La Tierra estaba ya en agonía antes de sucediera todo esto del virus. Sabemos ahora, mejor que antes y con hechos, que somos el único y verdadero cáncer de esta tierra. Cáncer más intensamente activado y manipulado por algunas células malignas particularmente poderosas que pululan junto al sistema financiero internacional. Y ya nos hemos dado cuenta que si desaparecemos, ella, la Tierra, seguirá impoluta, más bella y esplendorosa. Sabemos que las civilizaciones pasan y la tierra queda, que así lleva alrededor de cuatro mil quinientos millones de años, con hundimientos de Atlántidas incluida. Si hay engaño gigantesco en las autopsias para aumentar el número de las muertes y así malignamente a través del miedo hacer quebrar la economía de los países, o si lo que hay es sólo un campo de prueba global para ensayar el golpe final del totalitarismo digital; natural o artificial, si estrategia fríamente experimental o imprevista emergencia, si financiada por Bill Gates/Soros o por Beijing para después reconquistar Europa con ayudas de respiradores o lanzar la vacuna milagrosa, da lo mismo la fuente del origen del virus, lo mismo saber su causa material. Lo cierto es que –para nosotros, latinoamericanos, europeos o asiáticos- debemos volver a reaprender lo que es “ser humano”; desaprender primero y luego humildemente consultar a nuestras viejas raíces amerindias, para conducirnos como verdadera “gente” y ya no más como espectros sobre nuestros desiertos. Y en ello, lo primero es desactivar el patrón de pensamiento, nuestras colonizadas ideas postmodernas que nos unen al clan postizo o “antropoceno” que nos han hecho creer: la Tierra no es nuestra, ni es un bioartefacto a telecomandar con las microondas satelitales del 5G; nosotros pertenecemos a la Tierra, porque es una Madre que sufre con el desequilibrio de ese clan de hijos que, enloquecidos por el poder y manipular a distancia (Matrix) las mejores energías humanas, saquean sin asco sus recursos. Y a propósito de teleondas, bien cabe aquí la petición del ya anciano Jodorowsky, ese chileno en el nuevamente sitiado París: “Se os solicita una sola cosa, solo una, no seáis alimento. Es lo único que debéis hacer, es así de sencillo, no seáis alimento. El ser humano entre otras cosas, es uno de los generadores más potentes que existen, somos vórtices, dependiendo de la polaridad en la que te alíneas, creas una frecuencia u otra. Estas entidades se alimentan de la frecuencia negativa, les hemos estamos alimentando durante milenios. El despertar de la humanidad inclinó el vórtice colectivo hacia el polo positivo, de ahí que estén atacando con tal fiereza, se están muriendo de hambre… Conecta con tu alma y observa, si tu alma te dice que es cierto, no pierdas ni un segundo más de tu existencia en servir de alimento.” Reparé en este llamado porque de inmediato lo conecté con la experiencia de una muy pobre mujer mapuche de CholChol hace cuarenta años atrás. Ante las penurias que vivían sus hijos en Santiago, ella concluía entre lágrimas : “por no saber, los pu ngenechen –los dioses– abusan con uno”.
Difícil no ser alimento y no agriarse de indignación cuando, la empresa-holding de la tercera mayor fortuna del país, aprovechándose de una ley de emergencia que permite dejar de pagar el sueldo a sus trabajadores para proteger el empleo, cesa el pago a miles de trabajadores y a la vez reparte 220 millones de dólares entre sus accionistas. Todo perfectamente “legal” pero absolutamente una burla, una bofetada inmoral, si consideramos que con ese dinero se habrían podido pagar el sueldo promedio a 262 y dos mil empleados despedidos, hambrientos, angustiados. Así, en la industria, en el comercio, en la educación, en el servicio público, lo decisivo es el nivel moral de las personas, el grado de conciencia respecto a lo que se considera digno, justo, humano para sí mismo y para los otros. La mecanicidad gerencial o laboral de un cerebro dormido es más mortífera que la carga viral de mil estornudos. Certificado de defunción para una mentalidad perversa; acta de nacimiento para reinventarse en la sabiduría.
