Laila Hotait Salas - Siempre nos quedará Beirut

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"Siempre nos quedará Beirut recorre audiovisualmente los episodios violentos sufridos en el Líbano desde 1975 y demuestra cómo las películas, conformando en su conjunto una filmografía completa y diversa, son una herramienta que sirve para preservar la memoria íntima, colectiva y nacional de un país. A lo largo de sus capítulos, somos testigos del modo en que la sociedad civil libanesa, y en concreto sus cineastas, responden al horror de la guerra. Así, a pesar de las diferencias religiosas o de clase social entre éstos, su obra, en conjunto, crea una memoria histórica regional que refleja y reflexiona en torno a cómo la sociedad civil no sólo se resiste a la violencia, sino que construye y reconstruye lo que ésta destruye.
Lejos del silencio o la propaganda, el cine libanés es la manifestación que cuestiona y hace público lo que ocurre en el interior de las casas, dejando constancia de la historia no narrada por los noticiarios, de la cotidianidad golpeada por las decisiones políticas de un sistema mundial que no tiene en cuenta la vida de las personas y sus anhelos más sencillos y, por ello, más profundos.
Este libro se perfila como una obra fundamental para quienes quieran adentrarse en la historia contemporánea de Oriente Medio y del cine mundial."

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El sur del Líbano es una región fundamentalmente agrícola poblada en su mayoría, junto con ciertos habitantes y pequeñas comunidades cristianas y sunníes, por musulmanes shiíes llegados a esta región desde el siglo xiv al xviii huyendo de las persecuciones de los mamelucos y los chehab.

La región es conocida localmente como Yebel ´Amil y se podría decir que no sólo es la continuación geográfica de Palestina, sino que también estuvo unida a ella administrativamente durante mucho tiempo. Por ello todo su devenir contemporáneo ha estado íntimamente relacionado con el acontecer palestino. En época otomana, la zona de la ciudad portuaria de Sidón (Saida en árabe) y gran parte del norte de Palestina formaban una misma wilaya, la de Sidón, mientras que la wilaya de Akka (San Juan de Acre) integraba a su vez otra parte importante del actual Sur, [43]por lo que ambos territorios comparten una larga historia de intercambios (fueron separados por el reparto colonial europeo de la región que se firmó en el Tratado de San Remo de 1919). Una realidad que favoreció y que explicaría en parte el enorme sentimiento de solidaridad con Palestina que la mayoría de habitantes del Sur han sentido desde el comienzo del conflicto. Durante la guerra de 1948, esta zona sufrió los ataques de las fuerzas sionistas, que ocuparon siete pueblos y llevaron a cabo dos masacres de civiles en las aldeas de Salha y Hula. Desde entonces, “un miedo casi obsesivo a la expulsión y la expoliación reina entre los habitantes de Yebel Amel”. [44]El Sur siempre ha constituido una región codiciada por Israel debido a dos motivos fundamentales: por un lado, es muy rica en agua y está bañada por el río Litani (tal es la importancia de este elemento que se ha llegado a hablar del enfrentamiento entre el Líbano e Israel como “la guerra del agua”); por otro, su configuración topográfica montañosa, dominando el resto del país y parte de Siria, le confiere un gran valor estratégico militar. [45]De hecho, la delegación sionista en el Congreso de Versalles en 1919 presentó una propuesta de fronteras para el futuro Estado de Israel que integraba en éste el sur libanés. [46]

Los ataques israelíes contra el Sur serán continuos desde 1948, a pesar del alto el fuego acordado en 1949. Las intenciones anexionistas del Estado sionista comenzaron con la ocupación de varias granjas del pueblo de Chebaa durante la guerra del 67, a pesar de que el Líbano, como nación, fue neutral. Con el desencadenamiento de la guerra civil, las injerencias israelíes aumentaron, apoyando militarmente a la extrema derecha cristiano-maronita, viendo en ello la oportunidad de incidir en la desmembración del Líbano y cumplir su objetivo de anexionarse el Sur. De hecho, en 1978 Israel ocupó 700 kilómetros con el pretexto de crear una zona tapón que preservase al norte israelí de los ataques de la guerrilla palestina. Incluso gran parte del conflicto fue gestionado por una franquicia militar libanesa de Israel, el denominado Ejército del Sur del Líbano dirigido por Saad Hadad.

