Lee Child - Mañana no estás

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Dos de la mañana en el metro de Nueva York, primera década del siglo XXI. En la ciudad está vivo el recuerdo del ataque a las Torres Gemelas. Jack Reacher y cinco pasajeros en un vagón. Algo no va bien con uno de ellos: cumple con todos los requisitos para ser un terrorista suicida. Reacher se los sabe de memoria y va a entrar en acción antes de que sea demasiado tarde. El reflejo de una guerra en el territorio menos pensado. Así empieza a desenredarse la trama de
Mañana no estás. Infalible, incluso cuando se equivoca, Reacher va siguiendo las hebras del terrorismo islámico, el Pentágono, la carrera de un prometedor candidato a senador, rodeado por la policía y todas las fuerzas de seguridad en una ciudad, la capital del mundo, asolada por las amenazas y por la paranoia. ** Edición y traducción adaptadas a la variante peninsular ** «Lee Child sigue siendo el mejor.» -Stephen King"Jack Reacher es el James Bond de la actualidad, un héroe del que nunca tenemos suficiente." -Ken Follett «Estoy leyendo y disfrutando muchísimo las novelas de Jack Reacher.» -George Martin «El mejor escritor de thrillers del momento.» -The New York Times #1 de ventas en Estados Unidos y Reino Unido

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Caminé a lo largo de dos manzanas y media por la calle 28. Durante todo el recorrido había mucha gente detrás de mí, pero yo no conocía a nadie, y nadie parecía conocerme. Bajé al metro en Broadway y pasé mi tarjeta. Después me perdí los siguientes nueve trenes que pasaron en dirección Downtown. Simplemente me quedé sentado al calor sobre un banco de madera y los dejé pasar. En parte para hacer una pausa, en parte para matar el tiempo hasta que abriera el resto de los negocios de la ciudad, y en parte para comprobar que no me habían seguido. Nueve grupos de pasajeros fueron y vinieron, y nueve veces estuve solo en el andén por uno o dos segundos. Nadie mostró el más mínimo interés en mí. Cuando me cansé de buscar entre la gente empecé a buscar ratas. Me gustan las ratas. Circulan muchos mitos sobre el tema. Los avistamientos son menos frecuentes de lo que la gente cree. Las ratas son tímidas. Las ratas que se ven por lo general son jóvenes o están enfermas o muertas de hambre. No mordisquean las caras de bebés dormidos solo para divertirse. Les tientan los rastros de comida, eso es todo. Lávale la boca a tu bebé antes de llevarlo a dormir y todo estará bien. Y no hay ratas gigantes grandes como gatos. Todas las ratas son del mismo tamaño.

No vi ninguna rata, y finalmente me sentí inquieto. Me paré y di la espalda a las vías y miré los pósters en la pared. Uno era un mapa de toda la red de metro. Dos eran anuncios de musicales de Broadway. Uno era una notificación oficial en la que se prohibía algo que llamaban surfear el metro. Había una ilustración en blanco y negro de un tipo agarrado como una estrella de mar al exterior de la puerta del metro. Aparentemente los ejemplares viejos de la red de Nueva York tenían rodapiés debajo de las puertas, diseñados para reducir parte del espacio entre el vagón y el andén, y pequeños vierteaguas por encima de las puertas, diseñados para evitar que entrara el agua. Yo sabía que los nuevos R142A no tenían ninguna de esas dos piezas. Mi compañero de viaje loco me lo había dicho. Pero con los vagones viejos se podía esperar en el andén hasta que se cerraran las puertas, y entonces clavar la punta de los pies en el rodapiés, y presionar con la punta de los dedos en los vierteaguas, y abrazar el vagón, y ser transportado por los túneles desde el exterior. Surfeo de metros. Muy divertido para algunos, quizás, pero ahora ilegal.

Me giré hacia las vías y me subí al décimo tren que pasó. Era uno de la línea R. Tenía rodapiés y vierteaguas. Pero yo viajé en el interior, dos paradas hasta la gran estación de Union Square.

Salí a la calle en la esquina noroeste de Union Square y me dirigí hacia una librería gigante que recordaba que estaba en la calle 17. Los políticos que están en campaña suelen publicar biografías antes de la época de elecciones, y las revistas de noticias están siempre llenas de cobertura del tema. En vez de eso podría haber buscado un cibercafé, pero no soy diestro con la tecnología y además los cibercafés ya no son tan comunes como antes. Ahora toda la gente anda con pequeños dispositivos electrónicos con nombres de frutas o árboles. Los cibercafés van en la misma dirección que las cabinas de teléfono, eliminados por nuevas invenciones inalámbricas.

