Jenn preguntó: “¿Por qué es un caso del FBI?”.
Meredith dijo: “Brier no es la primera víctima. Ayer fue encontrado otro cuerpo cerca, una joven llamada Courtney Wallace”.
Riley contuvo un suspiro.
“No me digas”, dijo. “También enterrada viva”.
“Exacto”, dijo Meredith. “La mataron en una de las rutas de senderismo en la misma reserva natural, al parecer también temprano en la mañana. Fue descubierta más tarde ese día cuando un excursionista se encontró con el suelo movido y llamó a los servicios del parque”.
Meredith se echó hacia atrás en su silla y la movió de un lado a otro.
Dijo: “Hasta ahora, la policía local no tiene ningún sospechoso o testigo. Aparte de los lugares y el MO, no tienen casi nada. Ambas víctimas eran personas jóvenes y sanas. No ha habido tiempo para averiguar si estuvieron conectadas de alguna forma, aparte del hecho que ambas estuvieran allí temprano en la mañana”.
Riley trató de darle sentido a lo que acababa de oír, pero no tenía casi información.
Ella preguntó: “¿La policía local acordonó el área?”.
Meredith asintió.
“Cerraron la zona boscosa cerca de ese sendero y la mitad de la playa al público. Les dije que no movieran el cuerpo en la playa hasta que mi gente llegara”.
“¿Y el cuerpo de la mujer?”, preguntó Jenn.
“Está en la morgue de Sattler, la ciudad más cercana. El médico forense del distrito Tidewater está en la playa en este momento. Quiero que ustedes se vayan para allá lo antes posible. Llévense un vehículo del FBI, algo que llame la atención. Tengo la esperanza de que si al menos el FBI está visible en la escena, eso desacelere al asesino. Mi conjetura es que estos no serán sus últimos asesinatos”.
Meredith miró a Riley y Jenn.
“¿Alguna pregunta?”, preguntó.
Riley tenía una pregunta, pero no sabía si debía hacerla.
Finalmente dijo: “Señor, quiero hacer una petición”.
“¿Qué?”, dijo Meredith, reclinándose en su silla de nuevo.
“Quiero que el agente especial Jeffreys sea asignado a este caso”.
Los ojos de Meredith se abrieron.
“El agente Jeffreys está de licencia”, dijo. “Estoy seguro de que la agente Roston y tú pueden manejar este caso perfectamente bien”.
“Eso no lo dudo”, dijo Riley. “Pero…”.
Ella vaciló.
“Pero ¿qué?”, preguntó Meredith.
Riley tragó grueso. Sabía que a Meredith no le gustaba cuando los agentes pedían favores personales.
Ella dijo: “Creo que tiene que volver al trabajo, señor. Creo que le haría bien”.
Meredith frunció el ceño y no dijo nada por un momento.
Luego dijo: “No lo asignaré oficialmente al caso. Pero si quieres que trabaje con ustedes de manera informal, no me opondré”.
Riley le dio las gracias, tratando de no ser demasiado efusiva para que no cambiara de parecer. Luego ella y Jenn requisaron un VUD oficial del FBI.
A lo que Jenn comenzó a conducir hacia el sur, Riley sacó su teléfono celular y le envió un mensaje de texto a Bill.
Estoy trabajando en un nuevo caso con Roston. El jefe dice que puedes trabajar con nosotras. Quiero que trabajes con nosotras.
Riley esperó unos momentos. Su corazón latió con un poco más de fuerza cuando el mensaje fue marcado como “leído”.
Luego escribió...
¿Podemos contar contigo?
Una vez más, el mensaje fue marcado como “leído”, pero no hubo respuesta.
El ánimo de Riley se hundió.
“Tal vez esto no es una buena idea”, pensó. “Tal vez todavía es demasiado pronto”.
Deseaba que Bill le respondiera, aunque solo para decirle que no.
Mientras Jenn conducía la camioneta al sur hacia su destino, Riley siguió mirando los mensajes de texto que había enviado desde su teléfono celular.
Bill todavía no había respondido.
Finalmente decidió llamarlo.
Marcó su número. Para su frustración, solo oyó su correo de voz.
