Los montes se ocultaban tras las nubes y la lluvia pulía las grandes rocas alisadas por la erosión que yacían esparcidas por las vertientes. El granito gris tenía una veta negra, y aquella mañana la lluvia lavaba el oscuro basalto, que iba ennegreciendo cada vez más. Las charcas se iban llenando y las ranas croaban ruidosamente, y mientras el color de la tierra oscurecía, un grupo de loros venía de los campos en busca de abrigo y los monos trepaban a lo alto de los árboles.
Cuando llueve hay un silencio peculiar, y esa mañana parecía que todos los ruidos del valle hubieran cesado –los sonidos de la granja, del tractor, el hacha golpeando la madera–, sólo se escuchaba el gotear del agua en los tejados y el gorgoteo de los canales.
Era realmente extraordinario experimentar la sensación de la lluvia en el cuerpo, calarse hasta los huesos, y sentir cómo la tierra y los árboles la recibían con inmenso deleite; no había llovido desde hacía tiempo y ahora las pequeñas grietas de la tierra se iban cerrando. Con la lluvia, los ruidos de numerosas aves habían cesado y las nubes que provenían del Este, oscuras y cargadas de agua, eran empujadas hacia el oeste; los montes iban alejándose con ellas y el olor de la tierra se esparcía por todos los rincones. Llovió durante todo el día.
Y en la quietud de la noche, los búhos ululaban de un lado al otro del valle.
Era un maestro de escuela, un brahmán . Vestía un dhoti muy limpio, iba descalzo y llevaba puesta una camisa de estilo occidental. Tenía la mirada penetrante y directa, modales aparentemente afables, y su saludo fue una demostración de su humildad. No era demasiado alto y hablaba muy bien el inglés, debido a que era profesor de este idioma en la ciudad. Dijo que no ganaba mucho y que, como a todos los maestros del mundo, le resultaba difícil cubrir sus necesidades. Estaba casado –por supuesto– y tenía hijos, pero parecía dejar todo esto de lado como si no le importara en absoluto.
Era un hombre orgulloso, ese orgullo peculiar que no es resultado del éxito, ni de la alta sociedad o del rico, sino el orgullo de pertenecer a una raza antigua, de ser representante de una vieja tradición, y de un sistema de pensamiento y de moral que, de hecho, nada tenían que ver con lo que él era en realidad. Su orgullo residía en el pasado que representaba y en la tendencia a dejar a un lado las complicaciones de su vida presente, mostraba la actitud del hombre que las cree inevitables, pero por completo innecesarias. Tenía la dicción del Sur, de acento marcado y tono alto. Dijo que durante muchos años había escuchado las charlas, aquí, bajo los árboles; de hecho, su padre lo había traído cuando era todavía un joven estudiante universitario y, luego más adelante, tras conseguir su miserable empleo actual, había empezado a venir regularmente todos los años.
«Llevo escuchándole hace muchos años y, aunque quizás comprenda intelectualmente lo que dice, no parece que penetre a gran profundidad. me gusta el entorno de los árboles bajo los que se sienta mientras habla y observo la puesta de Sol cuando lo señala –como hace a menudo en sus charlas–, pero no soy capaz de sentirla , sentir la hoja y experimentar el júbilo de las sombras que danzan en el suelo; en realidad, no puedo sentir nada. He leído mucho, tanto literatura inglesa como, naturalmente, la de este país, puedo recitar poemas, pero se me escapa la belleza que reside tras la palabra. me estoy volviendo rudo, no sólo con mi esposa y mis hijos, sino con todo el mundo; en la escuela cada vez grito más. me pregunto cómo puedo haber perdido el deleite de contemplar una puesta de Sol –¡si es que alguna vez lo tuve!–, y me gustaría saber por qué no siento intensamente los males que hay en el mundo; todo lo percibo desde el punto de vista intelectual y puedo discutir sensatamente con cualquiera –o al menos eso creo–, pero ¿cuál es la causa de este vacío que separa el intelecto del corazón? ¿Por qué he perdido el amor, ese sentimiento de piedad e interés genuinos?»
mire esa buganvilla que hay fuera de la ventana. ¿La ve? ¿Ve la luz que la envuelve, su transparencia, su color, su forma y su cualidad?
