—¡Querido! No te hagas esto. Podremos salir adelante —trató de reconformarlo.
—¡No! No lo haremos, Deania . No podremos tener hijos, no puedes concebir —se soltó del agarre de su esposa de manera brusca trastrabillando hacia atrás, sus ojos eran pesados, su voz llena de amargura, pero su corazón estaba roto.
Tragó saliva ante la crueldad de sus palabras, jamás había visto de esa manera tan agresiva a su esposo, él siempre fue dulce, fue único, fue alguien que le decía las cosas con la mayor dulzura posible, logrando apartar las lágrimas que amenazaban con caer, apaciguó sus manos temblorosas en su regazo, retorciéndolas hasta el punto de dañarse, no podía seguir con esa farsa mucho más —¿Crees que no lo sé? —hizo una pausa significativa para continuar con la voz estrangulada —¿Crees que no sé de qué me hablas? Sé que no puedo darte el hijo que deseas, es cruel recordármelo.
—¿Crueldad? Es ser realista —se pasó los dedos por el cabello, cerrando los ojos, respirando profundo y callando por unos minutos —He hablado con nuestro Padre, dándome una opción muy difícil para mí, difícil de tomar. Me sugirió a Bera, ella me dará el hijo que deseo —golpeó su espalda en la pared, jalando sus cabellos en señal de impotencia mientras que cayó de rodillas en el duro suelo de su habitación, aquella noche sintió el corazón de Deania romperse en mil pedazos, juró haber sentido como ese corazón murió ante sus ojos como el suyo propio.
Nerviosa de verle atrapado en su propio deseo, se levantó caminando hacia él, arrodillándose y tomando su rostro entre sus manos, deseaba que él fuese feliz, que mejor que ver a su amado ser feliz —¿Sabes? Quiero que seas feliz —sollozó cerrando sus ojos, era la decisión más dura que había tomado en tan poco tiempo, pero era la única manera de poder darle a Sanel la oportunidad de ser padre —Por eso con mi permiso y con el de nuestro Dios, te concedo ser libre y tener descendencia con Bera , ella siempre te quiso, pero tú te uniste a mí. Ella siempre te amo, ve hoy querido esposo, cumple con cada designio que Dios te ha dado para ti y tu futuro —al sentir la caricia dulcemente torpe, tomó sus manos entre las suyas, sintiendo el calor y el temblor de su amada, levantó la mirada, pudiendo observarla con detenimiento, sus ojos aún seguían sin brillo, pero el latido de su corazón le hizo ver que aún estaba con él —Ella no unió su vida a ninguno, está esperándote, todo tiene su camino, todos tenemos un destino, si el tuyo es tener descendencia con Bera , así será, porque es designio de nuestro padre.
Desconsolado trató de no aceptar esa propuesta —¿Qué? —dio un gemido ahogado —No lo haré, no te haré daño de esa manera, tú eres la única —se alejó de su esposa, poniéndose en pie, dejándole de rodillas. Le vio caminar en círculos, sin salida a ese laberinto que se había creado por un deseo que se volvió en su contra.
—Tienes que hacerlo, surge o húndete, levántate o cae, vive o muere, decide y caminarás tienes en tus manos la verdad —mencionó con pasión —Es lo que te digo y siempre te lo diré.
—¡No! —negó efusivamente con la cabeza —Por favor, no me obligues.
—Obligación no es, es tu deseo concedido, no te preocupes por mí, mientras seas feliz yo lo seré. Le deseo la suerte y la fuerza para tu descendencia, de esa manera me harás feliz, de esa manera seré la mujer más feliz de todas.
Se volvió con violencia hacia su esposa, no entendía cómo podía despojarse de sus propios sentimientos así por así, nunca entendió la gran bondad que Deania guardaba —Yo te quiero, no lo haré, no me importa tener ese heredero, tan solo quiero pasar una vida junto a ti y la siguiente y la siguiente, hasta que nuestro círculo caiga y se rompa, hasta que nuestra vida se extinga.
