Wan Suh Park - ¿Seguirá soñando?

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¿Seguirá soñando? (1989) presenta persuasivos retratos de mujeres en una sociedad patriarcal y sus distintas actitudes. La protagonista, Mun-Kyong Cha, una mujer divorciada está marcada por el estigma del abandono,aunque vive bien gracias a que tiene una ocupación -es maestra- y su propia casa. Su vida se complica cuando establece relaciones con un viudo, y lo que parecía una segunda oportunidad para ser feliz, se convierte en el comienzo de su pesadilla: falsas promesas de matrimonio. embarazo, amenazas, despido, maledicencia. La madre del viudo dirige la vida de su hijo y consigue un buen partido; la nueva mujer, sin embargo, le da una hija, incapaz de continuar el nombre familiar, y entonces intentarán recuperar al hijo del que quisieron deshacerse por todos los medios.

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Justo la semana pasada le había mostrado a su hijo las ofertas de matrimonio que aún estaban vigentes. No hacía muchos días había ido al templo a rezar por el alma de su nuera en el tercer aniversario de su muerte. Fue precisamente por los días en que Jyok-Chu acababa de pasar la primera noche con Mun-Kyong y estaba esperando la ocasión para discutir con su madre cómo traerla a casa. Había sido mala suerte, especialmente para Mun-Kyong, que la señora Juang hubiese introducido el tema de las segundas nupcias. Aun así, hubo varias oportunidades para hablarle de ella antes de que su madre sacase fotos y empezase a hablar en detalle de las posibles novias: cuántos años tenían, de qué universidades habían egresado, quiénes eran sus padres… Una vez que su madre mencionó el tema, habría sido fácil decirle que ya estaba comprometido, pero Jyok-Chu dejó pasar el momento.

—¿Serán todas vírgenes?, ¿querrá una virgen convertirse en la esposa de un viudo? —había preguntado sólo por curiosidad.

—¿No pensarás que son falsas? Sólo tienes 35 años. Es natural que te cases con una virgen. Siento un poco de pena de que todas sean solteronas, pues si no fuese por Si-Ne, se presentarían vírgenes de menor edad.

Como las cosas se habían presentado así, le resultó muy difícil hablar de casarse con una divorciada de su misma edad y también se le hizo menos apetecible la idea.

Tampoco era que desde el principio hubiese calculado que Mun-Kyong fuese una mujer para gozar y desechar. Hasta la noche en que se sorprendió tanto al ver el crucifijo, Jyok-Chu pensaba casarse con ella; no había ningún resquicio de mala intención mentirosa en su alma.

El vivaz carmín de los 35 tallos de rosa no duró ni una semana. Había pensado que perdurarían más tiempo por haberlas comprado frescas en un mercado al por mayor, pero a los cuatro días los botones abrieron completamente y pronto empezaron a declinar y a marchitarse.

El ramo de rosas que había sacado del florero para tirarlo horadaba sin piedad los brazos desnudos de Mun-Kyong. Aun después de que las flores habían perdido la original y sensual forma que a todos agrada, las espinas estaban todavía afiladas y desafiantes. Las orgullosas espinas que serían las últimas en quemarse incluso si fuesen arrojadas a una hoguera… Ay, qué cosas tan inútiles, pero tan llenas de hostilidad…

Lamentando más el dolor que sentía en su interior que en los brazos, Mun-Kyong arrojó el ramo de rosas al basurero.

Las flores del cerezo, que al marchitarse caían poniéndolo todo en desorden, con pétalos desperdigados por doquier, habían desaparecido sin dejar rastro y afuera la primavera se alejaba con prisa.

“No puede ser, no puede ser que ese hombre sea tan poco fiable.” Cada vez que la mujer pensaba que había sido engañada por Jyok-Chu hacía todo lo posible por borrar esa idea. Durante las temporadas en que no se veían, le llamaba, a lo sumo cada dos días. Y día a día la mujer esperaba con emoción que le dijese algo importante, pero él no comentaba nada, sólo saludaba como siempre o se quejaba de su aburrida y monótona vida de hombre asalariado. Sin embargo, después de escuchar las quejas, tan ajenas a su angustiada esperanza, ella no se desanimaba. Al contrario, suspiraba ligeramente con alivio. En el importante asunto que aguardaba estaba incluido el presentimiento de la separación. ¿Por qué estoy así? No sabía qué hacer consigo misma. En algunos momentos presentía la ruptura, aunque luego terminaba agradecida de que todavía continuara la relación.

