La iglesia del primer siglo soportó la presión de adoptar e integrar las corrientes del imperio y del templo a su nueva fe. Esto es testimonio de cuán incompatibles eran ambas con la iglesia. Lo nuevo que Jesús introdujo permaneció en crudo, descarado y nada ambiguo, en contraste con los valores y supuestos, tanto del imperio como del templo. Aquellos que estaban más cerca de Jesús comprendieron este contraste. Los recuentos de los Evangelios subrayan e ilustran las diferencias. El apóstol Pablo criticó duramente a aquellos que intentaron integrar el pensamiento del imperio y del templo en lo nuevo que Jesús introdujo.
Por casi trescientos años, la iglesia eludió la presión de integrar e incorporar las normas antiguas. Pero con la conversión de Constantino el Grande y la firma del Edicto de Milán, la iglesia vivió una transición: de ser una minoría perseguida se convirtió en la mayoría empoderada. Casi inmediatamente, esa resistencia que habían tenido fue reemplazada por la adopción, integración e incorporación de lo antiguo .
No fue sino hasta el siglo XVI que los reformadores dedicarían su vida (y en ocasiones, darían su vida misma) para liberar a la iglesia de los valores, la cultura y el estilo del imperio y del templo. Para muchos, el nacimiento del protestantismo indicaba el resurgimiento de lo nuevo que Jesús introdujo. Pero la lucha no terminó ahí. La tentación de verter el vino nuevo de lo que Jesús ofrece en los odres viejos del templo y del imperio, sigue con nosotros hasta hoy. Cada generación necesita reformadores humanamente imperfectos. Hombres y mujeres que, como el apóstol Pablo, se mortifiquen cuando vean algún trazo de las antiguas tradiciones filtrándose sigilosamente en lo nuevo que Jesús introdujo.
Estoy convencido que es la mezcla, la combinación y la integración de lo antiguo con lo nuevo lo que hace que la sociedad de hoy se resista a la iglesia moderna. Es la mezcla, la combinación y la integración de lo antiguo con lo nuevo la que hace nuestra fe, algo indefendible en esta era de desinformación. Jesús nos advirtió hace dos mil años lo que pasaría al verter el vino nuevo en odres viejos. Al final, tanto el vino como el odre se arruinan. 7El resultado es un desastre.
“Pastor Stanley, ¿por qué no todos van a la iglesia en su país?”
Para comprender la singularidad del mensaje, el movimiento y la ética de Jesús, debemos primero comprender lo antiguo con lo que se estaba contrastando. Para enfatizar este contraste, es necesario que hagamos un viaje al pasado y veamos una famosa historia de la Biblia.
Capítulo 2
ALCANCE GLOBAL
Israel no era la meta final y más importante de la historia. El antiguo Israel fue un medio para un fin.
Eso no es un desaire.
Ser un medio para un fin es lo que da significado a las cosas. Es lo que nos da significado y propósito . Si vives para ti mismo, tu vida va a carecer de significado . Conviértete en un medio para un fin y tu vida adquiere propósito . Eso nos enseñan los funerales. Nos recuerdan que el valor de una vida siempre se mide no por cuantos años viviste o por cuántas cosas adquiriste, sino por cuánto de tu vida le entregaste a los demás.
Pero estamos hablando de Israel.
Dios creó a la nación de Israel como un medio para un fin divino. Creó la nación para un propósito global. El plan global de Dios para la nación de Israel fue anunciado por primera vez mucho antes de que existiera como nación. Alrededor del 2067 a. C., Dios prometió un hijo a un Abraham de noventa y nueve años. Un hijo que se convertiría en una nación que bendeciría al mundo.
Al mundo entero.
Aquí está la redacción original:
Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición.
Dios prometió a Abraham que “engrandecería su nombre”. Esa es la forma bíblica de decir “te haré famoso”. 1Me imagino que sabes quién fue Abraham.
Ahí está la prueba. Promesa cumplida.
Pero aquí está lo más importante:
…y serán benditas en ti todas las familias de la tierra. 2
¿Te imaginas lo ridículo que le pareció esto a Abraham? Un hombre sin tribu, solo, en medio de la nada . Sin embargo, esa promesa inició una cadena de eventos que se extendería sobre el transcurso de casi dos mil años. Su alcance nos parece incomprensible. Pero históricamente encierra otro aspecto muy peculiar también. Dios prometió “bendecir” al mundo a través de la descendencia de Abraham. Eso no tenía ningún sentido en esa época.
Las tribus de ese entonces no se bendecían una a la otra.
Las tribus antiguas se conquistaban, se saqueaban y se esclavizaban unas a otras. Siendo honestos; aún las naciones modernas no se bendicen mutuamente. Espiamos, negociamos e imponemos sanciones. Nuevamente, no nos podemos imaginar lo ridículo que esto sonó para Abraham.
Sigamos adelante.
A la larga, Abraham tuvo su gente y con el tiempo emigraron hacia Egipto, en donde se multiplicaron hasta alcanzar el estatus de nación, lo cual incomodó terriblemente a sus anfitriones. Pero en vez de expulsarlos, Faraón los puso a trabajar… como esclavos.
Hasta aquí llegaron todas aquellas promesas. Resulta difícil bendecir a todas las naciones de la tierra mientras fabricas tabiques para un rey, que se cree el amo del universo. Pero a diferencia de los dioses egipcios, el Dios de Abraham no era de barro. Así que cuando el Dios de Abraham estuvo listo, apareció. Utilizó a Moisés como su representante y lo envió a Faraón con aquellas inolvidables plagas.
Después de un poco de forcejeo, Faraón accedió.
La razón por la cual siento la libertad de resumir cuatrocientos y tantos años de la historia de Israel en cuatro enunciados es por nuestra familiaridad con la trama. Aunque muchos lectores modernos (y cinéfilos), conocen la historia, es casi imposible para nosotros no darnos cuenta de su trascendencia. En la forma más extraordinaria, más anticipada, más espectacular y digna de la atención de Hollywood que se pueda imaginar, el Dios de Israel demostró su capacidad de acción y su autoridad . Claramente, su autoridad no estaba restringida por la geografía. La tierra era su jurisdicción. Su mensaje para Faraón fue inequívoco:
Tienes algo que me pertenece ¡y no me voy a ir de aquí hasta que me lo des!
Uno por uno, el Dios invisible de Israel, humilló al olimpo de los dioses egipcios. Al final, haría que su pueblo desvalijara a la que tal vez, era la nación más rica del planeta. Todo ello sin retener a nadie a punta de espada. Cuando Israel puso a Egipto a sus espaldas, la economía de la antigua ciudad había quedado diezmada. Claramente, el único Dios de Israel era más poderoso que todos los dioses egipcios combinados. Y todo eso como un Dios en tierra ajena. El Dios de Israel estaba jugando de visitante. Y asombrosamente era móvil, no estático. Los dioses móviles no eran comunes en la época precristiana.
Adelantemos la película cuatro meses, para encontrar al pueblo de Israel acampando al pie del monte Sinaí observando a Moisés descender con las instrucciones de Dios para la nación. Las llamamos los Diez mandamientos , aunque terminaron siendo como 600. Esos famosos primeros diez mandatos, funcionaron un tanto como una tabla de contenido, como resumen. Si fuiste de los que creciste en la iglesia, de seguro recuerdas cómo comenzaba esta antiquísima constitución:
Yo soy el Señor tu Dios. Yo te saqué de Egipto, del país donde eras esclavo. 3
En otras palabras: Fue todo gracias a mí.
Читать дальше