—Sed raudos —les dijo a los hombres y las mujeres que le seguían—. Atacad con rapidez.
Se dispersaron, el negro de las lámparas atenuaba el brillo de sus armas. Cuando los guardias salieron de uno de los pasillos, se lanzaron hacia delante en silencio y atacaron. Ulren no se detuvo para observar la sangre y la muerte. Ahora mismo, nada de eso importaba.
Empezó a subir los tramos de escaleras que llevaban a la sala superior y que parecían no tener fin. Ya lo había hecho muchas veces y, en todas las ocasiones, había sido con la expectativa de que estaría allí como algo inferior, segundo o tercero o menos en una ciudad en la que la Primera de las Cinco era el único lugar que importaba.
Esta era la cruel broma de la ciudad, bajo el punto de vista de Ulren. Todos luchaban por estar arriba del todo, cinco trabajaban juntos, pero todo el mundo sabía que la Primera Piedra era el más fuerte. Hacía tanto tiempo que Ulren conspiraba para ser la Primera que ya no recordaba un tiempo en el que hubiera deseado otra cosa.
Había sido cauteloso, aunque siempre había sido suyo. Él había construido su poder, empezando con las tierras de su familia pero añadiendo más, cuidando sus recursos del mismo modo que un jardinero podría cuidar una planta. Había tenido paciencia, demasiada paciencia. Había trabajado hasta el límite para conseguir el asiento de la Primera Piedra.
Entonces apareció Irrien, y tuvo que tener paciencia de nuevo.
Las matanzas continuaban alrededor de Ulren, mientras él continuaba subiendo. Los sirvientes que vestían los colores de la Primera Piedra morían, derribados por sus hombres. Sin dudas, sin remordimientos. Felldust era una tierra donde incluso un esclavo de inocente apariencia podía llevar un puñal, con la esperanza de avanzar.
Un soldado que salió de entre las sombras lo atacó. Ulren forcejeó con él, buscando ventaja.
El hombre era fuerte, aunque tal vez solo era que la edad le pesaba. Ahora, a Ulren le dolía el cuerpo cuando estaba en la arena de entrenamiento en casa, y las esclavas que antes iban hacia él casi por su propia voluntad ahora tenían que esconder sus miradas de asco y consternación. Había días en los que entraba en una sala y apenas podía recordar por qué se había tomado la molestia.
Pero no había perdido nada de su astucia. Se giró con la fuerza del ataque del otro hombre enganchándolo con el pie por detrás de la pierna y empujándolo con todas sus fuerzas. El soldado tropezó y se cayó, bajó las escaleras de caracol que subía por la torre de cinco lados dando vueltas sobre sí mismo. Ulren dejó que sus guerreros acabaran con él. Bastaba con no haber parecido débil.
—¿Está todo en su lugar en el resto de la ciudad? le preguntó a Travlen, el sacerdote que había dejado la orden paracaminar a su lado.
—Sí, mi señor. Mientras hablamos, sus guerreros están atacando a la gente de Irrien que queda en la ciudad. Algunos de los que tenían negocios se han ofrecido para pasarse a su lado, y me dicen que, con los que no lo han hecho, la matanza ha sido suficiente como para satisfacer a los dioses.
Ulren asintió.
—Eso está bien. Acepta a los que deseen unirse a nosotros y, a continuación, ocúpate de quién puede sustituir a los que los gobiernan. No tengo tiempo para traidores.
—Sí, mi señor.
—Dios mío —dijo Ulren—, ¿no terminan nunca estas escaleras?
Otro hombre hubiera pensado en cambiar el centro del poder de Felldust una vez tuviera su control, pero Ulren sabía que era mejor no hacerlo. En una tierra como esta, la tradición tan solo era una forma más de mantener el control.
Llegaron a la planta más alta, donde los sirvientes y los esclavos cortaban fruta y llevaban agua, a la espera de cualquier antojo de las otras Piedras. Ulren se quedó allí, con sus guerreros desperdigados a su alrededor.
—¿Hay esclavos o sirvientes de la Primera Piedra aquí? —exigió.
