Los quería lejos de él. Cerró los ojos y sacó sus poderes. De repente, todo se quedó en silencio.
Oliver abrió de nuevo los ojos y vio que los chicos se agarraban el cuello y la boca. Todavía le estaban gritando pero no salía ningún ruido. Era como si, sencillamente, Oliver hubiera apagado sus laringes.
La gente empezó a alejarse de él tambaleándose, hacia la puerta. Pronto, salieron corriendo de la clase. Pero Oliver no había acabado. Ellos tenían que aprender a no intimidar a la gente, a no insultarla o señalarla a la cara. Tenían que aprender la lección de verdad.
Así que mientras iban a toda prisa por el pasillo, Oliver hizo aparecer una nube de tormenta. Llovió sobre los chicos mientras corrían, empapándolos tanto como el sistema de aspersión.
El último niño salió corriendo de la clase. Entonces solo quedaban Oliver y la Sra. Belfry.
Él la miró y tragó saliva. Ahora no había ninguna duda. Oliver le había revelado sus poderes.
La Sra. Belfry fue corriendo hacia la puerta y la cerró con firmeza. Se giró y miró a Oliver. Tenía la frente profundamente arrugada entre las cejas.
—¿Quién eres?
Oliver sintió una presión en el pecho. ¿Qué pensaría de él la Sra. Belfry? Si estaba asustada o pensaba que él era un bicho raro como sus compañeros de clase, se sentiría abatido.
Fue andando hacia él.
—¿Cómo lo hiciste?
Pero a medida que se acercaba, Oliver se dio cuenta de que su expresión no era de conmoción o miedo. Era una mirada de sorpresa. Una mirada de asombro.
Arrastró una silla hacia el lado de él y se acomodó en ella, mirándolo atentamente. Su mirada brillaba por la intriga.
—¿Quién eres, Oliver Blue?
Oliver se acordó de la brújula. Lo había dirigido hacia aquí, hacia la Sra. Belfry. Esto era una señal del universo de que ella era alguien de quien se podía fiar. Alguien que lo ayudaría en su misión.
Se tragó los nervios y empezó a hablar.
—Tengo poderes. Poder sobre los elementos y las fuerzas de la naturaleza. Puedo viajar a través del tiempo y cambiar la historio.
La Sra. Belfry estaba completamente en silencio. Lo miró fijamente y parpadeó varias veces. Finalmente, habló:
—Siempre sospeché que tenías algo diferente —El tono de su voz era de asombro.
Oliver estaba atónito. La Sra. Belfry no pensaba en absoluto que él fuera un bicho raro. El corazón le dio un salto de alegría.
—¿Usted me cree? —preguntó.
Ella asintió.
—Sí, te creo —Después arrastró su silla para acercarse un poco más y le miró fijamente.
—Vamos. Cuéntamelo todo.
Así lo hizo Oliver. Empezó justo por el principio, el día de la tormenta. Para la Sra. Belfry, había sido la noche anterior, pero para Oliver habían pasado días y días.
Le habló de Armando Illstrom y de Lucas. De su encuentro con Ralph Black y de su viaje a la Escuela de Videntes. De que la escuela se encontraba entre dimensiones y solo se podía acceder a ella a través de un portal especial en 1944. Le habló de las clases, de la Doctora Ziblatt y de los portales interdimensionales. Le habló del comedor y de la mesa que se levantaba. de Hazel Kerr, Simon Cavendish y de Walter Stroud, el increíble jugador de switchit. Le habló de la Esfera de Kandra y del despacho del Profesor Amatista, con gravedad cero, de las cápsulas para dormir y de la prueba que determinó qué tipo de vidente era. Después le habló de su cita con Ester Valentini y de su ataque a la escuela. Le explicó en detalle los acontecimientos en la Alemania nazi con la bomba de Lucas. Le mostró el amuleto que le había regalado el Profesor Amatista, el que se calentaría si alguna vez se acercaba a un portal que pudiera llevarle de vuelta a la Escuela de Videntes. Y, finalmente, le habló de sus padres, de que los Blue no eran su verdadera familia y de cómo deseaba encontrar a su madre y a su padre verdaderos, las personas de sus visiones.
