Kelly Dawson - Papi Toma El Mando

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Sarah está tratando de llevar las riendas de la granja familiar, pero siente que sus esfuerzos son en vano. Nick es un campeón de rodeo que viene a ayudar. Ambos están marcados por un pasado trágico que desgarró sus vidas y sus familias. Nick Martin es un campeón de rodeo y cuando acepta un trabajo como administrador de una granja sólo busca un sueldo... hasta que conoce a Sarah Taylor, la hermosa y testaruda joven que intenta dirigir el lugar en ausencia de su padre quien sufrió un accidente.  Es evidente que Sarah está en aprietos, Nick pronto se da cuenta de que lo que realmente necesita no es un gerente, sino un padre firme pero cariñoso que no dudará en tomarla en sus brazos y ponerla sobre sus rodillas. Nick se ocupará de cuidar no sólo de la granja, sino también de Sarah, y aunque ella se sonroja cada vez que él desnuda su pequeño y bonito trasero para darle unas buenas nalgadas, su férreo dominio y su estricta manera de corregirla la excitan profundamente, y en poco tiempo aprende lo intensamente placentero que puede ser entregar su cuerpo por completo a su papi. Mientras Nick y Sarah trabajan en la granja durante los duros meses de invierno, su vínculo se hace más fuerte cada día. Pero con sus vidas atormentadas por las tragedias del pasado que desgarraron a sus familias, ¿podrá Nick finalmente encontrar una manera de perdonarse a sí mismo y ser el papi que su nena se merece? Nota del editor: Papi toma el mando es una novela independiente que es la tercera entrada de la serie Papis de Nueva Zelanda. Incluye nalgadas, escenas sexuales, y diferencias de edades. Si este tipo de material te ofende, por favor no compres este libro.

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Dando una última mirada a la granja, se dirigió de nuevo a la casa.

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Capítulo dos

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Sarah temblaba mientras ponía monedas en el parquímetro fuera del hospital. La calefacción de Harriet era más eficiente de lo que ella pensaba y ahora el marcado contraste con el frío aire exterior le resultaba chocante. Agarrando el cuaderno en el que había garabateado las preguntas que tenía que hacerle a su padre, metió las llaves en el bolsillo de su abrigo y se dirigió a la habitación del hospital. Se sentía fatal, ir a encontrarse con su padre así, con el miedo alojado en la boca del estómago, preparándose a cada paso para el aluvión de negatividad que sabía que encontraría. Aun estando en el hospital, visitar a su padre debería ser una ocasión feliz. Siempre lo había sido, antes del accidente. Pero después de eso, todo había cambiado. Se encontró a sí misma dividiendo su vida en dos partes: "antes" y "después" de la muerte de Jason. El "antes" había sido mejor, en todos los sentidos. La vida sin su hermano era dura. Habían sido muy cercanos y ella lo extrañaba. Por eso se había ido a la Universidad de Wellington, en lugar de quedarse en casa e ir a Otago como podría haber hecho, quería seguir adelante con su vida, quería un nuevo comienzo. Pero ahora había vuelto, y la amargura de su padre la mantenía atada al pasado.

Con una sonrisa alegre, abrió la puerta de la pequeña habitación privada de la sala del hospital. Sus padres levantaron la vista cuando entró; su madre sonrió cálidamente, pero su padre frunció el ceño. Aunque sabía que ella lo visitaría, él mostró una hostilidad tan evidente que sintió una puñalada en su corazón" ¿Qué quieres?", gruñó su padre.

Sarah hizo un gesto de dolor. "Vine a verte, obviamente. ¿No está permitido?".

Su padre gruñó en respuesta.

"Y tengo algunas preguntas sobre la granja. El ganado".

"Olvídate de eso".

"¿Qué?".

"He dicho que te olvides de eso. Déjalo todo. No puedes dirigir ese lugar, eres una maldita inútil. No tienes ni idea de lo que estás haciendo. Nunca fuiste muy buena en la granja, vivías siempre en tu pequeño mundo, soñando con tonterías".

Ella se sintió desfallecer al escuchar las palabras hirientes de su padre. No estaba preparada para una hostilidad tan evidente. Su pecho se contrajo y su boca se abrió conmocionada, pero cuando intentó hablar, no pudo decir ni una palabra. Las lágrimas amenazaban con brotar, pero ella las contuvo. Se negó a llorar delante de su padre.

Respiró hondo, tratando de fingir que sus palabras no surtieron ningún efecto en ella.

"¿Así que quieres que los animales se mueran de hambre?", dijo cuadrando sus hombros, observando a su padre con una mirada de acero, pero se encontró con el silencio.

"¿Qué sugieres que le pase a la granja entonces, papá?".

Jack la miró entonces, con una fría furia en su mirada. "Jason debería dirigir el lugar. Él lo hubiese hecho si tú hubieras estado donde debías estar".