La librería tenía mesas al comienzo de la planta baja. Tenían encima pilas de títulos nuevos. Busqué los lanzamientos de no ficción y no encontré nada. Historia, biografía, economía, pero no política. Fui un poco más allá y encontré lo que quería en la parte de atrás de la segunda mesa. Comentario y opinión de la izquierda y de la derecha, más autobiografías de candidatos escritas por escritores fantasma y con sobrecubiertas relucientes y fotos brillantes y retocadas. El libro de John Sansom tenía más o menos un centímetro y medio de espesor y se llamaba Siempre en una misión . Lo cogí y subí por las escaleras mecánicas hasta el tercer piso, donde el directorio del negocio me indicaba que estaban las revistas. Elegí todos los semanarios de noticias y los llevé con el libro a los estantes de historia militar. Me quedé ahí un rato con algunas publicaciones de no ficción y confirmé lo que había sospechado, que era que el Comando de Recursos Humanos del Ejército no hacía nada que no hiciera antes el Comando de Personal. Era solo un cambio de nombre. Un cambio de imagen. Nada de funciones nuevas. Papeleo y documentación, como siempre.

Entonces me senté en el alféizar de una ventana y me instalé para leer el material que había cogido. La parte de atrás de mi cuerpo estaba caliente por el sol que llegaba a través del vidrio, y la parte delantera estaba fría por el conducto de un aire acondicionado que estaba justo encima de mí. Solía sentirme mal por leer cosas en las tiendas, sin intención de comprar. Pero las mismas tiendas parecen estar lo suficientemente contentas al respecto. Incluso lo incentivan. Algunas ponen sillones con ese objetivo. Un nuevo modelo de negocios, aparentemente. Y todo el mundo lo hace. La tienda acababa de abrir, y ya todo el lugar parecía un centro de refugiados. Había gente por todos lados, sentados o tirados en el suelo, rodeados por pilas de mercancía mucho más grandes que la mía.

Todos los semanarios de noticias tenían informes sobre las campañas, metidos entre anuncios e historias sobre avances médicos y novedades tecnológicas. La mayor parte de la cobertura era sobre los candidatos más importantes de cada papeleta, pero las contiendas por la Casa Blanca y por el Senado recibían algunas líneas respectivamente. Faltaban cuatro meses para las primeras primarias y catorce para las elecciones mismas, y algunos candidatos ya eran un fracaso, pero Sansom todavía estaba firmemente en carrera. Estaba obteniendo buenos resultados en las encuestas en todo su estado, estaba recaudando mucho dinero, su estilo directo era visto como refrescante, y se decía que sus antecedentes militares lo cualificaban prácticamente para todo. Aunque en mi opinión eso es como decir que un barrendero podría ser alcalde. Quizás sea así, quizás no. La suposición no tiene lógica. Pero claramente a la mayoría de los periodistas el tipo les gustaba. Y claramente le destinaban a cosas más grandes. Se le veía como candidato presidencial en potencia para dentro de cuatro u ocho años. Un escritor incluso daba a entender que podía ser desplazado de su carrera hacia el Senado para ser postulado como candidato a vicepresidente en estas mismas elecciones. Ya era una especie de celebridad.

La cubierta de su libro era como las que están de moda. Una composición con su nombre, el título y dos fotos. La más grande era una foto borrosa y de mucha granulosidad que lo mostraba en acción y había sido ampliada lo suficiente como para conformar el fondo de toda la cubierta. Mostraba a un hombre joven con un uniforme de combate desabrochado y gastado y la cara toda pintada con camuflaje y gorro de lana. Encima había un retrato de estudio más nuevo de él mismo, muchos años después en el tiempo, de traje. Sansom, obviamente, entonces y ahora. Todo su arco, en una sola gráfica.

La foto reciente estaba bien iluminada y perfectamente enfocada y en una pose ingeniosa y dejaba ver que era un hombre bajo y esbelto, quizás de uno setenta y cinco y setenta kilos. Un whippet o un terrier más que un pit bull, lleno de resistencia y fuerza fibrosa, como siempre lo son los mejores soldados de las Fuerzas Especiales. Aunque la foto más vieja probablemente era de algún momento anterior en una unidad regular. Los Rangers, quizás. En mi experiencia los Delta de su cosecha se inclinaban por barbas y gafas de sol y pañuelos kufiyya bajados hasta el cuello. Parcialmente por los lugares en los que tendían a estar de servicio, y parcialmente porque les gustaba parecer disfrazados y anónimos, lo cual en sí mismo era en parte necesidad y en parte fantasía dramática. Pero probablemente la foto la había elegido su director de campaña, aceptando que se viera la unidad anterior a cambio de una foto que fuera reconocible, y reconociblemente americana. Quizás las personas que parecían unos hippies palestinos raros no iban a caer bien en Carolina del Norte.

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