Finalmente, cuando hubo completado su historia, Oliver dejó de hablar.
La Sra. Belfry parecía estupefacta. Solo asintió lentamente y miraba para todos lados. Parecía que estaba intentando procesar todo lo que le acababa de contar. Oliver pensó que era muy difícil asimilarlo todo a la vez. Esperaba que no le explotara el cerebro con todo aquello.
—Fascinante —dijo por fin.
Se reclinó en su asiento, con la mirada puesta en él. Sus ojos estaban llenos de curiosidad y asombro.
Oliver esperaba, el estómago se le retorcía ante la expectación.
Finalmente, la Sra. Belfry se tocó la barbilla.
—¿Puedo ver esa brújula tuya?
Él la sacó de su mochila y se la pasó. Ella la examinó muy lentamente. A continuación, se animó mucho de repente.
—Yo he visto una de estas, una vez…
—¿Ah, sí?
—Sí. Pertenecía al Profesor Ruiseñor, de Harvard. Un antiguo profesor mío. El hombre más brillante que he conocido.
Su emoción era evidente. Oliver observaba mientras ella se levantaba de la silla de un salto e iba a toda prisa hacia las estanterías. Sacó un libro de texto y se lo pasó.
Oliver miró el libro con curiosidad. Leyó la portada. La teoría del viaje a través del tiempo. Se quedó sin aliento y alzó rápidamente la mirada hacia la de ella.
—No… no lo entiendo.
La Sra. Belfry volvió a sentarse de nuevo.
—La especialidad del Profesor Ruiseñor era la física –haciendo hincapié en el viaje a través el tiempo.
A Oliver le daba vueltas la cabeza.
—¿Piensa que podría ser un vidente? ¿Cómo yo?
Él pensaba que no había otros videntes en su línea de tiempo. Pero quizás este Profesor Ruiseñor lo era. Quizá por eso la brújula lo había guiado hacia la Sra. Belfry en primer lugar.
—Siempre que me enseñaba nuevos inventores, hablaba como si los conociera personalmente —Se llevó la mano a la boca y negó con la cabeza incrédula—. Pero ahora me doy cuenta de que en realidad era así. ¡Debe haber viajado en el tiempo para conocerlos!
Oliver se sentía abrumado. Su corazón empezó a latir incontroladamente. Pero la Sra. Belfry le puso la mano encima de la suya, consolándolo.
Oliver —dijo suavemente—, creo que tienes que conocerlo. Creo que el camino hacia tus padres y hacia tu destino pasa por él.
En cuanto lo hubo dicho, la Sra. Belfry dijo con la voz entrecortada:
—Oliver, mira.
Justo entonces, Oliver vio que las manecillas de la brújula se estaban moviendo. Una señalaba hacia el símbolo de una hoja de olmo. La segunda señalaba hacia un símbolo que parecía un pájaro. La tercera continuaba en la imagen de un birrete.
Los ojos de Oliver se abrieron como platos por la sorpresa.
Señaló a la hoja de olmo.
—Boston —Después al pájaro—. Ruiseñor —Y finalmente al birrete—. Profesor —Sintió una gran emoción repentina en el pecho—. Tiene razón. Tengo que ir a Boston. Conocer al Profesor Ruiseñor. Él tiene la siguiente pista.
La Sra. Belfry garabateó algo rápido en su libreta y arrancó la página.
—Toma. Aquí es donde vive.
Oliver cogió el papel y miró la dirección de Boston. ¿Era esta la siguiente pieza del rompecabezas en su misión? ¿El Profesor Ruiseñor era otro vidente?
Dobló cuidadosamente el papel y se lo metió en el bolsillo, de repente ansioso por empezar su viaje. Se levantó dando un salto.
—Espera —dijo la Sra. Belfry—. Oliver. El libro —El libro de viajes del Profesor Ruiseñor estaba encima de la mesa—. Cógelo —añadió—. Quiero que lo tengas tú.
—Gracias —dijo Oliver, sintiéndose conmovido y agradecido. La Sra. Belfry realmente era la mejor profesora no vidente que había tenido.
Cogió el libro y se dirigió hacia la puerta. Pero cuando llegó a ella, oyó que la Sra. Belfry gritaba.
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