Juan Villoro - Llamadas de Ámsterdam

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Hay imágenes que llegan para quedarse. La silueta de Juan Jesús, protagonista de
Llamadas de Ámsterdam, enfundado en su pesado gabán y caminando bajo la lluvia por una de las más emblemáticas calles de la Ciudad de México es una de ellas. Esto lo confirma la vitalidad que esta breve novela mantiene en el gusto del público a diez años de su publicación. El vértigo de todo ímpetu amoroso, la precisión de los silencios, un humor sutil y carismático, una atmósfera que captura la elegancia del desasosiego, Juan Villoro
condensa en estas páginas los elementos de una escritura que ha sabido producir más de un clásico contemporáneo.Llamadas de Ámsterdam es sin duda uno de los libros más entrañables de nuestro catálogo, un título gracias al cual un gran número de lectores se han acercado a nuestro sello y se han hecho parte de la familia Almadía. Por ello, y con el mismo entusiasmo que nos ha caracterizado a lo largo de quince años, hemos decidido publicar esta nueva edición: para que gracias a ella sean más personas las que compartan esta excelente experiencia literaria. «Si Villoro fue desde joven proclive a la meditación epigramática y el vuelo metafórico, en sus últimos relatos el lenguaje está trabajado hasta volverse consistente con la misteriosa psique de sus criaturas, que se salvan —se transforman— casi por casualidad y tal vez sin merecerlo, como si a punta de purgar un pecado hubieran acumulado los méritos necesarios para dejar de ser culpables, para poder ser, otra vez, lo que son y dejar de traer al diablo.» Álvaro Enrigue «Varios de los cuentos tienen chistes memorables, como para llamar a alguien por teléfono y contárselos. Los siete están escritos en primera persona y, aunque se trata de personajes tan disímiles como un limpiavidrios de rascacielos, un futbolista en las últimas y un guionista drogadicto, el narrador mantiene un tono similar, lúcido y más o menos resignado. El mexicano ostenta un sentido agudo de la observación y un manejo de la escritura —de la relación con el lector— que explica su fama y su prestigio en la literatura iberoamericana.» Agustín Valle

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JUAN VILLORO LLAMADAS DE ÁMSTERDAM

NARRATIVA

DERECHOS RESERVADOS

© 2008 Juan Villoro

© 2019 Almadía Ediciones S.A.P.I. de C.V.

Avenida Patriotismo 165,

Colonia Escandón II Sección,

Delegación Miguel Hidalgo,

Ciudad de México,

C.P. 11800

RFC : AED140909BPA

www.almadia.com.mxwww.facebook.com/editorialalmadía @Almadía_Edit

Primera edición en Editorial Almadía S.C.: abril de 2009

Primera reimpresión: febrero de 2010

Segunda reimpresión: abril de 2011

Tercera reimpresión: marzo de 2012

Cuarta reimpresión: febrero de 2013

Quinta reimpresión: diciembre de 2013

Sexta reimpresión: febrero de 2015

Primera edición en Almadía Ediciones S.A.P.I. de C.V.: julio de 2016

Primera reimpresión: agosto de 2017

Segúnda edición: agosto de 2019

ISBN : 978-607-8667-60-4

En colaboración con el Fondo Ventura A.C. y Proveedora Escolar S. de R.L. Para mayor información: www.fondoventura.comy www.proveedora-escolar.com.mx

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento.

Llamadas de Ámsterdam - изображение 1

JUAN

VILLORO

LLAMADAS

DE ÁMSTERDAM

Llamadas de Ámsterdam - изображение 2

JUAN VILLORO LLAMADAS DE ÁMSTERDAM

Juan Jesús colocó la tarjeta en el teléfono y marcó el número de Nuria. Escuchó su voz en la contestadora, el tono fresco y optimista con que la conoció, aunque en el fondo sólo conocemos optimistas. ¿Quién anuncia sus miserias desde el primer encuentro? No dejó mensaje.

Recordó los días en que ella perdonaba sus retrasos épicos, sus olvidos (las llaves dentro del auto, el paraguas en la fiesta de ayer), su cartera sin billetes ni tarjetas de crédito en el restorán agradable pero algo pretencioso, escogido por él para halagarla. Nuria mitigó el nerviosismo con su disposición a ignorar los desastres menores creados por Juan Jesús, a sentirse bien en la primera o la última fila del cine. Tal vez se dejó llevar por las esperanzas del principio y las imprecisas virtudes atribuibles a un desconocido, o tal vez advirtió sus altibajos desde entonces y decidió ignorarlos.

A la distancia, le gustaba suponer que él hizo todo para fracasar rápido, como si anticipara futuros daños con un sagaz instinto. Nuria lo quería con misteriosa aquiescencia, como si lo amara a pesar de algo; aceptó su silueta descompuesta y empapada en su departamento de La Condesa como la magnánima capitulación del bienestar ante el desorden. A él le pareció un milagro estar ahí, escogido por el azar, del mismo modo en que diez años después odiaría ser aceptado por ella. Diez años, demasiados para una pareja sin hijos ni un proyecto de colonización en tierras vírgenes.

