Morgan Rice - El Don de la Batalla

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EL ANILLO DEL HECHICERO tiene todos los ingredientes para ser un éxito inmediato: conspiraciones, tramas, misterio, caballeros aguerridos e incipientes relaciones repletas de corazones rotos, engaño y traición. Lo entretendrá durante horas y satisfará a personas de todas las edades. Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores del género fantástico. -Books and Movie Reviews, Roberto Mattos (sobre La Senda de los Héroes) EL DON DE LA BATALLA (Libro #17) es el final de la serie éxito en ventas EL ANILLO DEL HECHICERO, ¡que empieza con UNA SENDA DE HÉROES (Libro #1) ! En EL DON DE LA BATALLA (Libro #17) Thor se enfrenta con su mayor y último reto, al adentrarse más en la Tierra de Sangre en un intento por rescatar a Guwayne. Al encontrarse con enemigos más poderosos de lo que jamás hubiera pensado, Thor pronto se da cuenta de que se enfrenta a un ejército de tinieblas, para el que sus poderes no están preparados. Cuando descubre que un objeto sagrado puede otorgarle los poderes que necesita – un objeto que se ha mantenido en secreto durante mucho tiempo- debe embarcarse en una misión final para recuperarlo antes de que sea demasiado tarde, con el destino del Anillo en una balanza. Gwendolyn mantiene su promesa al Rey de la Cresta, entrando a la torre y enfrentándose al líder del culto para descubrir el secreto que esconde. La revelación la manda a Argon y, por último, al maestro de Argon, donde descubre el mayor de los secretos, uno que puede cambiar el destino de su pueblo. Cuando la Cresta es descubierta por el Imperio, empieza la invasión y, bajo el ataque del mayor ejército conocido por el hombre, recae en Gwendolyn el tener que defender y guiar a su pueblo a un éxodo final en masa. Los hermanos de la Legión de Thor, por su lado, se enfrentan a peligros inimaginables, mientras Angel está muriendo por la lepra. Darius lucha por su vida al lado de su padre en la capital del Imperio, hasta que un cambio inesperado lo empuja, sin nada que perder, a utilizar sus propios poderes. Erec y Alistair llegan a Volusia, luchando río arriba y continúan su búsqueda de Gwendolyn y los exiliados, mientras se enfrentan a batallas inesperadas. Y Godfrey se da cuenta de que, por último, debe tomar la decisión de ser el hombre que desea ser. Volusia, rodeada por todo el poder de los Caballeros de los Siete, debe ponerse a prueba como diosa y descubrir si ella sola tiene el poder de machacar a los hombres y gobernar el Imperio. Mientras Argon se enfrenta al final de sus días, se da cuenta de que ha llegado el momento de sacrificarse. Mientras el bien y el mal cuelgan en una balanza, una épica batalla final – la batalla más grande de todas- determinará el desenlace del Anillo para siempre. Con su sofisticada construcción del mundo y caracterización, EL DON DE LA BATALLA es un relato épico de amigos y amantes, de rivales y pretendientes, de caballeros y dragones, de intrigas y maquinaciones políticas, de crecimiento, de corazones rotos, de engaño, ambición y traición. Es un relato de honor y valentía, de sino y destino, de brujería. Es una fantasía que nos lleva a un mundo que nunca olvidaremos y que gustará a todas las edades y géneros. EL DON DE LA BATALLA es el libro más largo de la serie, ¡con 93. 000 palabras! Llena de acción… La escritura de Rice es de buena calidad y el argumento intrigante. -Publishers Weekly (sobre La Senda de los Héroes)

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Erec alzó la vista y examinó el horizonte, muy consciente del hecho que, cada momento que pasaba, cada vendaval, cada golpe de remo los estaba alejando más de Gwendolyn, de su primera misión y, sin embargo, él sabía que a veces uno debía desviarse de la misión para hacer aquello que era más honorable y correcto. Entendió que la misión no siempre era lo que pensabas que sería. A veces estaba en constante cambio; a veces era un viaje secundario en el camino que acababa siendo la misión real.

