Ya que la Escritura misma está tan interesada en nuestros corazones, esta utiliza un vocabulario rico y variado para identificar este centro de control de la vida. Espíritu, alma, corazón, mente, persona interior y consciencia son los términos más familiares. Cada una de esas palabras tiene un énfasis particular, pero tienen una cosa en común. Todas identifican nuestro centro espiritual , es decir, cómo estamos conectados con Dios, en todo tiempo, sea que lo sepamos o no.
Es difícil imaginar algo que no puedes ver, tal como el corazón, pero la Escritura provee imágenes y analogías tales como una fuente, un pozo, un árbol y un cofre de tesoro. 1
Una fuente es el origen real de los arroyos más visibles (Proverbios 4:23) y un pozo tiene profundidades que deben ser exploradas (Proverbios 20:5). Estos pueden dar tanto agua fétida como agua viva (Juan 7:38).
Un árbol tiene raíces que buscan una fuente de vida (Jeremías 17:5– 8). O esas raíces encuentran su descanso en otras personas, algo que la Escritura asemeja a un arbusto marchito en el desierto, o se sacian solamente en el Señor, en cuyo caso permanecerán durante los tiempos más difíciles.
Un cofre del tesoro es donde ponemos nuestros objetos de valor (Mateo 6:19–21). Esto es lo que amamos verdaderamente. Algunos tesoros son propensos a oxidarse y corromperse—podemos estar seguros que un tesoro así estará acompañado por el temor. Si nuestro tesoro es guardado en Jesús, entonces estará seguro.
Estas imágenes capturan cómo nuestros corazones trabajan tras bambalinas, silenciosamente determinando el curso de nuestras vidas, y tienen mucho más que ver con Dios de lo que pudiéramos darnos cuenta. Ellos (nuestros corazones) pueden también ser traídos a la luz y examinados. Una forma de hacer esto es seguir nuestras emociones.
Las Emociones Vienen del Corazón
Nuestras emociones son nuestra primera respuesta al mundo que nos rodea. Aparecen sin ningún pensamiento aparente. Sin embargo, son mucho más que meras reacciones, ya que dicen más de nosotros que lo que dicen sobre nuestras circunstancias. Nuestras emociones revelan lo que es más estimado para nosotros (ej., Salmo 25:17; 45:1). Es por eso que nuestras emociones nos identifican. Ellas son nosotros. Reconocemos a nuestros amigos por sus pasiones y respuestas emocionales. Cuando las emociones de nuestros amigos están trastornadas por una lesión en la cabeza o intensificadas por los efectos secundarios de un medicamento, decimos que no son ellos mismos. Nuestras emociones nos señalan hacia aquellas cosas que son más importantes para nosotros.
Cuando estamos contentos, poseemos algo que amamos; cuando estamos ansiosos, algo que amamos está en riesgo; cuando estamos abatidos, algo que amamos ha sido perdido; cuando estamos enojados, algo que amamos está siendo robado o alejado de nosotros.
Observa la culpa y vergüenza. Podemos decir que no revelan lo que amamos, pero ciertamente revelan aquello que es estimado para nosotros. Cuando sentimos vergüenza, sentimos como si alguien hubiera quitado nuestra cubierta humana y nos hubiera dejado desnudos. Nos separa de las relaciones, relaciones que son estimadas para nosotros. Cuando somos culpables, sentimos como si nuestra relación con Dios esta potencialmente en riesgo, y esta relación es un asunto de vida o muerte.
¿Qué es lo más importante para nosotros? ¿Qué es lo que amamos? ¿Qué es más estimado para nosotros? 2No deberíamos sorprendernos de que estas preguntas lleguen hasta el centro de nuestro ser. Ellas también señalan hacia donde nos dirigimos. Todos los caminos eventualmente llevan a nuestra relación con Dios. ¿Amamos lo que Él ama? ¿Es Él lo más estimado para nosotros?
