“Creo que tienes a un ladrón trabajando en el hotel,” dijo Jessie sin preámbulos, con la intención de ponerle rápidamente al día.
“¿Cómo así?” le preguntó, ahora frunciendo el ceño ligeramente.
“He visto a este tipo,” dijo ella, enseñándole una de las fotos de su teléfono, “hacerse con un maletín de un carro de equipajes. Es posible que fuera suyo. Pero parecía estar disimulando y estaba sudando como un tipo que está nervioso por algo.”
“Muy bien, Sherlock,” dijo el guardia con escepticismo. “Asumiendo que tengas razón, ¿cómo se supone que le voy a encontrar? ¿Viste en qué pisos se detuvo el ascensor?”
“El octavo, pero si tengo razón, eso dará igual. Si es un huésped del hotel, me imagino que ese es su piso y ahí es donde se va a quedar.”
“¿Y si no es un huésped?” preguntó el guardia.
“Si no lo es, supongo que va a regresar de inmediato en el ascensor que está volviendo ahora mismo a la recepción.”
En el instante que dijo eso, se abrió la puerta del ascensor y el hombre sudoroso, vestido de traje, salió de él, con el periódico en una mano, el maletín en la otra. Empezó a caminar hacia la salida.
“Imagino que va a esconder eso en alguna parte y a empezar con todo el proceso de nuevo,” dijo Jessie.
“Quédate aquí,” le dijo el guardia, y después habló por su radio. “Voy a necesitar refuerzos en recepción cuanto antes.”
Se acercó al hombre de traje que, al verle por el rabillo del ojo, aceleró el ritmo de su paso. También el guardia aceleró. El hombre trajeado echó a correr y estaba ya saliendo por la puerta cuando se dio de frente con otro guardia de seguridad que corría en la dirección opuesta. Los dos se cayeron y rodaron por el suelo.
El guardia que estaba con Jessie agarró al hombre del traje, le elevó en el aire, le puso el brazo a la espalda, y le arrojó contra la pared del hotel.
“¿Le importa si miro en su bolsa, señor?” le exigió.
Jessie quería quedarse a ver cómo terminaba todo, pero un vistazo rápido a su reloj le mostró que su cita con la doctora Lemmon, concertada para las 11, era en solo cinco minutos. Tendría que saltarse el paseo de vuelta y tomar un taxi solo para llegar a tiempo. Ni siquiera iba a tener tiempo de despedirse del guardia. Estaba preocupada de que, si lo intentaba, él insistiría en que se quedara por allí para darle su declaración a la policía.
Llegó por los pelos y estaba jadeando sentada en la sala de espera cuando la doctora Lemmon abrió la puerta de su despacho para invitarle a pasar.
“¿Has venido corriendo desde Westport Beach?” le preguntó la doctora, riéndose.
“Se puede decir que algo así.”
“Bueno, pasa adentro y ponte cómoda,” dijo la doctora Lemmon, cerrando la puerta después de que entrara Jessie y sirviendo dos vasos de agua de una jarra que estaba llena de rodajas de limón y pepino. Seguía teniendo esa permanente tan terrible que Jessie recordaba, con pequeños ricitos rubios que rebotaban al tocarle los hombros. Llevaba puestas unas gafas gruesas que hacían que sus ojos afilados como de búho parecieran más pequeños. Era una mujer menuda, de apenas metro y medio de altura. Sin embargo, su cuerpo estaba visiblemente entonado, seguramente como resultado del yoga que practicaba tres veces por semana, según le había dicho a Jessie. Para una mujer de sesenta y tantos años, tenía un aspecto estupendo.
Jessie se sentó en la cómoda butaca que siempre utilizaba para sus sesiones y de inmediato, se metió en el antiguo estado al que estaba acostumbrada. No había estado aquí durante un tiempo, más de un año, y había tenido la esperanza de que seguiría siendo así. Pero era un lugar de consuelo, donde se había peleado con, y tenido éxito a ratos, con la tarea de hacer las paces con su pasado.