Aún así, Erec decidió para sus adentros doblegar la guarnición del Imperio lo más rápido posible y desviarse río arriba hacia Volusia, para salvar a Gwendolyn antes de que fuera demasiado tarde.

“¡Señor!” exclamó una voz.

Erec alzó la vista y vio a uno de sus soldados arriba en el mástil señalando hacia el horizonte. Se dio la vuelta para verlo y, mientras su barco pasaba una curva en el río y las corrientes se levantaban, la sangre de Erec se aceleró al ver un fuerte del Imperio, abarrotado de soldados, posado en el borde del río. Era un edificio cuadrado y de color verde parduzco, construido con piedra, de planta baja, con capataces del Imperio formando fila a su alrededor, aunque ninguno miraba hacia el río. En cambio, todos observaban la aldea de esclavos que había allá abajo, llena de aldeanos, todos bajo el látigo y la vara de los capataces del Imperio. Los soldados azotaban a los aldeanos sin piedad, torturándolos en las calles con trabajos forzosos, mientras los soldados que había arriba miraban hacia abajo y se reían de la escena.

Erec enrojeció por la indignación, furioso por la injusticia de todo aquello. Se sintió justificado por haber desviado a sus hombres en esa dirección río arriba y decidido a enmendar las injusticias y a hacerles pagar. Puede que solo fuera una gota en el cubo de la farsa del Imperio y, aún así, Erec sabía que no se podía subestimar lo que significaba la libertad incluso para pocas personas.

Erec vio que las orillas estaban llenas de barcos del Imperio, vigilados con desinterés, ninguno de ellos esperaba un ataque. Era evidente que no: no había fuerzas hostiles en el Imperio, ninguna que el gran ejército del Imperio pudiera temer.

Ninguno, claro está, aparte del de Erec.

Erec sabía que aunque superaban en número a Erec y a sus hombres, ellos tenían la ventaja de la sorpresa. Si podían atacar lo suficientemente rápido, quizás podrían aniquilarlos a todos.

Erec se giró hacia sus hombres y vio que Strom estaba a su lado, esperando ansioso sus órdenes.

“Ponte al mando del barco que hay a mi lado”, ordenó Erec a su hermano pequeño y, tan pronto como hubo pronunciado sus palabras, su hermano se puso en acción. Atravesó corriendo la cubierta, saltó por el barandal y fue a parar al barco que navegaba a su lado, donde se dirigió rápidamente a proa y se puso al mando.

Erec se dirigió a sus soldados, que se reunieron a su alrededor, esperando sus órdenes.

“No quiero que adviertan nuestra presencia”, dijo. “Debemos acercarnos todo lo que podamos. Arqueros, ¡preparados!” exclamó. ¡Y todos vosotros, agarrad vuestras lanzas y arrodillaos!”

Todos los soldados tomaron posiciones, agachados a lo largo del barandal, filas y filas de hombres de Erec en línea, todos sujetando lanzas y arcos, todos bien disciplinados, aguardando con paciencia su orden. Las corrientes se levantaron, Erec vio que las fuerzas del Imperio se acercaban amenazadoras y sintió una conocida aceleración en sus venas: la batalla estaba en el aire.

Se acercaron más y más, ahora estaban a menos de cien metros y el corazón de Erec latía con fuerza, esperando que no los detectaran, notando la impaciencia de todos los hombres a su alrededor, esperando para atacar. Solo necesitaban estar al alcance y, cada movimiento del agua, cada palmo que avanzaban sabía que era de valiosa ayuda. Solo tenían una oportunidad con sus lanzas y sus flechas y no podían fallar.

Venga, pensó Erec. Solo un poco más cerca.

A Erec le dio un vuelco el corazón cuando un soldado del Imperio de repente se giró con desinterés y observó las aguas y, a continuación, entrecerró los ojos confundido. Estaba a punto de divisarlos y era demasiado pronto. Todavía no los tenían a tiro.

