ni los mirares ni las hablas
y hay que aprenderse sin morir
ahora mesa y almohada
y hay que ensayar como los niños
sin que se rompa en cuerpo el alma
con gemido como de herido
y miedos de resucitada.
Antes de ahora
Antes de ahora también vine.
Era otra la Tierra dorada.
Serví a los dioses cuarenta años
con ojo y oído y garganta.
Me dijeron para decirlas
sus voluntades en palabras.
Dije cosechas, dije ruinas,
regalé soles y desgracias.
Caída
Los cerros van de soslayo.
El ganado corre huido.
Los higuerales y la alameda
van resbalando desvalidos.
En el patio caen herramientas
y aparejos se van perdidos
y todo el tendal de fruta
se va rodando sin sentido.
La granja va deslizando
en arenas sin sentido
y nosotros también resbalamos,
bulto mío, fruto querido.
Dice una puerta
Lucía ya no abre nunca
las mitades de su puerta,
ni sus escaleras baja
en cascadas de aguas sueltas.
Del reino que ella tenía
ya no habla ni se acuerda
o, acordándose, ha quedado
entrabada como las hiedras.
Será tan otra así tendida,
así callada, así secreta,
de la venada salta jarales
y la gaviota gritos de fiesta.
Estará blanca de no ver
todas las cosas que son violentas,
de no cruzar otoños rojos
ni enderezar jarras de greda.
Se irá olvidando, si se alza,
del cogollo de su cabeza,
de sus hombros como laureles,
de su alzada de madre cierva.
Igual que el agua de las manos
se le irá yendo nuestra tierra:
laderas lentas, serranías
y el clamor de la torrentera.
No sabrá ahora los solsticios
ni el antojo de las estrellas:
dónde Géminis, dónde el Boyero,
cuándo los fuegos de Casiopea.
Será otra vez recién nacida
al ascender las escaleras
y volveremos a ser sus ayas
y sus madrinas cuéntale y cuéntale.
Sus vendimias no vendimiadas,
las avenidas, la gran seca,
las islas nuevas del viejo río,
la herida calva de la selva.
- Yo, su brocal donde bebía.
- Yo, su patio con una ceiba.
- Yo, piedra-laja de sus umbrales.
- Yo, el resplandor de la azotea.
Y la que el bulto le medía
y atrapaba su cabellera.
- Yo, la nuez vana que la guardaba.
- Yo, vaina oscura de su puerta.
Fábula
Hace cuarenta y cinco años
y parece fábula mía,
que me dieron cuello de cierva,
también sienes, también mejillas.
Y hace el mismo torzal de años
yo era un vagido que tenía
cabellos de aire, mirada de agua
y andar que andar no parecía.
Me regalaron suelo y aire,
las estaciones y los días,
hace tanto que no me acuerdo
y tan poco que bien podría…
Rama del árbol del recuerdo,
verdi-oscura como la oliva:
volteada parece plata
y en la quietud es tan sombría.
Cuéntame tú, la contadora
que juegas a imaginerías
esta historia que es una fábula
con aleluyas y agonías.
Hace tanto que no me acuerdo
y tan poco que bien podría,
me lo digo por entenderlo
y se me vuelve un cuento mío.

Ganas tengo de hablar
Ganas tengo de hablar
a quien pasa y me mira,
hablarles de mi hijo,
contarles maravilla,
regalarles su nombre,
soltarles mi alegría.
No quiero hablar del tiempo
ni cosecha perdida,
ni oír lo del granizo
ni saber de sequías.
Dicen que ando embobada
y vivo distraída,
al higo dejo cáscara
al pan le dejo miga.
Pero cojo la fruta
y en la fruta él me mira
y en lo negro del vino
él me mira y me guiña.
Si soltases un grito
yo me despertaría.
Y los que van pasando
me entienden agonías:
desvarío de mi hijo,
vaivén de mis rodillas.
Oigan hablar y paren
el hacha y la cuchilla,
el pico con que muelen,
la rueda con que afilan.
Sepan lo que no tengo
lo que yo me tenía.
La canción
A mitad del alma y el cuerpo
era ella como un hervor,
como un grande desasosiego
y de pronto como estupor.
Un airecillo que se venía
sobre la frente sin sudor
cuando no había afán y estaba
como alto y ajeno el corazón.
Y era cuando me estaba pura
y sin el plomo del dolor
un arder como del granado
y cierto asombro en el ardor.
A veces era como un agua
en torno a la isla que ciñó;
quería tenerme como un amo
y yo estorbaba su ambición.
Talvez vine para ser suya.
Creí que para la pasión.
Amasando el pan y regando el surco
yo me distraje de su amor.
La Llama I
Con mis pobres manos de carne
y mis pulsos llenos de sangre,
cuido la llama, celo la llama.
A mis palmas viene la sangre
a calentarse, y viene mi alma.
Salta lo mismo que el cabrito
o la liebre, entre mis palmas
y juega doscientos juegos
y me alegran sus lanzadas.
Es mejor que toda flor
y toda fruta y todo amante.
Vestida, no voy vestida
de algodón, de lino o lana.
Desde el día en que nací
me arroparon en esta llama.
Estoy herida y estoy ciega
y a cortar pinos no salgo.
No resbale, no se me muera
mientras me duren las manos.
La bestia no salte sobre ella.
Las ráfagas pasen por lo alto
y no caiga lluvia ni nieve
en este lugar donde estamos.
Nada me den ni me traigan.
No le echen leña de pino.
No me hagan volver la cara.
Déjenmela hasta que caiga
rota con ella y cortada
con ella y calcinada de ella,
pavesa negra y copo blanco.
Olvídenme a mí con ella.
Pase quien pase de largo.
Dénme por ida o por muerta
y no me alarguen las manos.
Me importa solo esta llama
y en ella me roban y matan.
La Llama II
Con estas pobres manos de carne
cuido la llama, celo la llama.
Ella no me deja danzar,
tampoco me deja morir
llama sierva y llama tirana.
La bestia no salte sobre ella.
Las ráfagas corran por lo alto
y no caiga lluvia ni nieve
en la mujer y en su llama.
No me pasen leños de pino,
no me ayuden ni me distraigan.
No me silben los que pasan
por hacerme volver la cara.
Déjenmela hasta que caiga
rota ella y roto mi brazo,
calcinada junto con ella:
pavesa negra con copo blanco.
Olvídenme con mi llama.
Pase quien pase de largo.
Denme por ida o por muerta
pero ahórrenme su abrazo.
Me importa solo una llama.
En ella me roban y hieren
y solo en ella me matan.
La llama, bajo mis manos
y contra mi cara, la llama
y su aceite sobre mi pecho
y el nidal de oro de la llama.
La Llama III
Con mis pobres manos de carne
y los pulsos que me golpean
cuido la llama que en una noche
me dieron para salvarme.
Los treinta vientos, las bestias
y los que pasan me la golpean.
Yo no quiero que se me muera.
En noche tan ciega no puedo
ir adonde salta la hoguera.
La bestia no me salte sobre ella.
Las ráfagas tengan piedad
y el leño corto me dure.
A mis palmas viene la sangre
a calentarse y viene mi alma.
No corten ahora mi brazo.
Azafrán y morada,
es mejor que toda flor
y toda fruta y todo amante.
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