Gerardo Arenas - RETOQUECITOS

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Estudiar las consecuencias de erradicar de la doctrina freudiana el principio de placer implica correr ciertos riesgos. La conveniencia de correrlos se presenta en tres niveles: el de la consistencia interna de la doctrina y su relación con la experiencia, el de las implicancias clínicas deducibles, y el del modo de concebir la naturaleza del ser hablante y su cultura. Prescindir de ese princi­pio da lugar a una doctrina más consistente y simple cuyo nuevo aspecto aún no hemos he­cho más que empezar a vislumbrar, la clínica freudiana así obtenida se vuelve más afín a la clínica lacaniana contemporánea, y una serie de rasgos del ser hablante y del malestar en la cultura aparecen bajo aspectos nuevos y mejor ajustados a lo efectivamente existente.

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El punto de vista biológico nos tendrá sin cuidado hasta nuevo aviso, en la medida en que se relaciona con una anatomía que no incumbe al aparato psíquico, y también el problema de la cantidad, que sólo responde al intento de armonizar el supuesto afán de descarga con la arquitectura del sistema nervioso. Debemos, sí, detenernos en la teoría del dolor, que es una de las primeras alteradas por la supresión del principio de placer. Freud equipara la inclinación a huir del dolor con la inclinación a evitar excitaciones, entendiendo que ambas son signos de esa tendencia primaria del aparato que aquí dejamos de hipotetizar. Luego, si no postulamos que deba eliminarse toda excitación, el dolor pierde el carácter de fracaso del aparato y adquiere, más bien, el de una señal de que ha sido superado el límite de la excitación (la soportable o la buscada). En cualquier caso, atravesar esa experiencia abre facilitaciones duraderas.

Cuantificar cualidades

El llamado “problema de la cualidad” intenta explicar las sensaciones. Que los procesos psíquicos puedan ser inconscientes no depende del principio de placer, de modo que nuestra discusión no afecta a ese problema. Lo mismo ocurre con las sensaciones y con los caracteres del sistema de la conciencia: si las cualidades son, en última instancia, función de la frecuencia (o periodo) de la cantidad circulante, ello será así con cantidades grandes o pequeñas, ya sea que procuren descargarse o no. Si dejamos de lado los esfuerzos por dar a esta construcción correlatos anatómicos, el problema central abordado en relación con la conciencia es el del placer y el displacer, de modo que aquí deberemos calibrar las cosas con mayor detalle.

Freud considera obvia la tendencia a evitar displacer, y se confiesa tentado a identificarla con el principio de inercia, que es un mero principio de descarga. Hay aquí una brecha que él se apura a cerrar y que por el momento conviene mantener abierta. Ante todo, porque carga y descarga son funciones cuantitativas, mientras que placer y displacer son cualidades. Más aún, él mismo se arrepentirá de tal equiparación treinta años después cuando, por primera y única vez, diga que “placer y displacer no pueden ser referidos al aumento o la disminución de una cantidad”.(53)

¿Cómo entender el placer? Antes de responder, recordemos que, según Lacan, el sedimento, el “aluvión” resultante del manejo, en un grupo lingüístico, de su experiencia inconsciente, es lo que mantiene viva lalengua , hecha del goce mismo.(54) En otras palabras, lalengua es una suerte de precipitado de las experiencias inconscientes de goce en una comunidad lingüística, y por eso conviene apoyarse en ella cuando de esas experiencias se trata. Pues bien, si procedemos así, debemos aceptar que el placer se enlaza con el gusto y que, a diferencia de lo que Freud sostuvo siempre excepto en 1924, no hay principio cuantitativo que regule el placer universalmente. Además, ¿quién no lo sabe? Un mismo plato ofrecido a tres personas puede parecerle delicioso a una, indiferente a otra, y repulsivo a la tercera, de modo que la cualidad (placentera o displacentera) no depende del objeto ni del sensorio, sino de un encuentro contingente. El placer no tiene ley. El displacer tampoco.

Sin embargo, desde 1895 Freud se deja llevar por el afán de enlazar el displacer con una elevación de nivel y el placer con una descarga. Su retractación de 1924 es muy pasajera, por desgracia, ya que sólo un año después insistirá en restaurar esa correlación, cuando se muestre sorprendido de que una descarga produzca un displacer que sólo una excitación debería provocar.(55) Que esa posición suya no sea estable, pues, alienta a no seguirlo en este asunto.

