Jesús Mallol - Cuenta atrás desesperada

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Año 2001. En el País Vasco, ETA no deja tregua. Carlos Catena, inspector de policía en San Sebastián, se siente en peligro y pide su traslado a Tenerife.
Iñaki Izaguirre, perteneciente a un comando de ETA, atraviesa Francia y la península con diez kilos de explosivo en las ruedas de su coche. Su objetivo es actuar en Tenerife y demostrar así que las islas no son impenetrables.
El Gobierno sospecha de un posible atentado en las Islas Canarias, aunque desconoce en qué isla será. Mientras Iñaki y los explosivos se acercan, Carlos será el único que puede descubrirlo y evitar la tragedia.

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–Bueno, también nosotros les hemos dado unas cuantas –contestó Iñaki refiriéndose a las hostias.

–No han sido tantas, ni tan buenas, Iñaki. Ha habido algunas acciones que han salido fatal, como la explosión de la bomba de Patxi Rementería antes de colocarla, o la pérdida del coche aquel cargado de explosivos por una avería en Benabarre, en Huesca. Y las veces que no ha salido bien, como el tiro de Ramón Rekalde, que sólo quedó herido leve, o la caída de los compañeros de Andalucía. Además, los franceses también nos están jodiendo aquí mismo.

«Nos están deteniendo a montones, no sólo a nosotros, sino también a los compañeros de Euskal Herritarrok, a los de EKIN, a todo Dios; y por si fuera poco, hasta la propia Ertzaintza está metiendo la pata. Y en Francia, tres cuartos de lo mismo; fíjate en qué condiciones tenemos que reunirnos –dijo señalando con la mano la inhóspita habitación en la que se encontraban–, en sitios siempre cambiantes y tomando todo tipo de precauciones.

–Sí, la situación la conozco, y aunque es verdad que hemos tenido algunos tropiezos y algunos fallos, no creo que sea tan mala.

–Iñaki, no estamos aquí para hacer un análisis de la situación, sino para preparar algunas acciones que nos lleven a nivelar otra vez nuestra posición –cortó Ingude en seco–. La dirección ya ha hecho ese análisis y ha decidido dar un golpe fuerte y contundente, donde no se lo esperan, para que levante la moral de nuestra gente; por el tipo de acción que se ha pensado y por el entrenamiento que has recibido, eres el mejor para llevarla a cabo. Además, tú no estás tan buscado como otros compañeros y te podrás mover más libremente.

–Por supuesto, Ingude. Dime de qué se trata.

–Bien. Consiste en poner un coche preparado en Tenerife. Hasta ahora los españoles han aprendido que los podemos golpear en cualquier sitio, en Madrid, Barcelona o Andalucía, pero siguen creyendo que las Canarias están exentas porque se trata de islas en las que sería imposible entrar y salir. Por eso la dirección ha decidido actuar allí, en un escenario emblemático para ellos que además les supondrá un duro golpe político y económico a los españoles, porque los turistas saldrán de Canarias huyendo como conejos apenas suene un pepinazo.

–Como idea no está mal, Ingude. Pero si los españoles creen que es muy difícil que actuemos allí, es porque debe serlo. ¿Cuál es la idea?

–La dirección ha ideado un plan muy detallado para que se pueda llevar la carga, entrar, actuar y salir de allí sin que te detecten y sin que te pillen. Escucha atentamente, porque no puedes tomar notas y es complejo; tienes que memorizarlo todo.

Y sacando unos papeles y unos mapas de un portafolios que estaba en el suelo junto a su silla, desplegó el mapa de carreteras de Francia. Entonces, a la luz amarillenta de la bombilla que colgaba desnuda de un cable, comenzó a explicar con detalle el plan, ayudándose de algunos esquemas y varios mapas, para que Iñaki memorizase los puntos esenciales. Sólo le dio la información necesaria, sin añadir nada que no fuese estrictamente indispensable, pero aun así estuvo hablando casi tres horas prácticamente sin interrupción.

Ayudándose de los mapas de carreteras, primero del de Francia, el de España después, y finalmente el de Tenerife, Ingude fue dándole los detalles de la operación. A menudo tenía que echar mano de un bloc lleno de notas, porque eran muchos los detalles y los datos que tenía que comunicarle a Iñaki. En ocasiones las instrucciones eran absolutamente precisas; en otras, en cambio, Iñaki tendría un cierto margen de maniobra para actuar según determinase él mismo en ese momento en función de las circunstancias. Iñaki escuchaba muy concentrado, en silencio, asintiendo a veces con la cabeza. En ocasiones, cuando algo se le escapaba, le pedía alguna aclaración o que le repitiera la explicación.