Algunos dieron un paso adelante. ¿Cómo iban a hacer otra cosa? Irrien los había abandonado aquí. Tal vez, querría encontrarlos en el mismo lugar cuando regresara. Tal vez, sencillamente no le importaba. Ulren examinó a los hombres y mujeres que estaban allí. Imaginó que Irrien estaría disfrutando del miedo de sus rostros ahora mismo. Había pasado el tiempo suficiente cerca de la Primera Piedra para saber exactamente qué tipo de hombre era su rival.
A Ulren, sencillamente, le daba igual.
—Desde este momento, todos vosotros sois mis esclavos. Mis hombres decidirán a cuáles de vosotros vale la pena mantener y cuáles serán entregados a los templos para el sacrificio.
—Pero yo soy un hombre libre —se quejó uno de los sirvientes.
Ulren fue hacia allí y lo apuñaló con una espada serrada, desde el esternón hasta que salió por la espalda.
—Un hombre libre que escogió el bando equivocado. ¿Alguien más desea morir?
En su lugar, se arrodillaron. Ulren los ignoró, se dirigió hacia las grandes puertas dobles que marcaban la entrada principal a la sala del consejo. Había otras entradas, una para cada una de las Piedras. Su propósito era mostrar su independencia. Realmente, les proporcionaba un modo de escapar si era necesario.
Pero no pensaba que ellos escaparan de esto. No si él hacía las cosas bien. Ulren hizo una señal a su gente para que no pasaran y esperaran. Había modos de hacer estas cosas. Era algo que Irrien jamás había entendido, al ser un bárbaro del polvo. Esta era una ventaja que la Segunda Piedra tenía por encima de la Primera, y él intentaba sacarle el mayor provecho.
Extendió la mano y uno de los sirvientes le pasó su túnica de alto cargo oscura. Ulren se la puso por encima, con la capucha hacia atrás y se dirigió hacia las puertas. La espada sangrienta todavía estaba en su mano. Era mejor dejar claro de qué iba esto.
Fue hacia una de las ventanas altas que había allí y echó un vistazo a la ciudad. Con el polvo era difícil ver algo, pero podía imaginar qué estaba sucediendo allá abajo. Los guerreros se estarían desplazando por las calles, capturando a los que Irrien había dejado atrás. Los pregoneros les seguirían, anunciando el cambio. Los matones les estarían diciendo a los comerciantes a quién debían sus impuestos ahora. La ciudad estaba cambiando bajo ese polvo, y Ulren se había asegurado de que cambiaría a su manera.
Aun así, iba con cuidado. Una vez ya había estado dispuesto a tomar el asiento de la Primera Piedra. Había preparado a los mercenarios más fuertes, se había abastecido de secretos, para encontrarse con un engreído que tomó el trono antes de que él pudiera llegar hasta él.
¿Quién era la Primera Piedra por aquel entonces? ¿Maxim? ¿Thessa? Era difícil recordarlo, el gobierno de la ciudad había cambiado muy a menudo durante aquellos días. Lo único que importaba era que Irrien había venido y se había llevado lo que debía ser suyo. Ulren había sobrevivido aceptándolo. Ahora, la Primera Piedra se había excedido y era el momento de hacer algo más.
Entró en la sala donde las Cinco Piedras tomaban sus decisiones. Los demás ya estaban allí, tal y como él esperaba que fuera. Kas se acariciaba su barba en forma de tridente preocupado. Vexa estaba leyendo un informe. Borion tenía la bravuconería de un hombre que sabía que había problemas.
—¿De qué se trata? —preguntó.
Ulren no malgastó el tiempo con cumplidos.
—He decidido retar a Irrien por su asiento.
Observó las reacciones de los demás. Kas continuó acariciándose la barba. Vexa levantó una ceja. Borion fue el que más reaccionó, pero Ulren ya lo esperaba. ¿De cuántos contrincantes había alertado Irrien al vanidoso? ¿Cuántas veces había ayudado al hombre con sus deudas de juego?
—Irrien no está aquí para retarle —puntualizó Borion.
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