—¿Quieres que hagamos mañana alguna excursión? Estoy aburrido… —dijo sin convicción cuando la llamó bien entrada la noche del viernes. Era una voz desganada en la cual se adivinaba el tedio que sentía. Qué bueno sería si hablase con un tono de voz más emotivo y alegre, aunque no lo sintiese, de la posibilidad de un viaje. Para no darse oportunidad de arrepentirse, ella se apresuró a contestar:

—No. No hace falta.

Jyok-Chu tampoco añadió más al respecto y continuó hablando de cosas insignificantes y aburridas. Luego, con un bostezo sonoro, colgó el teléfono. Era cierto, no había llamado para planear el viaje. Sin embargo, la mujer pensó que había hecho bien en rechazar la excursión. Por si las dudas de que el viaje fuese el indicio de un favor hecho con intención de plantear la separación o de declararla. Entonces quería dilatar lo más posible el momento, aunque presentía con certeza la ruptura.

La mujer tenía ya demasiados años y demasiado orgullo para aplicarse a sí misma, sin revisión alguna, ese dicho común de que, aun una pareja que hubiera hecho un pacto solemne, tan firme como forjado con hierro y piedra, una vez llevado a cabo el acto sexual, el hombre seguramente cambiaría de parecer. En cuanto fuera posible, ella quería ganar tiempo suficiente para desilusionarse de él, aunque la relación terminara. Lo que de verdad deseaba era evitar a toda costa la separación. No importaba si tenía que doblegar por entero su orgullo.

El día siguiente a la vaga referencia del viaje era sábado. Sin embargo, Jyok-Chu no habló ni apareció. Pasadas las nueve, la mujer empezó a comer sola. Devoró como una glotona toda la comida que había preparado para él: frituras de langostinos, pescado asado, ensaladas con aderezo… Finalmente, Jyok-Chu llamó cuando ella estaba viendo una telenovela en estado de aletargamiento después de haber engullido toda la comida con la cual intentaba satisfacer una extraña hambre.

—Hubo una cena inesperada. Lo siento.

Luego de comunicarle el escueto mensaje, colgó el teléfono. Toda la semana siguiente no recibió noticias suyas. No había razones para que la mujer no lo llamara e indagara si vendría o no ese fin de semana. Los dos intercambiaban llamadas con la misma frecuencia, pero sentir que ese acto sería degradante fue un cambio, si es que así se podía llamar, que ocurrió después de pasar la noche con él. Mientras preparaba un montón de comida, daba voz a la incertidumbre no sólo de un futuro remoto al lado de Jyok-Chu, sino también a la posibilidad de encontrarse esa misma noche diciéndose innecesariamente de tanto en tanto: “¿Acaso no tengo boca también?”

Por suerte, Jyok-Chu apareció antes de que ella devorase sola toda la comida. Quizá porque ella lo creía así, parecía cansado y su piel lucía marchita. Él no cooperaba con los esfuerzos que ella hacía para crear un ambiente acogedor y tranquilo. Desde el principio daba rodeos, como si estuviese pensando en otra cosa, y con frecuencia desviaba la atención.

—¿Era importante la cena que tuvo la semana pasada? —le preguntó no con ánimo de pedir una explicación de por qué no había acudido el sábado anterior, sino simplemente por conversar, pero él se molestó.

—No me canses. No me pidas explicaciones.

Su molestia no estaba en relación alguna con la situación. Con todo, al irse a la cama trató de complacerlo más que nunca con caricias. Casi con desesperación esperaba, mediante alguna técnica amatoria o algún atractivo sexual, impedir que él se alejase. Pero tampoco tenía habilidades especiales en ese terreno, y ni siquiera estaba interesada en ese tipo de cosas. Es más, como había vivido con indiferencia la época de soltera, se encontraba más ciega que otras en este terreno. Era una de esas que, hasta entonces, no había escuchado con atención las charlas acerca de si una mujer en particular tenía una sensualidad especial, y hasta había pensado que eran mitos o rumores vacíos entre hombres. Era imposible que de la noche a la mañana consiguiera esa sexualidad o el aura mágica que le diera poder sobre alguno. No obstante, logró comunicarle su desesperación.

Retuvo con una voz anhelante a Jyok-Chu, que salía luego de haberse vestido con artificial lentitud y le preguntó:

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