Alistair, que estaba a su lado, también lo vio. Antes de que Erec pudiera dar la orden de empezar la batalla pronto, ella se puso de repente de pie y, con una expresión serena y de confianza, levantó su mano derecha. Una bola amarilla apareció en ella, echó su brazo hacia atrás y la lanzó hacia delante.

Erec observó maravillado cómo la esfera de luz flotaba en el aire por encima de ellos y bajaba como un arcoíris sobre ellos. Enseguida apareció una neblina, que los ocultó, protegiéndolos de los ojos del Imperio.

Ahora el soldado del Imperio miraba la neblina, confundido, sin ver nada. Erec se giró y sonrió a Alistair sabiendo que, una vez más, estaría perdido sin ella.

La flota de Erec continuaba navegando, ahora perfectamente escondida, y Erec echó una mirada a Alistair en agradecimiento.

“Su mano es más fuerte que mi espada, mi señora”, dijo con una reverencia.

Ella le sonrió.

“Todavía debes ganar tu batalla”, respondió ella.

El viento los acercaba más, la neblina permanecía con ellos y Erec veía que todos sus hombres deseaban disparar sus flechas, arrojar sus lanzas. Lo comprendía; a él también le quemaba la lanza en la mano.

“Todavía no”, susurró a sus hombres.

Mientras se separaban de la neblina, Erec empezó a entrever soldados del Imperio. Estaban en las murallas, con sus brillantes y musculosas espaldas, levantando los látigos en alto y azotando a los aldeanos, el chasquido de sus látigos se oía incluso desde allí. Otros soldados estaban observando el río, claramente alertados por el hombre que vigilaba y todos miraban sospechosos hacia la neblina, como si sospecharan algo.

Erec estaba muy cerca ahora, sus barcos apenas a diez metros, sentía el latir de su corazón en los oídos. La neblina de Alistair empezaba a despejar y supo que había llegado el momento.

“¡Arqueros!” ordenó Erec. “¡Fuego!”

Docenas de sus arqueros, a lo largo y ancho de su flota, se levantaron, apuntaron y dispararon.

El cielo se llenó con el sonido de las flechas dejando la cuerda, surcando el aire y el cielo oscureció con la nube de flechas letales, que dibujaban un arco en el aire para ir a parar a la orilla del Imperio.

Un instante después, los gritos sonaron en el aire, mientras la nube de mortíferas flechas descendía sobre los soldados del Imperio que abarrotaban el fuerte. La batalla había empezado.

Sonaban cuernos por todas partes, alertando a la guarnición del Imperio, que se apresuró a defender.

“¡LANZAS!” gritó Erec.

Strom fue el primero en levantarse y arrojar su lanza, una hermosa lanza de plata, que atravesó silbando el aire mientras volaba a una velocidad tremenda hasta encontrar un lugar en el corazón del estupefacto comandante del Imperio.

Erec lanzó la suya tras él, uniéndose al arrojar su lanza de oro y aniquilar a un comandante del Imperio que estaba en la otra punta de la fortaleza. A lo largo y ancho de su flota se unieron sus filas de hombres, arrojando sus lanzas y asesinando a los sobresaltados soldados del Imperio que apenas tuvieron tiempo de agruparse.

Cayeron docenas de ellos y Erec supo que su primera descarga había sido un éxito; pero todavía quedaban centenares de soldados y, cuando el barco de Erec se detuvo, tocando bruscamente la orilla, supo que había llegado el momento de la batalla cuerpo a cuerpo.

“¡AL ATAQUE!” exclamó.

Erec desenfundó su espada, saltó al aire por el barandal, cayendo a casi cinco metros antes de ir a parar a la arenosa orilla del Imperio. A su alrededor sus hombres lo seguían, centenares de hombres fuertes, todos a la carga por la playa, esquivando las flechas y las lanzas del Imperio cuando salieron de la neblina a través de la arena abierta hacia el fuerte del Imperio. Los soldados del Imperio también se agruparon y fueron corriendo a su encuentro.

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