Julie Kagawa - La noche del dragón

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Para salvar de una muerte inminente a todos aquellos que ama, Yumeko ha entregado al enemigo el último fragmento del Pergamino de las Mil Oraciones. Ahora la chica mitad zorro
kitsuney su dispar banda de acompañantes deberán evitar que el Maestro de los Demonios invoque al Gran Dios Dragón para que éste cumpla un deseo que sumirá al Imperio en el caos.
El asesino del Clan de la Sombra, Kage Tatsumi, ha recuperado el control de su cuerpo y ha aceptado un trato con Hakaimono, el demonio que habita en su interior, para que ambos ayuden a Yumeko a detener el cataclismo.Pero incluso con sus habilidades combinadas, esta insólita escuadra de héroes sabe que las fuerzas del mal pueden ser imposibles de superar. Peor aún, ellos ignoran que existe otro interesado en el Deseo, alguien que ha actuado desde el principio en las sombras, y que aguarda el momento adecuado para revelarse. Lo que la crítica ha dicho de
La sombra del zorro:"¡Una de mis series de fantasía favoritas de todos los tiempos!" Ellen Oh, autora de
Prophecy y la serie Spirit Hunters"Kagawa utiliza elementos de la mitología japonesa y su folklore para desplegar una historia épica… Una aventura repleta de acción."
Kirkus Reviews «Los lectores no saldrán de casa hasta devorar el capítulo siguiente.»
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Entonces, ir a Umi Sabishi, ya fuera a caballo o en carreta, estaba fuera de discusión.

Por fin, después de días de viaje, las llanuras cubiertas de hierba terminaron en el borde de una costa rocosa, con acantilados irregulares que se sumergían en un mar gris hierro. Las gaviotas y las aves marinas giraban sobre nuestras cabezas, y sus gritos distantes resonaban en el viento. Las olas chocaban y formaban espuma contra las rocas, y el aire olía a sal y a algas.

—Sugoi —susurró Yumeko, con la voz maravillada por completo. Parada al borde del acantilado, con el viento sacudiendo su largo cabello y sus mangas, miró con ojos brillantes la interminable superficie de agua que se extendía ante ella—. ¿Éste es el océano? Nunca imaginé que sería tan grande —sus orejas de zorro, giradas hacia delante, revolotearon en el viento cuando echó un vistazo a sus espaldas—. ¿Hasta dónde llega?

—Más lejos de lo que puedas imaginar, Yumeko-san —contestó el noble, con una débil sonrisa—. Hay historias sobre una tierra en el otro lado, pero el viaje requiere muchos meses, y la mayoría de los que lo emprenden no regresan.

—¿Otra tierra? —los ojos de Yumeko brillaron—. ¿Cómo es?

—Nadie lo sabe, en realidad. Hace trescientos años, el emperador Taiyo no Yukimura prohibió viajar a esa orilla y cerró el Imperio a cualquier extraño. Temía que si los reinos extranjeros descubrieran nuestras tierras, invadirían nuestras costas y el Imperio se vería obligado a defenderse. Así que nos hemos mantenido ocultos, aislados y desconocidos para el resto del mundo.

—No entiendo —Yumeko ladeó la cabeza y su ceño se frunció levemente—. ¿Por qué el emperador teme tanto a los extraños?

—Porque, al parecer, el país lejano está lleno de bárbaros que se gruñen el uno al otro y usan el pelaje de las bestias para cubrirse —irrumpió el ronin, sonriendo a la doncella del santuario, que arrugó la nariz—. Algunos de ellos incluso tienen pezuñas y colas porque no sólo usan el pelaje de sus bestias, sino que también…

—No es necesario compartir esa información con ciertas personas presentes —dijo la miko en voz alta y firme—. Y ya nos hemos alejado bastante de nuestro objetivo original. Umi Sabishi no debería estar lejos de aquí, ¿cierto, Taiyo-san?

El noble, con el rostro cuidadosamente inexpresivo, asintió.

—Es correcto, Reika-san. Si continuamos hacia el sur por este camino, deberíamos llegar antes del anochecer.

—Bueno —la doncella del santuario le dirigió al ronin una mirada oscura antes de alejarse—. Entonces, vayamos allá cuanto antes… —murmuró, y su perro trotó detrás de ella—. Antes de que ciertos individuos groseros tengan un trágico accidente a la orilla del acantilado y se vean arrastrados al mar.

Continuamos por el camino mientras serpenteaba hacia el sur a lo largo de escarpados acantilados y extensos descensos hacia el océano. Por encima de nosotros, el cielo se tornó lentamente gris moteado, con truenos resonando lejanos sobre el mar. Después de un rato, los acantilados se fueron aplanando hasta convertirse en una costa rocosa con algunos árboles dispersos, retorcidos y doblados por el viento.

