Blake Pierce - El Tipo Perfecto

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En EL TIPO PERFECTO (Libro #2), la perfiladora criminal novata Jessie Hunt, de 29 años, recoge los pedazos de su vida trastocada y sale de los suburbios para empezar una nueva vida en el centro de Los Ángeles. Sin embargo, cuando asesinan a uno de los ricos y famosos, Jessie, a quien han asignado el caso, se ve de nuevo en el mundo de los suburbios de imagen impoluta, a la caza de un asesino demente entre falsas fachadas de normalidad y mujeres sociópatas. Jessie, disfrutando de la vida de nuevo en el centro de Los Ángeles, está convencida de que ha dejado atrás su pesadilla suburbana. Dispuesta a dejar atrás su matrimonio fallido, consigue un puesto con el departamento local de policía, posponiendo su entrada a la academia del FBI. Le encargan de un simple asesinato en un vecindario de lujo, un caso sencillo con el que dar los primeros pasos en su profesión. Sin embargo, sus jefes no tienen ni idea de que hay más detrás de este caso de lo que nadie pudiera sospechar. No hay nada que le prepare para su primer caso, que le forzará a escudriñar las mentes de unas parejas acomodadas, suburbanas, que pensaba haber dejado atrás. Por detrás de sus cuidadas fotos familiares y sus setos bien cuidados, Jessie se da cuenta de que esta perfección no lo es tanto como parece. Un thriller de suspense psicológico de ritmo trepidante con personajes inolvidables y suspense palpitante, EL TIPO PERFECTO es el libro #2 de una nueva serie fascinante que le hará pasar páginas hasta altas horas de la noche. El Libro #3 de la serie Jessie Hunt – LA CASA PERFECTA – está ahora disponible a la preventa.

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“Vaya, vaya. ¿Así que atrapas a asesinos en serie y cosas así?”.

“Lo llevo haciendo un tiempo”, dijo Jessie, sin mencionar que su búsqueda se reducía a un asesino en serie en particular y que no tenía nada que ver con el trabajo.

“Eso es fascinante. Qué trabajo tan interesante”.

“Gracias”, dijo Jessie, presintiendo que por fin había reunido el valor para preguntarle lo que tenía en mente desde hace un rato.

“¿Y entonces cuál es tu situación actual? ¿Estás soltera?”.

“Divorciada”.

“¿De verdad?”, dijo él. “Pareces demasiado joven para estar divorciada”.

“Ya lo sé. Circunstancias inusuales. No acabó funcionando”.

“No quiero ser grosero, pero ¿puedo preguntarte qué fue tan inusual? Quiero decir, eres todo un trofeo. ¿Eres una psicópata o algo así?”.

Jessie sabía que no tenía intención alguna de herirla con la pregunta. Estaba genuinamente interesado tanto en la respuesta como en ella y acababa de estropearlo todo de un modo terrible. Aun así, podía percibir cómo todo el interés que le quedaba por Doyle desaparecía en ese momento. En el mismo instante, la pesadez del día y sus tacones altos empezaron a asomar sus feas cabezas. Decidió concluir la noche con una explosión.

“No diría que soy una psicópata, Doyle. No cabe duda de que tengo mis problemas, hasta el punto de que me despierto gritando la mayoría de las noches. ¿Pero psicópata? No diría eso. La verdad es que nos divorciamos porque mi marido era un sociópata que asesinó a una mujer con la que se estaba acostando, intentó inculparme por ello, y al final intentó matarme a mí a y a dos de nuestros vecinos. Realmente se tomó en serio eso de “hasta que la muerte nos separe”.

Doyle se la quedó mirando, con la mandíbula tan abierta que podrían haberle entrado hasta moscas. Esperó a que se recuperara, sintiendo curiosidad por ver la maestría con la que se iba a librar del asunto. No mucha, por lo que pudo comprobar.

“Oh, eso es realmente terrible. Te preguntaría más sobre ello, pero acabo de acordarme de que tengo que presentar una deposición a primera hora de la mañana. Seguramente, debería irme a casa. Espero verte por aquí en algún momento”.

Se levantó del taburete y ya estaba a mitad de camino de la entrada antes de que Jessie pudiera pronunciar un “Adiós, Doyle”.

*

Jessica Thurman tiró de la manta para cubrir su cuerpecito medio congelado. Ya llevaba sola en la cabaña con su madre muerta tres días. Estaba tan delirante por la falta de agua, calor, e interacción humana que a veces creía que su madre le estaba hablando, a pesar de que su cadáver seguía tirado, inmóvil, con los brazos en lo alto sujetos por los grilletes que colgaban de las vigas de madera.

De repente, dieron unos golpes a la puerta. Había alguien fuera de la cabaña. No podía tratarse de su padre. No tenía ninguna razón para llamar. Entraba en cualquier parte siempre que le daba la gana.

