sus sayas eternas.
Es un tener azucenas
en la entraña abierta,
como si el sol y los soles
desde mí subieran.
Como ser dueño de todo
quedándome sierva,
y no comer ni beber
de no estar hambrienta.
Yo caí a golpe de azada
con mi madre muerta.
Se desmoronó mi carne
con la carne de ella.
En dos platillos bajaron
nuestras dos cabezas,
como granada y granada
que sorbe la tierra.
Tengo de la lucha oscura
dentro de una huesa,
como tajeada mi cara
por ruedas y muelas.
Me regresan en tropel,
al pecho me llegan,
mis gentes que de una por una
cayeron en tierra.
Ya nunca más somos dos,
que aquélla y que ésta;
y juntas corremos en aguas
soltadas de presa.
Maravilla que no saben,
navidad tremenda:
haber estado en sepulcros
y volver entera.
Tenía olvidado el sol
en que el mundo juega,
aire y sol había dado
a las bestezuelas.
Lloraría quien pudiese
mirar, quién regresa,
encuentra viva a su madre
y a su lado acuéstase.
Parece que me cortaron
mortaja, maderas,
y que midieron los palmos
que mi cuerpo entrega
y tuve en mi pecho
sílice y arenas.
Regreso III
Yo regreso de una patria
que ninguno cuenta
y vuelvo conmigo y vuelvo
con mi gente muerta.
Y un tropel me regresa
y al pecho me llega
cuanto yo había dejado
caer en la Tierra.
Se varea las manzanas,
se corta la fresa
y hallo flor de San Juan
ardiendo en las cuestas.
Yo caí al golpe de azada
de mis gentes muertas.
Desmoronaron sus carnes
y rodé con ellas.
Como Jacob en la noche,
luché por ellas,
luché con demiurgo o ángel
y gané la lucha.
Tengo de la oscura brega
adentro de sus huesas,
mi cara como tajeada
en ruedas de muelas.
El rostro con que regreso
brilla y espejea;
hay un sol en mis entrañas
que nunca se acuesta.
Me salvarían beguinas
que temblando rezan
una secuencia no oída
en hora secreta.
Miro mi cuerpo, extrañada
de volver entera;
parezco la flecha huida
que viene devuelta.
Maravilla no sabia,
navidad violenta:
haber estado en sepulcros
y volver entera.
Estoy como muy anciana
quedando tierna.
El cuerpo como manojo
de lilas me tiembla.
Tenía olvidado el sol
con el que el mundo juega.
Solté el mundo como loca
a las bestezuelas.
El corazón y los pulsos
baten y resuenan
y en mí un cántico se canta
que vele o que duerma.
Es un llevar sin despojo
azucena abierta
y como si de mí misma
los soles subieran.
Como ser dueña de todo
quedándome sierva
y dejar fruta y condumio
de no estar hambrienta,
haciendo de sol a sol
la misma cosecha.
Sal
Hace años que cruzo el mar
y que he perdido tierra verde.
El sabor de la costa es de leche
y el sabor de la barca, de sal.
Regalos que las costas dan,
frutos y harinas inocentes,
rezuman leche, gotean leche
pero en el mar comemos sal.
Oficio dulce de adorar,
oraciones que de allá vienen
confiesan valles que son de leche,
y mi oración se me hizo sal.
Treinta años han pasado
Treinta años han pasado, verano.
Pasaron como un sueño, como un sueño,
leves, callados.
Y solo en esta tarde melancólica
cuando mi mano he alzado
los siento vueltos dejadez
sobre mi mano.
Como las nubes sobre mi semblante
que pasan sin tocarlo
yo los creía. Pero he aquí: mi sangre
dulces volcaron.
Y solo en esta tarde sé que suaves
me han magullado
por esta dejadez de rama herida
que hay en mi mano.
Exprimiré los frutos de la tierra
con pulso manso;
levantaré mi copa de agua clara
con algo lánguido.
Dirán ahora mis pequeñas niñas:
dulce es su abrazo
y se va a abrir de dulzura
la vena henchida.
Callado como el peso de las nubes
es el morir hermanos.
Pesa ahora menos que una rosa, hermanos,
amor sobre mi mano.
Rosales entregad lento el perfume.
Son leves los treinta años:
me rindo del olor de una azucena
y me muero del nardo.
Mundo que yo bebía por la copa
abierta de mis labios,
haceos pequeñito como un hijo
que he juntado los párpados.
Penetrareis ahora hasta mi alma
como un hilo delgado
de color: se me rinde de dulzura
el pecho lánguido.
América
Ágape
Cinco somos nosotras y de cinco
Patrias, y juntas hoy por acordarnos
en la pera, en la aloja y el zapote,
y mandioca junto a pan amasado.
Y las cinco van a ser una sola
y nos juntamos por apresurarlo.
Para nombrarlas nos hacemos citas
a hurtadillas de tierra y aire extraños.
Como el llama, el guanaco y la vicuña,
repastan juntos como enamorados
ataremos los pulsos a la luz
en granos de mazorca apretujados
comiendo con el cuerpo y con el alma
el gozo de ser fieles y hermanadas.
Al abra de mil columnas
I
Al abra de las mil columnas,
a la escalera de mil pisadas,
ya voy llegando y camino
desde los días de mi infancia.
¿En dónde están que no los oigo
y que los veo solo con mi alma?
Caminé niña, caminé moza.
Toda mi memoria es marcha,
marcha el ritmo de los brazos
de las rodillas y las palabras,
marcha el habla y el aliento
y marchas mis sienes blancas.
Pasé las patrias del pino,
alerces y araucarias,
el reino denso del caucho
y el abrasado de la naranja,
después se me vino el quebracho,
ahora la milpa empenachada.
¿Dónde están los que daban voces
y me trajeron como en andas?
II
Al abra de las columnas
a la escalera labrada,
a la casa de las Vírgenes
llegué con las sienes blancas
rastreando y deletreando
en cal y creta pálidas.
Preguntando al viejo mar,
después al polvo, a las nubes
y al viento Quetzalcoatl.
¿a dónde ellos se fueron,
a dónde están o no están?
Desde la primera infancia
caminé con amor y ansia
y he llegado a templo y patria
para aprender que no están.
Dicen que al Sur y que al Este.
Lo balbucean, lo apuntan,
pero nadie hay que me lleve
y hay rutas y no me la hallan.
Estoy sobre estas piedras dulces
que eran de la cita exacta,
fiel a mi bien o a mi mal como siempre,
oyendo viento en milpas afiladas.
Si ellos huyeron, ¿cómo es que los siento
pasar mi rostro como largas sabanadas?
III
Ahora que estoy tendida y lacia,
vayan soltando lengua y palabra,
que es hora de sin oír, hablar,
y escucho así de alerta y dormida
con temblor de helechos y de venada
el caracol del maya a mis oídos.
Estoy en la piedra exacta
de la cita y la llamada,
fiel a mi bien como a mi mal.
Se huyeron como la nubada
y las milpas aventadas.
Pero si huyeron, ¿como es que están
y cómo es que me toman las palmas?
Suben tan fuertes en el alba,
acuden precisos, saltan
como una pista hacia el Mayab.
Al mediodía doran y arden
y a la noche más vienen, más.
No quemé en vano mi rostro
de sol y viento y jornadas.
Cuando paraba a descansar,
más premiosos ellos llamaban.
A veces troqué el Mayab
por villorrios y posadas.
Serví a oscuras extranjerías,
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