Así que, busca esos fuertes sentimientos, primero en ti y después en otros. ¿Qué circunstancias te emocionan? ¿Qué disfrutas? ¿Qué te provoca pesar? Observa a tus amigos iluminarse cuando hablan de un hijo, cónyuge, grupo musical, Jesús, trabajo o un deporte. Los escucharemos detenerse cuando tocan un tema de algo que es especialmente difícil, como si de pronto cargaran un peso. Pudiéramos observar un destello de enojo: “Yo nunca voy a ser como mi padre”. Si confían en nosotros, pudiéramos escuchar de temores, dolor oculto, y vergüenza—asuntos que preferiríamos mantener en privado.
Pudiéramos resumir nuestras emociones de la siguiente manera: estas usualmente proceden de nuestros corazones, se les da forma mediante nuestros cuerpos, reflejan la calidad de nuestras relaciones, reflejan ambas caras del trabajo: tanto lo bueno como lo vano, proveen un vistazo de los resultados que obtenemos en la batalla espiritual e identifican lo que realmente creemos de Dios.
Una aclaración: Podríamos decir que las emociones usualmente reflejan lo que está sucediendo en nuestros corazones. Ocasionalmente, ya que a las emociones se les da forma en nuestros cuerpos, las emociones pueden ser asaltos impredecibles que vienen de cuerpos desordenados y mentes indisciplinadas.
La depresión, por ejemplo, pudiera decir que algo amado está ahora perdido, la vida ha perdido significado y propósito, o algo deseado nunca va a ser poseído. Pero la depresión también pudiera decir, “Algo no está bien con mi cuerpo o mente”.
En otras palabras, las emociones fuertes son un tiempo para preguntar, “¿Qué es lo que está realmente diciendo mi corazón? ¿Para qué vivo que no poseo?”. Pero pudiéramos no recibir respuestas claras a esas preguntas. Algunas veces la depresión es simplemente sufrimiento físico. Nos dice, “Siento como si estuviera adormecido por dentro”. En todo caso—y esto es importante—las emociones difíciles son siempre un tiempo para buscar ayuda y orar buscando resistir en la fe. Una persona deprimida está sufriendo y el sufrimiento nos deja espiritualmente vulnerables. Plantea preguntas sobre la bondad y cuidado de Dios y susurra que debemos haber hecho algo malo para merecer tal sufrimiento. El sufrimiento emocional necesita apoyo espiritual.
El bien proviene del corazón
Ahora, profundicemos un poco más. Nuestras emociones pueden estar en la superficie y ser obvias para nosotros. Pero en lo más profundo está todo lo que pudiéramos llamar “bueno”.
Esto bueno, como nuestras emociones, aun expresa lo que amamos y deseamos. Pero nos señala, aún más claramente a Dios. Por ejemplo, los padres aman a sus hijos. Ese amor, lo sepan los padres o no, refleja el amor de Dios para Sus hijos, y es bueno. Hay bondad en cada ser humano. Incluso el flagrante narcisista tiene un lado más suave y bueno si miramos lo suficientemente cerca. Ya que Dios nos creó, y las cosas creadas siempre llevan alguna cualidad de su creador, somos capaces de ver cosas buenas los unos en los otros. Viene de muchas maneras:
• Vecinos que se ayudan unos a otros
• Los extraños que regresan billeteras perdidas.
• Los empleados que trabajan duro, incluso cuando el jefe está de vacaciones.
• Los cónyuges que reconocen cuando están equivocados.
• Mecánicos de autos que son honestos.
Cuando la bondad es nuestra respuesta a Jesús—cuando hacemos el bien por Él—también puede ser llamado “obediencia”, “fe” o una “expresión de nuestro amor hacia Dios”. Esta bondad es especialmente hermosa cuando las dificultades parecen llover sobre nosotros, y, en respuesta, nos volvemos hacia el Señor en lugar de alejarnos de Él. La bondad brilla más en la debilidad. Esta es la esencia de la fe, y es digna de admiración. Cualquier cosa que hagamos por Jesús—amor, trabajo, soportar, esperar—es muy buena.
Observar la bondad de Dios en otros es importante en la manera en que ayudamos, y debemos regresar a ella una y otra vez. La ayuda incluye ver lo que es bueno en otra persona.
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