Morgan Rice - Gobernante, Rival, Exiliado

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Morgan Rice ha concebido lo que promete ser otra brillante serie, que nos sumerge en una fantasía de valor, honor, coraje, magia y fe en el destino. Morgan ha conseguido de nuevo producir un fuerte conjunto de personajes que hará que los aclamemos a cada página… Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores a los que les gusta la fantasía bien escrita. Books and Movie Reviews, Roberto Mattos (sobre el Despertar de los dragones) GOBERNANTE, RIVAL, EXILIADO es el libro#7 en la serie de fantasía épica DE CORONAS Y GLORIA, que empieza con ESCLAVA, GUERRERA, REINA (Libro #1), una descarga gratuita. Con Delos en ruinas, Ceres, Thanos y los demás parten hacia el último rincón de libertad del Imperio: la isla de Haylon. Allí, esperan juntarse con los pocos luchadores por la libertad que quedan, fortificar la isla y formar una defensa espectacular contra las hordas de Felldust. Ceres pronto se da cuenta de que, si tiene que haber alguna esperanza en que puedan defender la isla, ella necesitará más habilidades que las convencionales: tendrá que romper el encanto del hechicero y recuperar el poder de los Antiguos. Y, para ello, debe viajar y, sola, tomar el río de sangre hasta la cueva más oscura del reino, un lugar donde no existen ni la vida ni la muerte, de donde es más probable que salga muerta que viva. Mientras tanto, la Primera Piedra Irrien está decidido a tener a Estefanía como su esclava y a tiranizar Delos. Pero puede que las otras Piedras de Felldust tengan otros planes. GOBERNANTE, RIVAL, EXILIADA narra la historia épica del amor trágico, la venganza, la traición, la ambición y el destino. Llena de personajes inolvidables y acción vibrante, nos transporta a un mundo que nunca olvidaremos y hace que nos volvamos a enamorar de la fantasía. Un libro de fantasía lleno de acción que seguro que satisfará a los admiradores de las anteriores novelas de Morgan Rice, junto con los admiradores de obras como El ciclo del legado de Christopher Paolini… Los admiradores de la Ficción para jóvenes adultos devorarán este último trabajo de Rice y pedirán más. The Wanderer, A Literary Journal (sobre El despertar de los dragones) ¡Pronto se publicará el libro#8 en DE CORONAS Y GLORIA!

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—¿No me deseas? —rogó Estefanía—. Pensé que me querías para jugar conmigo.

Irrien tampoco era tan estúpido como para ignorar los encantos de Estefanía. Eso era parte del problema. Mientras tuvo la mano de ella sobre su brazo, había sentido algo más allá de los sensaciones de deseo habituales que sentía con las esclavas hermosas. Él no lo permitiría. No podía permitirlo. Nadie tendría poder sobre él, incluso ni lo que salía de su interior.

Echó un vistazo a la multitud. Allí había bastantes mujeres hermosas, las antiguas doncellas de Estefanía encadenadas y de rodillas. Algunas lloraban al ver lo que le estaba sucediendo a su antigua dirigente. Muy pronto se entretendría con ellas. Por ahora, debía deshacerse de la amenaza que Estefanía representaba con su habilidad de hacerle sentir algo.

El más alto de los sacerdotes se adelantó, los alambres de oro y plata de su barba tintineaban cuando se movía.

—Está todo preparado, mi señor —dijo—. Sacaremos a la criatura del vientre de su madre y, a continuación, lo sacrificaremos en el altar como es debido.

—¿Y esto será gratificante para vuestros dioses? —preguntó Irrien. Si el sacerdote captó la menor nota de escarnio en ello, no se atrevió a demostrarlo.

—Gratificante sobremanera, Primera Piedra. Ciertamente, gratificante sobremanera.

Irrien asintió.

—Entonces se hará del modo que usted sugiere. Pero seré yo quien mate al niño.

—¿Usted, Primera Piedra? —preguntó el sacerdote. Parecía sorprendido—. Pero ¿por qué?

Porque aquella era su victoria, no la del sacerdote. Porque Irrien era el que se había abierto camino en la ciudad luchando, mientras estos sacerdotes seguramente habían estado a salvo en los barcos que los transportaban. Porque era él el que había sufrido una herida por ello. Porque Irrien tomaba las muertes que eran suyas, antes de dejárselas a hombres inferiores. Pero no explicó nada de esto. No debía explicaciones a gente así.

—Porque así lo elijo —dijo—. ¿Tiene algún inconveniente?

—No, Primera Piedra, ningún inconveniente.

Irrien disfrutó del tono de miedo que escuchó, no porque sí, sino porque era un recordatorio de su poder. Todo esto lo era. Era una declaración de su victoria de la misma manera que era agradecimiento a los dioses que estaban observando. Era un modo de reivindicar este lugar a la vez que se deshacía de un niño que, cuando creciera, podría haber intentado reclamar su trono.

Puesto que era un recordatorio de su poder, se quedó observando a la multitud mientras los sacerdotes empezaban su carnicería. Estaban de pie y arrodillados en pulcras filas, los guerreros, los esclavos, los comerciantes y aquellos que aseguraban tener sangre noble. Él observaba su miedo, sus lloros, su repugnancia.