Expresando su enojo, Deania se puso en pie, caminó hacia él y levantando una mano le propinó una dura bofetada, no retrocedió ante la dura mirada que su esposo le proporcionó, pero si notó la marca rojiza que se extendía sobre la mejilla en el agudo contraste de su piel pálida.
—Claro que sí, tú lo harás por nuestra raza, por nuestra gente, tú eres un elegido de Dios, tú eres su hijo y si él ordenó ello, se cumplirá pese a tu negativa. El clan de fuego debe tener a su heredero, necesita de un heredero.
Con lágrimas en los ojos, Sanel se arrodilló frente a ella abrazando sus piernas —¡No! —repetía una y otra vez —No me dejes hacerlo, te lo suplico amada, no me hagas llorar más, no hagas que mi alma se desprenda de ti, se pierda en el camino y dude de mi valía, dude de tu amor, así como he dudado de su grandeza esta noche.
Quitándole las manos de sus piernas con un fuerte manotazo, retrocedió y pudo notar que Deania había cambiado en tan pocos segundos, sus ojos no obtuvieron brillo, más bien se tornaron opacos y muertos —¡Lo harás! Lo harás por qué me amas, lo harás por mí, demuéstralo. Ve con ella —se alejó de él, mostrándole desprecio —Ve con ella y no regreses más.
Aspirando hondo, evitando verle a los ojos, ya que su expresión estaba cubierta de culpabilidad y no podía soportarlo, poniéndose de pie, su corazón oprimió su pecho con un dolor que atravesó sus entrañas, observó su reflejo en el espejo por última vez y supo que su vida no volvería a ser la misma —Si ese es el deseo que dicta tu corazón, no soy nadie para reprocharte nada —tomando su capa entre sus manos, abandonó el lecho nupcial sin una palabra más.
La soledad de la habitación la oprimió de tal manera que cayó de rodillas deshecha en lágrimas, había perdido lo único que deseó en la vida, un hijo fruto del intenso amor que sentía por su esposo, no podía verle partir, no podía despedirse bien de él, ya que las consecuencias serían no dejarle libre como el padre designó, el heredero sería hijo de Bera, mientras que su vientre creciera ella se sentiría cada vez más seca.
Sanel por un momento pensó en vagar por el pueblo, quizás hallar una manera de regresar al lado de su esposa, pero la idea de un hijo y su legado asegurado le hizo visitar a Bera, quien lo esperaba en su lecho.
La joven de rizos rojizos y ojos pardos logró distinguir la figura de Sanel entre las sombras de sus aposentos, con una sonrisa en los labios extendió la mano y lo invitó a entrar, si esa noche la visitaba era porque Dios había escuchado sus plegarias.
Compartieron la cama esa noche, sus corazones palpitaban desenfrenados ante esa unión desesperada, pero Sanel solo imaginó que esas caricias se las daba a su esposa, que esos besos eran para ella y aquellos susurros de amor eran para Deania, llegando no solo a imaginar que ese momento era solo para ella.
Los llantos de los niños habían cubierto el pueblo, dos niños fuego habían nacido nueve meses después, solo que uno de ellos sería el heredero al trono mientras que él otro crecería a la sombra de su hermano.
Deania siendo tan débil, murió en el parto, tan solo logró acariciar el rostro de su hijo y depositar en su frente un primer y último beso, mientras que sus labios pronunciaban el nombre de su primogénito y la luz de cuerpo se extinguía —Hadeo —logró pronunciar mientras que sus ojos se cerraban y un brillo cubrió su cuerpo convirtiéndola en ceniza, en luz y siendo parte del recuerdo, por un momento Sanel observó a su hijo, el fruto de su amor, era un niño hermoso sus ojos oscuros y su mata de rizos negros a un leve contraste con su piel tan blanca como la nieve de ese crudo invierno, era lo único que le quedaba de su amada Deania y lo único que atesoraría, sin embargo había olvidado que Bera también había tenido a su hijo, ambos niños habían nacido el mismo día y a la misma hora, a diferencia de su pequeño Hadeo, la madre de su segundo hijo había sobrevivido al parto, por un momento se negó a abandonar la habitación de Deania, pero era necesario visitar a Bera y luego de ello visitar el templo de su padre.
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