«La miro, pero no me dice nada. Creo que hay millones de personas como yo. De modo que vuelvo a la pregunta, ¿cuál es la causa de esta separación entre el intelecto y los sentimientos?»
¿No es acaso porque nos han educado mal, hemos cultivando únicamente la memoria y, desde nuestra infancia, nunca nos han enseñado a mirar un árbol, una flor, un pájaro o un remanso de agua? ¿Se debe a que hemos convertido la vida en algo mecánico? ¿Es la causa el exceso de población, debido al cual, por cada empleo, hay miles que lo necesitan? ¿o es la causa el orgullo, el orgullo por la propia eficiencia, el orgullo de la raza, el orgullo del pensamiento sagaz? ¿No cree que es todo esto?
«Si quiere saberlo, soy orgulloso…, sí lo soy.»
Bien, pero ésa es sólo una de las razones del porqué nos domina el llamado intelecto. ¿No es debido a que las palabras se han vuelto demasiado importantes y no lo que está por encima o más allá de ellas? ¿o, porque está frustrado, bloqueado en diversos sentidos, y puede que no sea consciente de ello en absoluto? En el mundo de hoy se rinde culto al intelecto y cuanto más ingenioso y astuto es uno, más progresa.
«Posiblemente todos estos factores influyan, pero ¿tanta importancia tienen? Por supuesto que podemos seguir analizando indefinidamente, describiendo la causa, pero ¿solucionaremos así la separación entre la mente y el corazón? Eso es lo que quiero saber. He leído algunos libros de psicología y nuestra propia literatura antigua, y nada me apasiona realmente. Por eso he venido a verle, aunque tal vez sea ya demasiado tarde para mí.»
¿Le interesa de verdad que estén unidos la mente y el corazón? ¿De verdad no está satisfecho con sus capacidades intelectuales? Quizás el problema de cómo unir la mente y el corazón sea sólo teórico. ¿Por qué le preocupa que se logre esa unión? En realidad, su preocupación nace del intelecto, ¿no es así?; no surge de un verdadero dolor ante el deterioro de sus propios sentimientos. Ha dividido la vida en intelecto y corazón, y está verbalmente preocupado porque observa de manera intelectual cómo su corazón va secándose. ¡Déjelo que se seque! Intente vivir sólo en el plano del intelecto. ¿Es eso posible?
«No es que no tenga sentimientos.»
Pero… ¿no son esos sentimientos en realidad sentimentalismo, pura autocomplacencia emocional? Sin duda, ése no es el sentir del que estamos hablando. Lo que estamos diciendo es: muera al amor; ¡qué importa! Viva por completo con su intelecto y con sus manipulaciones verbales, con sus astutos razonamientos; porque si realmente vive así, ¿qué sucede? Lo que está haciendo es oponerse a la destrucción de ese intelecto que tanto venera, porque toda destrucción trae multitud de problemas. Posiblemente, al ver el efecto que tienen las actividades intelectuales en el mundo –las guerras, la competitividad, la arrogancia que genera el poder–, sienta miedo de lo que pueda suceder, sienta miedo de la falta de esperanza y de la desesperación del ser humano.
mientras exista esta división entre los sentimientos y el intelecto, uno dominará al otro, forzosamente uno destruirá al otro; no hay un puente que pueda unirlos. Es posible que haya escuchado estas charlas durante muchos años y, tal vez, haya hecho grandes esfuerzos para unir la mente y el corazón, pero ese esfuerzo es de la mente y, por tanto, la mente domina el corazón. El amor no pertenece a ninguno de los dos, porque el amor no tiene la peculiaridad de dominar. El amor no es algo creado por el pensamiento ni por el sentimiento; no es una palabra del intelecto o una respuesta sensorial. Cuando dice: «Necesito sentir amor y para conseguirlo tengo que cultivar el corazón,” en realidad lo que cultiva es la mente y así mantiene siempre a ambos separados; no se puede salvar el abismo que los separa y unirlos con una intención interesada. El amor está al comienzo, no al final de cualquier intento.
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