La doctora Lemmon le dio el vaso de agua, se sentó enfrente de ella, agarró un bloc de notas y un bolígrafo, y los depositó sobre su regazo. Esa era su señal de que la sesión había dado comienzo formalmente.
“¿De qué vamos a hablar hoy, Jessie?” le preguntó con calidez.
“Las buenas noticias primero, supongo. Voy a hacer mis prácticas en DSH-Metro, en la Unidad DNR.”
“Oh vaya. Eso es impresionante. ¿Quién es tu asesor en la facultad?”
“Warren Hosta de UC-Irvine,” dijo Jessie. “¿Le conoces?”
“Hemos interactuado,” dijo la doctora misteriosamente. “Creo que estás en buenas manos. Es fastidioso, pero sabe de lo que habla, y eso es lo importante para ti.”
“Me alegro de oír eso porque no tenía mucha elección,” apuntó Jessie. “Era el único que tenía la aprobación del Panel en la zona.”
“Supongo que para conseguir lo que quieres, tienes que hacer las cosas a su manera. Esto es lo que tú querías, ¿no es cierto?”
“Así es,” dijo Jessie.
La doctora Lemmon le miró de cerca. Hubo un momento de entendimiento entre ellas. En su momento, cuando las autoridades habían interrogado a Jessie sobre su tesis, la doctora Lemmon había aparecido por la comisaría de policía sin más ni más. Jessie se acordaba de ver a su psiquiatra hablar en voz baja con varias personas que habían estado observando su entrevista en silencio. Después de eso, las preguntas le habían parecido menos acusatorias y más respetuosas.
No sería hasta más tarde que Jessie se enteraría de que la doctora Lemmon era miembro del Panel y era totalmente consciente de lo que pasaba en la DNR. Incluso había tratado a algunos de los pacientes que había allí. En retrospectiva, no debería haber sido una sorpresa. Después de todo, Jessie había buscado a esta mujer como terapeuta precisamente debido a su reputación de experta en ese tema.
“¿Puedo preguntarte otra cosa, Jessie?” le dijo la doctora Lemmon. “Dices que lo que quieres es trabajar en la DNR. Pero, ¿has pensado que puede que ese lugar no te de las respuestas que andas buscando?”
“Solo quiero entender mejor cómo piensa esta gente,” insistió Jessie, “para poder ser una mejor perfiladora criminal.”
“Creo que ambas sabemos que estás buscando mucho más que eso.”
Jessie no le respondió. En vez de eso, colocó las manos en su regazo y tomó una inhalación profunda. Sabía cómo iba a interpretar la doctora eso, pero no le importaba en absoluto.
“Ya volveremos a eso,” dijo la doctora Lemmon en voz baja. “Continuemos. ¿Cómo te está tratando la vida de casada?”
“Esa es la razón principal de que quisiera verte hoy,” dijo Jessie, contenta de cambiar de tema. “Como ya sabes, Kyle y yo nos acabamos de mudar de aquí a Westport Beach porque su empresa le ha relocalizado a la oficina de Orange County. Tenemos una casa enorme en un vecindario estupendo a un paseo de distancia del puerto…”
“¿Pero…?” le incitó la doctora Lemmon.
“Hay algo que no es del todo normal en ese lugar. He tenido problemas para definirlo. Todo el mundo ha sido de lo más amistoso hasta ahora. Me han invitado a cafés y almuerzos y barbacoas. Me han pasado sugerencias de las mejores opciones de supermercados y guarderías, en el caso de que acabemos necesitando una. Pero hay algo que resulta… peculiar. Y está empezando a afectarme.”
“¿De qué manera?” preguntó la doctora Lemmon.
“Es que me siento abatida sin ninguna razón,” dijo Jessie. “Kyle llegó tarde a casa para una cena que había preparado y dejé que me hundiera mucho más de lo debido. No era para tanto, pero es que él se mostraba tan indiferente sobre ello. Me ponía enferma. Además, solo la tarea de desembalar las cajas resulta abrumadora de una manera que resulta exagerada en este caso. Tengo esta sensación constante, inquietante, de que no pertenezco allí, de que hay algún tipo de llave secreta a una habitación donde han estado todos y que nadie me la va a dar.”
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