Ricardo E. Facci - Construyendo el amor conyugal

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El matrimonio y la familia moderna son, evidentemente, frágiles. Por lo tanto, se impone cada vez con más energía la necesidad de brindarles recursos para ayudar a garantizar su estabilidad. El medio más idóneo para este cometido, es una verdadera comunicación a través de la cual el matrimonio sacará a la luz su capacidad ilimitada de entrega y amor. Como un servicio en este terreno, el del diálogo, ha sido concebido Construyendo el amor conyugal.

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+ Cuando se quieren sostener las proposiciones más discuti­bles como verdades fundamentales.

+ Cuando por ser orgulloso, soberbio e intolerante, se prefiere seguir viviendo en el barro de charcos contaminados en lugar de buscar fuentes de agua viva cristalina.

+ Cuando se esperan atenciones y agradecimientos, y se recibe solo reproches.

+ Cuando a las ideas que uno está dispuesto a defender hasta la muerte, el otro las combate con sonseras.

Cuando todo esto sucede en una pareja matrimonial, se construye un verdadero infierno, pero un infierno de frío.

Construir el diálogo, “escuchando con amor”, es solidificar la armonía conyugal.

Para dialogar en pareja

1.- ¿Estamos dispuestos a “escuchar amando”?

2.- ¿Qué sentimientos produjo en nosotros dialogar este capí­tulo?

Para orar juntos

Señor,

cuántos perdieron la oportunidad,

cuántos siguen en tinieblas,

por no escuchar tu Palabra

con un corazón abierto.

No queremos que en nuestro matrimonio

ocurra lo mismo,

quedar cada uno en tinieblas,

por no hacer crecer la luz

de conocernos más y mejor.

Señor,

queremos conocemos más profundamente,

a través de un diálogo

garantizado por una manifiesta

capacidad de escucha,

y así, no solo recibir la palabra del otro,

sino a él mismo.

Ayúdanos, a “escuchar amando”.

Amén.

El diálogo no verbal

Muchos otros signos... hizo Jesús (Jn 20, 30).

Al tocar tu cuerpo, poseo todo tu ser.

Dios llegó hasta nosotros para revelarse, mostrarse, dialogar. Se hizo humano a través de otros, o, en su propio Hijo, para hablarnos sobre quién era él. Lo curioso es que realizó todo a nuestro modo, utilizando signos y palabras para que podamos comprender.

Él conoce que los hombres nos comunicamos con palabras y también con signos. Debemos descubrir que somos capaces de construir diálogos verbales y no verbales.

El diálogo verbal es aquel que para realizarlo utilizamos palabras, del cual ya tratamos en los dos capítulos anteriores. Reflexionaremos, aquí, sobre el diálogo no verbal. Ese que se realiza con gestos, miradas, caricias, etcétera.

Cuando una pareja vive sus primeros tiempos de enamora­miento, piensa que estarán siempre juntos y que con el correr del tiempo la relación será igual o mejor.

Mientras son novios y en el primer tiempo del matrimonio la pareja está siempre acariciándose, experimentan como algo hermoso el tomarse de las manos, ni se les cruza por la mente que más adelante no se acariciarán con la misma frecuencia y sensibilidad.

Pocos años después de estar casados comienzan a surgir algunos cambios. Ya casi no se les ocurre la idea de una caricia. ¿Acaso no están sus manos siempre ocupadas con un periódico, un cigarrillo, un libro, una herramienta o alguna tarea del hogar? Cuando uno llega a un restaurante se da cuenta enseguida de cuáles son las parejas de casados y cuáles las de novios... O la diferencia que marcan en el caminar paseando o en el andar en automóvil, entre una pareja de jóvenes enamorados y la de otra que hace tiempo vive en matrimonio... La pareja joven comparte todo: se abrazan, miran juntos la vidriera, nunca se separan físicamente. En cambio, la pareja de más años lo vive distinto: ella mirando la vidriera, él parado en el cordón de la vereda (la vidriera lo aburre y tiene miedo de que le salga caro el consentir). El automóvil: los novios, ¿cuántos van en el coche? ¿Uno o dos? Los esposos: menos mal que la puerta tiene posabrazos para apoyarse. Cuando no viene el hijo crecidito que manda a la madre al asiento de atrás.

