Oliver mantenía la barbilla levantada.
—Perdonadnos —dijo, educadamente—. Por favor, dejadnos pasar.
El principal, el más alto del grupo, cruzó los brazos.
—No hasta que os vaciéis los bolsillos. Venga—Extendió la mano—. Móvil. Cartera. Dádmelos.
Oliver se mantuvo firme. Habló con voz tranquila y confiada:
—No tengo ni móvil ni cartera. Y aunque los tuviera, no te los daría.
Procedente de su lado, Oliver oyó la voz de Ester, apenas por encima de un susurro:
—Oliver. No les provoques.
El principal soltó una risa sonora.
—Oh, ¿en serio? Entonces tendré que cogerlos yo mismo.
Fue a lanzarse sobre Olive.
—Yo no lo haría —dijo Oliver.
De inmediato, Ester expulsó uno de sus escudos, proporcionándoles una barrera a su alrededor. El chico se estrelló contra ella. Parecía confundido. Lo intentó de nuevo, lanzándose hacia delante. Pero la barrera impenetrable lo paraba, como un cristal a prueba de balas.
—¿A qué esperas, Larry? —incitó el tercer chico—. ¡Cógelo!
—No puedo —tartamudeó Larry, que cada vez parecía más confundido—. Hay algo en el medio.
—¿De qué hablas? —preguntó el cuarto chico.
Él también se lanzó hacia delante. Pero se estrelló contra la barrera de Ester y soltó un gruñido de dolor.
Oliver miró hacia Ester. Lo estaba haciendo magníficamente, pero veía el esfuerzo en su cara mientras ella intentaba mantener la barrera en su sitio. Tenía que hacer algo para ayudar.
Oliver se retiró a su mente y visualizó que el viento azotaba las hojas caídas y las convertía en tornados. A continuación, empujó la imagen hacia fuera.
A la vez, las hojas caídas empezaron a arremolinarlas. Unas columnas de viento se alzaron en el aire, girando como tornados. Oliver hizo aparecer cinco, uno para cada uno de los chicos.
—¿Qué está pasando? —chilló Larry, el viento hacia que su pelo volara salvajemente de aquí para allí.
Oliver se concentró. Fortaleció los vientos con su mente y después empujó hacia fuera.
En un instante, la ráfaga de hojas estaba golpeando a los chicos. Ellos intentaban sacárselas de encima a golpes, atizando con sus brazos como si les atacara un enjambre de abejas, pero no servía de nada. Los tornados de Oliver eran demasiado fuertes para ellos.
Se giraron y se fueron corriendo. Los vientos eran tan fuertes que tropezaron más de una vez.
Oliver cogió la mano de Ester. Tenía una risita nerviosa.
—vamos. Iremos por una ruta diferente.
La Universidad de Harvard era un lugar de aspecto impresionante. La arquitectura era hermosa, con un montón de edificios altos de ladrillo y torrecillas. Había un campo grande cubierto de hierba rodeado de cafeterías, bares y librerías.
—¿Cómo encontraremos al Profesor Ruiseñor? —preguntó Ester—. ¡Este sitio es enorme!
Oliver buscó el libro que la Sra. Belfry le había dado. Se dirigió a la biografía del autor sobre el Profesor Ruiseñor y leyó en voz alta:
«El Profesor H. Ruiseñor es miembro del Departamento de Física de la Universidad de Harvard, donde lleva a cabo experimentos en el histórico Laboratorio Farnworth del Centro de Ciencia, junto con un pequeño equipo de estudiantes de doctorado».
Ester señaló hacia delante a un edificio que estaba al otro lado del campo.
—Allí. Ese es el Centro de Ciencia.
Oliver guardó el libro. Atravesaron el campo a toda prisa y subieron las escaleras hacia el edificio. Arriba del todo había un guardia de seguridad.
—¿La tarjeta de visitante? —dijo bruscamente, extendiendo la mano.
—¿La tarjeta de visitante? —repitió Oliver. Empezó a dar palmaditas al bolsillo de su mono—. Oh… mmm. ¿Y ahora dónde la he metido?
—¡Aquí! —dijo Ester de golpe.
Oliver vio que se sacaba algo del bolsillo y se lo daba al guardia. Se dio cuenta de que debía de haber usado sus poderes para alterar algo para que pareciera un pase. Esperaba que hubiera hecho un trabajo suficientemente convincente.
Pero el guardia lo miró con una expresión no impresionada antes de devolvérsela.
—Una de verdad, señorita —dijo. Parecía muy aburrido, como si un par de niños intentando colarse en una biblioteca fuera poco más que una molestia para él—. No esta cosa falsa.
Oliver se exprimió los sesos. El intento de Ester por crear una identificación había fracasado. Tendrían que pensar en otro plan.
Echó un vistazo a su alrededor en busca de inspiración y vio un cubo de la basura al otro lado de las escaleras. Rápidamente, usó sus poderes para hacer que saliera humo de él.
—¡Oh, no! ¡Creo que el cubo de la basura está ardiendo! —chilló.
El guardia corrió rápidamente a ocuparse de él. Oliver y Ester aprovecharon la ocasión y se metieron en el edificio.
—Bien pensado —dijo Ester mientras iban a toda prisa por el pasillo.
Por dentro parecía un poco un laberinto. A Oliver le recordaba más a un hospital que a un laboratorio, aparte del extraño olor a productos químicos, por supuesto.
Se detuvieron junto a un letrero que mostraba qué planta ocupaba cada una de las diferentes disciplinas.
—Departamento de Física —dijo Oliver, señalando con el dedo—. Último piso.
Subieron las escaleras fatigosamente. Ante ellos se extendía un largo pasillo. Unas placas doradas con los nombres de los profesores y los académicos estaban pegadas en las puertas. Empezaron a andar por el pasillo, leyendo los nombres.
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