Ortiz, Antonio
La extraña en mí / Antonio Ortiz. -- Edición Margarita Montenegro Villalba. -- Bogotá : Panamericana Editorial, 2016
184 páginas : ilustraciones ; 22 cm.
ISBN Impreso 978-958-30-5331-3
ISBN Digital 978-958-30-6260-5
1. Novela colombiana 2. Novela psicológica 3. Depresión en la adolescencia - Novela 4. Depresión mental - Diagnóstico I. Montenegro Villalba, Margarita, editora II. Tít.
Co863.6 cd 21ed.
A1546679
CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango
Primera reimpresión, marzo de 2017
Primera edición, octubre de 2016
Primera edición de Antonio Ortiz, 2014
© 2014 Antonio Ortiz
© 2016 Panamericana Editorial Ltda.
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Bogotá D. C., Colombia
Editor
Panamericana Editorial Ltda.
Edición
Margarita Montenegro Villalba
Diseño de imágenes interiores
María Paula Forero
Diagramación
La Piragua Editores
Diseño de carátula y guardas
Rey Naranjo Editores
ISBN Impreso 978-958-30-5331-3
ISBN Digital 978-958-30-6260-5
Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio sin permiso del Editor.
Impreso por Panamericana Formas e Impresos S. A.
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Quien solo actúa como impresor.
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Yo solía pensar que era la persona más extraña del mundo, pero luego pensé que hay tanta gente en el mundo, que tiene que haber alguien como yo que se sienta tan extraña y disfuncional como yo me siento. Me la imagino, e imagino que ella también debe estar por ahí pensando en mí. Bueno, espero que si estás por ahí y lees esto, sepas que, sí, es verdad, yo estoy aquí y soy tan extraña como tú.
Rebecca Katherine Martin
(…) caminante, no hay camino, se hace camino al andar. Al andar se hace el camino, y al volver la vista atrás, se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar.
Antonio Machado
UN MAR DE ABRAZOS, un tsunami de besos y un terremoto de buenos deseos es lo que se vive en un fin de año como el de hoy. El nuevo comienzo es lo que ilusiona a los que quedamos atrapados en este mundo, anhelando a los que ya no están, mientras sigue siendo un enigma si los volveremos a ver. Es una costumbre casi ancestral para mi familia hacer un resumen, un análisis, un inventario de sucesos, para así determinar qué tan bueno fue este ciclo de tiempo. Volver al pasado no es una obsesión, pero, si pudiera lograrlo, sería la primera en hacer cambios sustanciales en mi vida, corregiría todo aquello que hice mal y repararía el sufrimiento que causé.
Las luces en el cielo se encienden y los destellos explosivos iluminan la noche; aunque por ley está prohibido usar cualquier tipo de pirotecnia, esta sociedad no permite que le digan que no. Cada una de esas explosiones pareciera traerme a destajo una multitud de recuerdos que hoy quiero compartir, para que mi historia no se repita y se multiplique lo positivo hacia todos aquellos que alguna noche miren el cielo esperando que algo cambie.
* * *
Mi nombre es Vania de la Roche y, aunque mi vida durante estos casi diecinueve años ha sido simple, también es digna de contar. Crecí junto a mi hermana Melissa, quien nació unos minutos antes y con quien compartí un mundo casi ideal, hasta que mis padres lo dividieron en dos durante un cataclismo de egos. Mi padre, un hombre trabajador y responsable, siempre laboró en concesionarios de autos y a punta de esfuerzo logró darnos una vida material satisfactoria, aunque también ha sido una persona recia y negligente, llevada por la creencia de que el mundo se rige por sus reglas. Mi madre, asesora de finca raíz, creyó obtener la información necesaria, por medio de sus clientes, para moldearnos a imagen y semejanza de otros, según sus criterios.
Nuestra vida como familia se comenzó a resquebrajar cuando Meli y yo cumplimos nueve años; dos meses después, para ser exactos. Durante el año anterior, mis padres tuvieron disputas muy frecuentes y nuestra casa se convirtió en un campo de batalla. Dos ejércitos en retirada anunciaban muy a su manera una tregua llamada divorcio. Atrás dejaban a sus víctimas: dos niñas inocentes e indefensas que habían sido testigos silenciosos de las mutuas agresiones de un amor que estallaba en pedazos, una supernova romántica que llegaba a su fin. Estas dos pequeñas, inocentes en todo actuar, habían quedado en medio de una balacera de palabras y amenazas; simplemente a merced de dos adultos inmaduros.
Hoy solo celebramos la llegada de un nuevo año, pero nos queda el sinsabor de una vida desperdiciada. Las cicatrices en mi cuerpo describen un momento tortuoso de mi existencia, pero en mi muñeca, un tatuaje de una mariposa de color anaranjado con visos negros, simboliza quién soy. Hace tres años fui recluida en una clínica de reposo.
* * *
La depresión nunca se presentó, no sabía cómo se llamaba, pero me acompañaba en todo momento como si fuese mi madre. En silencio estuvo allí por muchos años esperando hacer su aparición. Por momentos me hacía sentir culpable de las cosas que sucedían. Sabía que algo me pasaba, pero no entendía qué ni por qué. Fui tan mal diagnosticada con tantas enfermedades asociadas a la depresión que era difícil saber cuándo atacaba alguna, lo que incluyó dos intentos fallidos de suicidio y muchos episodios de tristeza y depresión.
Aunque intentaba sonreír y ser feliz como lo eran otros, no lo lograba. No eran ganas de llorar, tampoco rabia y mucho menos desilusión. Mi oscuridad empezó a cubrirme a los ocho años. Era una profunda tristeza que me embargaba como un manto del cual no se puede escapar; sus tentáculos me sumían en un profundo abismo de melancolía. A pesar de los regalos, los abrazos, los besos o los chistes, mi sensibilidad estaba en un alto nivel; hasta una caricia podía causar una herida profunda que se anidaba en mi piel. Era un sentimiento infinito de desgracia.
Mi compañera eterna de pesares empezaba a materializarse por medio de mis reacciones agresivas y violentas; mi profunda melancolía estaba a flor de piel. Comprobé que cualquier situación, por superficial que fuera, me causaba una angustia insoportable. Cargaba un mundo de dolor que se volvía insufrible. La dama que me acompañaba encontró una grieta por donde salir y, cuando afloró, se había convertido en un monstruo capaz de aplastar la moral y el amor de una familia entera. Su misión era producirnos una lenta y exasperante agonía.
Meli tomó otro rumbo. Mientras yo navegaba en un mar muerto, entre una sombra de penas, ella lograba, a mi manera de ver, toda la felicidad anhelada. Era alegre, sin complicaciones, extravertida y una excelente conversadora.
En el transcurso de nuestro noveno cumpleaños conocí la cara oculta de la soledad y de ahí en adelante me hizo compañía, aunque era una pésima consejera. Me aislé por completo de mi hermana y, como dos embarcaciones que navegan las mismas aguas, pero por rumbos distintos, nos distanciamos, en una lejanía tan cercana que dolía de tan solo sentirla así.
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