—La masa no tiene acidez. Algo está mal. —Ginger se pasa la mano por la frente y se deja un rastro de melaza en la piel—. No puedo dejar que Keller James gane. Mi futuro pende de un hilo y tú te quejas por tener que irte de viaje al Polo Norte. Esto es surreal.
—No es el Polo Norte —gruño—. Es Núremberg, Alemania.
Que, a decir verdad, es probable que sea mejor que el Polo Norte debido al encanto de la arquitectura bávara. Además, no se puede hacer nada en el Polo Norte por eso de que está en medio del océano Ártico y demás.
—¿No tiene Keller James su propio programa en el canal Food Network? —pregunta Noel desde el taburete en el que está sentada junto a la encimera de la cocina de Ginger. Lo pregunta con la boca llena de galleta. Esta noche estamos haciendo unas cuantas tandas.
—Sí —suspira Ginger antes de repetir «Food Network» como si estuviese en la iglesia y tuviese que venerarla.
—No me importa los programas que tenga. Nadie hace las galletas de jengibre como tú, Ginger —la consuelo—. No tiene ninguna oportunidad.
—Necesito el dinero del premio para abrir mi propia pastelería. ¡Keller no! ¿Por qué nos hacen competir contra profesionales? —Ginger gime mientras deja caer otro paquete de dos kilos de harina en la encimera. Es la más joven de las tres y la cocina siempre ha sido su pasión. Mientras Noel y yo nos contentábamos con jugar con un horno eléctrico de juguete, Ginger improvisaba con magdalenas de verdad en el horno de mamá y las guardaba en envases reutilizables en los que escribía «Pastelería Ginger» en los laterales. Los ataba con un surtido interminable de lazos viejos que había recopilado de todas partes. Ya sabes, como hacen algunas abuelas con los lazos de Navidad para reutilizarlos. Así era Ginger a los doce años.
—Tú también eres una profesional —señalo. Hace todos los pasteles del hostal de la ciudad, pero su sueño es abrir su propia pastelería. En Reindeer Falls, por supuesto.
—¡No es lo mismo! ¡Es un mentecato! —resopla Ginger —. Me pregunto si utilizará canela de Ceilán —murmura para sí misma mientras rebusca frenéticamente en su estante de las especias. Al menos, supongo que lo dice para sí. Dudo que piense que Noel o yo tenemos idea de las variedades de canela—. Sutil, pero refinado. ¡Ja! Te tengo, mentecato.
—¿Quién es el mentecato? —pregunta Noel—. ¿Keller James?
No creo que sea el mejor momento para sacarlo a relucir, pero siempre me ha gustado su programa Y después, té con pastas. Además, lo conocimos durante la grabación de los primeros tres episodios de El maestro del jengibre y me pareció un buen tío.
—¡Sí, él! ¡Uf!
—¿Quién utiliza «mentecato» como insulto? —pregunta Noel, y mete el plato en el lavavajillas antes de sentarse a mi lado en la mesa de la cocina.
—Es una forma más suave de decir «imbécil» —explica Ginger, pero me parece una explicación innecesaria, porque Noel pone los ojos en blanco y me dice en voz baja: «Tú sigue con tu lado malvado, Gin». Entonces, Ginger dirige su atención hacia mí, retira la silla que hay delante y se sienta—. ¿Qué puñetas dices?
Tengo una selección de trozos de cartulina, celo, pegamento, marcadores y recortes de revistas junto con una pila de chocolatinas esparcidos por la mesa.
—Necesito rehacer mi calendario de Adviento porque Nick va a robarme una semana entera de Navidad.
—Sabes que Navidad es solo un día, ¿verdad?
—Se lo voy a decir a mamá. A alguien le van a traer carbón este año —bromeo, y le lanzo un envoltorio de caramelo a la cabeza.
—En fin —dice Noel, despacio. Mira mi calendario como si estuviera desquiciada—. ¿Vas a pillar la gripe? ¿Tienes fiebre?
Noel es la mayor. Los pasteles y las manualidades no le impresionan demasiado.
