Lee Child - Mañana no estás

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Dos de la mañana en el metro de Nueva York, primera década del siglo XXI. En la ciudad está vivo el recuerdo del ataque a las Torres Gemelas. Jack Reacher y cinco pasajeros en un vagón. Algo no va bien con uno de ellos: cumple con todos los requisitos para ser un terrorista suicida. Reacher se los sabe de memoria y va a entrar en acción antes de que sea demasiado tarde. El reflejo de una guerra en el territorio menos pensado. Así empieza a desenredarse la trama de
Mañana no estás. Infalible, incluso cuando se equivoca, Reacher va siguiendo las hebras del terrorismo islámico, el Pentágono, la carrera de un prometedor candidato a senador, rodeado por la policía y todas las fuerzas de seguridad en una ciudad, la capital del mundo, asolada por las amenazas y por la paranoia. ** Edición y traducción adaptadas a la variante peninsular ** «Lee Child sigue siendo el mejor.» -Stephen King"Jack Reacher es el James Bond de la actualidad, un héroe del que nunca tenemos suficiente." -Ken Follett «Estoy leyendo y disfrutando muchísimo las novelas de Jack Reacher.» -George Martin «El mejor escritor de thrillers del momento.» -The New York Times #1 de ventas en Estados Unidos y Reino Unido

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Pero yo no tenía nada que esconder, así que les volví a decir que siguieran adelante.

Tenían tres áreas de interés. La primera: ¿Conocía yo a la mujer que se había matado en el tren? ¿La había visto antes?

Dije:

—No.

Breve y afable, tranquilo pero firme.

No siguieron con cuestiones suplementarias. Lo cual me indicó de manera brusca quiénes eran y qué estaban haciendo exactamente. Eran el equipo B de alguien, enviados al norte para poner fin a una investigación en curso. Estaban aislándola, enterrándola, marcando una línea debajo de algo que para empezar había hecho sospechar a alguien solo a medias. Querían una respuesta negativa a cada pregunta, para que el expediente se pudiera cerrar y se finalizara el asunto. Querían una ausencia positiva de cabos sueltos, y no querían llamar la atención sobre el tema volviéndolo un gran drama. Querían volver a la autopista con todo olvidado.

La segunda pregunta fue: ¿Conocía yo a una mujer llamada Lila Hoth?

Dije:

—No.

Porque no la conocía. No en ese momento.

La tercera pregunta fue más bien un diálogo sostenido. Lo abrió el agente que lideraba. El hombre principal. Era un poco más viejo y un poco más pequeño que los otros dos. Quizás también un poco más inteligente. Dijo:

—Usted abordó a la mujer en el tren.

No respondí. Estaba ahí para contestar preguntas, no para comentar afirmaciones.

El tipo preguntó:

—¿Cuán cerca llegó?

—Dos metros —dije—. Poco más o menos.

—¿Lo suficientemente cerca como para tocarla?

—No.

—Si usted hubiera estirado el brazo, y ella hubiera estirado el suyo, ¿se podrían haber tocado las manos?

—Quizás —dije.

—¿Eso es un sí o un no?

—Es un quizás. Sé cuán largos son mis brazos. No sé cuán largos eran los de ella.

—¿Ella le dio algo a usted?

—No.

—¿Tomó alguna cosa de ella después de que estuviera muerta?

—No.

—¿Alguna otra persona?

—No que yo viera.

—¿Vio que se le cayera algo de la mano, o de la mochila, o de la ropa?

—No.

—¿Ella le dijo algo?

—Nada importante.

—¿Habló con alguien más?

—No.

El tipo preguntó:

—¿Podría vaciar sus bolsillos?

Me encogí de hombros. No tenía nada que esconder. Fui a un bolsillo por vez y puse los contenidos sobre la mesa maltrecha. Un fajo doblado de dinero en efectivo, y algunas monedas. Mi viejo pasaporte. Mi tarjeta de débito. Mi cepillo de dientes plegable. La Metrocard que me había permitido subir al metro para empezar. Y la tarjeta de presentación de Theresa Lee.

El tipo revolvió un poco mis cosas con un solo dedo estirado y le hizo un gesto con la cabeza a uno de sus subordinados, que se acercó para palparme. Ejecutó un trabajo semiexperto y no encontró nada más y negó con la cabeza.

El tipo más importante dijo:

—Gracias, señor Reacher.

