EXPLORANDO NUEVAS FORMAS DE HISTORIA CULTURAL
Peter Burke compartía con los historiadores de Annales el convencimiento de que la utilización de modelos, métodos y conceptos procedentes de las ciencias sociales favorecía la superación de las tendencias positivistas en la disciplina histórica. En esa opinión coincidía también con los historiadores sociales británicos que, desde otras vías, buscaban igualmente la renovación de la enseñanza y la investigación de la historia. Sin ir más lejos, la sociología y la antropología estimularon de forma notable el trabajo de su mentor Keith Thomas, que sin embargo no conectaba particularmente con la historiografía francesa [25] Конец ознакомительного фрагмента. Текст предоставлен ООО «ЛитРес». Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию на ЛитРес. Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.
. Las circunstancias concretas de la propia trayectoria profesional de Burke contribuyeron asimismo a reforzar su interés y conocimientos en las teorías sociales. En su primer puesto docente en la universidad de Sussex (1962-1979), cuyo programa de estudios fomentaba la interdisciplinaridad, enseñó materias relacionadas con el estudio de la estructura y el cambio sociales, lo que acabó cuajando en la publicación en 1980 de una breve monografía didáctica, que pretendía estimular el diálogo entre la sociología y la historia [26] Конец ознакомительного фрагмента. Текст предоставлен ООО «ЛитРес». Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию на ЛитРес. Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.
. Sobre esta base, doce años más tarde sacó a la luz otro trabajo sustancialmente más amplio y complejo, en el que se consideraban también las teorías de otras procedencias, como la antropología, la psicología, la sociolingüística y la geografía. Historia y teoría social (1992) se hacía eco de los importantes cambios producidos en la historia y otras disciplinas desde finales de los años setenta, cuando, efectivamente, había tenido lugar el diálogo interdisciplinar y desde distintos campos se invocaba a los mismos teóricos (notablemente Geertz, Foucault, Bourdieu y Bajtin). Estas transformaciones, que con el tiempo han llegado a caracterizarse con las etiquetas de giro antropológico, lingüístico y cultural, provocaron en los años ochenta la quiebra de los paradigmas no sólo de la historia tradicional, sino también de la historia social reciente. Testigo y parte de ese momento, especialmente con sus ensayos de antropología histórica, Burke consideraba que esa situación de «fronteras difuminadas y abiertas» era estimulante y confusa, al mismo tiempo. Con una actitud favorable al eclecticismo consciente, con este libro pretendía fomentar la comunicación de los logros alcanzados en cada disciplina con pleno conocimiento de lo que los intercambios y préstamos podían implicar. Historia y teoría social puede, así, leerse como una reflexión sobre los cambios epistemológicos de finales del siglo XX que más han afectado a la historia y, al mismo tiempo, como expresión de las posiciones respecto a ellos asumidas por el autor.
Después de trazar una rápida trayectoria de las disciplinas tratadas en este libro, atendiendo de forma particular a los puntos de convergencia y divergencia entre ellas, el autor pasaba a discutir los modelos y métodos principales que los historiadores tomaban prestados de las ciencias sociales. Al hacerlo, mostraba su aprecio por el método comparativo y manifestaba su fidelidad a la cuantificación y los métodos seriales, aun reconociendo que el empuje de estos últimos había disminuido de forma considerable en fechas recientes. A diferencia de otros historiadores culturales, Burke no parecía convencido de las virtudes del enfoque micro, «el microscopio social», como lo denomina. Si bien reconocía la importancia y originalidad de los trabajos en esta línea de Carlo Ginzburg, Natalie Z. Davis y Giovanni Levi, advertía también del peligro de circularidad en la utilización no problematizada del método (llegar a conclusiones ya conocidas) y del riesgo de que la reducción de enfoque fuera en detrimento del estudio de las tendencias de larga duración y de las relaciones entre las dimensiones micro y macrohistóricas. En trabajos posteriores, no dejaría de reafirmar la necesidad de combinar ambos enfoques y la exigencia de prestar atención a la larga duración en los temas que lo exigían.
El historiador británico mostraba una cautela similar al discutir en un extenso capítulo los conceptos que los historiadores suelen tomar de otras disciplinas, siendo más o menos conscientes de su procedencia y problemas que pueden plantear. A los que había comentado en la primera versión del libro (clase, movilidad, familia, parentesco), se unían otros de interés más reciente como sexo y género, comunidad e identidad, consumo ostentoso y capital simbólico. Cada concepto (o par de conceptos) era discutido a partir de los autores que los habían acuñado o elaborado, para después comentar los principales problemas que suscitaban y las posibles vías para resolverlos. En la mayoría de los casos, se trataba de nociones que le habían interesado personalmente por su relevancia para las investigaciones realizadas o que tenía en marcha. Ése es el caso también de centro y periferia, comunicación y recepción, oralidad y textualidad, mentalidad e ideología, y eso explica que en sucesivas ediciones añadiera nuevos pares, como sociedad civil y esfera pública, poscolonialismo e hibridismo cultural. La discusión de esos conceptos ayuda a entender mejor las preocupaciones y los objetivos específicos de sus trabajos empíricos en las distintas etapas, lo que refuerza la importancia de este libro para el estudio tanto de sus escritos como de las posiciones teóricas tomadas en cada etapa.
Otro apartado, especialmente rico también para apreciar las posiciones de Burke es el dedicado a las teorías generales que podían plantear más problemas debido a su intensa carga filosófica y, en consecuencia, a su facilidad para arrastrar más lejos de lo que en principio se esperaba. Así, comenzaba tratando el funcionalismo y el estructuralismo, dominantes en la sociología y la antropología hasta los años sesenta y con mucho empuje desde entonces en la historiografía. El funcionalismo –decía– había resultado atractivo por oponerse a las explicaciones basadas en las intenciones del individuo para centrarse en el papel de las instituciones; pero, por eso mismo, tendía a descuidar la actividad de los agentes sociales y a subrayar el equilibrio social frente al conflicto, sin contar con el problema de ofrecer explicaciones demasiado genéricas y de difícil verificación. Un desinterés similar respecto a las acciones individuales era propio también del estructuralismo, ya fuera de corte marxista o ligado a la lingüística y la antropología. Esta teoría tenía, sin embargo, especial interés para Burke, entre otras cosas por la influencia en su estudio sobre cultura popular del sistema de análisis binario de signos de Claude Lévi-Strauss y de los análisis de la morfología de los cuentos de Vladímir Propp. El historiador admitía la utilidad de algunos aspectos de esta teoría, pero advertía también del problema que suponía su falta de interés por explicar las variaciones y los cambios desde una perspectiva histórica. No sorprende, pues, que le pareciera sugerente el énfasis renovado que el posestructuralismo ponía en las acciones de los individuos y su insistencia en los cambios producidos durante la transmisión y la recepción de los objetos culturales.
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