No se trató de una peregrinación. Vivía a diez minutos del lugar en aquella época y fui allí para escribir un artículo para el periódico. Durante todo el año la gente decora el árbol con recuerdos, pero a medida que se acerca el aniversario de la muerte de Bolan, ponen tantos que el tronco queda totalmente cubierto y las ramas acaban envueltas en poemas, flores de papel brillante, escarapelas, dibujos, fotografías fotocopiadas y fundas de discos. El árbol está situado en un lugar en el que las luces de las casas y de la calle se extinguen en una red de carreteras que cruza el lugar. El suelo se desliza cuesta abajo a un lado del árbol y la zona está ahora delimitada por un quitamiedos por el otro. Está claro que Bolan no ha sido el único en realizar una parada inesperada en este punto.
Esa noche lloviznaba. Era una típica noche de otoño, pero ahí había unas veinte personas, sentadas como si velaran un cuerpo y conversando en voz baja mientras la lluvia mojaba los árboles y los coches circulaban por la carretera. Casi todos los presentes se habían reunido en el crematorio Golders Green durante el día para rendir tributo frente a la placa conmemorativa de Bolan y luego se habían trasladado al árbol. En el equipo de música de un coche aparcado en la carretera sonaba «Solid Gold Easy Action».
Me sentía como un impostor, un bolanista no practicante camuflado entre los que mantenían viva la llama, esas personas cuya fijación había durado veinte años más que la mía. Sin embargo, teníamos cosas en común: «Hot Love», «Get It On», «Jeepster» y el desasosiego que nos causaba el anuncio de Levi’s. Me abrí camino como pude hasta el quitamiedos y me coloqué junto al tipo que estaba más cerca del árbol. Tenía mi edad, el pelo igual de largo que Bolan y una línea de purpurina violeta debajo de cada ojo. Observaba con tristeza el mástil de la guitarra eléctrica que sostenía y dijo: «Marc ni siquiera llevaba nunca vaqueros».
Estar sentado bajo la lluvia junto a un árbol contra el que alguien chocó y encontró la muerte en un Mini resulta una ocasión perfecta para el morbo. Pensar de forma obsesiva en algo es como enterrarse en vida, lo cual queda todavía más patente si el objeto de la obsesión se encuentra ya enterrado. No obstante, me sorprendió que la solemnidad junto al árbol de Bolan se debiera más al mal tiempo y que algo alegre estaba teniendo lugar bajo esas ramas goteantes: algunas personas estaban recordando a Bolan y esos discos que les habían marcado y que les seguían marcando. Además, mientras que el anuncio de Levi’s no era fiel al espíritu de Bolan, esa reunión sí que lo era.
Se habló de revivir el espíritu verdadero de Bolan acudiendo directamente a su espíritu. Un tipo mencionó que conocía a alguien que después de un accidente casi mortal durante el que sonaba una cinta de T. Rex en el equipo de música afirmaba haberse comunicado con Bolan en una sesión de ouija. Alguien lanzó una objeción.
—Te han engañado, tío.
—¿Quién? —pregunté—. ¿Los médiums?
—No, los espíritus. Fingen ser la persona con la que quieres comunicarte: Bolan, Hendrix, quien sea. Mienten, igual que mentimos nosotros. Porque ¿hay alguien de quien te puedas fiar?
Los inconvenientes de crecer con hermanos mayores son numerosos y variopintos. Compartes habitación con ellos y cuelgan fotografías de mujeres ligeras de ropa en la pared donde tú querías colgar una fotografía del jugador de fútbol del Chelsea Ron Harris. Te ofrecen dinero si te comes una cucharada de mostaza y luego no te pagan. Uno de ellos siempre va en el asiento de delante. Son mucho más fuertes que tú y no consigues hacerles daño si les pegas.