Ingude optó por silenciar algunos aspectos de la operación. Era preferible que Iñaki no conociese los factores laterales porque realmente no necesitaba saberlos. En tales casos, cuando Iñaki preguntaba algún dato concreto sobre ellos, Ingude le contestaba que no era necesario que lo conociese y que confiase en los compañeros que asumirían esas tareas. El método de las participaciones ciegas pretendía que, en caso de que la Policía detuviese a algún participante en la operación, no pudiese sacarle información sobre ella. De esa forma sería posible reconstituir el operativo en muy poco tiempo y con pocas bajas.

Sólo fueron interrumpidos por Josu, que entró con una bolsa de supermercado que contenía unos sándwiches de jamón y queso, de esos que vienen envasados en plástico, y unas latas frías de refresco, y sin decir una palabra dejó la bolsa junto a Ingude señalándola con un gesto. Cogieron cada uno un sándwich y una lata de refresco, y continuó Ingude con su exposición mientras daban cuenta del refrigerio.

–La última noche antes de entrar a España, en Tarbes, recibirás las últimas instrucciones y documentación. ¿Eres capaz de realizar la misión, Iñaki, o tienes alguna reserva?

–No, Ingude, no tengo ningún problema para realizar la misión. Es más, lo considero un honor. La organización me ha facilitado entrenamiento durante años y pone a mi disposición muchos medios. Acepto la misión con todas sus consecuencias y quiero que sepas que la llevaré a cabo por encima de cualquier otra consideración, o seré otro caído por nuestra causa.

–¡Eres un auténtico gudari, Iñaki! –dijo Ingude mientras posaba una mano en el hombro de Iñaki–. ¿Alguna pregunta o duda?

–¿Qué hago si hay algún imprevisto?

–En caso necesario, pero sólo si es estrictamente necesario, llama a este número desde un teléfono público –dijo mientras le tendía una tarjeta–. Es de un músico que va a estar de viaje bastante tiempo y tenemos el teléfono pinchado en otro sitio, así que la llamada en realidad será para nosotros. Si tenemos que comunicarte algo, lo haremos a este móvil –dijo alargándole un pequeño aparato Ericsson que sacó de una bolsa de mano que estaba en el suelo, junto al portafolios–, pero tú no debes usarlo ni llamar a ninguna parte.

–¿Tiene algún nombre esta operación? – Por supuesto, Iñaki. Es la Operación Dragon Rapide.

Después de considerar unos instantes el nombre y las circunstancias de la operación, Iñaki dibujó una sonrisa y asintió aprobando el nombre elegido.

–De acuerdo; creo que todo está claro. ¿Cuándo empieza la Operación Dragon Rapide?

–Ya ha comenzado, Iñaki. Vete esta misma tarde porque pasado mañana, por la mañana, tienes la primera cita, y es muy lejos de aquí. Recuerda todas las instrucciones y recomendaciones que te he dado, y no olvides que, aunque hay muchísima gente involucrada en esto, esta vez actúas solo; tú eres todo el comando.

Ingude le entregó la pequeña bolsa de mano con algunos objetos que Iñaki necesitaría más adelante, entre los que estaban el teléfono móvil, un pequeño transistor y un despertador electrónico a pilas.

Se levantaron y se abrazaron emocionados. Los dos eran conscientes de la dificultad que la Operación Dragon Rapide representaba y del enorme peligro que iba a correr Iñaki a cada minuto, hasta que estuviese de vuelta en Euskal Herria. Josu volvió a la habitación y, a una indicación de Ingude, acompañó a Iñaki hasta la puerta. Allí, estrechándole la mano con un cordial apretón a modo de despedida y, mientras miraba a hurtadillas hacia fuera, le dijo con una sonrisa:

–Bien, chaval, pórtate bien y no te la juegues; nos veremos pronto. –Y girando sobre sí mismo cerró la puerta dejando a Iñaki en el exterior.

Cuando salió otra vez a la lluvia, mientras se dirigía a su casa a recoger su equipaje llevando en la mano la bolsa que le había entregado Ingude, Iñaki Izaguirre recordó cómo había llegado a aquel punto. Pensó en su padre, tantas veces preso en las cárceles españolas por ser vasco, hasta que murió en una triste celda del penal de El Dueso por enfermedades contraídas en prisión, secuela de las condiciones inhumanas a las que sometían a los presos. Luego vino su participación en los grupos juveniles que habían hostigado a los españolistas en las calles hasta que al final, hacía tres años, tuvo que irse a Francia después de que lo detuvieran por hacer las misiones de seguimiento y vigilancia que le habían pedido. Al poco tiempo, ya en Francia, vinieron los primeros contactos directos con la organización, y casi sin darse cuenta se vio participando en un programa de adiestramiento en manejo de armas, explosivos, inteligencia, y todas las funciones necesarias para realizar sabotajes, atentados o suministros.

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