Alguien me decía un día que el ser romántico es asunto de adolescentes enamorados, de inmaduros, en fin, cosas de chiquilines. Simplemente le respondí: “¡Pobre matrimonio el tuyo!”.

Una pareja se percibe mutuamente cuando se está acarician­do. Es distinto que dialogar sólo verbalmente. Existe un vínculo definido cuando se está acariciando o se experimenta el ser acariciado. Asimismo se crea una distancia cuando no hay con­tacto físico. El no estar juntos, sino separados, produce una relación lejana, impersonal. Un elemento especial de unidad no está presente cuando no se está, prolongadamente, con algún contacto físico. Un matrimonio no necesita estar acariciándose cada momento, pero cuando las caricias son menos frecuentes, una cierta ternura y dulzura desaparece de su relación.

Es más difícil escuchar y concentrarse en el otro sólo con los ojos y oídos. Se necesitan, también, las manos. Se experimenta fácilmente cuando el otro no está compenetrado en uno, las manos evitan esa demostración.

La disminución de las caricias es signo de un enfriamiento de la relación, de una mayor concentración de la persona en sus propios intereses y aparece una mayor sensibilidad a ser herido. Suele comenzar un sentimiento de estar aislado, incomprendido, utilizado. El matrimonio puede transformarse en un oficio. Se piensa que el tiempo romántico ya ha pasado y esto no necesa­riamente significa que están disgustados el uno con el otro, o que rechacen la responsabilidad matrimonial, pero, qué lástima, perdie­ron la “chispa”, lo nuevo que debe ser cada día la vida de pareja, se vuelve todo desabrido, monótono, la atención queda dominada por otras cosas y no por el cónyuge. Se pierde la sintonía del otro. El interior necesita el cuerpo para expresarse. Cuando dos esposos se tocan llegan a poseerse plenamente.

Para dialogar en pareja

1.- ¿Cuánto nos acariciamos? ¿Qué efectos descubrimos cuan­do nos acariciamos menos?

2.- ¿Por qué nos acariciamos menos?

3.- ¿Cuál de nosotros acaricia con más frecuencia?

4.- ¿Qué nos decimos cuando nos tomamos la mano?

5.- ¿Sabemos escuchar el lenguaje no verbal?

Para orar juntos

Señor,

tú actuaste según

los modos de comunicación del hombre,

haciéndonos descubrir

que la mejor manera de llegar al otro

es a través de su propio camino.

Ayúdanos a no desaprovechar

la infinidad de modos que poseemos

para comunicarnos amándonos,

que siempre sintonicemos

el uno con el otro

para que nuestro diálogo verbal y no verbal

no posea interferencias

de ninguna especie.

Que jamás dejemos de utilizar

nuestro lenguaje

para no enfriar la relación matrimonial.

Amén.

Nos amamos y conocemos también con el cuerpo

El hombre conoció a Eva, su mujer... (Gn 4, 1).

El sexo ha dejado de ser un tabú en las conversaciones de la calle, entre los adolescentes y jóvenes y en todos los diálogos en los cuales se trate el sexo en su generalidad sin afectar la intimidad de los interlocutores.

Pero aún sigue siendo un tabú dialogar el tema entre esposo y esposa, porque toca a la intimidad. ¿Hablan ustedes de la sexualidad que comparten y viven? La experiencia nos dice que los esposos no dialogan sobre su sexualidad. “Hacen el amor” pero no lo hablan porque se “ponen colorados”. Se donan, se entregan físicamente el uno al otro. Y todo queda allí. Cada uno tendrá que interpretar porque es “cine mudo”.

Los cuerpos no aman, el placer no ama, ni el deseo ama. Se ama desde adentro, desde lo más profundo del corazón, los cuerpos son los transmisores de ese mensaje de interioridad y profundidad del ser. Así, la sexualidad se concreta en un lenguaje cálido y amoroso que lleva como contenido lo que cada uno siente respecto del otro.

Sin dejar de ser cada uno su propio yo se abren al tú del otro en una entrega total y personal, encarnada incluso a través de sus cuerpos. Un yo que es cuerpo, sentimiento y espíritu, entra en comunión encarnada con el tú del otro en su triple dimensión física, sicológica y espiritual.

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