Gerardo Arenas - Ombligos

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En su Seminario 19, Lacan reconoce que «habría que centrar mejor lo que podemos exigir de la función del padre». A ello responde este libro, que propone reformular la metáfora paterna y someter la noción de padre a un «desbricolaje» evitando todo prejuicio familiarista mediante una revisión iconoclasta. Entre sus resultados hallamos la prueba de que la declinación del padre, correlativa de la ascensión de las mujeres, no atañe por igual a todas las funciones que Lacan adjudicó al padre en diversos momentos de su enseñanza: el Nombre-del-Padre no se vio afectado, su función de síntoma apenas diversificó sus modelos, y sólo su impacto en la familia ha sufrido embates relevantes. Esto enriquece nuestra clínica, prepara el psicoanálisis para su debate con los feminismos y otros discursos contemporáneos, define mejor la forclusión y revela el tácito falocentrismo que llevaba a apreciar erradamente los signos discretos de ésta en la clínica de las psicosis, además de iluminar aspectos poco discutidos de las fórmulas de la sexuación y otros planteos del último Lacan.

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Así se inscribe el trauma que nos constituye. Por lo tanto, es un real contingente (cesó de no escribirse) y singular (privativo de cada uno de nosotros): el inaugural encuentro con un modo de gozar que escribe el agujero donde se alojará el empuje pulsional. Ese agujero en la trama de lo simbólico es, para éste, inabordable. Toda asociación que busque desentrañar el sentido de un sueño lo rodeará sin alcanzarlo, no porque el sujeto se niegue a reconocer lo que hay allí, sino porque no hay significante que lo roce. El ombligo del sueño señala “el abismo simbólico mayor, la falta simbólica”, y es asunto de imposibilidad, no de resistencia, ya que allí se desvanece el sujeto mismo. (28) Ese agujero en la trama inconsciente se debe a la singularidad de la escritura de ese significante; ninguno lo nombra. (29) Distinto es el agujero universal que en lo simbólico deja la imposible escritura de la relación sexual –ese agujero en el cual se inserta el sinthome.

Pues bien, el núcleo de lo Unerkannte incluye el deseo, y Lacan, en su respuesta a Ritter, no pierde de vista que el primer modo en que Freud nombra el núcleo del propio ser es el deseo inconsciente, inmortal e indestructible. (30) Ese deseo es singular, pues, y eso lo emparienta con la noción de síntoma planteada cinco días antes en RSI y con la que será su heredera, la del sinthome. (31) Ya no es posible pensar ese deseo apelando al padre: Lacan introduce entonces una noción de deseo que se aparta de su propia elaboración acerca del lazo entre el deseo y la ley. (32)

Hechas ya estas aclaraciones, podemos seguir explorando la anatomía del ombligo.

Entre causa y consentimiento

¿Qué significa A?, preguntamos. Significa B, nos responden. ¿Qué significa B?, insistimos. Significa C. De igual modo, si nos preguntan ¿Por qué A?, respondemos Porque B, y si insisten ¿Por qué B?, decimos Porque C. Toda cadena interpretativa o causal admite una deriva potencialmente infinita, salvo que llegue a un punto de detención por falta de par dialéctico. Y notemos que ese punto no tiene por qué ser el origen de la cadena: si en medio de un partido de tenis, por ejemplo, la pelota rebota en el borde de la red y salta hacia arriba, (33) en caso de que caiga del lado de nuestro rival, ganaremos y de ello se seguirán consecuencias en función de las reglas del tenis, mientras que, si cae de nuestro lado, perderemos y ello tendrá otras consecuencias, pero no hay causalidad que determine de qué lado habrá de caer.

Miller compara este problema con el de la “elección de neurosis” en Freud: en algún momento, algo cae del lado de la histeria o del lado de la neurosis obsesiva, y de allí nacen consecuencias estructurales que permiten deducir tipos de síntomas y hasta construir una clínica diferencial, pero a la hora de consumarse la elección, y precisamente debido a que existe elección, no hay determinación, es decir que se interrumpe la cadena causal. (34) A ello apunta Lacan cuando habla de la “insondable decisión del ser”: la elección de la estructura no admite determinación causal. (35) Afirmarlo no implica renunciar a la potencia de la razón para explicar lo que está en juego, sino reconocer que uno de los límites del lógos es el hecho de que sólo hay secuencia causal o traducción significante en presencia de al menos dos elementos. Y esto es relevante para entender la metáfora paterna: que ésta se constituya (o no) es contingente y, dado que ello no está determinado, resulta improcedente atribuir al Otro responsabilidad etiológica alguna, (36) ni siquiera en lo tocante a su deseo.

