué imagino, Sancho? Que este famoso yelmo encantado debió de llegar a manos de alguien que no supo estimar su valor. Y, viendo que era de oro, debió de vender una parte del yelmo y la otra mitad es esta, que parece bacía de barbero, como tú dices. Ahora buscaremos un herrero para que me la ajuste en la cabeza, y pueda librar de alguna pedrada [83] pedrada – удар камнем
.
–Eso será ―dijo Sancho― si no tiran con honda, como ocurrió en la pelea de los dos ejércitos cuando le quitaron a vuestra merced las muelas. Hablando de otra cosa ―continuó Sancho―, ¿qué hacemos con este caballo, que parece asno, que dejó aquí aquel Martino [84] Martino – имеется в виду Мамбрин; как и в случае с Фристоном, комический эффект достигается за счёт путаницы в именах
?
Читать дальше
Конец ознакомительного отрывка
Купить книгу