Ante el pitido, ella simplemente dijo: “Bill, llámame. Ahora mismo”.
A lo que Riley colocó su teléfono en su regazo, Jenn la miró desde detrás del volante.
“¿Pasa algo?”, preguntó Jenn.
“No lo sé”, dijo Riley. “Espero que no”.
Su preocupación siguió en aumento mientras Jenn conducía. Recordó un mensaje de texto que había recibido de Bill mientras había estado trabajando en su caso más reciente en Iowa...
Solo para que sepas. Llevo rato sentado aquí con una pistola en mi boca.
Riley se estremeció ante el mero recuerdo de la llamada telefónica desesperada que había venido después, cuando logró disuadirlo de suicidarse.
¿Estaba pasando lo mismo?
Si era así, ¿qué podía hacer Riley al respecto?
Un ruido agudo y repentino alejó estos pensamientos de la mente de Riley. Le tomó un segundo darse cuenta de que Jenn había encendido la sirena después de encontrarse con tráfico lento.
La sirena sirvió como un gran recordatorio para Riley.
“Tengo que mantenerme enfocada en el trabajo en cuestión”.
*
Riley y Jenn llegaron a la Reserva Natural Belle Terre a eso de las diez y media. Siguieron un camino a la playa hasta que encontraron un par de patrullas y la furgoneta de un médico forense. Más allá de los vehículos, en una zona herbosa, había una barrera de cinta policial para mantener al público alejado de la playa.
No vieron la playa de inmediato a lo que se bajaron de la camioneta. Pero Riley vio gaviotas volando sobre su cabeza, sintió una brisa fresca en su cara, el aire olía a sal y oyó el sonido de las olas.
A Riley le consternaba, más no le sorprendía, el hecho de que un pequeño grupo de periodistas ya se habían aglomerado en la zona de estacionamiento más allá de la escena del crimen. Se amontonaron alrededor de Riley y Jenn, haciéndoles preguntas.
“Hubo dos asesinatos en dos días. ¿Esto es obra de un asesino en serie?”.
“Dieron a conocer el nombre de la víctima de ayer. ¿Ya identificaron a la nueva víctima?”.
“¿Se comunicaron con la familia de la víctima?”.
“¿Es cierto que las dos víctimas fueron enterradas vivas?”.
Riley se encogió ante la última pregunta. Obviamente no le sorprendía el hecho de que ya se sabía cómo habían muerto las víctimas. Los reporteros probablemente se habían enterado de eso escuchando a los escáneres de la policía local. Pero no tenía ninguna duda de que los medios de comunicación caerían en el sensacionalismo respecto a estos asesinatos.
Riley y Jenn se abrieron paso entre los reporteros sin decir nada. Luego fueron recibidas por un par de policías locales, quienes las acompañaron más allá de la cinta policial y la zona herbosa hacia la playa. Riley sintió la arena metiéndose en sus zapatos mientras caminaba.
En un momento vieron la escena del crimen.
Varios hombres rodeaban un hoyo cavado en la arena donde el cuerpo aún permanecía. Dos de ellos se dirigieron hacia Riley y Jenn a medida que se aproximaban. Uno de ellos era un hombre robusto y pelirrojo con uniforme. El otro, un hombre delgado con pelo negro rizado, llevaba una camisa blanca.
“Me alegra que llegaran tan rápido”, dijo el hombre pelirrojo cuando Riley y Jenn se presentaron. “Soy Parker Belt, el jefe de policía de Sattler. Este es Zane Terzis, el médico forense del distrito Tidewater”.
El jefe Belt llevó a Riley y Jenn hacia el hoyo y bajaron la mirada al cuerpo medio descubierto.
Riley estaba más que acostumbrada a ver cadáveres en varios estados de mutilación y descomposición. A pesar de ello, este la sacudió con una especie única de terror.
Era un hombre rubio, de unos treinta años de edad, y llevaba ropa para correr adecuada para una caminata fresca de mañana de verano por la playa. Sus brazos permanecían tendidos en rigor mortis de sus intentos desesperados de desenterrarse. Sus ojos estaban bien cerrados, y su boca abierta estaba llena de arena.
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