Wow, estaba contándome sobre su vida. Y era bastante jodida, era un hombre solo. Con un legado impresionante y una familia extraña. Lo poco que sabía de Boone Textiles era que, era una familia peligrosa y además poderosa.
No se mezcla fácilmente el peligro y el poder.
—Mi padre aún tiene esa loca idea de que, un hombre de verdad debe estar casado y en un hogar. Eso es lo que debo hacer para mantenerlo a racha y que no se meta en mis negocios, de otra manera, terminaremos matándonos.
Algo me decía que era en serio sus palabras.
—¿No cree que ya está muy grande para darle gusto a su padre, Benjamin?
Asintió.
—No es gusto, es deber. Se lo prometí a mi madre antes de verla morir.
Se me hizo pequeño el corazón.
—Un hombre como usted no debería tener problemas para contraer matrimonio. Ni necesita crear falsos trabajos para conocer mujeres.
—Las mujeres que me rodean son como buitres. Puedo tener a la mujer que quiera, pero no a la esposa que quiero.
—¿Y eso por qué?
—Porque te quiero a ti.
—Solo soy una chica normal.
—Sí, eres más que normal. No eres un buitre—me tendió un sobre en las piernas—te guste o no soy tu mejor opción también. No te hará falta nada, tendrás mi apellido y protección.
—No necesito protección.
—Pero sí dinero—recordó, aunque no por las razones necesarias. Y tampoco iba a decírselo—no voy a juzgarte por ser como eres ni de dónde vienes. Pero tienes hasta el viernes para pensarlo. Si decides que sí te esperaré en la mansión.
Silencio.
—¿Y si digo que no?
Buscó mis labios con su mirada y se acercó sigilosamente hacia mí.
Podía besarme ahora mismo, estaba a escasos centímetros de ellos.
Y yo estaba petrificada de tenerlo tan cerca. El corazón no me latía a miles, era otra cosa. Era el deseo, las ganas de imaginarlo lo que él era capaz de hacer en la cama.
—Dímelo tú.
Le gustaba provocarme. Era como una maldita mujer. Una puta y yo un hombre que no podía resistirme.
Coloqué mi mano en su pecho y pude sentir el latido de su corazón. Estaba latiendo bastante rápido. Dudaba que lo pusiera nervioso, esto era otra cosa.
Deseo.
—¿Sientes eso? —dijo, sintiendo mi mano sobre su pecho—apuesto a que estás igual.
Él no lo comprobó. Pero era cierto. Mi corazón era una locomotora.
—Aquí hay algo, Lilly Davies—susurró en mi boca—lo puedo sentir.
Me aparté rápido y me despedí de él, antes de cometer una locura.
—Adiós, Benjamin.
—Adiós, pequeña.
Capítulo 4
Benjamin
Ella había salvado la vida de uno de mis hombres. El muy idiota se había metido en territorio prohibido. Le había dicho que vigilara a Young, no que se dejara ver y por eso, terminó con una bala en el cuerpo.
No podía dejar de pensar en ella.
No podía dejar de pensar en cómo sería tumbarla en mi cama. Recorrerle la piel. Follarla duro.
Ella tenía que ser mi mujer.
Lo supe desde que la miré. Era desinteresada, no necesitaba tanto maquillaje ni ropa cara para deslumbrar por donde quiera que pasara.
Solo necesitaba hablar y el mundo lo tendría a sus pies.
Pero bien, eso podía esperar. Mientras ella estaba durmiendo en el piso de abajo, yo estaba preparando el cuerpo de Young.
Esa bala de uno de mis hombres, le salió cara. Porque ahora lo tenía aquí sobre mi mesa de trabajo.
Este hombre había violado y matado a muchas mujeres en Italia y en china. ¿Acaso pensaba que se iba a salir con la suya?
Comencé quitando la piel, luego de embalsamar correctamente.
Era parecido a la taxidermia. Pero con el cadáver fresco.
El secreto de mis telas nadie lo sabía.
Solamente yo.
Y la esencia que quitaba de las pieles de mis enemigos. Convertían en un traje perfecto.
Yo los usaba y mis mejores clientes también.
¿Cuál es el secreto de una buena tela?
La grasa corporal.
