Fue inútil demostrarles a mis contrarios que los mitos de Vermont apenas diferían en esencia de las leyendas universales sobre la personificación natural que llenaron el mundo antiguo de faunos, dríadas y sátiros, inspiraron los kallikanzarai de la Grecia moderna y confirieron a las tierras incivilizadas, como el país de Gales e Irlanda, esas sombrías alusiones a extrañas, pequeñas y terribles razas ocultas de trogloditas y moradores de madrigueras. Resultó inútil, igualmente, señalar la aún más sorprendente similitud que guardaban con la creencia común entre los habitantes de las tribus montañosas del Nepal en el temible Mi-Go o “abominable hombre de las nieves”, que está espeluznantemente al acecho entre las cimas de hielo y roca de las altas cumbres del Himalaya. Cuando saqué a colación este dato, mis contrarios lo volvieron contra mí, alegando que esto no hacía sino demostrar una cierta historicidad real de las antiguas leyendas y que era un argumento más a favor de la efectiva existencia de alguna extraña y primitiva raza terrestre, que se vio obligada a ocultarse tras la aparición y predominio del género humano, y que era muy posible que hubiera logrado sobrevivir en número reducido hasta épocas relativamente recientes... o incluso hasta nuestros días.
Cuanto más me incitaban a la risa tales teorías, más se aferraban a ellas mis empecinados amigos; llegaron a añadir que, incluso, sin la ascendencia de la leyenda, los rumores que corrían eran demasiado claros, coherentes, detallados y sensatamente prosaicos en su exposición, como para que fueran ignoradas. Dos o tres fanáticos extremistas llegaron al punto de querer encontrar posibles significados en las antiguas leyendas indias, que atribuían un origen extraterrestre a los seres ocultos, al tiempo que citaban en apoyo de sus argumentos los increíbles libros de Charles Fort, en los que se pretende demostrar que viajeros de otros mundos y del espacio exterior hacían frecuentes visitas a la Tierra. La mayoría de mis adversarios, no obstante, eran simples románticos que no hacían sino transferir a la vida real las fantásticas tradiciones de faunos al acecho popularizadas por ese excelente autor de relatos de terror que es Arthur Machen.
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