Tras él, los sacerdotes cantaban a coro, hablando en lenguas antiguas que se suponía que los mismos dioses les habían dado. Irrien echó la vista atrás y vio que el sacerdote superior sostenía una espada por encima del vientre descubierto de Estefanía, lista para cortarla mientras ella luchaba por escapar.

Irrien volvió su atención a los que estaban mirando. Se trataba de ellos, no de Estefanía. Observaba su horror cuando las súplicas de Estefanía se convirtieron en gritos tras él. Observaba sus reacciones, veía quién estaba sorprendido, quién estaba asustado, quién lo miraba con odio silencioso y quién parecía estar disfrutando del espectáculo. Vio que una de las doncellas se desmayaba al ver lo que estaba ocurriendo tras él y decidió que sería castigada. Otra estaba llorando tanto que otra tuvo que sostenerla.

Irrien había descubierto que observar a los que lo servían le decía más sobre ellos de lo que podría hacerlo cualquier declaración de lealtad. En silencio, marcaba a aquellos de entre los soldados que todavía debían ser totalmente destrozados, aquellos de entre los nobles que lo miraban con demasiados celos. Un hombre sabio no bajaba su guardia, incluso cuando ganaba.

Los gritos de Estefanía se hicieron más agudos por un instante, creciendo hasta un clímax que parecía seguir el ritmo del cántico de los sacerdotes a la perfección. Esto dio paso a gemidos, que iban a menos. Irrien dudaba que ella pudiera sobrevivir a esto. Ahora mismo, no le importaba. Ella estaba cumpliendo su propósito de mostrarle al mundo que él mandaba aquí. Cualquier cosa más allá de esto era innecesaria. Casi poco elegante.

En algún momento, unos gritos nuevos se unieron a los de la mujer noble más hermosa de Delos, los gritos de su bebé se mezclaron con los suyos. Irrien volvió al altar y extendió sus brazos, para llamar la atención de los que estaban mirando.

—Llegamos aquí y el Imperio era débil, así que lo tomamos. Yo lo tomé. El lugar de los débiles es servir o morir, y soy yo quién decide qué.

Se giró hacia el altar donde Estefanía estaba tumbada, le habían cortado el vestido, ahora estaba envuelta en un revoltijo de sangre y membranas tanto como de seda y terciopelo. Todavía respiraba, pero su respiración era irregular y la herida no era algo a la que una cosa débil como ella pudiera sobrevivir.

Irrien llamó la atención de los sacerdotes y, a continuación, sacudió su cabeza hacia la forma postrada de Estefanía.

—Deshaceros de eso.

Se apresuraron a obedecer, se la llevaron mientras los sacerdotes le entregaban al niño como si le hicieran entrega del más grande de los regalos. Irrien lo miró fijamente. Parecía extraño que una cosa tan diminuta y frágil pudiera potencialmente representar una amenaza para alguien como él, pero Irrien no era un hombre que corriera riesgos estúpidos. Algún día, este niño se hubiera convertido en un hombre, e Irrien había visto lo que sucedía cuando un hombre sentía que no tenía lo que le pertenecía. En su momento, él había tenido que matar a unos cuantos.

Colocó al niño sobre el altar y se giró hacia el público mientras sacaba un cuchillo.

—Mirad, todos vosotros —ordenó—. Mirad y recordad lo que sucede aquí. Las otras Piedras no están aquí para tomar su victoria. Yo sí.

Se giró de nuevo hacia el altar y, al instante, supo que algo iba mal.

Allí había un tipo, un hombre de aspecto joven con la piel blanca como un hueso, el pelo blanquecino y los ojos de un ámbar profundo que a Irrien le recordaban los de un gato. Llevaba túnica, pero la suya era pálida mientras las de los sacerdotes eran oscuras. Pasó un dedo por la sangre que había en el altar, aparentemente sin aversión, sencillamente con interés.

—Oh, Lady Estefanía —dijo en una voz regular y agradable y que, casi con total seguridad, era una mentira—. Le ofrecí la oportunidad de ser mi alumna. Debería haber aceptado mi oferta.

—¿Quién eres tú? —preguntó Irrien. Cambió el modo en el que sostenía el cuchillo, cambió de un agarre pensado para clavarlo a uno que era mejor para luchar—. ¿Por qué te atreves a interrumpir mi victoria?

El hombre extendió sus manos.

—No pretendo interrumpir, Primera Piedra, pero está a punto de destrozar algo que me pertenece.

—Algo… —Irrien sintió un destello de sorpresa al darse cuenta de lo que quería decir este extraño—. No, usted no es el padre del niño. Es un príncipe de este lugar.

—Nunca dije que lo fuera —dijo el hombre—. Pero se me prometió el niño como pago, y aquí estoy para cobrarlo.

Irrien sintió que la ira crecía en su interior y cogió con más fuerza el cuchillo que sostenía. Se giró para ordenar que cogieran a aquel estúpido y, al hacerlo, se dio cuenta de que los que allí estaban ahora no se movían. Estaban como embelesados.

—Supongo que debería felicitarle, Primera Piedra —dijo el desconocido—. Veo que la mayoría de los hombres que aseguran ser poderosos en realidad tienen poca fuerza de voluntad, pero usted ni siquiera se dio cuenta de mi… pequeño esfuerzo.

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