La piel de un cadáver.
Mi mansión se había convertido en eso. En una maldita obra de arte. Y yo era el artista.
—El traje que salga de este cabrón será perfecto. No como él, míralo —me pidió —¿Crees que podrán encontrarlo algún día?
—Desde luego que no.
Los cuerpos eran deshechos en acido.
Y ese acido alimentaba las máquinas de la fábrica.
Desde luego, no iba a saberlo nadie nunca.
En cuanto a ese policía. Me encargaría de darle el susto de su vida.
Él tenía algo que no me gustaba.
—Sí, es el maldito novio de nuestra chica.
—No es mi chica—decliné.
—Pero lo será.
Eso no lo sabía.
Diane.
Ella tenía el jodido nombre de mi madre y de alguna forma se ganaba mi respeto cuando me reñía.
Sonreí y terminé mi siguiente obra maestra.
Capítulo 5
Me había dicho el viernes. Habían pasado dos días y viernes era el día siguiente. Yo ya sabía la respuesta.
Un rotundo no.
—Papá, ¿Quieres ir al parque?
—Si me compras helado sí.
Y ahí estábamos en el parque. Siempre me gustaba venir al parque ya fuese sola o con él, hacia qué me olvidara de todo. Ver a la gente metida en sus propios asuntos, me imaginada que a lo mejor ellos tenían problemas peores que yo y eso me hacía sentir bien de alguna forma, egoístamente hablando.
—¿Qué pasa con el nuevo trabajo?
—No funcionaba para mí—mentí.
Disfrutaba de su helado, caminábamos en círculos viendo a lo lejos a los niños correr, parejas acostadas en el césped y una que otra persona leyendo algún libro aburrido.
—Sigo buscando, papá. Estaremos bien.
—No me gusta verte preocupada por dinero, Lilly.
—Papá, no estoy preocupada. Simplemente quiero encontrar uno bueno cuanto antes para no tener que preocuparnos por nada.
Mi padre se detuvo y puso su mano en mi hombro.
—Lilly, te dije que tengo dinero y lo he enviado a tu cuenta bancaria. Le pedí el favor a Abigail que lo hiciera.
—Papá, ¿Cómo pudiste hacer eso? —estaba enfadada con él.
Estaba eufórica, hacía mucho tiempo que no usaba mi cuenta bancaria por una razón y era que, el banco estaba en la obligación de tomar el dinero que le debía por préstamos hospitalarios.
Ahora lo que había hecho mi padre había sido un error.
No teníamos dinero. Y ese era un seguro de vida.
—¡¿Papá cómo pudiste?!
—¿Qué sucede? —él no tenía idea.
—El banco me lo quitó todo. No quería decírtelo, pero tengo deudas. Desde la universidad. De las veces que has estado en un hospital. ¡De tu tratamiento! Es por eso que cobraba en cheques de caja, no podían quitármelo y ahora tu dinero…
—Lilly.
Estaba enfadada con él.
—Saldremos adelante, hija. No te preocupes.
—No me digas eso. No tienes ni idea, papá del error que cometiste.
—Lilly…
Caminaba en círculos maldiciendo en voz baja. Ahora estábamos más que quebrados. Y yo seguía sin conseguir una maldita entrevista.
Observé a mi padre quedarse callado. Comenzó a ponerse pálido y era mi culpa. A él no le gustaba discutir, yo tenía el peor carácter de todos. Y él no tenía la culpa de nada.
—Papá ¿Estás bien?
— Sí, es solo que … lo lamento, hija.
Continuó caminando sin mi ayuda y balbuceaba cosas.
—Papá, tomaremos un taxi. Espera acá.
Corrí hasta la calle para hacerle parada a un taxi. Mi padre se sentó en el banquete más cercano y miraba la punta de sus pies.
Me odiaba, no quería preocuparlo ni enfermarlo.
Un taxi se detuvo y corrí hasta donde estaba mi padre.
—Vamos a casa, te sentirás mejor.
—Yo lo siento, Lilly no tenía idea.
—Ya está, papá, discúlpame no quise gritarte así—le sujeté la mano y las tenía frías—es solo que no quería preocuparte, pero saldremos de esta, ya lo verás.
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