Los refugiados palestinos y los milicianos y sus familiares fueron llegando en oleadas desde la ocupación de su territorio en 1948. Debido a su importante presencia, se firmaron en 1969 los Acuerdos de El Cairo, que regulaban su situación y permitían, por parte del Gobierno libanés, la actuación de los milicianos palestinos contra Israel. La llegada desde Jordania en 1970 de los palestinos de Fatah y sus familiares, así como de otros refugiados temerosos de las posibles represalias jordanas, dio comienzo a un periodo de cierto incremento del número así como del poder de los palestinos y sus organizaciones, en especial la mencionada Fatah, en todo el Sur. Una situación que algunos criticaban enormemente, como el falangista Pierre Gemayel, quien habló de “un Estado dentro del Estado” [47], o algunos medios occidentales, que llegaron a designar el Sur como “Fatah land”. En cualquier caso, lo cierto es que los ataques desvelaron, además, realidades sociales como la precaria situación socio-económica de la región. Todos estos avatares no pasaron desapercibidos en la filmografía libanesa y tuvieron reflejo en películas como Bairut, ya Bairut de Maroun Bagdadi.

Los ataques israelíes y los enfrentamientos en la frontera con los milicianos palestinos provocaron una gran emigración hacia los suburbios del sur de Beirut, constituyéndose barrios marginales o casi marginales de población mayoritariamente shií. Pero ya en 1969 había aparecido una de las figuras claves del shiísmo libanés, el imam Musa As-Sadr, [48]nombrado aquel año alto consejero de los shiíes en el país y desde cuyo puesto, y con sus nuevas propuestas y perspectiva social, cambió la historia de su comunidad. En 1973 y 1974, dos años de agitaciones sociales en el Líbano, especialmente en la capital, el imam Musa As-Sadr, recién llegado de Irán, donde había vivido y estudiado la mayor parte de su vida, lideró una marcha en el valle de Baalbek que reunió a unos 75.000 shiíes y donde llamó a las armas contra los ataques israelíes sobre el sur del país, hablando de Israel como el gran y verdadero enemigo de la unidad del Líbano. Musa As-Sadr fue el gran impulsor de la identidad shií libanesa y de sus reivindicaciones en contra de la marginalización. Uno de los pilares de este nuevo movimiento fue la reclamación de una mayor presencia en la vida pública y administrativa de la población shií, relegada históricamente, petición a la cual se unieron líderes sunníes al demandar una mayor participación de los musulmanes en general en el Gobierno libanés. También formó el movimiento de los desposeídos, semilla del partido Amal [49]y de su posterior escisión, Hezbollah. Sadr sostenía que él no sólo clamaba por los derechos de los shíies, el sector más empobrecido del país, sino también por las injusticias sociales en general. Aun así se mostró siempre en contra de la guerra entre libaneses y avisó de los planes de división nacional llamando a que se parasen los enfrentamientos, para lo que constituyó el Layna at-tahdia al-watania (Comité de Normalización Nacional).

Aun así, viendo los planes que abocaban el país a una guerra, llevó a cabo una huelga de hambre de cinco días en la mezquita beirutí Al-Amaliya en contra de la guerra y la división nacional. Más tarde, ya comenzado el conflicto, en 1976 llevó a cabo una gira por diferentes gobiernos árabes en busca de solidaridad frente a las agresiones israelíes. Sus visitas a líderes internacionales continuaron hasta que en 1978 nunca volvió de la Libia de Muammar Al-Ghadaffi, donde desapareció para siempre sin que se haya sabido nunca cuál fue su destino. En fin, podríamos decir que Sadr fue en sí mismo un fenómeno de cambio total desde dos perspectivas. Primero, supuso un importante punto de inflexión la aparición de un líder para una comunidad antes infrarrepresentada como la shií. Así, también significó un giro hacia la religiosidad de una parte importante de la población shií, algo que no era excepcional en la dinámica que vivía todo el país. Este despertar shií en el Líbano tuvo una particular relevancia no sólo en el país sino en toda la región árabe, ya que los shiíes habían sido históricamente vistos como una amenaza para la hegemonía política de los sunníes desde que la comunidad musulmana se escindió en esas dos grandes ramas, consecuencia de la discrepancia y enfrentamiento por la sucesión del califato en el siglo vii.

Últimos pasos hacia la guerra

Todo lo expuesto anteriormente, los frentes abiertos y los cambios de poder fundamentales en la región, así como la creciente tensión con Israel y los desacuerdos en torno a la identidad nacional, aumentaron escalonadamente el desequilibrio. Hasta que todo estalló en un largo enfrentamiento civil en 1975. Con este conflicto se ponía a debate y se cuestionaba cuál había de ser el futuro del país, su configuración y su papel en la región. Desde entonces, han corrido ríos de tinta en torno a la identidad libanesa; algunos incluso hablan de un “no-país” (non-country), como escribía Kamal Salibi, quien abría su libro sobre la historia del Líbano con la siguiente declaración: “Crear un país es una cosa; crear una nacionalidad es otra”. [50]Otros hablan de la “paradoja libanesa” [51]y otros, sólo de la “identidad pluricultural” [52]del país.

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