Los golpes se repitieron, solo que esta vez sonaban diferentes. Había un zumbido mezclado con ellos. Eso no tenía ningún sentido. La cabaña no tenía timbre en la puerta. El zumbido volvió a sonar, esta vez sin que hubiera sonido de golpes en absoluto.

De repente, los ojos de Jessie se abrieron de par en par. Estaba tumbada en la cama, concediéndole un segundo a su cerebro para que procesara que el zumbido que estaba escuchando provenía de su celular. Se inclinó para cogerlo, notando que, aunque le latía el corazón a toda velocidad y su respiración era jadeante, no estaba tan sudorosa como era costumbre después de una pesadilla.

Era el detective Ryan Hernández. Al responder a la llamada, echó un vistazo a la hora: las 2:13 de la madrugada.

“Hola”, dijo Jessie, sin apenas sonar somnolienta.

“Jessie. Soy Ryan Hernández. Disculpa que te llame a esta hora, pero he recibido una llamada para investigar una muerte sospechosa en Hancock Park. Garland Moses ya no atiende llamadas en medio de la noche y todos los demás están ocupados. ¿Te apetece unirte?”.

“Claro”, respondió Jessie.

“Si te envío la dirección por mensaje de texto, ¿puedes estar aquí en treinta minutos?”, le preguntó.

“Puedo estar allí en quince”.

CAPÍTULO SIETE

Cuando Jessie aparcó delante de la mansión en Lucerne Boulevard. a las 2:29 de la madrugada, ya había allí delante varios coches patrulla, una ambulancia, y el vehículo del examinador médico. Se bajó del coche y caminó hacia la entrada, intentando parecer lo más profesional posible, dadas las circunstancias.

Había vecinos apostados en el pavimento, muchos de ellos envueltos en albornoces para protegerse del fresco de la noche. Este tipo de cosas no era lo habitual en un vecindario acomodado como Hancock Park. Acurrucado entre Hollywood al norte y el distrito de Mid-Wilshire al sur, era un enclave de las familias de dinero de tradición de Los Ángeles, o al menos de tanta tradición como podía darse en una ciudad tan indiferente a la historia como esta. La gente que vivía aquí no eran las estrellas del celuloide o los gigantes de Hollywood que uno se podía encontrar en Beverly Hills o en Malibú. Estas eran las residencias de los que llevaban generaciones siendo ricos, que podían elegir si trabajaban o no. Si lo hacían, solía ser meramente para evitar el tedio. Pero esta noche no tenían que preocuparse de estar aburridos. Después de todo, uno de los suyos había muerto y todos sentían curiosidad por saber de quién se trataba.

Jessie sintió cierta excitación mientras subía por la escalinata que llevaba a la puerta principal, que estaba marcada con cinta policial amarilla. Esta era la primera vez que llegaba a una escena del crimen sin la compañía de un detective. Y eso quería decir que era la primera vez que iba a tener que mostrar sus credenciales para acceder a una zona restringida.

Recordó que había sentido la misma emoción cuando se las dieron por primera vez. Hasta había practicado con Lacy el gesto de presentarlas unas cuantas veces en el apartamento. Pero ahora, mientras las rebuscaba en el bolsillo de su chaqueta, tratando de localizarlas, se sentía sorprendentemente nerviosa.

No tenía necesidad de estarlo. El agente que había en la parte superior de las escaleras apenas las miró mientras retiraba la cinta policial para dejarle pasar.

Jessie encontró a Hernández con otro detective de pie justo en la recepción de la casa. Parecía como si al hombre más joven le hubiera tocado el palito más corto. La mayor experiencia del detective Reid le había debido permitir pasar por alto esta llamada. Jessie se preguntó por qué Hernández no había aprovechado su rango para hacer lo propio. La vio y le hizo un gesto para que entrara.

“Jessie Hunt, no sé si ya has conocido al detective Alan Trembley. Era el detective de guardia esta noche y va a trabajar en este caso conmigo”.

Cuando Jessie le estrechó la mano, no pudo evitar notar que, con su cabello rubio descuidado y las gafas que le llegaban hasta la mitad del puente de la nariz, parecía estar tan disperso como ella misma se sentía.

“Nuestra víctima está en la zona de la piscina”, dijo Hernández mientras comenzaba a caminar, guiando sus pasos. “Se llama Victoria Missinger. Treinta y cuatro años de edad. Casada, sin hijos. Está en un pequeño cubículo oculto en la sala principal, que puede ayudar a explicar por qué se tardó tanto en encontrarla. Su marido llamó esta tarde, diciendo que no había podido dar con ella durante unas horas. Había cierta preocupación de que pudiera darse una situación de petición de rescate, así que no se llevó a cabo un barrido completo de la casa hasta hace unas horas. Encontraron su cuerpo gracias al perro entrenado para encontrar cadáveres”.

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