Pero igual, frente a todo esto, lo mejor, lo sabio inicialmente es respirar hondo, serenarse, no enganchar y no tomar nada personalmente. ¿Cómo no ser alimento de las fuerzas obscuras de la Matrix? En estas páginas respondemos: En el templo de nuestro Ser, ningún tipos de virus, de demonio, de baja emoción, podrá entrar si nos situamos en la torre del castillo interior: en la más alta vibración que podamos. Lo que sí hay que buscar es la experiencia de la vibración de la belleza, de la bondad, de la ternura, del altruismo. Y ese será un disfrute protector que nadie nos la podrá quitar. Atrincherarse allí. Conectarse a esa alta vibración será el antídoto mejor en el hogar, incluso matará hasta la baja vibración de este virus físico. Permaneciendo puertas adentro, hoy el refugio es el silencio, allí donde habla la voz de nuestro Ser, la voz de nuestro espíritu que serena y aclara todo. Como nunca antes es tiempo de reflexión. Todas las cosas terrenas hay que mirarlas desde la eternidad del espíritu. Porque habiendo tanto milagro aún al lado de nuestras vidas, parte de ese trabajo es que sólo nos importe ser agradecidos siempre, aunque la sopa esté amarga o ninguna paga se divise en lontananza.
Estas líneas quieren hacer entender que, con las fracturas expuestas que está dejando esta pandemia, nuestras vidas burguesas y alegres, están llenas de cosas e ideas innecesarias, que más que ayudar a nuestros despertar se convierten en un obstáculo para nosotros y los demás. El consumir se volvió substituto de la experiencia de ser y reemplazó el norte moral que antes perseguían las personas como proyecto de vida. Este se volvió plan de negocios para adquirir estatus y cosas. O bien –en el decir de Byung-Chul Han- “en un emprendimiento para explotarse a sí mismo”. Recordar que el gran engaño de la experiencia placentera es que ésta no acumula conciencia. En la vida de placeres solo acumulamos cadenas y hábitos que nunca dejamos satisfechos y que a la larga nos termina por devorar. Y mientras nos adormecemos en la modorra propia, alimentamos el sueño o ambición de otro que se hace millonario a costa de nuestras debilidades. El antiguo tema de la responsabilidad personal en la autoconstrucción de la felicidad. Porque si tu mismo/a no construyes el mundo de tus sueños, alguien, por un bajo salario, te va contratar para que le construyas los de él. Por eso, dentro de las lecciones que nos está dejando esta “primera llamada”, este “primer suave ángel de la muerte”, es que toda esta educación tan competitiva y este tipo de marketing enfocado en el hedonismo que nos deforma, deben desaparecer. Tal como deben de desaparecer el tipo de democracia puramente formal cuyo miope criterio de supuestas mayorías acomodaticias, que a punta de dudosas encuestas y marketing digital permitió elegir a los líderes mundiales que nos gobiernan. Para eso, es necesario que todos experimentemos, en estos meses de relativa autonomía y distanciamiento social, una inédita porción de dignidad y de reflexión.
Y detrás de todo, he aquí un libro para el reaprendizaje de la humildad. Porque el covid-19 es una muestra de que, aunque hemos interferido en todos los procesos naturales como nunca antes, a la vez no tenemos control efectivo sobre ninguno. Por eso, debemos corregir nuestra enorme arrogancia, y reconocer que el vasto y complejo juego de los asuntos humanos escapa muchas veces de nuestro control. Como dijo el historiador inglés Max Hastings “si el covid 19 no nos hace más humildes como especie, nada lo hará”. Arreglemos juntos este mundo no sin antes arreglarnos a nosotros mismos; para ello, empecemos a volvernos dueños de nosotros mismos, no sin en paralelo arreglar juntos nuestras patrias, la grande y la chica, ya que como la gran mayoría de los otros países, sufre de lo mismo. Eso lo lograremos, cuando dejemos de pensar tanto en nosotros y logremos humildemente hacer algo por los otros.
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