—Eso quisiera yo. Así no tendría que irme con Nick —mascullo. Noel mira el desastre que he formado en la mesa mientras Ginger habla sola acerca de la temperatura de la mantequilla—. Es un calendario de Adviento personalizado —explico—. Por cada día que vea a Nick, me llevo un premio.
—Ajá —murmura Noel. No parece impresionada.
—Como ves —Señalo el batiburrillo del calendario—, del 9 al 13 no hay puertas porque se suponía que tendría una semana maravillosa sin ver a Nick, pero ahora que voy a Alemania con él, tengo que añadir esos días al calendario.
Este sistema de recompensas a costa de Nick es estupendo. Me planteo ampliarlo al resto del año, pero no creo que comer una chocolatina por cada día que me irrite sea bueno para mi cintura.
—Lo que tienes que hacer es acostarte con él y pasar página —comenta Ginger desde la encimera de la cocina. Me pongo roja y Noel sonríe con picardía.
—Ahora eres mi hermana favorita —le dice Noel a Ginger con una sonrisa de oreja a oreja.
—¡Oye! —Odio cuando se alían contra mí, y siempre lo hacen. Soy la hermana mediana, me viene de fábrica.
—¿Y si llenamos las puertas de la 9 a la 13 con condones? —sugiere Noel.
—¡Sí! Ya te puedes buscar una habitación con tu jefe guaperas. —Ginger se ríe mientras ataca una porción de masa de galletas de jengibre con un rodillo de amasar.
—¡Las cosas no son así! —protesto—. Nuestra relación es estrictamente profesional. No me gusta. Yo no le gusto. ¡No nos gustamos!
—Sí que lo son. —Esto viene de Noel.
—Bueno, y ¿qué hay de Ginger y Keller James? Ellos también deberían buscarse un hotel. Todo el mundo lo sabe.
—¡Oye! ¡Que no hablamos de mí! Nos estamos burlando de ti —dice Ginger.
—Ni siquiera sé cómo habéis pasado las tres primeras eliminatorias con las galletas de jengibre. Estabais tan ocupados follándoos con los ojos que me sorprende que ninguno de los dos cascara los huevos fuera del bol.
—Madre mía, estoy deseando ver cómo lo editan —admite Noel.
—Ay, puñetas. —Ginger suelta el rodillo de amasar con una expresión de alarma en el rostro. Tiene el puente de la nariz manchado de harina—. ¿En serio?
—¿Viste cuando los dos fueron a por el mismo bote de vainilla y él casi la besa? —pregunta Noel e ignora a Ginger—. Qué sexy.
Noel se abanica con la mano para bajarse los calores.
—E-eso —tartamudea Ginger— no pasó. Nunca estuvo a punto de besarme.
—Eso dices tú —respondemos Noel y yo al unísono y chocamos los cinco como un alarde infantil de complicidad entre hermanas.
—Yo, esto… —Ginger se retuerce las manos, desesperada. Cuando desaparece en su habitación, ya tiene la cara como un tomate.
—Trae algunos condones cuando termines de esconderte para la cuenta atrás del calendario y que Holly se coma un rosco por Navidad —grita Noel.
—No es… —protesto, resignada—. No me creo que Papá Noel te traiga regalos con esa boca.
Ginger vuelve. Se ha limpiado la cara y se ha ajustado la coleta color caoba. Además de llamarse «jengibre» y que le encante hacer galletas de jengibre, fue bendecida al nacer con reflejos pelirrojos entretejidos en su cabello oscuro. Con un golpe seco, deja un condón encima de la mesa.
—Para el calendario de Holly. Centrémonos en eso.
Noel sonríe y elige un rotulador. Entonces, escribe «Día del rosco» en una de las puertas de cartulina y esconde el condón tras ella.
Suspiro y cojo las tijeras. Se supone que esa era la puerta del 11 de diciembre. Ahora tendré que hacer sitio para añadir otra puerta más al calendario. Ahora sí que parece un prototipo defectuoso.
—Sí, centrémonos en el calendario de Holly —coincide Noel, y centra su atención en mí y en mi proyecto de manualidades—. ¿No crees que hacer un calendario de Adviento con la cuenta atrás para tirarte a tu jefe es un poco blasfemo?
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