El seminario de Lacan sobre El deseo y su interpretación muestra que no sabemos cuál es el deseo ni solemos acceder más que a su interpretación fantasmática o pulsional. (37) Ante el enigma que su deseo nos plantea, el Otro revela estar agujereado, pues carece de respuesta. (38) En lugar de ésta, encontramos interpretaciones, pero una interpretación del deseo, sea cual fuere, nunca es el deseo, sino otra cosa. (39) Reconocerlo elimina falsos problemas clínicos, como el de saber cuál es el deseo de un sujeto, ya que tal saber debería estar constituido como una cadena significante y, en calidad de tal, no sería sino una interpretación. El deseo, pues, nunca deja de ser una x, pese a lo cual nuestros lazos libidinales tienen cierto estilo que llamamos el núcleo de nuestro ser y que constituye el deseo en su efectuación –es lo que el poema de Borges ilustra–, no en su realización alucinatoria. (40) Por lo demás, la interpretación del deseo no obedece a determinaciones causales, ya que el significante interpretativo carece de par dialéctico. En lugar de éste, hallamos el ombligo del sueño, que es justamente lo que impide que la interpretación se vuelva infinita.

Cuando Miller equipara ese ombligo con un significante inaccesible separado del cuerpo del saber, no sabe si tomarlo como S1 o S2, ni si adscribirlo a la represión originaria o a la Verwerfung, (41) y para captar la anatomía del ombligo ambas dudas son instructivas, ya que, si un significante representa al sujeto para otro significante, desde el punto de vista lógico puede demostrarse que hay un significante inaccesible por estructura, pensable como S1 o S2 indistintamente, (42) y por otra parte la represión originaria y la Verwerfung tienen en común el hecho de ser operaciones que no vinculan entre sí dos significantes (como la represión propiamente dicha), sino un significante y un agujero estructural. Si ahora suponemos que S1 representa al sujeto y S2 no, este último se homologa a la represión “en lo que tiene de originario, y por eso puede valer como el ombligo del inconsciente, como lo que queda siempre por saber”. (43)

La consabida convergencia entre contingencia y singularidad, (44) pues, se amplía para incluir en la anatomía del ombligo el punto donde una insondable decisión del ser indica la ruptura de la causalidad. Estas nociones afines (contingencia, singularidad, decisión) se distinguen de las de articulación significante, lazo causal, trama del lógos. En cada parlêtre es siempre posible despejar una sintaxis cuyas leyes de determinación son asimilables a enlaces causales, pero la marca primera dejada por una huella distinta de todas las demás (aquella que buscamos despejar en el análisis) no es deducible de causa alguna –de hecho, ése es uno de los motivos por los cuales cabe adjudicar al trauma el carácter de un goce sin ley. (45)

La última referencia de Lacan a la cuestión del ombligo puede leerse entre líneas en su postrer escrito. Dice allí que sólo estamos seguros de estar en el inconsciente cuando el espacio de un lapsus ya no tiene ningún alcance de sentido o de interpretación, (46) y sin duda ése es un modo elíptico de definir el límite de lo Unerkannte: una suerte de tope real del inconsciente pensado como cadena significante, o un inconsciente real en el sentido de imposible para lo simbólico y homólogo, entonces, a la represión originaria. (47) Podemos discutir, como lo hizo Freud, dónde se sitúa la frontera del inconsciente, (48) más allá de la cual hay… ¿qué? Ése es el problema del ombligo. Una opción sería situar esa frontera en el límite de lo interpretable, o bien proponer que el inconsciente también incluya lo no interpretable, y debatir si es puramente simbólico o si además incluye un núcleo real; en todos los casos nos toparemos con una misma estructura, esa que desde Freud hasta hoy el psicoanálisis ha llamado ombligo y que remite al hecho de que tarde o temprano toda articulación significante encuentra, en su remisión retroactiva, un agujero. Siempre que hay dos significantes, podemos hacer de uno de ellos el sustituto (la metáfora) del otro y hablar de ese par en términos de una represión propiamente dicha (desalojo por sustitución), pero cuando llegamos al sitio donde ello resulta imposible, cuando antes de un significante no hay sino agujero y, por lo tanto, se rompe toda relación causal, entramos en la dimensión del ombligo. En ella, la causa cede el paso a la insondable decisión del ser –o al consentimiento, según Miller. Para decirlo mediante una fórmula, el ombligo se sitúa entre la dimensión causal y la del consentimiento. Tales caracteres de la anatomía del ombligo pueden reunirse en un esquema.

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