Sin embargo, desde el punto de vista de la música pop, es otra cosa. En relación con el pop, los hermanos mayores son una bendición. Inundan la casa de discos y tú te conviertes en beneficiario indirecto de un poder adquisitivo superior y gustos más maduros. Aunque también es verdad que odias la mayor parte de la música que escuchan precisamente porque a ellos les gusta; hasta los veinte años no conseguí superar el encaprichamiento de mi hermano mayor hacia Van Morrison. Además, no puedo decir que me sienta agradecido a alguno de ellos por haberme descubierto el Aqualung de Jethro Tull.
No obstante, conseguí escuchar Ogden’s Nut Gone Flake de los Small Faces y Surf’s Up de los Beach Boys y Can’t Buy a Thrill de Steely Dan cuando era de todas todas demasiado joven para interesarme por música tan buena como esa. Asimismo, gracias a mis hermanos mayores, llegaron a mi vida un puñado de temas esenciales del rock: «(Sittin’ on) The Dock of the Bay» de Otis Redding en 1968, cuando tenía seis años; «Honky Tonk Woman» de los Rolling Stones en 1969, cuando tenía siete años; y «Whole Lotta Love» de Led Zeppelin, ese mismo año.
Otras ventajas de tener hermanos mayores: heredar aparatos electrónicos (no solo el Ferguson, sino un buen puñado de amplificadores desechados, platos hechos polvo y altavoces maltrechos), descubrir las revistas New Musical Express y Melody Maker , en una época en la que muchos de mis amigos no tenían más remedio que obtener sus conocimientos en materia pop del Look In , y ser testigo de prototipos de sistemas de archivado (yo aprendí todo lo que sé sobre el arte de coleccionar discos observando a mi segundo hermano con sus pegajosas etiquetas y su horrible letra). Además, si tienes suerte, dos de ellos formarán un grupo de rock y te llevarán a verlos tocar.
Así es como llegué al Lexden Church Hall una noche de sábado en 1972 para la primera aparición pública de Relic. A la guitarra y cantando los coros estaba Jeremy, con el pelo que le llegaba a los hombros y que en breve se marcharía a la universidad para convertirse en maestro. A la batería estaba Simon, con más pelo aún, cuyo mayor interés en la vida era destripar los motores de los coches (solo había que verlo tocar la batería para darse cuenta). Pertenecía a la escuela de Keith Moon, aunque es posible que «escuela» no sea exactamente la palabra para lo que es sin lugar a dudas una forma de absentismo musical, basado en el principio de que, si no se conmueve, golpéalo con un palo hasta que se conmueva. En la parte delantera del bombo había escrito su apodo con cinta adhesiva negra: Sniff. La gente preguntaba si el grupo se llamaba Sniff, y él tenía que responder que no, que se llamaba Relic.
Los demás miembros procedían de su grupo de amigos, que eran una panda de tíos grandes, peludos y nada carismáticos con nombres como Nuts, Fitch y Spiney. Relic había tomado forma en el transcurso de varios ensayos ruidosos que tuvieron lugar en el salón de una casa situada en nuestra misma calle. Ahí vivía Fred; Fred se había presentado voluntario al principio para ser el roadie de Relic. Es un mito que los roadies son personas que quieren formar parte de un grupo pero son incapaces de tocar. A algunas personas les gusta ser roadies y punto. Cuando Relic ensayaban en casa de Fred, podías oírlos a trescientos metros desde nuestro jardín.
La víspera de ese concierto inaugural, tuve el privilegio de asistir a un ensayo de Relic que se celebró en la casa de su nuevo cantante. Su familia vivía en una lujosa mansión que tenía un desván con el suelo completamente revestido y una iluminación genial (sitio que, solo tal vez, habría facilitado su entrada en el grupo). Las tres cosas que puntúan más para entrar en un grupo, aparte del talento musical, son las siguientes (en orden de importancia descendiente):
1 Ser propietario de una furgoneta.
2 Ser propietario de unos altavoces.
3 Tener acceso a un lugar donde ensayar.
Читать дальше