"Pero Jason no está aquí, ¿verdad?", dijo ella gruñendo con los dientes apretados, cada nervio y tendón de su cuerpo estaba tenso por la ira.

"No, no está con nosotros, gracias a ti".

Cerrando los ojos, Sarah controló su temperamento. Está atormentado por el dolor, se recordó a sí misma, como lo había hecho tantas veces antes. En realidad no quiere decir nada de eso. Durante años, ella había estado excusando el mal comportamiento de su padre recordando lo mucho que le había afectado la muerte de Jason. Estaba acostumbrada a desestimar las palabras hirientes y las acusaciones injustas que salían de su boca. En el pasado fue un hombre tan amable, un padre cariñoso, pero el hombre que estaba ante ella ahora era tan distinto al hombre que había sido que ya no lo reconocía.

Abrió sus puños apretados, flexionando sus dedos, forzando los músculos de sus manos a relajarse. Respirando profundamente, exhaló lentamente a través de sus fosas nasales, y luego lo hizo de nuevo, sintiendo que la tensión abandonaba lentamente su cuerpo. Los segundos se sintieron como minutos mientras la furia ardiente que la atravesaba se enfriaba lentamente.

Cuando estuvo lo suficientemente calmada como para no golpear nada, miró a su padre. "A Tus ovejas y a tus vacas, pronto se les acabara el pasto ¿Ahora vas a decirme qué es lo que debo hacer por ellas o no?".

"No".

"Está bien”, dijo con voz ahogada, sintiendo como si le hubieran arrancado el corazón del pecho y lo hubieran pisoteado. Sin mirar atrás, salió de la habitación, secándose las lágrimas de frustración. Lo intentaba, lo intentaba con todas sus fuerzas. ¿No podía darle una sola oportunidad?

Si él quería seguir actuando así, de manera tan terca y caprichosa, ya no podía hacer más nada. Volvería a la granja esta noche y abriría todas las puertas y daría a los animales el pasto que quedaba, antes de empacar sus cosas y regresar a Wellington. De vuelta a su apartamento y a sus compañeros que se habían convertido en buenos amigos; de vuelta a la universidad, de vuelta para seguir luchando por sus sueños. ¡Qué su padre se fuera al infierno!

Se había sentido tan bien al volver a la granja, Incluso había sentido que regresaba al lugar donde realmente pertenecía. Pero claramente, se había equivocado. Se le rompió el corazón, al decidir que tenía que marcharse, pero con la amargura de su padre, no había manera de que pudiera quedarse.

No se había dado cuenta de que su madre la había seguido, pero ahora sentía la calidez de su suave mano en el hombro. Enfadada, se encogió de hombros. Su madre no la había defendido ahí dentro, delante de él, ¿qué sentido tenía que la consolara ahora?

"Volveré a Wellington mañana", dijo Sarah.

Su madre negó con la cabeza. "Por favor, quédate por un tiempo". Había súplica en su voz y en sus ojos, pero Sarah negó también con la cabeza.

"¿Por qué? Ya lo has oído. No quiere que yo me haga cargo, es obvio. No cree que pueda hacerlo y no quiere que lo intente. Podría ayudarme, decirme qué hacer, pero no lo hará. Es como si quisiera verme fracasar, y ver la granja arruinarse".

"Sabes que eso no es verdad".

"¡Oh, sí que lo es!", insistió Sarah, levantando la voz. "¡Deja de justificarlo! Todos extrañamos a Jason, pero ¿de qué sirve su amargura? ¿Va a guardarme rencor para siempre?".

La mirada de dolor en los ojos de Karen la hizo sentir culpable, así que bajó la voz, y suavizó su tono. "No puedo dirigir la granja, no sin su ayuda, y él no está dispuesto a ayudarme. Puedo volver a la universidad ahora, y tratar de pasar este semestre, mientras pueda".

Su madre puso una mano en su hombro otra vez, y esta vez Sarah no se encogió de hombros, pero permaneció rígida. Sabía que su madre también podía sentir su tensión.

"Tu sangre corre por ese lugar", dijo Karen. "Eres la única que queda".

"¿Y qué?"

"No la abandones ahora. Esto no se trata sólo de tu padre. Esa tierra, es todo lo que nos queda de Jason. Él está en la granja". La voz de Karen se quebró y se tapó la boca con la mano.

Al mencionar a Jason, la mente de Sarah volvió a ese terrible día; el día en que se despidieron de su hermano. Recordó que había esparcido sus cenizas, las había liberado al viento desde el punto más alto de la granja y había visto cómo las diminutas partículas de lo que quedaba de su hermano se alejaban flotando, a la deriva sobre las sinuosas colinas, para finalmente descansar en los prados que Jason había amado. Una vez que las cenizas se asentaron, se mezclaron con la tierra, para nunca más ser vistas, pero Sarah sabía que estaban allí, uniéndose a las cenizas de muchas generaciones de los Taylors. Karen tenía razón, Jason era parte de la granja.

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