4 GRADOS
BAJO CERO
NACHO GARCÍA 'NAS'
No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su almacenamiento en un sistema informático, ni su transmisión por cualquier procedimiento o medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro o por otros medios, sin permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.
«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra».
© Del texto: Nacho García 'Nas'
www.nachogarcianas.es
© Portada: Jorge Lawerta
© Prólogo: Santi Balmes (Love of Lesbian)
© De esta edición: Editorial Sargantana 2018
Email: info@editorialsargantana.com
www.editorialsargantana.com
Los papeles que usamos son ecológicos, libres de cloro y proceden de bosques gestionados de manera eficiente
Primera edición: Marzo 2018 (Editorial Sargantana)
Impreso en España
ISBN: 978-84-16900-69-5
Depósito legal: V-566-2018
4 GRADOS
BAJO CERO
NACHO GARCÍA 'NAS'
A mi padre
Equino de blancas crines que atraviesa el océano al galope, noble caballo que difumina confines al perderse en la orilla de la noche. Latido que reverbera en mi pecho, raíz que es semilla de mi brote, sonrisa, mirada, silencio cómplice. Ven, volvamos juntos al bosque, todavía tengo un par de secretos que ahora necesito contarte: nuevas anécdotas, viejas canciones... Buscaremos tu sombra en los árboles, saltaremos sobre riscos imposibles y seremos, de nuevo, un dulce trote sin más bridas que ese hilo invisible que cose nuestras huellas a tu nombre.
PRÓLOGO
Andas desde la explanada mayor del FIB hasta las afueras de Benicàssim hasta arriba de speed . No puedes controlar el impulso de tus piernas. Actúas, simplemente, movido por un motor que acostumbra a rugir, independientemente de si vas más dopado que Amstrong o más puro que un tema de Enya. Soy energía convulsa y anárquicamente gestionada; en definitiva, una república bananera. Mi hormona por sí sola puede ser la única anabolizante, capaz, al ver un par de culos, de dar positivo en cualquier control, no como deportista sino como corredor vital. A los treinta, uno no se da cuenta de que va corriendo en una pista de atletismo con forma de espiral.
A la mañana siguiente desayuno en un bar elegido por la desesperación nutritiva. Todo queda impune antes de los hijos. Crecer, desarrollarse (tachar por ahora el «reproducirse»), por lo que, año tras año, centrifugas alrededor de ti como único astro rey, en un limbo en el que careces de un reflejo donde comprobar que envejeces. Llegas a estas conclusiones cuando, desde la terraza del bar, observas a un par de niños de 4 años revolotear como un minienjambre alrededor de la mesa de sus padres. Piensas que, a pesar de tener la misma edad, os separan un par de décadas interiores. Encima de sus cabezas revolotea un ramillete de flores, y en sus espaldas puedes visualizar una losa. A diferencia de ti, no ha habido prórroga en el partido de esta tierna pareja humana. No los abandonaron justo un minuto antes de plantearse concebir, por lo que todo siguió la lógica de los tiempos de sus padres. Han escapado del viaje circular de muchos en la treintena. Faltan dos años para ser padre, pero aún lo ignoro. Ni siquiera la decisión está tomada. Vuelvo a observar a los infantes. Me pregunto por qué diablos la naturaleza nos otorga semejante caudal de energía en nuestra infancia (total, para dar toques a un balón hasta caer exhausto o para follar con alguien que no valía la pena muchas veces al día) en vez de prorratear semejante voltaje y distribuirlo con mesura durante toda la vida. Ser niños moderados, jóvenes pausados, adultos activos y ancianos con un remanente de fuego.
Treintena, eterno bucle, espiral. Desperdicio de tiempo, década de los autoengaños por excelencia. Todo el mundo anhelando lo que no dispone. Monogamia, poliamor, multiorgasmia, desazón, crescendos nocturnos como los últimos minutos de Instant Street de Deus. Última década de prueba—error, postreros retoques a nuestra personalidad antes de acabar de moldear el monstruo.
