Francisco Sierra Caballero - Marxismo y comunicación

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La sociedad vive tiempos peligrosos donde la incomprensión o aislamiento de la crítica es la tendencia hegemónica. Frente a la marginalidad de la teoría crítica, Francisco Sierra, en Marxismo y comunicación, señala cómo la capacidad de interrogación está en la base de cualquier voluntad emancipadora y cómo se aplica el marxismo en el análisis de la mediación social para denunciar los presupuestos teóricos e ideológicos del sistema de relaciones dominante en el campo de la información y la comunicación. Marxismo y comunicación es un análisis sintomático que hace emerger lo real, proyectando nuevas prácticas instituyentes, un nuevo pensamiento y praxis social para pasar de la cultura de la resistencia a la razón emancipadora y práctica transformadora.

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Se pudo comprobar en Chile –verdadero laboratorio político, social y cultural bajo el gobierno de la Unidad Popular (1970-1973)– cuando, a finales de 1971, a la salida de Para leer el pato Donald –escrito por Ariel Dorfman y por mí– una franja de la izquierda no escatimó sus críticas so pretexto de que «había otras prioridades para el país». Y eso tuvo lugar pese a que habíamos anunciado previamente el libro como un instrumento claramente político ya que, entre otras cosas, denunciaba la colonización cultural común a todos los países latinoamericanos. La respuesta de Héctor Schmucler a estas críticas, en su prólogo a la edición continental del libro (1972), es de lo más clara: «La ideología, pues, no se ofrece como un terreno epifenoménico donde “también” (pero más tarde) debe librarse una batalla, según lo afirma una izquierda mostrenca y desanimada. La revolución debe concebirse como un proyecto total aunque la propiedad de una empresa pueda cambiar de manos bruscamente y el imaginario colectivo requiera un largo proceso de transformación. Si desde el primer acto el poder no se postula como cambio ideológico, las buenas intenciones de hacer la revolución concluirán inevitablemente en una farsa». Ya que se cierra el advenimiento posible de nuevos modos de acción y pensamiento. Un cierre al amparo del cual el determinismo económico le ha preparado el camino al dogma.

Para salir de la sumaria antinomia, tanto los cultural studies como la economía política de la comunicación han intentado buscar nuevas herramientas teóricas para pensar la comunicación y la cultura a partir de sus condiciones materiales. Es así como detrás de la idea de «materialismo cultural», propuesta por Raymond Williams, subyace una concepción de la cultura definida como un universo de sentido, pero a la vez como una realidad sometida a procesos de producción y circulación, capaz de producir efectos en las correlaciones de fuerzas sociales. La realidad académica, sin embargo, es que esta figura relevante de los cultural studies fue uno de los únicos en intentar –de forma consecuente– la integración de la dimensión económica de la cultura y de los medios. Un cierto tipo de pensamiento marxista que, confesaba en Marxism and Literature [Marxismo y literatura] (1977), «en lugar de producir una historia cultural material, produjo una historia cultural dependiente, secundaria, “superestructural”». El escaso interés manifestado por parte de los estudios culturales acerca de las aportaciones de la economía, más orientados hacia el tropismo textual y más inspirados por el Marx historiador-sociólogo que por el Marx economista, no pudo sino hipotecar el proyecto del materialismo cultural. El descuido económico será objeto, esporádicamente, de una confrontación intelectual entre los cultural studies y una economía política de la comunicación y de la cultura para que un enfoque interdisciplinar de la cultura no pueda pasar por encima de esta. Como subrayó Nicholas Garnham a finales de la década de los setenta –es decir, muy temprano en la propia evolución de ambas corrientes–, el legítimo rechazo del «reduccionismo económico» no puede justificar el defecto inverso. La «autonomización idealista del nivel ideológico» lleva a considerar a los bienes culturales como simples portadores de mensajes y a descuidar la existencia y el funcionamiento de las industrias culturales, del mundo social organizado de sus productores. Las tensiones no impidieron a ambas disciplinas luchar en contra de las derivas y los efectos propios de su institucionalización y explorar las posibilidades de otras articulaciones entre visiones divergentes, de manera que se preservara un proyecto crítico atento a los desafíos sociales y políticos de lo cultural.

De la comunicación, las teorías y los análisis, muchas veces no han retenido sino su dimensión retórica y discursiva. Y de los modos de comunicación, su dimensión simbólica y no su vertiente física. Lo que se ha llamado recientemente el infrastructural turn o materialist turn en los media, communication and cultural studies parece querer cambiar ese panorama. Y varias investigaciones interdisciplinares ya atestiguan este giro. La idea es redefinir la comunicación y restituirle su dimensión material, extendiendo el concepto mismo, es decir, incluyendo las formas materiales de las comunicaciones que caracterizan al siglo XXI (el transporte, las nuevas movilidades, por ejemplo). De manera que emerja una representación del modo de comunicación y de circulación de las personas, de la información, de las mercancías y del capital que rompa con el mediacentrismo, el tropismo occidental y el presentismo cultural. Todos sesgos que, según David Morley –figura mayor de los cultural studies– no han parado de gravar la investigación crítica sobre los medios y la comunicación.

Si del presente libro emana tal fuerza epistemológica es porque el profesor Francisco Sierra ha sabido, en su lucidez, evitar estos sesgos.

REFERENCIAS

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I. INTRODUCCIÓN

Cumplido el bicentenario de Marx y tras las conmemoraciones del 150 aniversario de la publicación del primer libro de El capital, es hora de reconocer que todo aporte significativo al campo del conocimiento que nos ocupa es un escrito y registro sobre las ausencias. Si pensamos en términos de historia de las ideas, más allá de las referencias al agujero negro del marxismo (Smythe dixit), la de la comunicología ha sido una génesis de ciencia aplicada según la racionalidad instrumental contra toda voluntad distintiva de la comunicación como arte y ciencia de lo común. Por ello, es constatable la carencia en la academia de estudios de teoría crítica, en tanto que negación de todo materialismo cultural, en el abordaje de los objetos de conocimiento sobre la mediación social. «De este modo –en palabras de Mattelart–, se excluyen de toda consideración en los estudios de comunicación todas las formas de expresión desarrolladas a través de las luchas que amenazan el equilibrio social; se ignoran completamente, por ejemplo, las redes de comunicación clandestina que están siendo creadas y usadas por numerosos pueblos que resisten la opresión, que ya constituyen, con implicancias profundas, un modo de comunicación completamente nuevo» (Mattelart, 2010, p. 92). Del mismo modo, han sido relegadas cuestiones sustantivas de orden epistemológico, por no mencionar la renuncia a toda voluntad teórica de generalización. Existen, no obstante, ensayos preliminares para una concepción otra de la comunicología que nos permiten vislumbrar y, sobre todo, definir con mayor consistencia el espesor cultural de los procesos de información y mediación social desde una lectura más amplia e integradora de la reproducción cultural.

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