—Toma, Tatsumi —anunció Yumeko cuando una brisa repentina sacudió nuestro cabello y nuestras ropas. El aire se había vuelto pesado y cálido, mezclado con el olor a salmuera y la lluvia que se acercaba. La chica sostenía un sombrero de paja de ala ancha, del tipo que usan los granjeros en los campos, y me dedicó una sonrisa mientras me lo ofrecía—. Tal vez necesites esto.

Sacudí mi cabeza.

—Quédatelo. La lluvia no me molesta.

—No es real, Tatsumi —la sonrisa de Yumeko pareció levemente avergonzada cuando fruncí el ceño—. Es una ilusión, así que no evitará que la lluvia te golpee. Pero dado que pronto llegaremos a una aldea, pensé que sería mejor esconder tus… —su mirada se dirigió a mi frente y los cuernos que se enroscaban en medio de mi cabello—. Sólo para que la gente no se haga una idea equivocada. Okame-san dijo algo sobre antorchas y turbas enojadas, y eso suena desagradable.

Una esquina de mi boca se curvó.

—Supongo que deberíamos tratar de evitar algo semejante.

Me estiré para tomar el sombrero. Me sorprendió poder enrollar mis dedos alrededor del borde y sentir el áspero contorno de la paja en mi mano. No se sentía como una ilusión, aunque sabía que la magia kitsune manipularía a la persona para ver, escuchar e incluso sentir lo que en realidad no estaba. Si me concentraba en el sombrero, pensando que no era real, de pronto podía sentir el delgado borde de una caña en mi mano, el conducto al que Yumeko había anclado su magia.

Con una leve sonrisa, me puse el sombrero, que ocultó mis marcas demoniacas del resto del mundo, y asentí a la kitsune.

—Gracias.

Ella me devolvió la sonrisa, lo que causó una extraña sensación de torsión en la boca de mi estómago, y continuamos.

Al caer la noche, también lo hicieron las primeras gotas de lluvia, que aumentaron su incidencia hasta convertirse en un aguacero constante que empapó nuestra ropa y pintó de gris todo a nuestro alrededor. Como Yumeko había predicho, el sombrero no mantuvo mi cabeza seca. El agua de lluvia fría mojó mi cabello y corrió por mi espalda. Ver el borde del sombrero mientras la lluvia golpeaba mi rostro dejaba una sensación extraña.

—Creo que veo el pueblo —anunció el ronin. Se paró sobre una gran roca al costado del camino y miró hacia la tormenta con el océano detrás de él—. O al menos, veo un montón de formas borrosas que podrían ser un pueblo. Voy a decir que es un pueblo, porque estoy harto de esta lluvia —saltó de la roca y aterrizó en el camino fangoso, donde sacudió la cabeza como un perro—. Espero que tengan una posada decente. Por lo general no digo esto, pero creo que podría tomar un baño.

—Qué divertido —dijo la miko mientras avanzábamos por el camino hacia el grupo de formas oscuras a lo lejos—. Yo creo eso todo el tiempo.

—No sé por qué, Reika-chan —respondió el ronin, sonriendo—. Tú hueles bastante bien la mayor parte del tiempo.

Ella le arrojó un guijarro que él esquivó.

El camino continuó, pero se volvió más ancho y fangoso a medida que nos acercábamos a Umi Sabishi. Algunas granjas aisladas salpicaban las llanuras que rodeaban la villa, pero no se podía ver a nadie afuera o trabajando en los campos. Esto podría deberse a la lluvia, pero una sensación de inquietud comenzó a arrastrarse por mi espalda a medida que nos aproximábamos a la villa.

—Es curioso que no haya luces —reflexionó el noble Taiyo, sus agudos ojos se estrecharon mientras escudriñaba más allá del camino—. Incluso bajo la lluvia, deberíamos poder distinguir algunos destellos aquí y allá. Sé que Umi Sabishi está rodeada por un muro. Al menos habría esperado ver las luces de la caseta de vigilancia.

Una puerta de madera flanqueada por un par de torres de vigilancia marcaba la entrada del pueblo. La puerta estaba abierta y crujía suavemente bajo la lluvia. Ambas torres se encontraban vacías y oscuras.

El ronin silbó con suavidad mientras levantaba la vista para observarlas.

—Ésta no es una buena señal.

Mientras hablaba, el viento cambió y un nuevo aroma me detuvo en el medio del camino. Yumeko se volvió ante mi repentino alto, con los ojos inquisitivos mientras miraba hacia atrás.

—¿Tatsumi? ¿Hay algo mal?

—Sangre —murmuré, haciendo que el resto del grupo se detuviera también—. Puedo olerla más adelante —el aire estaba empapado de sangre, cargado con el aroma de la muerte y la descomposición—. Algo pasó. El pueblo no es seguro.

—Manténgase alerta, todos —advirtió la doncella del santuario, sacando un ofuda de su manga. A sus pies, su perro se erizó y mostró los dientes hacia la puerta, con los pelos del lomo completamente en punta—. No sabemos qué hay del otro lado, pero podemos suponer que no será placentero.

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