Explosions in the sky, el reinado del fuego fatuo, esnobismo, intentos estúpidos de separarte de la turba mediante todo lo que huela a alternativo, y el aprendizaje a base de empanadas y tortas que te inmunizan, tanto del dulce como del salado, y así ponerlo todo en un dulce pero deprimente stand by mediante los glóbulos blancos del escepticismo y el saber de qué va «la cosa» esta de crecer, vivir, amar.
Al menos, dichos cambios no afectan mucho a la capacidad de reírse de uno mismo, ni a... leer.
Así que no tenéis excusa. Para ambas cosas.
Santi Balmes
INTRO
CUERDAS
Siempre he pensado que las relaciones son cuerdas porque o te atan o te salvan. Tras muchos años de encuentros y desencuentros con mi primer amor desde la adolescencia, Sara, una soga que no dejaba de apretar a pesar de su ausencia, apareció Lidia como el cabo de una gran cuerda arrojada para salvarme y evitarme la caída. Me aferré a sus ojos y supe que ya nunca podría soltarme, porque, tal y como decía el recientemente fallecido Manolo Tena en Sangre Española : «...cuando tú estás, tus lazos son mi libertad…».
Llevo todo el día acordándome de esas conversaciones con Lidia poco después de conocernos, de la primera vez que naufragaron juntas nuestras bocas, de aquella ocasión en que nos perdimos con el coche por un rincón remoto y sudamos durante horas, del primer roce de rodillas en un cine, de los desayunos en que aún aprendía a desperezarse nuestra relación tras madrugadas en la cama sin dormir, del delicioso sueño arrastrado de hace unos años, tan diferente al actual, de los rayos de sol avisándonos de que el mar estaba a la temperatura ideal para beberse nuestros cuerpos, de las cenas regadas con vino siempre con una luna llena cerca a la que pedirle prestada una porción de queso para acompañar, de ese traje de felicidad recién estrenado, de ese siempre que hoy en día es de vez en cuando, de ese nunca que ahora siempre es depende, de dormirnos de costado, mirándonos, dejando que se independizaran de los labios las palabras más sencillas y dulces para irse a acariciar los oídos del otro, entregándole un pequeño reducto de paz en un mundo siempre en guerra. Pienso muchas veces en que no quiero que nada me arrebate lo que hemos creado juntos desde hace unos años, pero al mismo tiempo una marea de ilusión se esparce empapando cada rincón de mi alma. Es un día único en nuestras vidas y solo quiero estar a la altura. Si todo va bien, hoy nacerá nuestro hijo.
De pronto, se dibujan en el lienzo de la mente ligeros trazos de mis hermanos. Ellos ya pasaron por este camino y no sé qué sintieron exactamente cuando nacieron sus hijos, algo que nunca les pregunté. Caigo también en que, de algún modo, para mis sobrinos siempre he sido el tío divertido, un pequeño espacio de recreo entre indicaciones, obligaciones y prohibiciones varias, pero ahora estaré al otro lado. Y no sé si, acostumbrado a conducir solamente la sección de un programa, tendré tablas para codirigir todo el espacio. Todo ha pasado demasiado deprisa a lo largo de este año. Y la camilla de Lidia está entrando en quirófano mientras yo camino rápido sin soltar su mano. Quiero ser su conexión a la vida, darle tranquilidad y confianza… porque en este mundo no aspiro a otra cosa que no sea a convertirme en la cuerda que siempre la salve. El tiempo se detiene y estamos flotando en el interior de una esfera de luz… los tres. Supongo que es eso que llaman felicidad. Y así, durante casi dos horas, el pequeño se acaracola en el pecho de Lidia mientras yo la beso y le susurro algo bonito al oído. Y ahora, con Marc unido a nuestras vidas, la cuerda se convierte en una trenza que confío en que sea irrompible.
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