El apartado del “Proyecto…” dedicado a las conducciones ψ toca la cuestión de las pulsiones. Sorteando las analogías neurológicas, cabe sostener, con Freud, que el mecanismo psíquico tiene un resorte pulsional continuo, y también suscribir su conclusión, a saber, que de allí nace la voluntad,(56) pero es necesario evitar de entrada el espejismo de basar la noción de pulsión en la de necesidad –trátese del hambre, la sed o lo que sea. Mantener esa distinción resultará crucial a la hora de concebir lo que allí se inscribe bajo el título de “vivencia de satisfacción”. Y ésta adquiere un carácter radicalmente distinto si se la aprecia apagando la engañosa luz del principio de placer.

Vivencias de excitación

Las necesidades provocan sensaciones que molestan a la criatura hasta el punto de hacerla llorar y berrear, y eso suele mover a otro a realizar la acción específica que le dará el auxilio indispensable. Pero ¿cómo entender lo que entonces ocurre y que Freud llama “vivencia de satisfacción”? Según él, la provisión del alimento o de lo que haga falta cancela el estímulo perturbador, y eso queda enlazado, por medio de una facilitación, a la imagen del objeto y al modo en que se provocó la acción específica.

La excitación molesta es así suprimida por un tiempo. Ahora bien, a cambio la criatura recibe un cúmulo de estímulos tales como los nacidos de mamar, de chupetear, de tragar, de recibir caricias o de ser mirado con dulzura. En síntesis, le han canjeado una excitación desagradable por varias acaso deliciosas,(57) y sin duda esto tiene, como dice Freud, “las más hondas consecuencias”, pero ¿acaso ellas se deben a la satisfacción causada por haber sido aliviado el estímulo perturbador, o bien al contemporáneo descubrimiento de una multitud insospechada de goces?

La depresión anaclítica descripta por Spitz es elocuente al respecto.(58) La cancelación de las excitaciones nacidas de las necesidades no responde al “resorte pulsional” requerido para poner en marcha el mecanismo psíquico, y por eso el destino de las criaturas que pasan cierto tiempo en las condiciones del llamado “hospitalismo” oscila entre la idiotez y la muerte. La explicación que Spitz propone para este conocido fenómeno, basada en la de Freud, no es convincente. ¿Cómo no ver que esas desgraciadas criaturas afrontan una larga, espantosa y generalizada privación de aquellos goces “cuya falta [hace] vano el universo”? (59)

Por lo demás, para convencerse de que la cancelación de estímulos molestos no es, en sí, apta para satisfacer nada, basta observar en cualquier criatura el inagotable afán por mamar o chupetear el pezón o la tetina tras haber saciado su apetito, o incluso el empeño con que se resiste a dormir aunque se le cierren los ojos. En síntesis, aquí no tiene lugar la vivencia de una satisfacción debida al cese de cierta molestia, sino el encuentro con uno o varios goces desconocidos hasta entonces, y esta vivencia de excitación no tiene por qué ser considerada una experiencia inaugural y privativa del infans , ya que bien puede tener lugar en cualquier momento de la vida.(60)

Freud concluye el apartado que dedica a este asunto diciendo que el estado de esfuerzo o de deseo provocará, cuando resurja, una suerte de alucinación, precursora del desengaño. Luego veremos en qué medida y cómo se sostiene esta conjetura suya, pero convengamos que, bajo esta perspectiva, la animación del deseo no depende de que reaparezca la excitación perturbadora ni coincide con tal reaparición.

El dolor pierde así el carácter contrario a la satisfacción impuesto por el planteo freudiano. De las consideraciones acerca de la vivencia de dolor, poco se sostiene. Ante todo, porque Freud yerra al enlazar dolor y displacer, que carecen de correlación necesaria. Que pueda gozarse del dolor sólo es un misterio para quien no tiene ese gusto. Por otro lado, hay algo inexplicable para el modelo freudiano, debido a que éste supone erróneamente que la cantidad responsable del dolor proviene del exterior del cuerpo, a saber, la posibilidad de que un proceso de pensamiento produzca dolor. ¿Por qué algo es capaz de causarnos dolor de sólo pensarlo ? Finalmente, si nada impide que un dolor guste, no habrá cómo distinguir, con estos elementos, entre la vivencia de dolor y la de excitación gozosa.

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