Cuando se separaron, Nuria desapareció de su órbita. Se fue a Nueva York como abducida por extraterrestres. En siete años no supo nada de ella. A veces, la soñaba en naves espaciales que parecían casas de la colonia Roma, con fachada de los años treinta, protegida por una reja de lanzas, y donde alguien abusaba de ella en una habitación mal iluminada; una criatura con muchos dedos anillados untaba ungüento color arcilla en los senos de su ex mujer. Cuando vivían juntos, estas fantasías le ayudaban a hacer el amor en cualquier sitio que no fuera la cama; ahora resultaban absurdas al modo de una envejecida película de ciencia ficción: cuán ingenua era la mente que imaginó esos aparatos para el porvenir.

Nuria desapareció, engullida por una zona ingrávida, y él se vio obligado a reconocer que los amigos comunes podían dedicarse a otra cosa que mantener un vínculo conjetural y venenoso entre los amantes separados. No lo abrumaron con la posteridad de Nuria en Nueva York. La discreción era tan marcada que le bastaba beber una ginebra o inhalar una raya de coca para sospechar que deseaban evitarle la humillación de conocer los triunfos de su ex mujer. Hay vidas que se estructuran como la trayectoria de un actor de género, un solo papel perfeccionado hasta el infinito. Nuria Benavides sólo era concebible al margen del dolor y el fracaso o, eventualmente, aceptando a los demás como su dolor y su fracaso.

Cuando vivían juntos y ella se hizo cargo de un conglomerado de revistas femeninas, le ofreció a Juan Jesús retirarlo de su trabajo en la imprenta. Los dos sabían que para él el diseño gráfico significaba un medio para un fin; su meta estaba en los óleos acuchillados que guardaba en el cuarto de azotea, la serie de vandalismo expresionista que reflejaba tan bien el miedo de vivir en la ciudad, o lo reflejaría cuando acabara aquellos cuadros cautivos en la azotea. Él se negó. El departamento era de Nuria, su suegro les había regalado un equipo de sonido con más funciones de las que podían descifrar, casi todos los muebles provenían de la época antediluviana en que ella administró una tienda polinesia. “Me pagas cuando expongas en el Guggenheim”, le dijo ella con una confianza horrorosa. No hubo ironía ni solemnidad en la frase. Nuria creía que eso era posible. Juan Jesús no podía aceptar un trato que incluyera expectativas que tal vez iba a traicionar. Se veía como un piloto en la niebla, carismático y mojado, con una chamarra tipo Indiana Jones, dispuesto a arriesgarse pero no a garantizar su horizonte. Salvo uno, sus contactos con la crítica habían sido deprimentes. Solía exponer en esas galerías que saben aliarse al secreto y se ubican en una calle doblada hacia un panteón o en el último patio de un centro cultural. No esperaba mucho de la crítica. Una noche vio una entrevista en televisión con un célebre pítcher de béisbol, un hombre ansioso de tener oponentes, que se “mentalizaba” al subir al montículo para lanzar bolas inesperadas, y se sintió capaz de enfrentar rivales armados con un bat. El secreto estaba en restarles importancia, en tratarlos como impostores. La respuesta ante la originalidad siempre carece de sentido. No podía entregar su destino a los anhelos y las frustraciones de los otros. Sabía de sobra que nada se reparte tan bien como la envidia y que hay quienes viven para criticar los errores que no se atreven a cometer. Aun así, le dolió el aire de suficiencia de un crítico que lo descartó sin rebajarse a argumentar. Otro cuestionó su no muy clara relación con la raíz del hombre. El más imaginativo lo llamó “Chucho el Rothko” por confundir la influencia con el hurto. El futuro de Juan Jesús lucía brumoso. No había nada seguro en un mundo que dependía de veleidades ajenas y donde acaso no hubiera coleccionistas de óleos concluidos con navajas.

En alguna de las terapias a las que se sometió después de la ruptura, llegó a pensar que Nuria lo había invitado al abismo. Su generosa propuesta de mantener al genio podía ser un magnífico pretexto para incriminarlo después. Lo cierto es que pensaba demasiado en su ex mujer, inventaba a diario motivos para las decisiones que ella tomó por él, buscaba claves en su rostro, anuncios de lo que ya había hecho pero adquiría otro peso ahora que entraba en su memoria: Nuria abría una puerta y permitía que él la viera como no lo hizo años atrás, anunciaba algo que Juan Jesús no supo descifrar entonces.

En siete años, él no había vivido con nadie más. Sus relaciones iban de la fase “no te abres” al momento en que contaba algo de Nuria; el rostro de su interlocutora se iluminaba con repentino interés; luego venían preguntas detallistas, ansiosas, que rara vez conseguía esquivar y lo ponían en pésima situación, por más que deseara parecer banal, indiferente, apagado. El fantasma de Nuria se sobreponía a la figura que tenía enfrente, insulsa, misteriosamente irreal. El problema sólo podía agravarse con el tiempo; Juan Jesús evocaba a una mujer que sólo en parte existió con él, la perfeccionaba en su imaginación para hacerse el mayor daño posible.

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