Y después se fueron, los tres, tan deprisa como habían entrado. Yo estaba un poco sorprendido, pero lo suficientemente contento. Volví a poner mis cosas en los bolsillos y esperé a que ya no estuvieran en el pasillo y después salí. El sitio estaba tranquilo. Vi a Theresa Lee sin hacer nada en un escritorio y a su compañero Docherty guiando a un individuo a través del sector de la brigada hasta un cubículo al fondo. El individuo era de cuarenta y algo y de estatura media y estaba agotado. Tenía puesta una camiseta gris arrugada y un pantalón deportivo rojo. Había salido de su casa sin peinarse. Eso estaba claro. El pelo era canoso y se le desparramaba para todos lados. Theresa Lee me vio mirando y dijo:

—Miembro de la familia.

—¿De la mujer?

Lee asintió:

—Tenía información de contacto en la cartera. Es el hermano. Es policía. De un pueblo en Nueva Jersey. Se subió al coche y vino directo.

—Pobre hombre.

—Lo sé. No le pedimos que hiciera la identificación formal. Está demasiado destrozada. Le dijimos que era conveniente un ataúd cerrado. Lo entendió.

—¿Así que están seguros de que es ella?

Lee asintió de nuevo:

—Huellas digitales.

—¿Quién era?

—No estoy autorizada a decirlo.

—¿Ya no tengo nada más que hacer aquí?

—¿Los federales terminaron con usted?

—Aparentemente.

—Entonces váyase. Ya terminó.

Llegué a lo alto de la escalera y ella me llamó. Dijo:

—No dije en serio lo de que la llevó al límite.

—Sí lo dijo en serio —dije—. Y puede que haya tenido razón.

Salí al fresco del amanecer y doblé a la izquierda en la calle 35 y fui hacia el este. Ya terminó. Pero no había terminado. Justo en la esquina había otros cuatro tipos esperando para hablar conmigo. Con un aspecto similar a los de antes, pero no de agentes federales. Sus trajes eran demasiado caros.

DIEZ

El mundo es la misma jungla en todas partes, pero Nueva York es su destilado más puro. Lo que es útil en cualquier otro lado es vital en la gran ciudad. Ves a cuatro tipos agrupados en una esquina esperándote, o bien corres como el demonio en dirección opuesta sin titubeos o bien sigues andando sin reducir ni acelerar la velocidad ni detener el paso. Miras al frente con una neutralidad estudiada, inspeccionas sus caras, miras para otro lado, como si estuvieras diciendo ¿eso es todo lo que tenéis?

Lo cierto es que es más inteligente correr. La mejor pelea es la pelea a la que no das lugar. Pero nunca he dicho que fuera inteligente. Solo obstinado, y en ocasiones de mal carácter. Algunos matan gatos a patadas. Yo sigo andando.

Los trajes eran todos azul nocturno y parecían provenir del tipo de tienda que tiene encima de la entrada el nombre de una persona extranjera. Los hombres dentro de los trajes parecían competentes. Como suboficiales. Muy al tanto de cómo son las cosas, orgullosos de su habilidad para cumplir con su trabajo. Eran ciertamente exmilitares, o ex fuerzas de seguridad, o ex ambas cosas. Eran la clase de personas que habían dado un paso hacia arriba en lo que respecta al salario y un paso al lado en lo que respecta a las reglas y las regulaciones, y consideraban ambos movimientos igual de valiosos.

Se separaron en dos parejas cuando yo estaba todavía a cuatro pasos de distancia. Dejaron espacio para que pasara si quería, pero el tipo de delante a la izquierda levantó un poco ambas palmas y acarició el aire, en una especie de gesto doble propósito por favor pare y no somos una amenaza . El paso siguiente lo usé para decidir. No puedes permitirte quedarte atrapado en medio de cuatro tipos. O te detienes antes o te abres paso a través. En ese momento mis opciones estaban todavía abiertas. Fácil detenerse, fácil seguir adelante. Si cerraban filas mientras yo estaba todavía en movimiento iban a caer como bolos. Peso ciento quince y me estaba moviendo a seis kilómetros por hora. Ellos ni tenían ese peso ni se movían.

A dos pasos, el que estaba al mando dijo:

—¿Podemos hablar?

Me detuve. Dije:

—¿De qué?

—Usted es el testigo, ¿no es así?

—¿Pero quién eres tú?

El tipo contestó llevando hacia atrás la solapa de la chaqueta del traje, de manera lenta y no amenazante, no mostrando nada más que un forro de raso rojo y una camisa. Ningún arma, ninguna funda, ningún cinturón. Puso los dedos de su mano derecha en el bolsillo interno izquierdo y los sacó con su tarjeta de presentación. Se inclinó hacia delante y me la alcanzó. Era un producto barato. La primera línea decía: Cierto y Seguro, Inc. La segunda línea decía: Protección, Investigación, Intervención. La tercera línea tenía un número de teléfono, con un código de área 212. Manhattan.

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